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Luis Daniel González. Licenciado en Físicas, profesor, ensayista y crítico literario. Especializado en literatura infantil y juvenil. Autor del diccionario-guía de autores, Bienvenidos a la fiesta, y de diversos ensayos sobre Dostoyevski, J.R.R. Tolkien y Cormac McCarthy.


Avance

¿Por qué leer (y releer) obras clásicas y, en general, arduas para el lector contemporáneo como las de Homero, Virgilio, Dante, Shakespeare y Cervantes? porque por «su originalidad, su perfección formal y la riqueza de sus contenidos, siguen y seguirán siendo actuales y, por tanto, modelos a imitar» responde el autor de ese documentado ensayo. El hilo conductor es «el deseo de comprender», que da título al libro, y el de acudir a los clásicos, que nos interpelan desde la distancia de los siglos. El autor analiza las obras de estos cinco autores de la mano de autorizados especialistas desde Harold Bloom a Andrés Trapiello, pasando por Borges, Alberto Mangel, Irene Vallejo, T. S. Eliot, Pierre Grimal o Dostoyevski.

De la Iliada y la Odisea, resalta el autor la musicalidad de sus versos y la invención de recursos narrativos, como el flashback. La gloria es para Aquiles lo que Ítaca es para Ulises —apunta Gerardo Vidal—, y añade que en los poemas homéricos aprendemos que «gracias al dolor el hombre toma conciencia de su naturaleza, empatiza con sus semejantes y deja de lado la desmesura y el orgullo». A diferencia de los héroes homéricos, el rasgo que caracteriza a Eneas, protagonista de la Eneida de Virgilio, es la piedad, y frente al individualismo de aquellos, el troyano renuncia a su felicidad privada por un bien colectivo, la empresa romana. Lo que preside el recorrido de Dante por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, es el amor, «ley del universo», pero no una ley mecánica, sino «una que se confía enteramente a la libertad», explica Franco Nembrini.  E igual que el poeta se deja conducir por Virgilio, el lector debe dejarse guiar pacientemente en la lectura, para no perderse en las numerosas referencias mitológicas, históricas, políticas y teológicas y poder saborear la belleza de la Comedia. La singularidad de Shakespeare es que bucea «en el fondo sicológico y moral de sus personajes, utilizando el comportamiento y las apariencias externas como emblemas físicos de la vida interior»; y que concibe el teatro como «medio privilegiado para desenmascarar la realidad y para facilitar reconocer las cosas tal como son». Leer el Quijote —afirmaba Dostoyeski— «elevaría el alma de los jóvenes merced a la grandeza de su pensamiento» y «despertaría en su corazón profundos interrogantes». Cervantes no solo inventó la novela, en sentido moderno, sino que dotó de complejidad a los personajes, mediante el sentido del humor, «la aptitud de ver al mismo tiempo las dos caras en un carácter», como el de Don Quijote.

El autor propone como hábito intelectual seguir el consejo de Flaubert a una amiga: «leer todos los días un clásico durante al menos una hora», porque «el talento, como la vida, se transmite por infusión y hay que vivir en un ambiente noble y adoptar el espíritu de sociedad de los maestros».


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Luis Daniel González deja claro el propósito formativo de este ensayo desde la cita, de Isaac Newton, con la que comienza: «Si he visto más lejos es por haberme puesto de pie sobre los hombros de gigantes». Gigantes como los cinco autores clásicos analizados en este libro y sus imperecederas obras: Homero (la Ilíada y la Odisea), Virgilio (la Eneida), Dante (La Divina Comedia), Shakespeare (diversas obras) y Cervantes (El Quijote).

Es consciente el autor de la dificultad que representa familiarizar a los lectores jóvenes —y no tan jóvenes— con autores de hace varios siglos y con textos que requieren adaptaciones al lenguaje actual. Pero insiste en que vale la pena el esfuerzo «por su originalidad, su perfección formal y la riqueza de sus contenidos», y porque «siguen y seguirán siendo actuales y, por tanto, modelos a imitar».

Luis Daniel González. «El deseo de comprender». Ediciones El Cercano, 2024.

