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Míriam Juan-Torres González. Jefa de investigación del programa Democracy & Belonging Forum del Othering & Belonging Institute en la Universidad de Berkeley (California). Asesora senior de la organización internacional More in Common. También ha trabajado como profesora asociada en derechos humanos en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha sido consultora de la ONU en Ghana y Colombia. Experta en polarización social, derechos humanos y política.


«Pactos», monográfico de Nueva Revista

Avance

La polarización no es simplemente la falta de acuerdo, no se trata de divergencias en diversos temas. ¿Qué es, pues, la polarización? Míriam Juan-Torres responde con la clasificación de la profesora Jennifer McCoy: se puede concebir como un proceso, un estado, o una estrategia. Este artículo se centra en la llamada polarización afectiva, un tipo de polarización ligada a cómo se construyen las identidades de grupo y que «si se descontrola, hace que los pactos entre determinados actores sean prácticamente imposibles». La razón es un tomar la parte por el todo: «Ocurre –explica la autora– cuando existe una multiplicidad de diferencias que se van alineando en torno a una sola dimensión y que hace que las personas perciban y describan la sociedad y la política como dividida entre un “nosotros” contra “ellos/los otros”». Si esto sucede, el futuro o la viabilidad «del grupo (o de la nación, el proyecto de país, etc.) depende de la derrota de la parte opuesta. La política se convierte en un juego de supervivencia y de suma cero. Por lo tanto, en este contexto, el pacto es una traición».

¿Cómo es posible combatirla? Evitando la ruptura, intentando tender puentes. En vez de encapsularse, mirando hacia afuera buscando a los demás «para conectar y trabajar explícitamente con otros» a la búsqueda de un proyecto común. Los ingredientes necesarios son empatía y «la decisión deliberada de ver al otro como un ser complejo, capaz de multiplicidades, y con un rol legítimo en la sociedad».

Importante: la autora llama la atención sobre el hecho de que, aunque las partes estén en polos opuestos, en ocasiones «tender al centro sería desastroso». Y da el ejemplo de la sociedad norteamericana del siglo XIX, extremadamente polarizada en torno a la esclavitud hasta el punto de acabar en la guerra civil. En ese caso, la solución no era negociar una posición intermedia. La polarización no tiene, por desgracia, soluciones predeterminadas, pero contar con espacios de diálogo y líderes que no echen mano de prácticas polarizantes siempre ayuda.


Artículo

La negociación y la deliberación son procesos esenciales en una democracia. Son aspectos fundamentales del proceso, que adquieren aún más relevancia en sociedades fracturadas donde las grandes mayorías son cada vez más elusivas y en las que los pactos se convierten en indispensables para poder gobernar.

A veces, esa fractura o división puede tomar la forma de polarización, que en su modo más extremo hace que los pactos sean mucho más difíciles de alcanzar, si no imposibles. Cuando esto sucede, la democracia puede entrar en un proceso de declive, como estamos viendo hoy en día [1]. Es en este contexto que fuerzas antidemocráticas y antiliberales encuentran un campo fértil para que sus estrategias, tácticas y discursos tomen arraigo.

La polarización no es la falta de acuerdo. El desacuerdo es parte natural de cualquier sociedad, y especialmente de una sociedad democrática. La polarización a la que me refiero no se trata de divergencias (menores o mayores) en temas concretos, sino lo que se conoce como polarización afectiva, un tipo de polarización ligada a cómo se construyen las identidades de grupo y que, si se descontrola, hace los pactos entre determinados actores prácticamente imposibles.

¿Qué es la polarización?

Dada la popularidad del término, quizás es un poco irónico que no haya consenso en cómo definir exactamente la Polarización [2]. Como término, se usa para describir situaciones muy distintas y frecuentemente de forma inadecuada. Según la profesora McCoy y compañeros, la polarización se puede concebir como un proceso, un estado, o una estrategia [3].

Primero, como proceso, la polarización ocurre cuando existe una multiplicidad de diferencias que se van alineando en torno a una sola dimensión y que hace que las personas perciban y describan la sociedad y la política como dividida entre un «nosotros» contra «ellos/los otros». En este sentido, el proceso lleva a que se desarrollen identidades grupales (sociales) que subsumen esas diferencias. Es parecido a lo que se conoce en inglés como «conflict extension» o extensión de conflictos, donde las posiciones en temáticas completamente distintas acaban yendo ligadas. Usando el caso paradigmático de Estados Unidos como ejemplo, país polarizado a nivel partidista entre republicanos y demócratas, si uno sabe qué piensa una persona sobre la posesión de armas, es posible que pueda adivinar su opinión sobre el aborto o la inmigración. Es como si una, al saber qué piensa otra persona sobre el Madrid o el Barça, pudiera deducir también qué piensa sobre los regadíos ilegales o la inmigración, como si esa identidad pasara a resumir todo un conjunto de ideas que siempre van juntas.

