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Marcelo Gullo Omodeo. Doctor en Ciencia Política y magíster en Relaciones Internacionales, graduado en Estudios Internacionales por la Escuela Diplomática de Madrid y profesor de la Escuela Superior de Guerra de Buenos Aires. Autor de varios libros, ha dedicado dos a las relaciones de España con Hispanoamérica: Madre patria y Nada por lo que pedir perdón.


Avance

La leyenda negra es una batalla que no cesa. De un lado, las llamadas teorías poscoloniales la están reavivando, condenando, no ya a los conquistadores, sino a personajes como Colón o fray Junípero Serra. Del otro, asistimos a un contraataque que reivindica la labor de España en América. El autor de este libro se incluye, con vehemencia y entusiasmo, en esta corriente. Para él, España (que nace en Covadonga por la voluntad de permanecer cristiana), más que conquistar, liberó a los pueblos de América de unas «teocracias sanguinarias» opresoras y genocidas, con la decisiva ayuda precisamente de los pueblos oprimidos. Y puso en pie un imperio generador opuesto al imperialismo depredador de Gran Bretaña o Francia. Marcelo Gullo destaca la cantidad de universidades, hospitales, ciudades, escuelas o industrias que España, movida por «el más puro y generoso idealismo», levantó en el Nuevo Mundo. Así, lo que América le debe a España es sencillamente su ser, su unidad sustancial.

El autor rebate que la evangelización se hiciera sin respetar a los pueblos indígenas, idea de la que hasta el actual papa se ha hecho eco, y afirma que «que la evangelización tuvo lugar gracias al ejemplo de vida de los misioneros».


Artículo

Marcelo Gullo Omodeo. Lo que América le debe a España. Espasa, 2023. 396 páginas

El viejo vino de la leyenda negra se sirve en los últimos años en los odres de la llamada teoría poscolonial y la consiguiente condena de todo lo que sea o parezca colonialismo; es decir, no solo de los conquistadores (Cortés, Pizarro) o políticos con pasado esclavista, sino de descubridores o misioneros. En la nueva picota están tanto Colón como fray Junípero Serra. La clásica leyenda negra no solo no cesa, sino que se viste con esos nuevos ropajes. Pero también hay otra novedad, lo que se puede considerar prácticamente una oleada de libros que argumentan en sentido contrario. Lugar destacado en este contraataque merece Elvira Roca y su best seller Imperiofobia y leyenda negra; pero también otros trabajos (valga a título de ejemplo el dirigido por María José Villaverde y Francisco Castilla, La sombra de la leyenda negra). Los que viene publicando el argentino Marcelo Gullo se incluyen de pleno derecho en esta corriente. Por lo que respecta a este autor, sus títulos ya son suficientemente expresivos: Madre patria y Nada por lo que pedir perdón, previos a este Lo que América le debe a España, que es —adelantemos ya la conclusión— nada menos que su ser, su unidad sustancial. A explicarlo dedica las trescientas páginas de texto de un trabajo que supera en vehemencia y tono militante o combativo a los citados. La cuestión es que en un asunto como el de la leyenda negra, y más en su forma actual, la política es ineludible. No la elude desde luego (ni ganas, al parecer) Marcelo Gullo, que, además de considerar que la falsa historia es el origen de la falsa política, sostiene, por ejemplo, que «diversos grupos de militantes políticos —caniches de la oligarquía financiera internacional disfrazados de historiadores, sociólogos, antropólogos, etc.— intentan destruir los valores de la cultura occidental». O que los que él llama historiadores negrolegendarios están «llenos de mala fe» y, «acostumbrados a mentir sistemáticamente», ocultan los hechos que no les convienen. O que Bartolomé de las Casas es el «mayor mentiroso de la historia».

