Tiempo de lectura: 2 min.

Los Relatos de la guerra carlista fueron proyectados por el autor como una larga serie de títulos similar a los episodios nacionales galdosianos. Al final solo aparecieron los tres primeros que integran una trilogía formada por «Los cruzados de la causa», «El resplandor de la hoguera» y «Gerifaltes de antaño», publicados entre 1908 y 1909. Como inacabadas figuran «Las banderas del rey» y «La guerra de las montañas».

Se trata de tres novelas cortas en extensión aunque de notable calidad literaria estilística, modernidad e interés humano. Para comprender en toda su intensidad dramática el marco ambiental en el que transcurren los hechos narrados conviene recordar la situación caótica en la que se encontraba la sociedad española durante esos años en los que se libraba la guerra bajo las banderas del aspirante al trono, el llamado Carlos VII, duque de Madrid. Isabel II abandona el trono en 1868. En 1870 asume la corona don Amadeo de Saboya. El nuevo monarca, que inicia su mandato ante el cadáver del asesinado general Prim, se retira amargado y desesperado en 1873. Se proclama la I República, efímera. Solo dura unos meses. En ese intervalo se levanta la segunda carlistada, que recibe el apoyo entusiasta de amplios sectores de las regiones del Norte, Este (Cataluña) y Centro de la Península, con especial virulencia en Navarra y País Vasco. Resuenan cañones, himnos entusiastas y consignas de la vieja España: Dios, Patria, Fueros, Rey. Valle-Inclán nace el año 1866, en la localidad gallega de Villanueva de Arosa, cuando todavía gobernaba la reina Isabel. Al comenzar la guerra carlista, en 1872 Valle es un niño de seis años. Al finalizar la contienda civil (1876), Amadeo de Saboya, República y Restauración (Alfonso XII) mediantes, nuestro autor acaba de cumplir diez años. En sus tierras gallegas, como en tantos lugares de España, las guerras carlistas han llegado a su fin, pero sus consecuencias (odios, rencores, amargos recuerdos) permanecen en el ánimo de los mayores, que lo transmiten a los jóvenes. Mucho debieron impresionar a Valle-Inclán aquellos acontecimientos cuando acertó a reflejarlos en toda su fuerza dramática a través de una serie de personajes que parecen tan reales que han llegado a disfrutar de nombre propio en el imaginario popular, como el famoso marqués de Bradomín, financiador exaltado, hasta arruinarse, de las huestes del fracasado rey Carlos VII. Valientes y cobardes, pillos en busca de beneficio, ambiciosos e idealistas, truhanes y héroes, se suceden en un cuadro colorista que Valle-Inclán ha sabido trazar con singular acierto, como, por ejemplo, la ágil plasticidad de algunas escenas en las que el autor se adelanta varios años a las técnicas cinematográficas. Impresiona la riqueza del léxico popular utilizado en los diálogos, con expresiones que pueden parecer vulgares y que, sin embargo, logran el efecto deseado: acercar al lector a la mentalidad y estados de ánimo de los protagonistas.

Los militares de uno y otro bando, en el fragor de la batalla o una vez finalizado el combate, cometen arbitrariedades y ordenan ejecuciones sumarias, movidas por el odio y los deseos venganza, no hay más ley que la derivada de la fuerza. Queda en el aire, finalmente, la pregunta: ¿muestra Valle-Inclán en sus relatos simpatía hacia el carlismo? ¿Llegó a figurar en sus filas? En todo caso, parece evidente su admiración y respeto por aquellos hombres, de la nobleza, el pueblo y la milicia, que arriesgaron y perdieron sus vidas, haciendas y prestigio a favor de una causa perdida teniendo en cuenta que las corrientes de la historia, la política, el pensamiento y la cultura caminaban en la dirección opuesta.

Abogado y Periodista