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Fernando Savater (San Sebastián, 1947) es filósofo y ha sido profesor de Filosofía. Es autor de clásicos como Ética para Amador. Savater ha destacado en los campos del ensayo y del artículo periodístico. Ha sido colaborador del diario El País desde su fundación en 1976 hasta que lo despidieron en enero de 2024, en parte por sus opiniones sobre ese periódico plasmadas en Carne gobernada.


Avance

«La carne gobernada es un guiso de la gastronomía asturiana en la que la carne de vaca es cocinada muy lentamente. Hoy en día es una comida casi desaparecida pues se requiere mucho tiempo, mimo y cuidado para prepararla, algo poco común en los tiempos que corren», se nos advierte en la contraportada del libro. A pesar de que la editorial Ariel lo afirma, es difícil imaginar que Carne gobernada, la última obra de Savater, haya sido escrita «despacio». La impresión es de relato imperioso, en caliente y a la primera, sincero, con pasajes íntimos de política, amor y deseo.

Fernando Savater: «Carne gobernada. De política, amor y deseo». Ariel, 2024

En lo que sigue, pasamos por alto lo ya comentando de esta obra en otras reseñas: su giro ideológico y su ruptura con el diario El País, y nos centraremos en el Savater en busca de sentido.


Artículo

Se habría convertido Fernando Savater a Dios si Dios hubiera realizado el milagro de curar a su tan querida Sara, Pelo Cohete como él la llama? Es difícil saberlo, porque aparentemente Dios no lo escuchó y Sara falleció. Escribe Savater: «Le ofrecí a Dios fervorosamente la oportunidad de ganarse un adepto incondicional durante la atroz enfermedad de mi amada, pero no quiso o no pudo aprovecharla. Que luego no se queje. En cualquier caso, la filosofía ya no me interesa porque no necesito consuelo sino salvación» (pp. 43-4). Savater era un ateo (según su propia definición) que pedía «fervorosamente» a Dios un milagro. Las contradicciones nos acompañan a todos y a veces viene fenomenal que nos ocurran.

Algunos teólogos católicos han publicado que Dios no es un ser a nuestra disposición, en algún lugar del universo, para acudir a resolver nuestros problemas cuando pensamos que debe resolverlos. Es una persona amorosa y misteriosa, fuera y dentro del universo, creador del universo, que se revela en Jesucristo y que, como dice san Pablo, actúa siempre para nuestro bien, aunque no lo entendamos. Es incluso un alguien (Jesucristo) que entiende de amor romántico, algo que tanto le gusta al autor de Ética para Amador. Muy probablemente Savater conoce esta teoría católica, pero no está de más recordarla por si acaso. ¿Quién sabe? Quizás sí le dé otra oportunidad a Dios.

Destaco a continuación los párrafos de Carne gobernada donde se muestra con sus propias palabras que Savater permanece a la búsqueda de sentido para su vida. Las negritas y los epígrafes son de Nueva Revista.

Sobre la juventud

«Sinceramente, no sé cómo alguien puede recordar su juventud sin sentir vergüenza, aunque haya sido tan disparatadamente feliz a ratos como la mía» (p. 16).

Sobre la muerte y la conciencia de la muerte

«¡Ah, cómo detesto lo imperecedero! Todo lo eterno se burla de nosotros, nos desprecia. Estas páginas están escritas en elogio del tiempo medido en suspiros, no en invulnerables eones. El único y verdadero nombre de Dios es adiós» (pp. 22-3).

«Después de fracasar la huida de la familia real a Varenne, María Antonieta escribió a su amigo el conde de Fersen una carta que comenzaba así: “Todavía existo”. Probablemente es lo mismo que trato de decir con estas páginas» (p. 24).

«A partir de los sesenta todo me ha parecido una propina exageradamente generosa, un encore que se estira y se estira con nuevas piezas del repertorio cada vez más flojas, mientras el decreciente público aplaude menos y consulta su reloj con mayor frecuencia. En realidad, desde que murió Sara, mi Pelo Cohete sin pecado concebida (¡hace ya ocho increíbles años!), di por cancelado mi apetito de vivir» (p. 27).

«Yo soy el que realmente ha muerto, porque Pelo Cohete no es ya consciente de su muerte como yo lo soy de la mía. Qué raro es imaginar que ella no sabe que se ha muerto… Ella, que se daba cuenta de todo mucho antes que yo» (p. 28).

Sobre el amor romántico

«Una de las formas contemporáneas de la imbecilidad que más me ofenden […] es la condena pseudofeminista del amor romántico. ¡El amor romántico es una trampa heteropatriarcal, como todo lo malo que nos acaece! Lo propagan bobas incurables, mecánicas del garaje de reparación de corazones, que consideran la forma más noble y alta del erotismo como la peor de las averías. Cuando la verdad es que solo quien ha amado o ha sido amado románticamente puede comprender la versión no institucional de la liberación femenina… ¡tanto para mujeres como para hombres, naturalmente!» (p. 30).

Sobre el sentido de la vida

«Viví para alguien, o sea, tuve acceso por un tiempo a la vida superior» (p. 31).

Sobre las limitadas posibilidades de la filosofía

«Nunca he creído que un mamífero pueda descifrar el sentido del universo, aunque respeto a seres excepcionales que lo han intentado: Platón, Aristóteles, Spinoza, Kant, Schopenhauer… No me creo que consiguieran nada definitivo ni siquiera aproximado, pero alcanzaron una nobleza que ningún otro ejercicio humano puede superar» (p. 36).

Sobre Dios y la religión

«Le ofrecí a Dios fervorosamente la oportunidad de ganarse un adepto incondicional durante la atroz enfermedad de mi amada, pero no quiso o no pudo aprovecharla. Que luego no se queje. En cualquier caso, la filosofía ya no me interesa porque no necesito consuelo sino salvación» (pp. 43-4).

«Tuve la suerte de crecer en una época menos inquisitorial que la presente y en una familia, conservadora y religiosa como es debido, pero que no consideraba la bebida como una maldición bíblica» (p.101).

Sobre su temple conservador, sin saberlo

«El hecho, muy celebrable, de que nunca fuese comunista no obsta para que mi izquierdismo no fuese menos imbécil. Yo me consideraba anarquista o, mejor, ácrata (que suena más libertario). ¡Yo, que detesto el desorden caprichoso y considero que cualquier norma es preferible a la irracional ausencia de normas!» (p. 114).

«He necesitado ardientemente maestros y mientras fui joven, cuando había puesto mi complacencia en alguien —que encarnaba para mí la voz de la razón— lo seguía con docilidad casi risible. ¡Vaya destino el mío, creerme nacido para ser el más indomable de los herejes y descubrirme finalmente alma de acólito!» (p. 119).

«Y lo más irónico, como hizo notar el gran historiador inglés Robert Conquest, es que todo el mundo es conservador cuando habla de lo que de veras entiende, aunque luego adopte posturas revolucionarias en los grandes temas que solo conoce de oídas» (p. 125).

Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.