En su minucioso trabajo, Luis Daniel González, proporciona las claves y la guía de lectura de esas obras, las sitúa en su contexto y las analiza de la mano de autorizados especialistas o adaptadores: desde Harold Bloom a Andrés Trapiello, pasando por Borges, Nuccio Ordine, Kafka, Alberto Mangel, Irene Vallejo, T. S. Eliot, Pierre Grimal o Dostoyevski, entre otros.

El hilo conductor es el «deseo de comprender» que da título al ensayo, del que hablaba Hannah Arendt, y de acudir a los textos clásicos, que nos interpelan desde la distancia de los siglos, esas «letras antiguas» que «curan la sarna moderna», como decía Gómez Dávila.

Homero, lecciones inmortales tres mil años después

De la Iliada y la Odisea, resalta el autor su musicalidad de sus versos, dado el carácter oral de su origen; el ritmo, sobre el que «las palabras ondulan, sin perder la calidad ni la fuerza expresiva»; o la invención de recursos narrativos: «el flashback en la Odisea» y «puntos de vista cambiantes del particular a lo general y viceversa» en la Iliada.

Respecto al trasfondo de la guerra de Troya, común a ambas obras, Rachel Bespaloff apunta en su ensayo De la Iliada, que «contrariamente a lo que afirman nuestros economistas, los pueblos que se enfrentan por los mercados, las materias primas, las tierras fértiles y sus tesoros, se baten en primer lugar y siempre por Elena. Homero no mintió»

Luis Daniel González subraya el papel que en las peripecias de Hector, Aquiles o Ulises juegan los dioses, «que condicionan el destino las vidas humanas»; en tanto que los héroes «no lo son, sin la conciencia de su propia mortalidad». Cuando antes del combate con Aquiles, el troyano Héctor se despide de su esposa Andrómaca y su hijo, «sentimos que es consciente de la muerte que se aproxima […] sentimos su capacidad de poner en el hijo una promesa de futuro que es el verdadero don del padre: el don de transmitir la vida aceptando la muerte», señala Mariolina Ceriotti.

«La gloria es para Aquiles lo que Ítaca es para Ulises», apunta Gerardo Vidal. Este último opta por un «heroísmo de supervivencia», según Daniel Mendelsohn. En este sentido dice Borges que la Odisea cuenta dos historias: «el regreso de Ulises a su casa y las maravillas o peligros del mar», y Luis Daniel González señala que el verdadero sentido es el de la primera: «la idea de que vivimos en el destierro y nuestro verdadero hogar está en el pasado o en el cielo o en cualquier otra parte, que nunca estamos en casa». Todo ello puede ser una «parábola del camino de la vida», entre Escila y Caribdis, según Ernst Jünger. Con Homero —nos dirá Gerardo Vidal— «los griegos aprendieron que la conciencia de la propia mortalidad es la esencia de la sabiduría humana, y que gracias al dolor el hombre toma conciencia de su naturaleza, empatiza con sus semejantes y deja de lado la desmesura y el orgullo».

Lecciones inmortales que siguen resonando casi tres mil años después porque estas obras expresan «los sentimientos humanos más esenciales de todos, presentándolos bajo la forma más desnuda posible», «sentimientos fundamentales o, si se prefiere intemporales», destaca la helenista Jacqueline de Romilly.

Para introducirse en la saga homérica, recomienda el autor obras de contexto, como Oralidad y escritura de Walter Ong, sobre una sociedad que desconocía la escritura; la biografía de Homero, de C.M. Bowra; los ensayos El legado de Homero, de Alberto Manguel; Homero, Dante, Shakespeare, de Luka Brajnovic; y Desempolvando a los clásicos, de Gerardo Vidal. Y para lectores jóvenes, Naves negras ante Troya, de Rosemary Sutcliff; y El asedio de Troya, del escritor griego afincado en Suecia, Theodor Kallifatides, dos ejemplos de que «adaptar no tiene por qué ser degradar»

Virgilio y el héroe piadoso

Comienza con una breve semblanza de Publio Virgilio Marón (70 a.C, – 19 a.C.) cuya figura —afirma T.S. Eliot— «está en el centro de la civilización europea, en una posición que ningún otro poeta puede compartir o usurpar». Virgilio escribió la Eneida por encargo de César Augusto, para hacer «la justificación mítica» del Imperio Romano. Partía de un pasaje de la Ilíada en el que los dioses prometían a Eneas que después de la destrucción de Troya el poder recaería en sus descendientes, que obtendrían el imperio del mundo. Los romanos dejaban así de «ser conquistadores ávidos, dueños del mundo por la fuerza de las armas, para ser los instrumentos de un Destino», indica Pierre Grimal.

