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David Fernández Vítores. Doctor en Lengua Española y Literatura y politólogo experto en Relaciones Internacionales. Catedrático acreditado en la Universidad de Alcalá. Su labor investigadora se centra en el estudio del español y otras lenguas desde una perspectiva sociodemográfica, política y económica. Autor de libros como La Europa de Babel, El español en las relaciones internacionales, La lengua española en Marruecos o La Europa multilingüe.

Avance

Como aquellos lugares utópicos que, pese a no estar en parte alguna —precisamente por ello—, sirven de modelo para reformar los que sí pisamos, Panhispania da titulo a esta obra y al intento de construir un país imaginario en el que situar todo aquello de lo que carece el español para seguir extendiéndose por el mundo. Es el reverso de algunos postulados, titulares e informes que cuentan las hazañas de una lengua, pero no todos los datos. Este libro está lleno de datos: datos económicos, demográficos, datos que tienen que ver con la industria musical, con la ciencia y su impacto, con los nuevos lenguajes de inteligencia artificial… Lo escribe alguien muy acostumbrado a tratar con ellos, pues el profesor David Fernández Vítores, catedrático en la Universidad de Alcalá, es el encargado desde hace más de una década del informe El español, una lengua viva, que publica todos los años el Instituto Cervantes. Es una de las fuentes principales que alimentan este estudio, del que constituye una versión crítica y, por extensión, del trabajo «de tantas personas siempre a las que admiro y que con tanto ahínco han trabajado para explicar lo que ocurre en el solar de este idioma. Mi propósito no es otro que abrir los ojos a algunas realidades del español que con frecuencia pasan inadvertidas tras la avalancha de datos institucionales».

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David Fernández Vítores: «Panhispania. Visita guiada por un país que nunca existió».
David Fernández Vítores: «Panhispania. Visita guiada por un país que nunca existió». Catarata, 2024

«En nuestro planeta, más de 7.500 millones de personas NO hablan español». No es simplemente un comienzo: es la asunción de un punto de vista poco habitual cuando se va a hablar de la lengua y su poderío. Ese poderío es lo que el autor de este libro pone entre paréntesis a raíz de una lectura pormenorizada de los datos. Y él tiene los datos, pues desde 2010 David Fernández Vítores es el encargado del informe El español, una lengua viva, publicado todos los años por el Instituto Cervantes y que se ha convertido en referencia a la hora de medir la presencia del español en el mundo. Obviamente, como reconoce él mismo, Panhispania bebe en gran medida de ese informe, pero «en lugar de quedarse en los grandes titulares de la lengua, presta más atención a la letra pequeña, a esos datos menos vistosos que a menudo se ocultan entre líneas y que no siempre muestran una cara tan amable».

Uno de sus primeros ejemplos apela directamente a la nostalgia y resulta muy expresivo. Recuerda un programa de finales de los 70 titulado 300 millones en referencia a la audiencia a la que iba dirigido, pues tenía la particularidad de emitirse para todos los países de habla hispana. Hoy debería llamarse 600 millones. Y, sí, es verdad que muy pocas las lenguas han conseguido doblar su número de hablantes —y sumar 300 millones— en un periodo tan corto, pero también lo es que «el porcentaje de hablantes de español de entonces era exactamente igual que el de ahora: el 7% de la población mundial». E insiste el autor: «que el árbol no impida ver el bosque». Con cierta precaución ante los titulares luminosos y predilección por los datos, se inicia así el paseo por ese bosque.

