Tiempo de lectura: 5 min.

Es bien conocido el León Tolstói (1828-1910) autor de las monumentales novelas Guerra y paz y Anna Karenina. En cambio, los escritos de su época mística o de «profeta social» han gozado de mucha menos difusión. Corresponden al final de su vida, cuando el escritor decidió retirarse a sus tierras de Yásnaia Poliana, 165 kilómetros al sur de Moscú, para dedicarse de una forma febril a mejorar las condiciones de vida de los campesinos.

Esos textos, en los que refleja su pensamiento más filosófico y espiritual, llamaron poderosamente la atención de Stefan Zweig (1881-1942). El escritor austriaco, maestro de la biografía, estudió a fondo la vida y la obra del novelista ruso para intentar comprender cómo un hombre que lo tenía todo renunció a su vida cómoda para ponerse al servicio de los más desfavorecidos.

Stefan Zweig. El pensamiento vivo de Tolstói. Ediciones Ulises, 2022, 188 págs. 17,90 euros (papel). Traductor: Vicente Mendivil

Ediciones Ulises, sello del grupo Renacimiento, ha rescatado en el volumen El pensamiento vivo de Tolstói el ensayo de Zweig —uno de sus pocas obras no reeditadas— y lo ha acompañado de cuatro textos del autor de La muerte de Iván Ilich esclarecedores de sus ideas.

Tolstói y Zweig, parecidos razonables

Tolstói y Zweig tienen mucho en común. Nacieron en familias acomodadas, vivieron de una forma austera, fueron activistas sociales, mostraron su disconformidad con el mundo que les tocó vivir, denunciaron los excesos de las autoridades, criticaron la superficialidad de los intelectuales de su tiempo, dejaron una inmensa obra, fueron muy influyentes en sus contemporáneos y lo siguen siendo.  Si bien Tolstói no se suicidó, sí se vio tentado muchas veces por la idea de quitarse la vida. Incluso rechazó todos los cuidados cuando enfermó, como queda de manifiesto en sus tan repetidas palabras al borde de la muerte: «Los campesinos, ¿cómo mueren los campesinos? Me voy… no pueden detenerme… ¡déjenme sólo!».

«Siempre constituye un deleite exquisito —escribe Zweig— el poder considerar a un artista encumbrado como un ejemplo moral, como un hombre que, en vez de buscar su celebridad, se pone al servicio de la humanidad y en su lugar por un verdadero ethos, se somete a la única autoridad ajena a todas las demás autoridades mundanas, a su conciencia irreductible».

Zweig ve en Tolstói un «ejemplo moral, un hombre que, en vez de buscar su celebridad, se pone al servicio de la humanidad» 

En su habitual estilo prístino, Zweig relata cómo, en torno a los 50 años, Tolstói recibió súbitamente un golpe, un golpe procedente de lo desconocido». Esa «tormenta íntima», sin motivo exterior alguno, en un hombre que gozaba de una vida de éxito y de todas las comodidades, llevaron al escritor a dedicar los siguientes treinta años de su vida a buscar la respuesta al sentido de la vida.

El cuestionario Tolstói y la «revolución moral»

Zweig reproduce un documento, una hoja de papel con una lista en la que Tolstói enumera las seis «preguntas incógnitas» a las que debe responder. (a) ¿Por qué vivo? (b) ¿Cuál es la causa de mi existencia y la de los demás hombres? (c) ¿Qué propósito tiene mi existencia y la de cualquier otro? (d) ¿Qué significa la división que siento dentro de mí entre el bien y el mal y qué propósito tiene? (e) ¿Cómo debo vivir? (f) ¿Qué es la muerte? ¿Cómo puedo salvarme?

En una primera fase, se dedicó frenéticamente a estudiar la solución que habían dado otros hombres a estas incógnitas. Pero ni la filosofía ni las ciencias le dieron una respuesta convincente. Luego recurrió a las religiones en busca de una fe que le «salvara» de su propio nihilismo. Volvió a la Iglesia, que había abandonado en la niñez. Se esforzó por ser un «perfecto devoto». Pero el estudio a fondo de los Evangelios le llevó al convencimiento de que la Iglesia ortodoxa rusa se había apartado de la enseñanza original y «verdadera» de Cristo.