A nivel psicológico, eso conlleva que, al identificar a una persona «del campo contrario», se infieran directamente (y usualmente de forma subconsciente) todo un conjunto de ideas. Lleva a tener versiones estereotipadas del otro.

En el Reino Unido, en cambio, país que está menos polarizado, las opiniones no confluyen en los mismos grupos. Por ejemplo, hay sectores de personas más progresistas, comprometidas con la lucha contra el cambio climático y que favorecen la migración. Pero también hay sectores opuestos a la migración con altos niveles de preocupación por el medio ambiente.

Segundo, como estado, la polarización llega a un nivel de equilibrio cuando una sociedad se encuentra dividida en campos binarios, con desconfianza mutua, donde ninguna de las partes tiene un incentivo para seguir una estrategia despolarizadora. En este sentido, lo cierto es que, aunque a veces usamos «polarización» para describir a nuestras sociedades, la mayoría de ellas no han llegado a este extremo, sino que estamos más bien en una situación de fragmentación.

Es ahí donde solemos encontrar diferencias entre las élites políticas y la sociedad. Solemos observar cómo a nivel político podemos ver que sí se han generado y solidificado esos bloques a pesar de que la sociedad no siente o vive la política o la realidad social del mismo modo. No obstante, se produce un proceso de arriba hacia abajo en el que a través de las narrativas se van conformando estos grupos. La consolidación en grupos opuestos puede llegar a romper la cohesión social.

Tercero, como estrategia, la polarización se usa instrumentalmente por élites y emprendedores políticos para ganar y mantener el poder, consiguiéndolo a través de ilegitimar la opinión de la contraparte y fomentar su descrédito moral.

La polarización como estrategia es muy útil para movilizar, puesto que activa miedo y emociones, pero puede ser demoledora a medio y largo plazo. Puede llevar incluso a que se creen realidades paralelas, como por ejemplo en Estados Unidos donde, hoy en día, incitados por el expresidente Trump y varias teorías de la conspiración, grandes sectores del electorado no están de acuerdo en quién ganó las últimas elecciones generales. Si no se tiene un mínimo nivel de acuerdo en ciertos hechos es imposible llevar a cabo una negociación que resulte en un pacto.

Común a estas tres concepciones de la polarización es la parte afectiva, quizás el aspecto que más preocupa a los expertos en conflictos y polarización. No nos referimos a la polarización temática (las discrepancias extremas en un tema o una serie de temas específicos) o a la división ideológica (que puede existir sin que se llegue a la polarización afectiva), sino a la situación en que se crean esas identidades de grupo cada vez menos porosas y que no se superponen, rígidas, que llevan a ver a los miembros del grupo propio muy favorablemente y a los del otro grupo muy desfavorablemente [4].

Este tipo de polarización afectiva se convierte en un «hiperproblema», es decir, el tipo de problema que hace que la solución a cualquier asunto sea mucho más difícil de lograr.

Tener opiniones más favorables de aquellos con los que nos identificamos y desfavorables del grupo que se percibe como contraparte es totalmente natural. No obstante, ese diferencial entre cómo se percibe cada grupo puede intensificarse y llevar a la construcción de identidades sin puntos de encuentro.

Todos tenemos múltiples identidades. Pueden ser identidades basadas en rasgos demográficos o, por ejemplo, en gustos, opiniones, o preferencias (ideología, afición a un deporte, etc.) y éstas se suelen superponer con las de diferentes individuos según cuál de ellas se trate. Esos puntos en común facilitan la comunicación. Pero la polarización afectiva puede llevar a que se reduzca a otra persona a un solo elemento de su identidad y su ser, en un proceso de otredad que redefine las fronteras entre grupos. La identidad de grupo actúa como un marcador para otras divisiones agregadas que vinculan a los ciudadanos con un líder particular o una identidad partidista.

Un ejemplo absurdo pero ilustrativo: como firme defensora del chocolate negro, veo de manera escéptica a aquellos que perciben el chocolate con leche como el mejor chocolate (el blanco no es chocolate, así que no hace falta ni hacer mención). Ser amante del chocolate negro es un aspecto de mi identidad, pero tengo múltiples identidades y esta no es la dominante. Una siempre tiene conciencia de que ese también es el caso de aquellos que prefieren el chocolate con leche, y, además, no percibo sus preferencias como una amenaza existencial a las mías o a mi ser. Además, habrá otras preferencias, e incluso identidades, en las que coincidimos, suavizando esa diferencia.

