Tiempo de lectura: 10 min.

AVANCE

¿Un hobby, un complemento, mera decoración…? Los estudios de humanidades quedan bien en cualquier currículo, pero no parecen ser sustancia, algo que el alumnado elija porque sí: por sus bondades, porque es su vocación y porque esperan a partir de su conocimiento en profundidad poder armar una carrera profesional. Tampoco les va bien a las humanidades estadísticamente hablando: parece ser un fenómeno mundial el descenso en las matriculaciones durante la última década. Es uno de los datos —y aporta muchos— que ofrece un largo artículo en The New Yorker firmado por Nathan Heller. Los subraya o matiza a base de testimonios de alumnos y profesores que ofrecen diversas perspectivas sobre el (mal, en general) estado de la cuestión y algunas pistas sobre las causas. También hay algunos ejemplos que, partiendo del contexto de crisis generalizada, resultan esperanzadores: universidades en las que las matriculaciones en humanidades suben y es, en buena parte, gracias al tirón de la formación online, a la educación a distancia.

El completo panorama que dibuja el artículo principal que aquí se presenta se complementa con más fuentes. Por un lado, el análisis encendido del obispo Barron con su expresivo grito en favor de las artes liberales y el último estudio de CRUE, cuyas cifras anclan la cuestión a la realidad de la Universidad española. Espóiler: Spain sigue siendo different.


ARTÍCULO

Las matriculaciones en humanidades están en caída libre en las universidades de Estados Unidos ¿Qué ha ocurrido? Con ese subtítulo se presentaba un completo artículo en The New Yorker firmado por Nathan Heller lleno de cifras y testimonios de alumnos y profesores para ofrecer un completo panorama de causas y consecuencias. Lo primero, algunos datos significativos.

En términos generales, desde 2013, el estudio de filología inglesa e historia ha caído un tercio; mientras, se ha disparado el de titulaciones STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas). Para ese periodo de tiempo en la Arizona State University, por ejemplo, se pasó de 953 a 578 de matrículas en filología inglesa. Los registros indican que el número de licenciados en Lengua y Literatura se redujo aproximadamente a la mitad, al igual que el número de licenciados en Historia. No es un caso único, según Robert Townsend, codirector del Barómetro de Humanidades de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, según indica el artículo, «de 2012 a 2020 el número de licenciados en humanidades en el campus principal de Ohio State cayó un 46%. Tufts perdió casi el 50% de sus carreras de humanidades, y la Universidad de Boston, el 42. Notre Dame acabó con la mitad de las que tenía al principio y Suny Albany perdió casi tres cuartas partes. Vassar y Bates ‒universidades de artes liberales‒ vieron reducirse las carreras de humanidades a la mitad. En 2018, la Universidad de Wisconsin en Stevens Point consideró brevemente eliminar trece carreras, entre ellas inglés, historia y filosofía, por falta de alumnado. Durante la última década, el estudio del inglés y la historia en la educación superior se ha reducido en un tercio […]».

La tendencia refleja la tónica mundial; «cuatro quintas partes de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) informaron de un descenso de las matriculaciones en humanidades en la última década».

Algunas posibles razones se esbozan en los testimonios y casos recogidos por Heller. Justin Kovach, por ejemplo, amante de la literatura, de los clásicos «gordos, duros y de lenguaje rebuscado» optó por la ciencia de datos. Se graduará con una deuda de unos 30.000 dólares. ¿Por qué aparece aquí la cifra? Esa carga ‒y sobre todo las posibilidades saldarla‒ pesa también a la hora de decidir. En el artículo se lee: «Desde hace décadas, el coste de la educación ha aumentado por encima de la inflación. Una de las teorías es que esta presión, unida a la creciente precariedad de la clase media, ha contribuido a que estudiantes como él se decanten por carreras más especializadas. (Los estudiantes de inglés, por término medio, tienen menos carga de deuda que los estudiantes de otras carreras, pero tardan más en pagarla)».

La economía también está presente ‒o directamente es la razón‒ por la que otra estudiante, graduada Harvard en 2021, prefirió la especialización en biología molecular y celular a la  lingüística, que también cursó como minor. Sus padres, inmigrantes, le inculcaron la importancia de estudiar una carrera que le posibilitara trabajar ante todo. Y recuerda sus palabras:

«No se va a Harvard a hacer cestería». Son muy gráficas; describen el sentimiento de tomar a las humanidades como un hobby, una especie de pasatiempos cualificado, pero nada medular. Decoración, cestería, complementos.

