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Como con Wislawa Szymborska, con Gómez Dávila (Bogotá 1913-1994) hemos disfrutado del privilegio de asistir en primera fila al nacimiento de un clásico. Este Breviario de escolios que publica Atalanta con exquisito gusto y antologado por José Miguel Serrano —autor del mejor estudio sobre el colombiano: Democracia y nihilismo. Vida y obra de Nicolás Gómez Dávila (Eunsa, 2015)— y por Gonzalo Muñoz, marca el nivel de la completa recepción de Gómez Dávila. Primero, a comienzos del siglo, llegaron tímidas entregas en apasionadas editoriales minoritarias y combativas revistas literarias; luego, el boca a boca de críticos y lectores de peso; después, la contundente obra completa, también en Atalanta. Finalmente, esta antología viene a dejar sin excusas al público general de lectores cultos. Gómez Dávila queda al alcance de todos (quienes quieran).


Nicolás Gómez Dávila: Breviario de escolios. Madrid. Editorial Atalanta, 2018. 296 páginas


Aunque, como sus aforismos –que él llama escolios– son tan buenos, parecería que una antología es innecesaria. Es cierto: quien necesita la antología es el lector, que tendrá una selección más manejable y hecha con un criterio muy inclusivo. Los antólogos no han escogido –diría yo– los escolios que ellos prefieren, sino una selección de calidad de todos los tonos y los temas de Gómez Dávila. Por otra parte, la propia escritura de Nicolás Gómez Dávila propicia el breviario. No en vano confesó: “La única pretensión que tengo es la de no haber escrito un libro lineal sino concéntrico”. Muchos lectores, saldrán de esta antología deseando ampliar los círculos de sus escolios, pero todos habrán conocido suficientes círculos completos.

Nicolás Gómez Dávila en 1930. © Wikimedia Commons

Como prosista es acerado. No sobra nada. Como pensador es acerado. No hace concesiones a la modernidad. Estamos ante un reaccionario sin resquicios. Así que ándense ustedes con cuidado porque resulta incómodamente convincente. Lo prueba el hecho de que entre sus desazonados admiradores se cuentan numerosos pensadores de izquierdas, como Gabriel García Márquez: “Si yo no fuera comunista pensaría en todo y para todo como él”. O Fernando Savater, que confesaba lo “agónico y casi contradictorio” de su pasión por Gómez Dávila.

Savater suele repetir el aforismo suyo que prefiere: «Lo contrario de lo absurdo no es la razón sino la dicha». No es el único que se autorretrata con un escolio. El escritor Kiko Méndez-Monasterio con éste: “Sólo una cosa no es vana: la perfección sensual del instante”. El catedrático Francisco José Contreras escoge: “Contra el infortunio quizá basten el humor, el ingenio, el carácter -¿pero cómo consolarnos, sin Dios, de la insuficiencia de nuestras dichas?”. Y Cristian Campos, éste, que podría haberlo escrito él mismo en una crónica de actualidad: “Las concesiones al adversario llenan de admiración al imbécil”.

Usted también puede escoger el suyo, ¿entre estos?

 

Negarse a admirar es la marca de la Bestia.

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Aducir la belleza de una cosa en su defensa, irrita al alma plebeya.

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La idea inteligente produce placer sensual.

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Ningún ser merece nuestro interés más de un instante o menos de una vida.

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El político práctico perece bajo las consecuencias de las teorías que desdeña.

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El suicidio más acostumbrado en nuestro tiempo consiste en pegarse un balazo en el alma.

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Educar es enseñar a apasionarse con lo que carece de vigencia.

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La envidia es la lucidez del alma vil.

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Noble no es el alma a la que nada hiere, sino la que pronto sana.

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Los que niegan la existencia de rangos no se imaginan con cuánta claridad los demás les ven el suyo.

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La instrucción no cura la necedad, la pertrecha.

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El diablo patrocina el arte abstracto, porque representar es someterse.

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La inteligencia que no despierta hostilidad es anodina.

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Pasar de moda es mortal para el error.

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Mantengamos la confusión verbal entre estética y ética. Que feo signifique siempre algo malo y malo algo feo.

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Hay que pedirle a la vida que nos deje vegetar, porque sólo así podemos florecer.

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Toda hermosura es susceptible de interpretación cristiana.

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Sin lector inteligente no hay texto sutil.

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La idea improvisada brilla y se apaga.

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Una educación sin humanidades prepara sólo para oficios serviles.

Poeta, crítico literario y traductor.