Virgilio tardó once años en componer su obra, que tiene a Homero como referencia, tanto en la estructura, como en los temas —Eneas baja al Hades igual que Ulises, y como éste se enamora de la ninfa Calipso, aquel se enamora de la reina Dido—. Pero el rasgo que caracteriza a Eneas no es tanto el heroísmo como la piedad, en el sentido de «la devoción religiosa, la entrega cívica y la dedicación familiar». Frente al individualismo de los héroes homéricos, Eneas renuncia a su felicidad privada por un bien colectivo, la empresa romana.

Respecto a sugerencia de lecturas, Luis Daniel González menciona la adaptación de la Eneida en prosa de Penelope Lively, la biografía de Virgilio y El siglo de Augusto, ambos del latinista Pierre Grimal; y las novelas El silbido del arquero de Irene Vallejo y Lavinia, de Ursula Le Guin.

Vallejo —nos dice Luis Daniel González— acierta al introducir al propio Virgilio en la novela El silbido del arquero, haciendo notar la disonancia que «algunos leen en la Eneida entre la voz pública del autor, que admira el triunfo imperial, y una voz privada y oculta que lamenta el precio al que se consiguió». La autora de El infinito en un junco pone en boca de Virgilio: «De la vendimia del sufrimiento brota el vino de las leyendas. Yo conozco el sufrimiento, la duda, el pesado lastre del miedo, pero también he experimentado la redención y el consuelo de las palabras».

Dante, viaje al más allá para comprender la condición humana

Cualquier traducción de Dante (1265-1321) lo traiciona inevitablemente pues, apunta T.S. Eliot, «no hay otro poeta que nos convenza más completamente de que la palabra que ha usado es justo la que pretendía y que ninguna otra servirá igual». De forma que lo que procede es leer una versión bilingüe de la Comedia, como sugiere Borges, saboreando el italiano. González recomienda las versiones de Ángel Chiclana; así como la edición bilingüe de José María Micó. Para lectores juveniles, aconseja la trilogía de Franco Nembrini, Dante, poeta del deseo, por su carácter didáctico.  Y en cuanto a biografías, Dante y su obra, de Ángel Crespo y Dante. La novela de su vida, de Marco Santagata.

Aligheri levantó una obra de carácter profético —la Comedia—, por su envergadura poética y su aliento teológico, y llevó a cabo tamaña empresa mediante la lengua italiana, que prácticamente inventó en su forma moderna. Para unificar a la nobleza dividida del siglo XIII se necesitaba —escribió el propio Dante— «un instrumento nuevo que puede ejercer un papel similar al desempeñado históricamente por el latín».

Igual que el poeta se deja conducir humildemente por Virgilio en su viaje al Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, al lector —indica González— no le queda más remedio que dejarse guiar pacientemente en la lectura, para no perderse en las numerosas referencias mitológicas, históricas, políticas, teológicas y poder saborear la belleza de la Comedia.

Lo que preside el recorrido de Dante es el amor, «ley del universo» que gobierna el cosmos, (l’amor che move il sole e l’altre stelle); mas no una ley mecánica sino «una que se confía enteramente a la libertad», explica Franco Nembrini.  De modo que es cada hombre el que decide, con sus actos en vida, su destino eterno, como ponen de manifiesto los personajes que Dante encuentra en el Purgatorio y el Infierno. Al mismo tiempo, recorrer «el más allá» puede servirnos «para comprender mejor el más acá, que habla de la condición humana», observa Luis Daniel González.

