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Esteban Fernández-Hinojosa. Doctor en Medicina y cirugía. Es especialista en Medicina Intensiva y académico de la Real Academia de Medicina de Cádiz. Colaborador de la revista de filosofía de la ciencia del Seminario ‘Naturaleza y Libertad’ de la Universidad de Sevilla, firma el ensayo ¿Qué es la enfermedad? en la editorial Senderos.


Avance

Mucho se habla de humanizar la medicina, pero pasar a la acción y hacerlo de verdad exige trascender los límites del entorno sanitario. «Quizá la tarea pase por revitalizar el espíritu humanista que late en el hondón del viejo oficio. Si el humanismo nunca renunció a la ciencia, en una educación médica centrada en los medios (la tecnología) cabría, ahora más que nunca, potenciar la reflexión humanística de los fines». Esa es la propuesta del autor del artículo que recuerda la dimensión múltiple de la responsabilidad de los profesionales de la medicina: se dirige a su paciente, pero también ha de «cuidar los recursos que ofrece el sistema para que la atención sea accesible, justa y segura». Y aún hay más, ambas responsabilidades «recaen en otra que se orienta a una sociedad más humanista, que necesita personas que trabajen en los hospitales y centros de ancianos, que se ocupen de los débiles y los enfermos, y aprendan a ser compasivos y honestos. La civilización no se construye a fuerza de gigantescas bases de datos; necesitamos todo tipo de habilidades, intelectuales y afectivas». Es por ello que el autor destaca cómo algunas facultades de medicina han incorporado programas de humanidades «con los que comprender mejor la experiencia humana».


Artículo

Que el desarrollo tecnocientífico puede comprometer el humanismo que ha movido la práctica médica desde sus albores nadie lo discute hoy. La corriente humanista,
movimiento político y filosófico que se define por un modo de pensar y actuar que da primacía a los valores humanos, surge en el Renacimiento como reacción a la escolástica medieval a fin de impulsar la experiencia humana, sustituyendo el teocentrismo imperante por un antropocentrismo que renuncia a la dependencia sobrenatural. Esa revolucionaria posición resultó una fuerza motriz en el arte y la
literatura del Renacimiento convirtiéndose, dos siglos más tarde, en la base intelectual de la Ilustración, cuya apuesta por el valor de la razón acabó por desatar el desarrollo de la ciencia en el siglo XVIII. Sin embargo, muchos han percibido en los principios éticos del Juramento Hipocrático (siglo V a. C.) latidos de una ancestral forma de humanismo, custodiado en el medievo por figuras como Avicena o Maimónides, y que llega hasta el Renacimiento, cuya medicina comienza a apoyarse tanto en la ciencia como en las humanidades. Hace apenas un siglo surgía en Europa un modelo de humanismo que, sin renunciar a la condición subjetiva de la naturaleza humana, reintegra de nuevo su dimensión sobrenatural.

En las últimas décadas del siglo XIX obraron ciertos cambios en medicina a partir del desarrollo científico de la fisiología. La profesión, en su sentido clásico, dejó paso al oficio; se desarrolló un corporativismo que, poco a poco, fue acercándose al mundo del mercado. Por otro lado, las democracias liberales han heredado rasgos de aquel materialismo que orilla ciertos valores esenciales de la comunidad, como la generosidad, el cuidado, la compasión o la educación sentimental de nuestra fuerzas naturales. Con la creciente dependencia de la tecnología, la relación médico-enfermo ha evolucionado hoy a formas más fugaces y fragmentarias. Esa tendencia, contraria al humanismo, ha contribuido a la insatisfacción de pacientes y profesionales. Y en el intento de sintonizar con las necesidades del paciente, la idea de «humanizar la medicina» es en la actualidad objeto de azacaneados afanes en nuestros hospitales. Quizá la tarea pase por revitalizar el espíritu humanista que late en el hondón del viejo oficio. Si el humanismo nunca renunció a la ciencia, en una educación médica centrada en los medios (la tecnología) cabría, ahora más que nunca, potenciar la reflexión humanística de los fines. De acuerdo con sus principios, si la medicina es un modelo de humanismo en la sociedad, este «humanizar la medicina» tiene que ser mucho más que un conjunto de gestos para hacer amigable el entorno sanitario.