Spain siempre is different

CRUE Universidades la asociación sin ánimo que forman 50 universidades públicas y 26 privadas acaba de presentar su informe más reciente: La situación de la Universidad en cifras 19-20. Y trae sorpresas. Por un lado, se constata la habitual mayor tasa de empleo de «campos de estudio como informática, ingeniería, industria y construcción y salud y servicios sociales, superando claramente el 90% para sus egresados y egresadas. La tasa de paro es aquí del 4,5% al 6%. Por el contrario, Artes y Humanidades y Educación y Ciencias presentan una tasa de empleo entre el 77%-83% y tasas de paro que superan con claridad el 10%».

Hasta ahí, todo previsible, pero en paralelo, se lee en el informe, «se ha producido un acusado cambio de las preferencias por ramas de enseñanzas,

con un desplome de las enseñanzas tecnológicas y de ciencias experimentales (STEM), ignorando la población universitaria las reiteradas señales de empleabilidad procedentes del mercado de trabajo,

y una fuerte preferencia por las enseñanzas de salud, potenciada por la masiva incorporación de los estudiantes de Bachillerato más brillantes: las mujeres. Por ramas de enseñanza, ha crecido un 172% la matrícula de Ciencias de la Salud, que ha pasado de representar el 7% al 18% del SUE y se ha incrementado también un 9% la matrícula de Artes y Humanidades, a pesar de las dificultades de empleabilidad que presentan los egresados de esta última rama. En sentido contrario, las matrículas de la rama de Ingeniería y Arquitectura se han contraído un 21% y las de Ciencias un 19%, provocando que las enseñanzas STEM hayan pasado de representar el 33% al 24% del total de la matrícula de los cursos 1998 y 2020, respectivamente. Como sabemos, esta es la especialidad de estudios que ofrece más posibilidades de empleabilidad y que mejor retribuye a los egresados, al tiempo que el mercado laboral presenta una elevada demanda insatisfecha».

En relación con esto, un párrafo significativo. El adjetivo figura en el mismo documento cuando da cuenta de que

«campos con una elevada tasa de paro, como Educación, Artes y Humanidades y Ciencias, presentan crecimientos de demanda. Es todavía más significativo, si cabe, que el crecimiento de la demanda en estos campos se concentre en las universidades privadas,

instituciones en las que los estudiantes (sus familias) deben atender pagos de precios de matrícula más elevados. Este comportamiento revela que las instituciones universitarias privadas se guían por las preferencias de sus clientes (los estudiantes) y dirigen su oferta hacia ellos e independientemente de las señales de empleabilidad que emite el mercado laboral. Este comportamiento cuestiona, al menos en estos ámbitos, la mejor adaptación de la oferta de las universidades privadas a las necesidades del mercado laboral».

La eterna pregunta del para qué

Volviendo a la realidad estadounidense y al reportaje de The New Yorker, más allá de la empleabilidad y la necesidad de ganarse la vida, otro problema sustancial con el que se topan los estudios de humanidades es que estas no se entienden bien. Ni se sabe qué son ni para qué sirven, lo que echa para atrás a buena parte del alumnado que podría inclinarse por dicha especialidad. Lo ejemplifica bien el testimonio de Henry Heimo: «Creo que el problema de las humanidades es que puedes sentir que no vas a ninguna parte, y eso da mucho miedo», dijo. Vale, concede, «escribes un ensayo mejor de un semestre para otro, pero no es lo mismo que ser capaz de resolver un problema económico o hacer análisis políticos». No, no es lo mismo. No juegan en la misma liga, pero en la actualidad hay una herramienta universal que ha de medir todo con la misma herramienta… o con varias, pero medir, medir, medir. Cuantificar es la obsesión y las posibilidades que ofrecen las humanidades siempre son «difíciles de demostrar, y francamente ‒admite Haimo‒ no es lo que el mundo en general parece demandar».

En este punto el artículo repara en un dato significativo: esa necesidad de cuantificar ha erigido a la estadística como nuevo lenguaje del conocimiento.