La Divina Comedia posee, nos dirá el historiador Christopher Dawson, singular unidad artística que compendia las tradiciones culturales de la Antigüedad y la Edad Media: «La teología cristiana, la ciencia y la filosofía de los árabes, la cultura cortesana de los trovadores, la tradición clásica de Virgilio, el misticismo del pseudo Dionisio, la piedad de San Bernardo, el espíritu reformador franciscano, el orden jurídico romano, el sentimiento nacional italiano y el universalismo cristiano».

Shakespeare: el teatro, espejo de la vida

La singularidad del dramaturgo inglés (1564-1616) es que bucea «en el fondo sicológico y moral de sus personajes, utilizando el comportamiento y las apariencias externas como emblemas físicos de la vida interior», como vemos, por ejemplo, en el brazo atrofiado y la joroba de Ricardo III. Fue capaz de «inventar la interioridad, la profundidad de espíritu, que atribuye a Bruto, Hamlet, Macbeth y a otros personajes», señala el especialista Stephen Greenblatt. En ese sentido, dice Samuel Johnson que Shakespeare «nos ha enseñado a entender la naturaleza humana». Precisamente Shakespeare —y Homero, Dante, Cervantes, Tolstoi, Dickens— nos recuerdan que «la presentación del carácter y la personalidad humanos sigue siendo siempre el valor literario supremo, ya sea en el teatro, en la lírica, o en la narrativa» afirma el crítico Harold Bloom.

Para entrar en el rico y complejo universo de dramaturgo, propone González los ensayos El espejo de un hombre: vida, obra y época de William Shakespeare, del mencionado Greenblatt y La invención de lo humano, de Harold Bloom; la biografía Shakespeare, de Peter Ackroyd; y la novela Hamnet, de Maggie O`Farrell, entre otros.

Repasa Luis Daniel González las obras de Shakespeare agrupándolas en tres grandes apartados: dramas sobre la historia de Inglaterra (Ricardo III, Enrique V, El rey Juan etc.), comedias (La fierecilla domada, El mercader de Venecia, Mucho ruido y pocas nueces etc.); y las grandes tragedias (Hamlet, Macbeth, Otelo, Romeo y Julieta etc.). Y de la mano de comentaristas como T.S. Eliot, René Girard, o Greenblatt pasa revista a algunos de los personajes que mejor encarnan vicios o virtudes, como Falstaff, Shylock, Hamlet, o el rey Lear.

Muchas lecciones sobre la condición humana se pueden sacar del teatro shakesperiano. Por ejemplo, el afán de dominio que convierte a gobernantes en déspotas: «Una de las extrañas habilidades de Ricardo —y a juicio de Shakespeare una de las cualidades más características del tirano— es la de saber meterse, y aunque sea a la fuerza, en la mente de los que lo rodean tanto si lo desean como si no» afirma Greenblatt. O el peso que tiene lo que René Girard llama «el deseo mimético», la envidia, el hecho de que las personas desean objetos no por su valor intrínseco sino porque son deseados por otras personas. En este sentido Shakespeare es «el profeta de la publicidad moderna», en la que abundan los deseos engendrados por mediación.

Shakespeare concibió el teatro como «medio privilegiado para desenmascarar la realidad y reconocer las cosas tal como son». El fin de la actuación teatral, llega a decir el propio Hamlet, «ha sido y sigue siendo poner un espejo ante la vida: mostrar la faz de la virtud, el semblante del vicio y la forma y carácter de toda época y momento».

En la tradición de Calderón y Cervantes, Shakespeare habla del «mundo como un gran escenario» y «nuestras vidas como representaciones teatrales» y así lo dice expresamente en Como gustéis, El mercader de Venecia y en Macbeth, aunque en este caso con acentos nihilistas: [la vida] «es un cuento / que cuenta un idiota, lleno de ruido y furia / que no significa nada». Eric Auerbach sostiene que los personajes shakesperianos son «actores de un drama que ha escrito el desconocido e insondable poeta del mundo, y que sigue escribiendo aún; un drama cuya significación propia y cuya realidad no conocen ellos ni nosotros».