Más aún. La leyenda negra, en su opinión, tiene mucho que ver con los nacionalismos periféricos que se dan en una España que «se encuentra en peligro de muerte» y  en la que «parece que los separatistas de distinto pelaje se han apoderado del Gobierno». «España —escribe Marcelo Gullo—, al haber interiorizado la leyenda negra, camina hacia su balcanización, hacia su fragmentación territorial, porque muchos, demasiados, españoles adoctrinados —en colegios y universidades— por militantes políticos disfrazados de profesores creyeron que España fue un monstruo que durante trescientos años devastó América. Y los nacionalismos periféricos encontraron en esa idea la excusa para decir que no quieren formar parte de ese monstruo que devoró a América y también a Cataluña».

España nace en Covadonga

Antes de llegar a esas conclusiones, el autor procede a un recorrido histórico en el que analiza una serie de cuestiones centrales en el asunto: De dónde venimos, qué es España, cómo fue la conquista de Hispanoamérica o cuál es el legado cultural de España en esos países.

De dónde venimos está claro. De la tradición clásica grecorromana y del cristianismo, de Atenas, Roma y Jerusalén. De allí viene Occidente en general y España en particular, y ese es el legado que España llevó a América. Por otro lado, «en el origen del poder de las naciones se encuentra siempre una Fe fundante» y «cuando se deja de formar a los niños en los valores sobre los que se fundó ese pueblo o esa nación» comienza el desmoronamiento del poder de ese pueblo o esa nación, escribe Marcelo Gullo. Y España nace en Covadonga «porque el sentimiento de los hispanogodos se transformó en voluntad», la voluntad de ser cristianos, de seguir siéndolo y de no ser musulmanes (unos musulmanes, precisa, «solo tolerantes en la imaginación de los progresistas»). «En términos filosóficos, Covadonga es la causa primera de la existencia de España», y el último acto de esa voluntad de ser ocurrió en Granada en enero de 1492.

Esa España es la que llega a América en octubre de ese mismo 1492. Y la conquista que llevó a cabo, escribe Gullo, deberíamos llamarla más bien liberación. Porque la América que encontraron los españoles era más un infierno que un paraíso, dominada por dioses crueles que imponían un mundo de temor y terror: sacrificios humanos masivos, antropofagia, esclavitud, toda suerte de crueldades infames, un «mundo escalofriante». Así, la conquista —tesis en la que coincide con otros historiadores de estos años, como Robert Goodwin— fue producto fundamentalmente de la alianza de los conquistadores con los pueblos indígenas, brutalmente sometidos por los imperialismos nativos; teocracias sanguinarias como el imperio antropófago y genocida de los aztecas, «el más atroz de la historia de la humanidad». La conquista de México la hicieron los indios explotados, oprimidos y vejados por los aztecas, conducidos por Hernán Cortés. Igual que en el Perú, donde los incas mostraban la misma crueldad, los pueblos oprimidos se aliaron con Pizarro: «la conquista de Perú fue un asunto de indios luchando contra indios».

Llegado a este punto, Gullo distingue entre imperio e imperialismo, o entre  imperio generador e imperio depredador. España sería un ejemplo de lo primero, y Gran Bretaña y Francia, de lo segundo. En el primer caso, el del imperio generador, el pueblo conquistado no es considerado un botín, y la acción imperial produce mestizaje de sangre y de cultura; mientras que la acción imperialista o de imperio depredador produce segregación y exterminio.

A este respecto, el autor no ahorra elogios para la labor de Isabel la Católica. Fue gracias a ella, sostiene, que la empresa del Nuevo Mundo fue una auténtica misión, la de convertir a los naturales de América al cristianismo, y «que la conquista de América se convirtió en uno de los mayores intentos que el mundo haya visto de hacer prevalecer la justicia y los valores cristianos en una época brutal y sanguinaria». Por cierto que «son tantos los hechos insólitos que hubieron de ocurrir para que Isabel reinara en Castilla y Fernando en Aragón que parecen producidos por una fuerza trascendente, un poder que los griegos atribuirían a los dioses del Olimpo y los cristianos a la Divina Providencia».