El humanismo celebra la vida

Las leyes sobre aborto, eutanasia o transgenerismo forman categorías que son contrarias al humanismo médico porque destruyen al ser humano en su realidad biológica y ontológica, lo que confiere daño y sufrimiento irreversibles. La manipulación ideológica del saber científico tampoco es humanista porque el humanismo celebra la ciencia y respeta la vida. Hoy prestigiosas facultades de medicina americanas restan peso a las calificaciones, un mecanismo de puerta trasera para propiciar la diversidad; pero al hacerlo en detrimento del mérito, la educación se escora hacia posiciones poco humanistas. De aquel antropocentrismo renacentista en el que «el hombre –dice Guardini– no quiso ser ya la imagen, sino el arquetipo, y tener el conocimiento y el poder de Dios», arrastramos los lodos de una realidad distorsionada del ser humano que se cree la medida de toda verdad. Quizá el estallido de los logros tecnológicos haya confundido el sentido de nuestras acciones. En la locura de decidir qué somos, de arbitrar sobre la vida y la muerte o sobre lo que está bien y está mal, renunciamos al rastro divino que nos concilia con nuestros defectos profundos, so pena de convertirnos en seres desnortados y atrapados en el abismo de la soberbia y la desesperanza. Falta insuflar sabia nueva a esta civilización en decadencia para que, como refutación a las posiciones materialistas del drama postmoderno, su arte y literatura consiga reflejar la imagen de un ser humano reconciliado con sus límites y con el misterio de su origen.

Abordar el humanismo en medicina implica afrontar las amenazas que deshumanizan y dividen el mundo de la vida. Nadie tiene derecho a abrazar errores que profanan la estructura antropológica y comprometen el futuro de la humanidad. No le falta razón a Rémi Brague cuando dice que occidente se deja serrar la rama del árbol sobre la que asienta. La educación custodia la memoria de la civilización para mejorarla, sí, pero no viola los principios que protegen a la comunidad de nuestros diabólicos instintos. La responsabilidad del médico se dirige a su paciente, también a cuidar los recursos que ofrece el sistema para que la atención sea accesible, justa y segura. Pero ambas responsabilidades recaen en otra que se orienta a una sociedad más humanista, que necesita personas que trabajen en los hospitales y centros de ancianos, que se ocupen de los débiles y los enfermos, y aprendan a ser compasivos y honestos. La civilización no se construye a fuerza de gigantescas bases de datos; necesitamos todo tipo de habilidades, intelectuales y afectivas. Algunas facultades de medicina en España cuentan con programas de humanidades con los que comprender mejor la experiencia humana, programas que deberían codificarse y expandirse. La discusión política y filosófica entre estudiantes de medicina contribuiría a forjar profesionales comprometidos.

La medicina no tiene precio

Aunque los médicos estamos con frecuencia abrumados por las tareas de la profesión, plantear estos asuntos en los foros adecuados puede iluminar y honrar la identidad profesional y evitar la victimización y complicidad de nuestro silencio. Es también un antídoto contra el descontento que cunde en la profesión. Pocos académicos, escritores y profesionales se atreven a discutir sin ambages las políticas aberrantes que atentan contra la vida, o las ideologías que amenazan a los menos afortunados. En La Divina Comedia, los hombres y los ángeles que en su calculada ambigüedad no hicieron ni el bien ni el mal penan para siempre en el vestíbulo del infierno. El acto médico tiene que trascender una cultura que brinda al que sufre un bien que se puede comprar y vender en el mercado. La experiencia y posición del médico puede ofrecer una cierta visión, alguna palabra acerca de la cultura de la vida y la compasión, y mostrar el camino para sanar al que sufre. La medicina no tiene precio. No se puede comprar ni vender, sólo se puede ofrecer. Y esa es su forma de contribuir con sabia nueva a la rama quebrada de los débiles que ha sostenido el concepto de civilización. La medicina seguirá empeñada en su compromiso humanista, de manera que «humanizar la medicina», en el actual ambiente acrítico, no resulte, además de anodino, una balsámica hipocresía.

Doctor en Medicina y cirugía. Es especialista en Medicina Intensiva y académico de la Real Academia de Medicina de Cádiz. Autor del ensayo «¿Qué es la enfermedad?», publicado por Senderos.