Cervantes: grandeza frente a mediocridad

Un motivo para adentrarse en Cervantes (1547-1616) y en su más célebre novela, lo proporciona Dostoyevski: «el conocimiento del Quijote, el libro más grande y más triste de cuanto os ha creado el genio humano, elevaría el alma de los jóvenes merced a la grandeza de su pensamiento, despertaría en su corazón profundos interrogantes y contribuiría a apartar su espíritu de la adoración del eterno y estúpido ídolo de la mediocridad, la fatuidad autosatisfecha y la insulsa sensatez»

Entra las guías para introducirse en el Quijote cita González la versión de Andrés Trapiello; la edición oficial de la RAE, dirigida por Francisco Rico; la novela Las gallinas del licenciado, de Jiménez Lozano; estudios como Aproximación al Quijote, de Martín de Riquer; y biografías como la de Jean Canavaggio, Jordi Gracia, José Manuel Lucía y Santiago Muñoz Machado.

Sobre tan firmes bases —con las que ilustra sus argumentos—, describe el autor la elaboración de las dos partes del Quijote, la sitúa en los contextos de la biografía de Cervantes, la cultura de la época, el nacimiento de la novela y el propósito de caricaturizar a las de caballerías. Y apunta que, al hablar dentro de la novela de «la primera parte del Quijote y de la apócrifa segunda parte, Cervantes inicia por todo lo alto lo mejor de la metaliteratura».

Aunque no es una obra perfecta —afirma Trapiello—, se gana al lector «por los personajes bien individualizados y contrastados por sus modos de hablar y por sus conductas», si bien «la grandeza del Quijote estriba en su talante humano nunca en su estilo».

Cervantes dotó, además, de complejidad a los personajes mediante el sentido del humor, esto es «la aptitud de ver al mismo tiempo las dos caras en un carácter», como en el caso de Don Quijote, santo y loco a la vez, cuando hasta entonces los caracteres —buenos y malos, santos y criminales— aparecían separados en la literatura. La mezcla de lo admirable y lo risible es, precisamente, el molde en el que se inspiró Dostoyevski para escribir El idiota.

A la pregunta que el Quijote suscita a Trapiello «¿pueden los libros hacernos felices?, ¿a qué precio?» responde Luis Daniel González por boca de Borges «Pienso que una de las cosas felices que me ha ocurrido en la vida es haber conocido a Don Quijote».

El consejo de Flaubert

En una época marcada por el predominio de la imagen y la demonización de todo aquello que suponga esfuerzo, cobra especial importancia la presencia de los clásicos en el itinerario formativo de los estudiantes. Luis Daniel González propone seguir el consejo de Flaubert a una amiga: «¿sabes lo que deberías hacer? adquirir el hábito piadoso de leer todos los días un clásico durante al menos una hora.  […] El talento, como la vida, se transmite por infusión y hay que vivir en un ambiente noble y adoptar el espíritu de sociedad de los maestros».

Un comentario de José Jiménez Lozano, a propósito de Homero, puede servir de conclusión de este sugestivo ensayo: «La necedad que afirma que lo que importa es que los niños lean cualquier cosa, y que el caso es que lean, adquiere unos tintes verdaderamente siniestros, porque esas banales lecturas constituirán también la textura de la banalidad de la vida futura de esos pequeños lectores o escuchadores. […] Si uno no se acerca a algo serio y hermoso muy pronto, enseguida será muy tarde para ello, y la mayor parte de las veces ya imposible. Todo rodará por la banalidad y será espléndida la cosecha de hombres redondos, vacíos y felices».


Imagen de encabezamiento: Composición de los rostros de los cinco autores analizados en el ensayo. Busto de Homero, British Museum © Wikimedia Commons. Busto de Virgilio, de Tito Angellini © Wikimedia Commons. Busto de Dante, El Rosedal, Buenos Aires © Wikimedia Commons. Retrato de Shakespeare, atribuido a John Taylor © Wikimedia Commons. Retrato de Cervantes, atribuido a Juan de Jáuregui © Wikimedia Commons.

Doctor en Comunicación, periodista y escritor.