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El declive del poder español es un proceso íntimamente ligado a su modelo estatal (el del ogro filantrópico) y a la estrategia que España ha empleado para hacer valer sus intereses en el nuevo orden global. Hace diez años, durante el aznarismo, el prestigio de España se acrecentó de manera notable, en función a la expansión económica (gran parte de ella gracias al desembarco en Latinoamérica) y a un conato de entente cordiale con Estados Unidos y sus potencias aliadas. Basándose en premisas ideológicas, el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero desmontó dicha relación incipiente, apostando por el euro-radicalismo y la ensoñación diplomática de la alianza de las civilizaciones. Se construyó así una estrategia a lo “cúpula de Barceló” centrada en lo contingente antes que en lo esencial, una postura decorativa e irreal, utópica, alejada de los imperativos geopolíticos y las necesidades geoeconómicas.

El poder y la debilidad de un país se traducen en hechos concretos y se materializan en un espacio-tiempo histórico. Lo de YPF en la Argentina de Cristina Kirchner y lo que acaba de pasar con Red Eléctrica en Bolivia son ejemplos patentes de la debilidad de España en sus relaciones internacionales, una debilidad aprovechada por países con una concepción menos idealista del escenario multilateral. Países dispuestos a hacer valer sus intereses violentando la seguridad jurídica, seguros del respaldo de su frente interno. La debilidad de España es manifiesta y contrasta con la apuesta de un sector de políticos y empresarios peninsulares por una serie de regímenes populistas caracterizados por la precariedad institucional. Las empresas españolas han repetido durante años el mantra de la estabilidad de ciertas inversiones en mercados sesgados por el autoritarismo, apostando por la relación directa con los caudillos populistas en desmedro de estrategias más realistas y globales. El resultado a este voluntarismo ingenuo es el que todos conocemos.

Si el poder español ha decaído en Latinoamérica —no confundamos imagen con potestas real— lo mismo sucede en otras regiones del mundo. La ambivalente respuesta de Estados Unidos ante la expropiación argentina confirma la vieja política de Washington de no mover un dedo por ningún país europeo, salvo Inglaterra. Brasil y China apoyan a Buenos Aires, al igual que el bloque del ALBA. La Alianza del Pacífico, circunscrita a la dimensión comercial, nada puede hacer ante la ola soberanista que legitima los excesos del kirchnerismo y el etno-nacionalismo de Evo Morales. Frente a este panorama, España, si pretende recuperar protagonismo y cierto nivel de influencia regional y global debe renovar su estrategia apelando al realismo político y abandonando el maniqueísmo impuesto por ideologías híper-estatistas. En Europa, por ejemplo, es preciso renovar la política exterior ante la reconfiguración electoral del eje franco-alemán. Ser realista, para España, pasa por evitar nuevas sorpresas en el plano empresarial y político, eliminando las distorsiones del voluntarismo. No basta con diseñar planes de emergencia que sirven para apagar incendios cuando todo ha sido consumado. Urge aplicar una estrategia preventiva, una auténtica política de prospección, pues son muchos los escenarios en los que la debilidad española es un fuerte incentivo para que los Estados populistas con los que negocia la madre patria intenten humillarla otra vez.

Martín Santiváñez Vivanco es investigador del Navarra Center for International Development de la Universidad de Navarra y doctor en Derecho por la misma universidad. Miembro Correspondiente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y miembro del Observatorio para Latinoamérica de la Fundación FAES.