Remedios Zafra. Escritora y ensayista española. Profesora de universidad e investigadora en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Orienta su trabajo reflexivo y de investigación al estudio crítico de la cultura contemporánea, el feminismo, la transformación del trabajo creativo y las políticas de la identidad en las redes.
Avance
Este libro parte de una experiencia real y cotidiana para la autora: solicitó un nuevo ordenador en su trabajo para completar un proyecto de investigación. Entonces, le pidieron que hiciera un informe indicando el uso que le daría, posibles dificultades, metodología, objetivos, etc. Harta de tener que someterse a este tipo de ejercicio, Zafra aprovechó la oportunidad para reflexionar sobre cómo la burocracia afecta el trabajo de quienes, como ella, se dedican a la vida académica. La autora advierte que, en la actualidad, estos profesionales se ven forzados a realizar trámites burocráticos constantemente, en lugar de concentrarse en lo que realmente implica su trabajo: investigar, leer, escribir, enseñar. La carga de trabajo nunca para de crecer, y el tiempo no es suficiente para cumplir con todo. Esto no solo se aplica al trabajo en la academia. En un tono confesional y poético, la autora describe cómo esta situación conduce a una desafección por el trabajo y a perder de vista su sentido.
Para luchar contra este fenómeno, Zafra presenta dos propuestas. En primer lugar, cambiar radicalmente nuestra relación con el trabajo: abandonar la idea de que es una actividad a la que debemos dedicar todo nuestro tiempo. En su opinión, el tiempo de ocio bien aprovechado permite que florezcan nuevas ideas, pasiones y se fortalezcan los lazos comunitarios.
Sin embargo, esta medida no es suficiente en el caso de los trabajos intelectuales y creativos. Hace falta, además, descargarlos de las exigencias burocráticas que se les impone. Para la autora, no es una casualidad que este tipo de trabajos hayan sido invadidos por la burocracia. En el fondo, el impulso por solicitar documentos, garantías, proyecciones o compromisos es una forma de vigilancia. El menosprecio al sector cultural y académico hace que cualquier apoyo que necesiten tenga que estar justificado por largas y tediosas gestiones. Por ello, ante todo, es necesario confiar en que este tipo de trabajos tienen un valor fundamental para la sociedad.
Artículo
«Falta un documento» es una de las frases más terroríficas que uno puede escuchar cuando hace un trámite burocrático, como observa Remedios Zafra en este libro. Después de haber pasado horas fuera del trabajo —que siempre hacen falta—, impreso papeles, revuelto la casa para encontrar todos los documentos requeridos, esperar la cita y la respuesta, hace falta empezar de nuevo.
Los requerimientos que componen el trámite se ordenan en un marco inamovible y específico, hasta el punto en que resultan absurdos. Ante la búsqueda de una excepción —piedad—, la persona al otro lado de la ventanilla (o el sistema que nos atiende de forma automática) nos mira y nos dice: yo no hice las reglas. ¿Quién las hizo entonces? Difícil saberlo. Difícil imaginar que a alguien se le haya ocurrido que el trámite debía hacerse así, y no de otro modo. Parece esconderse detrás de ello una actitud de presunción que dice: «Así es porque así lo he dicho». Y obedecemos.
El libro frente al que nos encontramos no es, en realidad, un libro sino un informe: es el título que eligió Remedios Zafra para la obra que publicó este año bajo el sello Argumentos de la editorial Anagrama. El libro nació como casualidad, pero responde a una necesidad. Para realizar un proyecto de investigación, Zafra solicitó un ordenador nuevo. Para conseguirlo, debía rellenar un informe. Lo típico: indicar el uso que le dará, la metodología de su proyecto, posibles dificultades, objetivos, etc. Harta de tener que someterse a este tipo de ejercicio, Zafra decidió aprovechar la oportunidad para reflexionar sobre lo que supone la burocracia para su trabajo como académica. Lo que debía ser el medio para completar un proyecto se convirtió en el proyecto mismo. Esa es la casualidad, pero justo en ello reside su necesidad: denunciar cómo la burocracia está degradando el trabajo intelectual.
