Tiempo de lectura: 2 min.

La primera frase que oí a Juan Pablo Villanueva referida directamente a mí fue «tú te quedas». Iba a decirle, recién llegado él a La Gaceta, que como director daba por hecho que querría un adjunto de su confianza, que lo entendía y que… No me dio lugar a ello. Y aquí empezó una espléndida relación profesional y una creciente amistad que, en los últimos tiempos, se hizo más densa y más profunda. Acaso sólo teníamos en común la imposibilidad incluso física de dedicarnos a otra cosa que no fuera hacer periódicos.

Nuestra educación, nuestras costumbres, nuestra manera de ser, eran muy distintos, pero a la hora del cierre, entonces, nos hervía la misma tinta por la venas, nos invadía ese trémolo más maternal que paternal de un nuevo y van… muchos miles de periodicos.

Estos días se han prodigado los recuerdos a Juan Pablo que destacan su condición de empresario de periódicos. Con ser importante y exitosa su carrera de editor, yo al que he conocido y he querido es a Juan Pablo nada menos que periodista, capaz de garabatear una portada sobre otra para ayudarse a pensar, capaz, siendo empresario y director a un tiempo, de poner siempre por delante el número del día a cualquier urgencia de otro tipo. Y capaz de confiarnos (se fiaba de nosotros) aquello tan valioso. Él se jugaba todo y, sin embargo, tantas veces dejó en nuestras manos la criatura. Sólo podíamos corresponderle con la máxima lealtad.

A lo largo de mi carrera he tenido empresarios, mejores y peores. Alguno realmente descabellado. Y he tenido directores. Los recuerdo uno a uno por sus nombres y por lo que aprendí de y con ellos. Alguno intuitivo y brillante, alguno locoide e iluminado, alguno distante y mayestático, alguno compañero, sobre todo. Si alguna vez vuelvo a dirigir un medio, sé que ahora me parecería mucho al director que fue Juan Pablo y no porque haya sido uno de los que más me han durado (o yo a él) sino porque fue un magnífico director de periódico. Y eso es lo más.