Avance
¿Qué réditos políticos, en términos electorales, puede ofrecer el manejo de la identidad de los candidatos? The Economist hace un recorrido por los casos de Obama, Donald Trump, James David Vance y Hillary Clinton partir atisbar cuál puede ser la estrategia de Kamala Harris. Los maestros en el arte de jugar la carta de la identidad en política han sido, sin duda, Barack Obama y Donald Trump. El primero convirtió la perspectiva de su elección en un elogio, pero no hacia sí mismo, sino a Estados Unidos, por haber superado el peso de la historia. Fue quizá la jugada de judo más elegante de la política estadounidense, como la califica el semanario: «volvió el peso del racismo contra sí mismo». El punto de vista de Trump sobre la política de la identidad, en cambio, es un juego de suma cero: una ganancia para un grupo significa una pérdida para otro. Su reciente elección de J. D. Vance como compañero de campaña es otro ejemplo a la hora de explorar el potencial de la identidad en política. Como Obama, Vance también ha escrito una autobiografía que es también una autoexploración. En ella reivindica sus orígenes y a todos aquellos a quienes «los estadounidenses llaman paletos, palurdos o basura blanca».
¿Qué hará Kamala Harris? De momento parece tener todo a favor para explotar la vía identitaria. Como dice el artículo, «en virtud de su identidad —de varias de sus identidades— podría hacer historia: la primera mujer presidenta, la primera mujer y negra presidenta, la primera presidenta indio-estadounidense». Parece que no va por ahí, pese a lo que revelaba en su también libro de memorias. Allí desveló que su madre le decía: «No dejes que nadie te diga quién eres. Diles tú quién eres». No lo ha hecho, como apunta el artículo, ni en su candidatura presidencial ni en sus tres años como vicepresidenta. Parece inclinarse más bien, hacia la estrategia de Obama. Se ha presentado haciendo hincapié no en su identidad, sino en su experiencia como fiscal, en los temas que defiende y en sus aspiraciones para todo el país, más que para cualquier grupo en particular. «Tal vez una mujer negra india-estadounidense, hija de inmigrantes y esposa de un judío blanco —concluye el texto—, pueda demostrar lo que los votantes saben por experiencia propia: que las personas son demasiado interesantes para reducirlas a tontos estereotipos políticos».
Artículo
Ala hora de aprovechar la identidad en política, los dos candidatos estadounidenses más eficaces de este siglo han sido Barack Obama y Donald Trump. El primero había escrito el mejor libro de campaña de la historia, Los sueños de mi padre. Una historia de raza y herencia, explorando su propia identidad. Como candidato en 2008 reconoció que su identidad hablaría más elocuentemente por sí misma, al igual que la naturaleza histórica de su campaña, iluminando implícita pero encendidamente su mensaje de cambio. Al no hacer hincapié en los obstáculos que tuvo que superar para llegar tan lejos como hombre negro, convirtió la perspectiva de su elección en un elogio, pero no hacia sí mismo, sino a Estados Unidos, por haber superado el peso de la historia. Fue quizá la jugada de judo más elegante de la política estadounidense, porque volvió el peso del racismo contra sí mismo. «Yes, we can», dijeron los votantes con él. Obama obtuvo el 52,9% del voto popular, el mayor margen de cualquier presidente desde 1988.
El enfoque de Trump ha sido distinto desde mucho antes de que empezara a difundir la sospecha de que Obama, con su piel negra y su extraño nombre, no había nacido en Estados Unidos. El punto de vista de Trump sobre la política de la identidad se fraguó en el horno racial y étnico de Nueva York de los años setenta y ochenta, cuando una ganancia para un grupo significaba una pérdida para otro. Las divisiones entre categorías de personas eran brechas en las que se podían introducir cuñas políticas. De ahí su reciente discurso de que los inmigrantes «quitan el trabajo a los negros» y «el trabajo a los hispanos». Este planteamiento nunca le ha valido una mayoría.
Trump barajó diversos aspirantes a la hora de decidir su candidato a vicepresidente, pero al final eligió a un compañero de campaña que se hizo famoso como tribuno de la base política del propio Trump. J. D. Vance, senador republicano por Ohio, es autor de otra excelente autobiografía, Hillbilly Elegy (traducida como Hillbylly, una elegía rural), en la que también explora su propia identidad. «Me identifico con los millones de estadounidenses blancos de clase trabajadora y ascendencia escocesa-irlandesa que no tienen título universitario», escribió Vance. «Los estadounidenses los llaman paletos, palurdos o basura blanca».