Fernández Vítores le hace un análisis de fortalezas y debilidades al idioma para encontrar —no suele ser desacostumbrado— que unas y otras coinciden. Le toca explicar por qué la demografía, la alta tasa de dominio nativo y la uniformidad pueden dejar de ser lo primero, fortalezas, para convertirse en lo segundo, puntos débiles. La demografía, que suele ser el argumento estelar, pierde fuelle: si en los últimos 75 años la comunidad hispanohablante creció un 300 por cien, las predicciones más optimistas para los siguientes 75 hablan del 15 por ciento. La estrategia de crecimiento debería volcarse entonces con aquellos que la tienen como segunda lengua. Una tarea nada fácil porque pone al español a competir con el inglés, del que representa algo así como su cara B. «A pesar de contar con una base demográfica nativa superior a la inglesa, tiene en comparación muy pocos habitantes que la utilicen como segunda lengua o que la hayan aprendido como extranjera. Por eso las instituciones públicas del mundo angloparlante apenas necesitan hacer promoción de su propia lengua, porque el sector privado ya la hace por ellas. En el mundo hispanohablante, por el contrario, el apoyo institucional para la promoción del español se suele considerar vital para su consolidación como lengua extranjera». Esas mismas instituciones, a través de diccionarios, ortografías y gramáticas han sido un elemento poderoso de homogeneidad. Pero todo está cambiando ante la llegada de potentes modelos de lenguaje: pese a los acuerdos de las Academias y otros organismos con las grandes empresas generadoras de IA, y sus intentos de intervenir en los códigos generadores de la misma, su efecto será muy limitado. Como señala el autor del texto, lo que le interesa a estas compañías tecnológicas «no es tanto cómo habla chat GPT o Alexa sino cómo habla su dueño […]. Imagínense por un momento tener un amigo siempre al lado que nos corrigiera cada paso todos los errores, voluntarios e involuntarios, que cometemos cada vez que abrimos la boca. No hay duda de que resultaría muy impertinente». En vez de facilitar la comunicación, la haría imposible y eso es algo que las empresas no van a permitir porque se juegan perder clientes, consumidores.

¿Crece o no el alumnado que aprende español?

Depende. Y esta es una palabra importante para entender los distintos puntos de este estudio. Si se miran las cifras absolutas, sí, crece muchísimo: un 70 por ciento en algo más de una década. Si en 2010 había 14 millones de personas aprendiendo español en 2022, había casi 24.  El autor invita a mirar de cerca y con cautela estas cifras porque el aumento «no se ha debido al interés que despierta la lengua española en todo el mundo, sino la contabilización de un número considerable de alumnos que hasta hace poco permanecían ocultos». Esta se produjo en diversas oleadas; en 2013 fue la de Estados Unidos y Brasil; en 2015 la del África subsahariana… «El único éxito indiscutible se encuentra en la Unión Europea. Su porcentaje de crecimiento en el periodo comprendido entre 2013 y 2020, al menos en la enseñanza primaria y secundaria, fue del 32 por ciento».

El caso de Estados Unidos merece cierto detenimiento. Allí, más que aprenderse, se mama y se habla en casa: «casi el 68% de los hispanos estadounidenses emplean en mayor o menor medida el español para comunicarse con sus familiares». No hay datos, sin embargo, sobre el grado de competencia lingüística de estos hablantes. ¿Se les puede considerar nativos? Mientras los expertos se entretienen en consideraciones demolingüisticas, lo que sí parece cumplirse es la llamada ley de hierro de las tres generaciones, esa que dice los nietos acaban perdiendo la lengua de los abuelos: «el 61 por ciento de los hispanos adultos de primera generación afirman tener el español como lengua principal frente al 8 por ciento de los de segunda generación y al uno por ciento de los de tercera y subsiguientes». Y es que si el español es muy potente como elemento identitario, cuando se trata se desenvolverse en el mercado estadounidense nada puede con el inglés.

La difusión del español no la hace el reguetón

Más que a los ritmos pegadizos de la música latina, el éxito del español es el éxito de la comunidad hispana de Estados Unidos, que ha sabido utilizar el ascensor social que le proporciona ese país. Esa es la tesis que defiende Fernández Vítores. De nuevo constata que la música latina se escucha de forma endogámica en el área hispánica e hispanohablante. Algunas cifras y una predicción: «Actualmente la música latina solo representa el 6,9 por ciento de la industria musical del país, muy lejos aún del 18 por ciento de población hispana que hoy tiene Estados Unidos. O, mejor dicho, del 13% de la población estadounidense que se declara hispanohablante, pues más de un cuarto de los hispanos no son capaces de hablar español. Cuando el mercado alcance dicha cota, el boom de la música latina probablemente toque a su fin». La clave del auge de la música hispana es haber sabido usar con éxito a Estados Unidos como plataforma de lanzamiento mundial. Como recuerda el autor, Miami es el epicentro de la industria musical latina. Para que algo cambie de forma radical es preciso que el español salte de este uso recreativo o identitario y pase a ser instrumento de la comunidad científica, política o mediática. Es un punto en el que autor incide con especial interés en diversos puntos de su investigación.

