Vigencia de Rimbaud

Rimbaud fue el genio, el creador cenital que rompió moldes, quebró estereotipos y alumbró un discurso cuya radicalidad no ha sido superada; es, en cualquier caso, la poesía en grado máximo: el oficio de la palabra ejercido con rigor absoluto hasta restituir al poeta su condición originaria de oráculo, de vidente, que aspira a definir "la cantidad de lo desconocido que se despierta dentro del alma universal".

Historia y política

Se observa una significativa diferencia entre izquierda y derecha a la hora de utilizar políticamente la historia. Los socialistas adoptan así un aire de seguridad y confianza, aparentemente persuadidos de moverse en un terreno que les es favorable. El centro y la derecha, por el contrario, muestran una gran timidez, y tanto Suárez, como Calvo Sotelo o Aznar han preferido eludir las referencias históricas.

Un hombre con atributos

Este hombre austríaco, nacido en 1880, se puede considerar como un pesimista nato, si bien de una gran lucidez. Amaba la noche porque, en su opinión, carece de enigmas y porque uno se hace compañía a sí mismo. Este hombre decía que el ser humano es cosa bien precaria porque edifica su vida en el vacío. El trauma de la gran guerra (1914-1918) le había afectado de manera definitiva. Él afirmaba que "los cinco años de esclavitud de la guerra me han arrebatado la mejor parte de mi vida". Este hombre poseía el instinto de distinguir entre el moralista y el ético, pues no en balde contaba con una sólida formación: el Instituto Politécnico, después completa sus estudios filosóficos y, por fin, se convierte en ingeniero, como su padre. Ferviente antimilitarista, a este hombre solo le interesaba el contexto de sus pensamientos y sentimientos. Y decía: "el dolor espiritual es como una herida en el corazón". En sus demorados paseos por las orillas del Prater padecía su inseguridad nerviosa y sentía miedo del miedo. Pero cuando se ponía a escribir este hombre lo hacía con una tremenda frialdad e indiferencia. Sobre todo con una enorme lucidez, tanto respecto a lo individual como a lo colectivo. Veía el riesgo que implicaba el que una sociedad, la suya, se adentrara en la soberanía absoluta de la rutina y en la masificación indolente frente a cualquier cuestión moral. Este hombre se consideraba, en cuanto individuo, un revolucionario y, en política, un evolucionista. Pero rara vez este hombre se introducía por el sendero del optimismo, puesto que tenía como máxima una frase estremecedora: todo ser humano es el cementerio de sus propios pensamientos. Y llegó a manifestar que "en las culturas decadentes, la autenticidad se torna superflua, inconveniente y perjudicial". Este hombre era un obseso del trabajo bien hecho, por considerar que forma parte de la necesaria armonía. De ahí que sus textos novelescos no expliquen, sino impliquen. Y el primero de sus deberes era "su" literatura; solo ponía energía en lo que elegía, con un rabioso deseo de claridad expresiva. De temperamento linfático y melancólico, este hombre taciturno se empeñó en ser escritor, alejándose de la psicología freudiana, con unos criterios disciplinados y estrictos, pero sin pluma fácil y rápida. Algunos lo han comparado con Proust. Escribía con pasión y dejó de ser bibliotecario e ingeniero a las primeras de cambio. Algo indeciso, y sabiendo que su formación intelectual tenía determinadas lagunas, escribió diez manuscritos de las doscientas primeras páginas de su gran obra. Obstinado, enérgico y poco accesible, como su abuelo paterno, este hombre consideraba la literatura como una interpretación de la vida, el combate por una naturaleza moral más elevada de la que iba encontrando a su paso. Y se proclamaba un furioso anti-Thomas Mann, del que no comprendía su éxito y a quien odiaba. Jamás creyó en el progreso, sino en la ascensión. Tal vez por ello varias editoriales le devolvieron su primera novela corta. Quizá también porque ocultaba la cabeza...