Como fuere, «a España la movió el más puro y generoso idealismo» y «la voluntad de hacer creó Hispanoamérica», igual que de la voluntad de ser nació España. Y ese hacer se concretó en universidades, hospitales, ciudades perfectamente urbanizadas, escuelas, industrias, vías de comunicación, un orden jurídico, de algunos de los cuales el autor da cuenta pormenorizada. «La sola enumeración de los hospitales fundados impresiona a cualquier hombre de buena fe que no esté bajo los efectos narcóticos de la leyenda negra», escribe. Y: «el proceso de alfabetización encarado en Hispanoamérica fue de una profundidad nunca vista hasta entonces».

América, un pueblo continente

La opinión de Marcelo Gullo es tan favorable que algún lector podría pensar que, para combatir la leyenda negra, incurre en un extremo contrario (¿rosa?). En algún párrafo como este: «Los indios, que nunca antes habían sido tratados con amor y respeto, quedaron impresionados por el carácter humanitario y benevolente —aunque no falto de autoridad— que mostraban los sacerdotes, y esto hizo que se mostraran felices e incluso agradecidos por las enseñanzas que de ellos recibían». Pasajes idílicos aparte, y yendo más a lo general, el autor sostiene que el catolicismo como Fe fundante y el español como lengua madre dieron origen a lo que él llama un pueblo continente, que comparte los elementos que dan identidad a los pueblos: la lengua y los valores.

Los valores, llevados por España, que unifican a Hispanoamérica son los del pensamiento clásico y cristiano: el Derecho, la idea de que los hombres son libres e iguales y la de la inmortalidad del alma, lo mejor de Atenas, Roma y Jerusalén, los tres pilares de la civilización occidental. «Por eso —hace un inciso combativo Marcelo Gullo— la llamada teoría poscolonial, que rechaza los valores de la cultura occidental, es el disfraz del neocolonialismo de la oligarquía financiera internacional, del mismo modo que el indigenismo, que quiere hacer desaparecer el uso del español… es la etapa superior del imperialismo».

En definitiva, «gracias a España se produjo la liberación espiritual de Hispanoamérica», y a pesar de que —único reproche que manifiesta el autor al comportamiento de los españoles en América— «algunos hombres sin escrúpulos usaran el cristianismo para someter a los nativos o explotarlos económicamente». En cuanto a otras críticas que se hacen a España, como la afirmación (sostenida incluso por el papa, recuerda Gullo) de que la evangelización se hizo sin respetar a los pueblos indígenas, afirma con la claridad que caracteriza todo el trabajo que «no fue a través de la fuerza como los indios se convirtieron al cristianismo, sino que la evangelización tuvo lugar gracias al ejemplo de vida de los misioneros».

Frente a esa labor encomiable, «la leyenda negra de la conquista española de América [es] la obra más genial del marketing político británico», en frase de Juan Domingo Perón, al que Marcelo Gullo cita en varias ocasiones.

Los dos últimos capítulos del libro se salen solo aparentemente del contenido central de este. Uno está dedicado al caso de México, cuya corrupta clase política se puso, tras la independencia, al servicio de intereses extranjeros, intentando imponer a sangre y fuego su antihispanismo y su anticatolicismo, precisamente al pueblo más hispano y más católico de Hispanoamérica. La reacción del pueblo fue la llamada guerra cristera, el alzamiento de los sans-culottes mexicanos, al decir del autor, que ve en ese alzamiento la renovación del choque entre Felipe II e Isabel de Inglaterra, ahora entre el México católico e hispanista (un pueblo lanzado a la defensa de su Fe fundante) y los Estados Unidos anglosajones y protestantes. La política de Benito Juárez y compañía «no fue más que antipatriotismo al servicio de la política exterior norteamericana».

El último capítulo se centra en la evolución de las colonias anglosajonas que se convertirían en Estados Unidos. Lo que sirve al autor para explicar que el desarrollo de la actual superpotencia fue un asunto de política económica y no de herencia cultural. «Ni el desarrollo de Estados Unidos tiene que ver con la herencia que recibió de Gran Bretaña, ni el subdesarrollo de las repúblicas hispanoamericanas tiene que ver con la herencia que recibieron de España, sino con las políticas económicas adoptadas tras sus respectivas independencias».

Periodista cultural.