A diferencia de Obama, después de esa publicación, Vance continuó revisando sustancialmente su comprensión —o al menos la presentación— de su identidad. De responsabilizar a los blancos pobres, como los que él llamaba «reinas del bienestar», de sus malas decisiones, pasó a verlos como víctimas. Como hizo en su discurso ante la Convención Nacional Republicana el 17 de julio, ahora culpa a la «clase dirigente» de tomar las malas decisiones, condenando a los del «corazón de Estados Unidos» al desempleo y la adicción. Tampoco insiste ya en que él y la gente con la que se identifica son blancos. Como candidato, parece reconocer, al igual que Obama, que su identidad racial habla por sí misma.
También a diferencia de Obama, Vance parece estar buscando gresca por motivos raciales. «¿Es usted racista?», preguntó, señalando con el dedo al espectador en un anuncio durante su campaña al Senado hace dos años. Dijo que «los medios de comunicación nos llaman racistas» por querer construir un muro en la frontera sur. «Nos llamen como nos llamen, pondremos a América en primer lugar», concluyó. Se trata de una política que Obama previó pero no logró desactivar. En 2008, cuando se vio obligado por una crisis política a abordar el tema racial de frente, pronunció un penetrante discurso en Filadelfia en el que habló de las fuentes de la ira negra y señaló: «Y, sin embargo, desear que desaparezcan los resentimientos de los estadounidenses blancos, tacharlos de equivocados o incluso racistas, sin reconocer que se basan en preocupaciones legítimas; esto también agranda la brecha racial y bloquea el camino hacia el entendimiento».
Parece que fue hace mucho tiempo. Uno de los temas de la campaña de Trump es que los demócratas están aplicando políticas que perjudican a los blancos. «Creo que hay un claro sentimiento antiblanco en este país y eso no se puede permitir», declaró a la revista Time en abril. «Hay absolutamente un sesgo contra los blancos».
Los sueños de su madre
Este es el terreno resbaladizo que pisa la vicepresidenta Kamala Harris como candidata demócrata. En virtud de su identidad —de varias de sus identidades— podría hacer historia: la primera mujer presidenta, la primera mujer y negra presidenta, la primera presidenta indio-estadounidense. Pero, ¿convertirá esto su candidatura en el desafío ideal a la de Trump, o en su rival ideal? Algunos republicanos ya la llaman «la contrata DEI», en referencia a la diversidad, la equidad y la inclusión.
El propio libro de campaña de Harris, The Truths We Hold (Nuestra Verdad, en Península), carece de la calidad reveladora del de Obama o Vance. De hecho, como la mayoría de los libros de campaña, es un poco pedestre. (Publicado en 2019, parece preocupado por explicar, en un momento en el que el Partido Demócrata giraba a la izquierda en materia de aplicación de la ley, por qué hizo carrera como fiscal). «Uno de los dichos favoritos de mi madre era: ‘No dejes que nadie te diga quién eres. Diles tú quién eres’», escribe. Pero, en su candidatura presidencial y en sus tres años como vicepresidenta, nunca lo hizo realmente.
Harris eligió «Pioneer» como nombre en clave del Servicio Secreto y, a la hora de explicarse o defenderse, ha recurrido en ocasiones a describir su espíritu innovador y la resistencia que puede provocar. Estos argumentos, aunque justos, es mejor dejárselos a otros. Como se demostró en la campaña de Hillary Clinton en 2016, el «estoy con ella», por halagador que sea para una candidata que hará historia, es la forma incorrecta de decir «ella está con nosotros».
Hasta ahora, como candidata, Harris ha seguido sabiamente el ejemplo de Obama y se ha presentado haciendo hincapié no en su identidad, sino en su experiencia como fiscal, en los temas que defiende y en sus aspiraciones para todo el país, más que para cualquier grupo. Puede que los estadounidenses ya no estén en condiciones para el llamamiento de Obama a una unidad trascendente, pero es evidente que están incómodos con la política de suma cero de Trump.
Tal vez una mujer negra india-estadounidense, hija de inmigrantes y esposa de un judío blanco, pueda demostrar lo que los votantes saben por experiencia propia: que las personas son demasiado interesantes para reducirlas a tontos estereotipos políticos.
Este artículo publicado originalmente en The Economist, tal y como se indica en el texto, el 25 de julio de 2024 se reproduce aquí con autorización del medio y traducción de Pilar Gómez Rodríguez.