¿Pero qué sucede cuando un elemento de nuestra identidad se convierte en el más importante de todos y a su vez reducimos al otro a solo ese aspecto en el que divergimos?

¿Pongamos que me identificara como persona de derechas, ese aspecto se convirtiera en la identidad más importante que llevo conmigo, estuviera constantemente activada porque percibo que está bajo amenaza, y viera a la gente de izquierdas como una amenaza existencial? ¿Sería capaz de pactar con esas personas? La ruptura parece un escenario más plausible. Con el tiempo, el eje izquierda-derecha, un constructo social y por lo tanto ficticio, se iría solidificando.

La polarización y los pactos

Una de las principales consecuencias (y, a su vez, causa) de la polarización afectiva es la ruptura. En palabras del líder y académico del Instituto Othering & Belonging de la Universidad de Berkeley, John A. Powell, la ruptura (en inglés, breaking, siguiendo las teorías de capital social de Robert Putnam) conlleva que nos volquemos hacia adentro, solo hacia lo que sabemos y a quiénes conocemos [5]. Este camino conduce a una política de aislamiento y facilita que tengamos visiones estereotipadas y simplistas del «otro».

Al usar la polarización como estrategia, a la otredad se le añade la demonización y en su caso más extremo, la deshumanización. En ese sentido, la polarización afectiva impide la comunicación efectiva. No importa lo que se dice sino quién lo dice. Para pactar, es necesario ver a la contraparte como a un interlocutor válido, pero la polarización afectiva puede llevar a la situación contraria. A veces, este juicio no se realiza a nivel consciente. Como humanos, a nivel psicológico nuestras mentes siempre toman atajos para hacer juicios rápidos sobre cómo interpretar un hecho o a una persona. Ese proceso de otredad arraiga en nuestra mente la idea subyacente que el otro es malo o no es de fiar, y sin que nos demos cuenta dejamos de interactuar con el contenido y juzgamos con base en quién es el mensajero, quién asumimos a priori y en un juicio rápido que no es de fiar.

Cuando esto ocurre nos podemos encontrar en situaciones que rozan lo absurdo. Por ejemplo, sabemos que a nivel de política pública existen grandes consensos en sociedades como la española, la francesa o la británica [6]. A nivel ciudadano, hasta hace poco, ha habido pocas divergencias entre amplios sectores de la ciudadanía en cuestiones como el cambio climático o económicas (o en la necesidad de hacer frente al fenómeno de la España vaciada). Pero a pesar de ese consenso en la opinión pública, de ese consenso social, debido a como se ha usado la polarización a nivel discursivo es muy difícil llegar a pactos.

No es posible estar pública y constantemente pintando al otro de demonio y luego salir de la mano. En parte, porque quizás no te la va a tomar, pero, por otra parte, porque después de mandar esas señales, el coste de cara al público de desdecirse puede ser alto. Si se llega al extremo de demonizar al oponente, es muy difícil luego justificar «pactar con el demonio». Además, la demonización y/o deshumanización de la contraparte suele ir ligada a presentarla como una amenaza.

Esa amenaza no se perfila solo como física o material (a nivel de seguridad o de competición por recursos) sino que se describe como una amenaza ontológica, existencial. Trump suele hacer uso de esta estrategia discursiva. En 2023, al anunciar su candidatura a las elecciones generales, usaba estos términos: o se asegura la victoria, se asegura al país, o «nuestro país se va a perder para siempre» («our country will be lost forever»).

La supervivencia del grupo (o de la nación, el proyecto de país, etc.) depende de la derrota de la parte opuesta. La política se convierte en un juego de supervivencia y de suma cero. Por lo tanto, en este contexto, el pacto es una traición, ya que pone en riesgo la supervivencia de uno mismo.

A quiénes beneficia la polarización afectiva

Hay pocos ganadores en un escenario de polarización afectiva, pero es un escenario ideal para el auge del populismo autoritario (que suele, a su vez, fomentar la polarización). En un escenario de polarización afectiva y de división de la sociedad en grupos, de «nosotros contra ellos», la estrategia populista de dividir entre «las élites» enemigas y el pueblo por el que los populistas dicen hablar es más efectiva. El «nosotros» se define de manera maleable para excluir todo aquél que no está de acuerdo con ese actor, y normalmente también de manera nativista e identitaria.

Es más, en escenarios de polarización extrema donde el debate electoral se convierte en una batalla existencial, es más fácil explotar miedos y emociones, de ese modo aumentando las ansiedades y la sensación de inseguridad. Ante esa situación, los discursos antagonistas y simplistas, que reducen cuestiones complejas a falsos binarios suelen tener más éxito, ya que alivian esa ansiedad y dan una falsa sensación de control y pertenencia.