Y en ello encontró su misión: explicar el sentido real de los Evangelios y difundir el cristianismo «como un nuevo concepto de la vida y no como una doctrina mística». En palabras de Zweig, «el investigador se había convertido en un confesor y el confesor en profeta, y del profeta al fanático no hay más que un paso».

Tras un profundo autoanálisis encontró su misión: explicar y difundir el cristianismo «como un nuevo concepto de la vida y no como una doctrina mística»

La prohibición de sus libros doctrinales —Mi Confesión y Mi fe— y la excomunión por parte de la Iglesia rusa no detuvieron a Tolstói.  Puso en marcha su «revolución moral». Arremetió contra la propiedad, «la raíz de todo mal», «la causa del sufrimiento de los que poseen y los que no poseen». Según Zweig, «atacó la propiedad cien veces más mordazmente que Karl Marx y Proudhon». Confiaba en que los ricos renunciarían voluntariamente a su riqueza como hizo él mismo.

Encontró su verdadero enemigo en el Estado, que fue creado únicamente «para proteger la propiedad». El Estado, contravenía el mandamiento de no matarás obligando a sus súbditos a matar a otros hombres enviándoles a la guerra, dictando sentencias de muerte. ¿Qué hacer? Convertido ya en un anarquista radical, proclama que es «deber de toda persona inteligentemente  moral resistirse al Estado si este le exige algo anticristiano». Pero no por la fuerza, sino por la resistencia pasiva.

Influencer en la época y hasta hoy

La influencia del pensamiento de Tolstói fue enorme en su época. Era tal su autoridad que muchas personas quisieron poner en práctica la teoría de una nueva sociedad. «No hay exageración en decir que ninguno de los pensadores contemporáneos suyos —asegura Zweig—, ni siquiera Karl Marx o Nietzsche, produjo una emoción semejante en millones y millones».

La revolución rusa intentó apropiarse de su figura, explica Zweig, pero el tolstoísmo rechaza toda resistencia violenta y los bolcheviques «luchaban contra el mal con otro mal» contraviniendo a Tolstói cuando proclamaba «no resistir al mal por la fuerza». «Sin embargo, probablemente contra su deseo (…) fue el precursor, el verdadero antepasado de la Revolución Mundial rusa», concluye el autor austriaco.

No todo son parabienes. En su ensayo, Zweig,  no  elude las críticas. «Cuando pasa de la diagnosis a la terapéutica, hace proposiciones para el futuro (…), sus conceptos se hacen completamente nebulosos y sus ideas confusas (…) recomienda el ‘amor’, la ‘fraternidad’, ‘la vida en Cristo’ (…) No consiguió establecer los principios básicos ni siquiera en su casa, entre su propia familia». Reconoce, eso sí,  que «hubiera sido una previsión barata observar que (…) su pensamiento social y religioso era de más fácil realización que el Estado utópico de Platón o el orden social de Jean-Jacques Rousseau».

Entre sus contemporáneos, hablamos de Marx o Nietzsche, no hubo otro que produjera «una emoción semejante»

Stefan Zweig, refiriéndose a su tiempo —pero resulta igualmente válido para el nuestro—, asegura que las ideas del escritor ruso aún hoy en día conservan  un gran interés para el lector individual. «Todo hombre de Estado, todo sociólogo —concluye— puede descubrir una visión profética en su crítica fundamental de nuestra edad; todo artista puede sentirse espoleado por el ejemplo de este vigoroso poeta que atormentó su alma para poder juzgarlo todo y combatir la injusticia con el poder de sus palabras».

 

Periodista y editor de Nueva Revista. Es autor del ensayo "Los chicos de la prensa" (Nickel Odeón) y participa habitualmente en libros sobre cine de la editorial Notorious.