Zafra se dirige a la persona que leerá el informe y se encargará de que reciba —o no— el ordenador que solicita. Sin embargo, la autora hace todo lo contrario de lo que se esperaría de ella en este tipo de documento: se explaya, se desvía, profundiza, duda, cuestiona, habla de su vida personal, con un lenguaje poético y oscuro. Este informe, que Zafra describe como inefable, se construye a partir de experiencias personales, reflexiones y emociones sobre los cuales es difícil identificar una argumentación clara. Para comprender el fenómeno que describe, ayudan las referencias que hace a autores como David Graeber y Bertrand Russell. Sin embargo, este estilo responde a una razón de ser: abandonar las formas tradicionales de la academia y la burocracia, en donde todo debe ser estructurado, articulado y conciso.
El trabajo vacío, automático e impersonal que debía tomar unas horas se convierte así en un proyecto mucho más largo, pero lleno de sentido. A través de la práctica, la autora sigue una lección central del libro: no importa cuánto tiempo se gaste, sino con qué sentido se haga.
Bullshit jobs
El punto de partida del libro es que, actualmente, las personas que se dedican al trabajo intelectual o cultural se ven forzadas a invertir la mayor parte de su tiempo en trámites burocráticos, en lugar de concentrarse en lo que realmente deberían hacer: investigar, leer, escribir, enseñar.
El antropólogo estadounidense David Graeber identificó este mismo problema. En su libro Bullshit Jobs analizó el fenómeno de la proliferación de trabajos inútiles (o bullshit): aquellos que no cumplen ninguna función relevante en la sociedad. Incluso quienes se dedican a ellos son conscientes de esto. El trabajo académico —al que Graeber se dedicaba— no es inútil. Difícilmente se podría argumentar que la creación de conocimiento y la formación intelectual de nuevas generaciones lo sea. Sin embargo, en el artículo Are You in a BS Job? In Academe, You’re Hardly Alone, Graeber argumenta que este trabajo ha caído en la misma inutilidad —en la bullshit— que otros trabajos, como consecuencia de la carga administrativa a la que están obligados. Cada vez más tiempo debe destinarse a responder evaluaciones sobre su trabajo y el de sus colegas, tener reuniones administrativas y llenar formularios para solicitar un ordenador.
Para Zafra, no es una casualidad que los trabajos culturales e intelectuales hayan sido invadidos por la burocracia. Las exigencias burocráticas surgen de la desconfianza: el impulso por solicitar documentos, garantías, proyecciones, compromisos es una forma de vigilancia. Este fenómeno tiene su raíz en «la subestimación de los trabajos intelectuales, culturales y académicos alentada por las visiones mercantilistas y extractivistas que desprecian todo valor que no sea monetario y acumulable», dice Zafra. El menosprecio al sector cultural y académico hace que cualquier apoyo que necesiten tenga que estar justificado por largas y tediosas gestiones.
El trabajo con palabras se opone a la cuantificación. Para ellos, más no necesariamente es mejor. Un autor puede escribir diez artículos en el tiempo en que otro escribe uno, pero ello no asegura automáticamente su superioridad. Puede tratarse de diez artículos repetitivos y confusos, en comparación a uno innovador y sólido. Producir por producir no asegura mejores resultados. Por el contrario, es necesario tener tiempo que permita ahondar en las ideas, hilarlas, cuestionarlas y que surjan nuevas.
No obstante, estos trabajos están obligados a amoldarse a las exigencias de producción. Cumplen con una burocracia que da la ilusión de que hay algo que se está moviendo y avanzando, cuando en realidad es todo lo contrario. Al exigirles que se justifiquen a sí mismos, que nos convenzan de que tienen una razón de ser o, en otras palabras, al tratarlos como bullshit jobs, finalmente se les convierte en ello.
Las consecuencias de este fenómeno son expuestas con detenimiento en El informe de Zafra. En un tono confesional, la autora describe el malestar que este sistema ha generado en ella y quienes comparten su profesión.
Hacer por hacer
Graeber describe la condena eterna como a un grupo de personas que llevan a cabo tareas desagradables e innecesarias en las que se consideran malas y no soportan hacer; sin embargo, emplean todo su tiempo en hacerlas porque les indigna la idea de que alguien haga menos. Zafra menciona que, en la sociedad actual, el descanso se ha convertido en sinónimo de inutilidad. El trabajo ha tomado el lugar de un imperativo moral que dicta que trabajar es un deber. El tiempo libre genera culpa y, por ello, hacer un trabajo inútil es preferible a no hacer nada.