Ni en los medios, ni en la política, ni en la ciencia

Los datos que ofrece Fernández Vítores: desde 2008 el público hispano consume más noticias en inglés que en español. Univisión ha perdido el 40 por ciento de sus espectadores, mientras sus rivales en inglés aumentaban la audiencia. The New York Times mantiene edición y pódcast en español, pero su existencia vive siempre amenazada «por su dudosa rentabilidad». Otros medios dirigidos a los hispanos han cerrado o se han incorporado a plataformas de noticias más grandes (CNN Latino, NBC Latino o Fox News Latino). Eso por lo que respecta a los medios. En la política, solo el 13% de los registrados para votar tiene el español como lengua principal y el 40% de los votantes hispanos ni siquiera considera importante que su candidato hable español.

Mención especial recibe el asunto del español como lengua de ciencia, al que el autor le dedica un capítulo específico. A la conclusión de que es el segundo más usado por científicos de todo el mundo le sigue una pertinente reflexión sobre la presencia del español en la ciencia y en internet. Si antes estas eran cosas distintas ahora la diferencia se ha borrado. Las plataformas más potentes usan la red como criterio de repercusión de las publicaciones casi en exclusiva. «La adopción de este criterio tiene consecuencias de gran calado no solo para la divulgación científica en las distintas lenguas, sino también para el desarrollo de la ciencia en general». Con la visibilidad y las menciones como gran criterio es un hecho que la mayor parte de la producción científica mundial se realiza en inglés. «Al lado de esta lengua, la presencia del español es meramente anecdótica en la literatura científica con más repercusión social y económica o, como suele decirse, aquella de mayor impacto». A las cifras: el 36 por ciento de los autores registrados en la Web of Science que en 2010 publicaba sus textos científicos en español pasó a hacerlo en inglés en 2022 […]. En 2022 el 94% de los artículos que figuraban en esta base de datos habían sido redactados en inglés y solo el 1,3% en español». El círculo vicioso está servido y trasciende la mera esfera lingüística. A la apresurada línea que une los puntos de visibilidad-impacto-calidad se unen la producción de científicos no anglófonos que deciden publicar en inglés y «en cierto modo sucumbir a un lucrativo modelo de negocio diseñado en su mayoría por editoriales marcadamente anglosajonas». ¿Resultado? «Un negocio redondo en el que la barrera lingüística de entrada actúa al mismo tiempo como cierre monopolizador a favor de una industria monolingüe en la que el prestigio, medido en índices de impacto, es la moneda de cambio habitual».

Algunas conclusiones

Los capítulos se suceden, con títulos expresivos, explicando por qué el español no es y no será muchas de las cosas que se publican desde los diversos organismos o los medios: por qué el español no es en realidad una lengua internacional, por qué el español apenas brilla en la diplomacia o por qué el espanglish no es una variedad más del español… A la hora de las conclusiones, Fernández Vítores enumera una serie de observatorios, oficinas de promoción del idioma más allá de la Real Academia y el Instituto Cervantes y se pregunta si «de verdad son necesarios tantos organismos para observar el mismo fenómeno». Denuncia la estrategia de barrer para casa, de centrarse en el pequeño objetivo de incentivar las matriculaciones en vez de ir a por el gran objetivo, mucho más complejo, de promover el uso del español como lengua internacional relevante a través de una «estrategia diplomática de base capaz de dar visibilidad a los productos culturales y científicos elaborados por hispanohablantes […]: los alumnos vendrán solos».

El autor da la razón a la famosa frase de Nebrija: la lengua es compañera del imperio y el imperio, en la actualidad, habla inglés. «El español no es una lengua económicamente potente a nivel internacional ni tampoco una de la que salgan las grandes empresas que rigen nuestros destinos». El discurso alabatorio y triunfalista que suelen emplear las instituciones dedicadas a su promoción da aire una «burbuja autoinfligida», como la denomina Fernández Vítores, que concluye: «Ser conscientes de esta realidad se antoja un paso previo para avanzar en la dirección correcta».

Periodista cultural