Los datos lo corroboran: en  Harvard, en Introducción a la estadística, se matriculan 700 alumnos por semestre, frente a los 90 de 2005. Hay una especie de temor a no poder responder, argumentar, si no hay datos: «[…] alguien podría señalarme ‒dice Haimo‒: ¿Quién compone tu muestra? ¿Cómo recoges los datos?». Para concluir: «La estadística está en todas partes. Forma parte del buen análisis crítico de las cosas». El periodista Nathan Heller también saca las suyas: «Me di cuenta de lo que quería decir Haimo. En las redes sociales, en la prensa… La estadística está ahora en todas partes, es nuestro lenguaje del conocimiento. Hoy en día, una idea cuantitativa del rigor subyace en muchos argumentos sobre el valor de las humanidades». Y trae a colación la frase que le dijo Spencer Glassman, estudiante de historia:

«Todos los que se dedican a STEM tienen la impresión de que las humanidades son una broma».

En el mejor de los casos, el alumnado parece cuestionarse el fin o el objetivo de las humanidades, en el peor no sabe de qué habla. Cuando llegó a su cargo en 2018 Jeffrey Cohen, decano de Humanidades en el College of Liberal Arts and Sciences de la Arizona State University (ASU), contrató a una empresa de marketing y realizó un estudio de mercado entre 826 estudiantes: 222 incluyeron biología entre las humanidades. «Fue revelador», dijo Cohen, porque, «en general, les gustaban las Humanidades y las valoraban más que otras disciplinas. Sin embargo, no tenían una idea clara de qué eran». Ni qué eran ni adónde conducían. Para centrar la cuestión, objetivarla de alguna manera, decidió impartir un curso llamado Making a Career with Humanities Major porque si visualizaban a alguien, una persona de cierta relevancia pública y notoriedad, y resultaba que había hecho una carrera de humanidades, lo comprendían: «Si saben que alguien como John Legend estudió literatura dicen “¡ah, entonces, sí!”».

Humanidades ¿en crisis de identidad?

Se podría decir entonces que las humanidades atraviesan un momento de crisis existencial. El departamento de filosofía inglesa de la (ASU) se ha planteado incluso cambiarse de nombre. Como recuerda uno de sus profesores: «Los estudiantes no se acercan atraídos por la literatura sino por el lenguaje de los medios, la escritura creativa y otros estímulos». El autor del reportaje cree que más que un problema de denominación o de verdadera falta de interés se trata de un problema de recuento: «Los estudiantes no han abandonado el edificio, sino que entran por otra puerta». Y ofrece datos de disciplinas en auge: el departamento de Historia de la Ciencia, en Harvard, ha experimentado un aumento del 50% en los últimos cinco años. También, en plena explosión, la bioética que no en vano lleva, empezando por el mismo nombre, mucho de ética.

¿Por qué no vincular las viejas especializaciones a los nuevos asuntos que resuenan en la actualidad como el cambio climático o la justicia racial?

Algunos de ellos han llegado para quedarse y en ellos las humanidades tienen mucho que decir. «Me gustaría que contáramos con mejores plataformas para el estudio de las humanidades medioambientales, médicas, la migración y los estudios étnicos», sostiene Robin Kelsey, decano de Arte y Humanidades en Harvard. En esa misma universidad el catedrático de Literatura comparada, Jeffrey Schnapp, gurú de las humanidades digitales con proyectos como MetaLAB, insiste en la apertura y expansión del modelo tradicional. Es justo lo que ha hecho con iniciativas como el mencionado laboratorio que experimenta con las artes y las humanidades en red y que abrió el año pasado una segunda sede en Berlín asociada a la Freie Universität, aunque para ello, como explica, haya tenido que adaptar estratégicamente los proyectos a lo que llama «incentivos de investigación».

Plegar velas o surfear las olas del mercado

Se llega en este punto a uno de los temas peliagudos: la financiación. Al respecto, en el reportaje de The New Yorker se lee: «En 1980, la financiación estatal representaba de media el 79% de los ingresos de las universidades públicas. En 2019, esa cifra era del 55% […]. Ante estos déficits, las universidades públicas tienen dos opciones: pueden reducir el aparato académico y enfrentarse a lo que esa disminución conlleva o correr hacia el mercado y surfear sus olas».

Entre las últimas, la ASU: «Invirtió en su educación en línea, que ganó prestigio […]. Los diplomas son los mismos tanto si se obtienen online como in situ, y la matriculación extra, más los fondos de donantes, hacen que todo marche viento en popa.