En el trabajo (y en la vida), el tiempo siempre parece jugar en contra nuestra. Es cierto que el avance de la tecnología ha significado el ahorro de tiempo, y en principio, uno esperaría que ello sea sinónimo de más tiempo libre. Sin embargo, el avance tecnológico ha significado una ampliación en la cantidad de tareas que esperamos cumplir y nuestras expectativas de producción, pues si podemos hacer más, ¿por qué no hacerlo?
Zafra se sitúa en un contexto en el que el trabajo desborda la vida de los individuos: ya no habla solo del intelectual, sino del trabajo en general. Para cumplir con los pendientes, uno debe vivir en un ritmo desenfrenado que solo se permite el descanso para tomar aire y poder continuar. «En la cotidianidad de vivir medicados, trabajas cinco días a la semana soñando con el fin de semana para ponerte al día con lo que la semana no permite: contestar el correo con más calma y lavar la ropa», afirma la autora. Este ritmo obliga a los individuos a vivir en un piloto automático que no les deja detenerse a pensar en lo que están haciendo, sino solo hacer y perder de vista cuál es el sentido detrás de ello.
En la portada de El informe aparece una fotografía de la obra de arte de Marta Azparren, quien ilustró los movimientos que hacían las trabajadoras en una fábrica a lo largo de su jornada laboral. El dibujo sigue un patrón claro, lo cual delata un movimiento repetitivo y mecánico, aburrido.
«Si trabajo para vivir y vivir me permite ser, ¿por qué cada vez me resulta más difícil responder a la pregunta sobre quién soy? ¿Dónde está mi vida? Tal vez me ayudaría un punto de referencia para tirar del hilo, un recuerdo. Y lo que recuerdo es que enciendo el ordenador, preparo mi desayuno y me siento. A partir de ahí, la mayoría de mis días me cuesta responder a la pregunta “¿quién soy?”», confiesa la autora. En última instancia, el fenómeno que describe es una desafección por el trabajo. Y si la mayor parte del tiempo de vida está invadida por el trabajo, también se produce una desafección por la vida en general.
Esta situación es problemática por obvias razones. La sensación de que a uno se le escapa la vida de las manos en un trabajo que ni siquiera tiene sentido nos habla de una sociedad enferma. Pero, además, la desafección por el trabajo hace que los individuos sean indiferentes a la ineficiencia: si sienten que lo que hacen no tiene ningún valor, ¿qué más da hacerlo bien o mal?
El ritmo desenfrenado de trabajo es especialmente peligroso en el caso de los trabajos intelectuales. El hacer por hacer va en contra de su fundamento: la reflexión. Graeber confiesa no recordar la última vez que leyó un libro entero, solo se puede permitir leer ciertos extractos porque, de otro modo, no le quedaría tiempo para cumplir con todas sus obligaciones. Y es justamente ello lo que se necesita en el trabajo intelectual: tiempo.
Liberarse del trabajo inútil
«Fracasar no es no alcanzar el objetivo, es dejar de amarlo», escribe Zafra. Y para evitar este fracaso, propone luchar contra la concepción del trabajo como una actividad que ocupa —y drena— la mayor parte de nuestras vidas. Ello no solo supone reducir el horario de trabajo, sino cambiar radicalmente nuestra relación con él: abandonar la concepción del trabajo como un deber moral, que valora la productividad por encima de todo, aun cuando ello implique el hacer por hacer. En el ensayo Elogio a la ociosidad, Bertrand Russell propone que la jornada laboral se debería reducir a cuatro horas. Para Russell, el tiempo de ocio no es un simple capricho sino fundamental para el desarrollo de la civilización. Zafra está de acuerdo: «Afirmaría que en esa disponibilidad de mayores dosis de tiempos propios, de tiempos liberados de trabajo obligatorio, nacerían mejores ideas y mayor compromiso y afecto con los demás y con el planeta, diría que incluso con nuestro trabajo». Y, por supuesto, también habría mayor bienestar.
Pero ello no es suficiente en el caso de los trabajos que no tiene un horario laboral definido, como sucede con los intelectuales y creativos. Se necesita, además, reducir las exigencias burocráticas que se les impone. Si el centro del problema pasa por un menosprecio a este tipo de trabajos, entonces su solución consiste en devolverles el valor que merecen: en lugar de hacer que gasten el tiempo justificando su trabajo, permitirles que se dediquen a él. En otras palabras, hace falta confiar en que es un trabajo con sentido.