Jorge Luis Borges

Vuelve el tema de España a la poesía española actual, cuando falta ya poco para las celebraciones de 1998. Cien años después, necesitamos igual o más que entonces de un ideario regeneracionista para seguir creyendo en un país que los falaces nacionalismos de vía estrecha han pretendido en vano borrar del mapa. A las usuales reivindicaciones de algunas de las tribus peninsulares alegando que el prestigio de su cocina o la antigüedad de su literatura vernácula exigen a la corta o a la larga un status de independencia, suelo yo responder con aquello (que cada vez nos pasa a más españoles) de que uno no sabe qué es España hasta que ha paseado por las Siete Calles de Bilbao o ha visitado el mercado barcelonés de Sant Antoni en busca de cromos o tebeos. Jorge Luis Borges es uno de los grandes maestros de la "línea clara" en la poesía del siglo XX. Eso es, creo yo, bastante obvio. Como obvia es la deuda que los mejores poetas españoles de este fin de siglo han contraído con la escritura del argentino. Pues bien, incluso Borges crea jurisprudencia poética en el tema de España con un bellísimo poema escrito en 1964, publicado en las páginas 195-196 de su libro El otro, el mismo (1969) y titulado "España", así, a secas, como el mío incluido en El otro sueño ( 1987) y que también ofrezco, a continuación del de Borges, para darle confianza a un país en peligro, pero con vocación histórica y moral de no hacerse pedazos. ESPAÑA Más allá de los símbolos, más allá de la pompa y la ceniza de los aniversarios, más allá de la aberración del gramático que ve en la historia del hidalgo que soñaba ser don Quijote y al fin lo fue, no una amistad y una alegría sino un herbario de arcaísmos y un refranero, estás, España silenciosa, en nosotros. España del bisonte, que moriría por el hierro o el rifle en las praderas del ocaso, en Montana, España donde Ulises descendió a la Casa de Hades, España del ibero, del celta, del cartaginés, y de Roma, España de los duros visigodos, de estirpe escandinava, que deletrearon y olvidaron la escritura de Ulfilas, pastor de pueblos, España del Islam, de la cábala y de la Noche Oscura del Alma. España de los inquisidores, que padecieron el destino de ser verdugos y hubieran podido ser mártires, España de la larga aventura que descifró los mares y redujo crueles imperios y que prosigue aquí, en Buenos Aires, en este atardecer del mes de julio de 1964, España de la otra guitarra, la desgarrada, no la humilde, la nuestra, España de los patios, España de la piedra piadosa de catedrales y santuarios, España de la hombría de bien y de la caudalosa amistad, España del inútil coraje, podemos profesar otros amores, podemos olvidarte como olvidamos nuestro propio pasado, porque inseparablemente estás en nosotros, en los íntimos hábitos de la sangre, en los Acevedo y Suárez de mi linaje, España, madre de ríos y de espadas y de multiplicadas generaciones, incesante y fatal. J. L. B. ESPAÑA Es un lugar muy triste que ha prohibido los héroes y ha dejado pudrirse las rosas del escándalo. Siempre he vivido en él. No sé si en otra...

Necesidad de lo efímero. Novelas de quiosco del primer tercio de siglo

En la opinión de Juan Olmedo, las grandes verdades esenciales para la filosofía, la religión o la historia le quedan grandes a la literatura. Al revisar la colección de publicaciones literarias de comienzos del siglo XX, como "La novela de una hora", el autor reflexiona sobre la importancia de publicaciones que permitan la convivencia de autores de distintas tendencias, generaciones e ideologías. Reconoce el carácter efímero de la literatura, al encontrarse con las obras de autores que han sido olvidados en el camino. Sin embargo, ello es una consecuencia inevitable de un espacio de discusión y reflexión, donde siempre pueden aparecer nuevas ideas.

Las letras y los libros

En este artículo, Juan Antonio Olmedo se propone dar cuenta de autores españoles actuales con una obra literaria que juzga de interés, a través de un corte en un período breve.

La sombra del Rabino

Juan Antonio Olmedo comenta las obras de los escritores judíos Joseph Roth e Isaac Bashevís Singer. Ambos se enfrentan a un mundo impactado por la violencia producto de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Sus obras dan cuenta de una humanidad que parece estar a la deriva.

El nacimiento del mundo moderno, de Paul Johnson

El historiador y ensayista británico, autor de "Tiempos modernos", traza una panorámica del orden mundial que surge tras el Congreso de Vienca de 1815 y que supone el nacimiento del mundo moderno.

La historia desconocida

Guillermo Gortázar comenta el nuevo libro de José Andrés Gallego, titulado "Historia general de la gente poco importante. América y Europa hacia 1789". En su opinión, el libro logra transmitir una noción clara de la vida de la época, al abarcar una visión amplia y detallada, difícil de encontrar en los libros de historia.

Una transición de un siglo

Analizamos la trayectoria del catedrático de historia contemporánea, Javier Tusell, quien se interesó por analizar las causas condujeron al fracaso de la experiencia republicana.

Triste Sahara

Piniés parece decidido a librarnos ahora algunas informaciones sobre temas de candente (y permanente) actualidad. Como, por ejemplo, el contencioso del Sahara. Su libro sobre la todavía fallida descolonización del Sahara occidental (que no habrá concluido hasta que no se produzca el proceso de autodeterminación de buena y debida forma: ahí coinciden en teoría todas las partes), constituye, desde luego, una interesante aportación al conocimiento del problema.

Los éxitos de una profunda crisis

La afición al teatro retrocede a causa del avance de los espectáculos de masa, y se convierte en dedicación de minorías. Las televisiones públicas no favorecen una programación exigente ni atienden el cuidado de la cultura. La marginación del teatro por parte de la televisión pública resulta paradójica ya que los presupuestos comunitarios dedican grandes cantidades a la difusión del teatro.