En 2007, la universidad recibió del Estado el 28% de su presupuesto operativo; el año pasado, el 9%, para un presupuesto de 4.600 millones de dólares. “Estamos funcionando en plena modalidad empresarial”, anunció el presidente, Michael Crow. Dicho de otro modo: muchas de las mejores universidades públicas estadounidenses funcionan cada vez más como empresas privadas».

Entre las que han optado por los recortes académicos está el caso de la Universidad Marymount, una institución católica de Arlington, Virginia, y su anuncio de suprimir de su programa filosofía, estudios religiosos, teología, arte, historia y sociología… También un máster en literatura inglesa. Tras conocerlo, el obispo Robert Barron lanzó en el portal de cultura católica Word on fire una vehemente llamada de atención dirigida a los profesores y administradores de las instituciones católicas de enseñanza superior: «Por el bien de nuestros jóvenes y, de hecho, de toda la sociedad, ¡no renuncien a las artes liberales!» Las últimas palabras dan título al artículo y la exhortación al completo lo termina. En el texto, el prelado recoge las razones que aduce la responsable de la universidad en cuestión: «Los estudiantes tienen más opciones que nunca para elegir dónde obtener un título universitario y esta universidad debe responder sabiamente a la demanda». Barron argumenta: «Bueno, está bien, pero uno se pregunta por qué le importa seguir siendo competitiva, ya que ha socavado de hecho el propósito de su universidad […]: la pérdida de las artes liberales equivale a una pérdida del alma».

Para Barron las artes liberales suponen un campo acotado ante el utilitarismo omnipresente: no buscan un objetivo, «son libres (liber en latín) precisamente de utilidad.

Y esto equivale a decir que son el tipo más elevado de disciplinas, porque no están subordinadas a nada fuera de sí mismas. Existen por sí mismas, dotadas de valor intrínseco. En esto se diferencian de las artes y ciencias prácticas, que existen para algo más». No se trata de una lucha entre unas y otras, porque ambas son necesarias, pero sí de establecer jerarquías: «Aunque las instituciones católicas de enseñanza superior siempre han estado dispuestas a ofrecer las materias prácticas, hicieron hincapié en las artes liberales precisamente porque sus fundadores estaban en el negocio de los significados. Las artes liberales se sitúan por encima de las ciencias prácticas, pero entre las propias artes liberales existe una especie de jerarquía, ya que todas ellas son reflejo y sirven finalmente al bien supremo, que es Dios. ¿Veis por qué es tan lamentable, por tanto, que las instituciones católicas se estén convirtiendo voluntariamente en academias STEM y marginando las mismas materias que tocan la finalidad y el sentido?» Acto seguido, para finalizar, lanza el SOS que da título al artículo.

Educación online, la baza de las humanidades

Para las universidades que, en vez de recortar, se lanzaron a capear el temporal, la situación no es tan dramática. Retomando el ejemplo de la ASU ‒en el reportaje de The New Yorker‒ incluso hay razones para el optimismo. Los cambios que acometieron trajeron gratas sorpresas especialmente en lo que respecta a las humanidades: mejores cifras. Afinando más aún, mejores cifras en la formación a distancia con un alumnado mayor «de entre 30 y 40 años que han sido padres y están comprometidos con la idea del valor de la educación en artes liberales», según el testimonio de Ayanna Thompson, profesora de inglés de la ASU. Aparte de la edad, el artículo también hace referencia a cierta actitud vital y relata la experiencia del acuerdo que esta universidad ha suscrito con Starbucks: la empresa paga a sus camareros matriculaciones a distancia, lo que supone para los trabajadores un incentivo y para la universidad una fuente de ingresos. Las humanidades también salen bien paradas.

Un apunte final sobre la irrupción de IA con modelos de lenguaje avanzados —el famoso Chat GPT— ha venido a ocasionar más turbulencias en el siempre agitado vuelo de las humanidades, pero también parece posible capear ese temporal. «Los estudios profesionales han demostrado que las carreras de humanidades, con su capacidad de comunicación y análisis, suelen acabar en puestos directivos. En este sentido, el valor del toque humanista funciona como el asidero en medio de una tormenta de cambios tecnológicos y culturales», se lee en el reportaje. «Creo que el futuro pertenece a las humanidades», afirma Sanjay Sarma, catedrático de Ingeniería Mecánica del MIT.