Es el terreno perfecto para las batallas culturales en las que las lógicas populistas e identitarias pueden triunfar. El «otro» al que se refieren los populistas autoritarios es la raíz de todos los males, y por lo tanto, todo está justificado para combatirlo: la desinformación, ampliar el poder ejecutivo, o debilitar el poder judicial, son ejemplos clásicos de las tácticas autoritarias que se emplean en este contexto que llevan al control absoluto que no requiere pactos (véase Viktor Orbán en Hungría).

Alternativas

En vez de optar por la ruptura y la estrategia polarizante, es posible tender puentes. Si la ruptura consiste en mirar hacia dentro del grupo, tender puentes consiste en tornarse al exterior para conectar y trabajar explícitamente con otros para buscar formas de construir un proyecto común. Requiere empatía y la decisión deliberada de ver al otro como un ser complejo, capaz de multiplicidades, y con un rol legítimo en nuestra sociedad.

Para ello es importante entender cómo se forman las identidades de grupo, cómo se construye y se mantiene una identidad común y cómo se puede cocrear un proyecto compartido de sociedad.

A su vez, también es necesario hacer un diagnóstico correcto y tener en cuenta que, si bien muchas sociedades están en procesos de polarización y ésta es una estrategia en alza, también es cierto, con respecto a la política pública, que en muchas cuestiones las partes «opuestas» no están en polos de opinión opuestos. A veces quieren llegar a lo mismo de forma distinta. A veces tienen posiciones distintas dentro un espectro, sin estar en los límites.

A veces, y esto es importante, las partes sí están en polos opuestos, pero tender al centro sería desastroso. Es esencial entender que este proceso de tender puentes no supone que la solución sea el centrismo o que se deba tender a una posición intermedia. Para llevarlo a un caso extremo, la sociedad norteamericana del siglo XIX estaba extremadamente polarizada en torno a la tenencia y posesión de esclavos. Una polarización que llevo a la guerra civil. Pero la solución a esa diferencia entre los abolicionistas y los favorables a la esclavitud no era negociar un pacto a favor de una posición intermedia. En este último ejemplo, el conflicto desembocó en guerra y, de hecho, los datos sugieren que la polarización en sus extremos puede llevar a un auge de la violencia política. Pero este proceso no está predeterminado.

Lo que es evidente es que es necesario crear espacios de diálogo distintos y que los líderes abandonen prácticas polarizantes. Si no, el riesgo es que se erosione la democracia y la posibilidad de realizar un proyecto de sociedad inclusiva en la que se garantice el goce y disfrute de derechos y libertades de todos sus integrantes.


NOTAS

[1] «Understanding and Responding to Global Democratic Backsliding», Thomas Carothers y Benjamin Ress, Carnegie Endowment for Peace:  https://carnegieendowment.org/2022/10/20/ understanding-and-responding-to-global-democratic-backsliding-pub-88173

[2]  «First Principles: The Need for Greater Consensus on the Fundamentals of Polarisation», Mark Freeman, IFIT: https://ifit-transitions.org/wp-content/uploads/2023/05/First-Princi- ples-The-Need-for-Greater-Consensus-on-the-Fundamentals-of-Polarisation-Final.pdf

[3] «Reducing Pernicious Polarization: A Comparative Historical Analysis of Depolari- zation», Jennifer McCoy, Benjamin Press, Murat Somer, and Ozlem Tuncel, Carnegie Endowment for Peace: https://carnegieendowment.org/2022/05/05/reducing-perni- cious-polarization-comparative-historical-analysis-of-depolarization-pub-87034

[4] «The Origins and Consequences of Affective Polarization in the United States», Shanto Iyengar, Yphtach Lelkes, Matthew Levendusky, Neil Malhotra, and Sean J. Westwood, Annual Review of Political Science, 2019, https://www.annualreviews.org/ doi/abs/10.1146/annurev-polisci-051117-073034

[5] «Bridging and Breaking», john a. powell, Othering & Belonging Institute: https:// belonging.berkeley.edu/bridging-and-breaking

[6] Veáse resultados encuestas de la organización More in Common: https://www. moreincommon.com/our-work/publications/

 

 

Jefa de investigación del programa Democracy & Belonging Forum del Othering & Belonging Institute en la Universidad de Berkeley (California). Asesora senior de la organización internacional More in Common. También ha trabajado como profesora asociada en derechos humanos en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha sido consultora de la ONU en Ghana y Colombia. Experta en polarización social, derechos humanos y política.