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Profesor universitario de literatura y editor en catalán y castellano, Jaume Vallcorba acaba de recibir el Premio al Mérito Editorial de la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

Es un honor que se suma a otros reconocimientos españoles y extranjeros, como el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial a título personal. Su nombre y sus sellos editoriales –Acantilado en castellano y Quaderns Crema en catalán- tienen ya una estatura mítica para los lectores cultos en ambas lenguas, por haber descubierto o redescubierto, en volúmenes siempre bien cuidados, a autores como Chateaubriand, Boswell o Montaigne, sin olvidar a Pessoa, Joseph Roth o Imre Kertész.

Calle de Roth, uno de los autores de "Acantilado" © Wiki Common
Calle de Josef Roth, uno de los autores de «Acantilado» © Wiki Commons

Vallcorba defiende el elitismo entendido como exigencia, postula que los autores han de olvidarse de querer vivir de la literatura y ve su vocación de editor inscrita en la gran tradición europea. A Vallcorba le ha acompañado el éxito pese a que, al fundar su última editorial en 1999, no dudó en llamarla Acantilado: tales eran los riesgos que veía en la empresa.

– Acantilado ha tenido la combinación más benéfica: gran  reputación, buena distribución de sus libros, las mejores críticas  y un amplio número de lectores. ¿En qué modelos se fijó usted cuando impulsó la editorial? ¿En la tradición catalana, en la francesa, en los grandes editores italianos…?

– En la europea en general. Hay muchos editores importantísimos, de Aldo  Manuzio a Kurt Wolff, y editoriales con gran influencia, Einaudi,  Adelphi, Hanser o Faber & Faber, por citar solamente cuatro. Y  Gallimard, claro. En cualquier caso, he tratado de situarme entre aquellos editores que han visto su labor no solamente desde un punto de vista estrictamente económico, sino también cultural.

– ¿Cómo enjuicia usted esa tradición editora barcelonesa, de  Destino a Tusquets y Seix Barral, sin hablar de los grandes  grupos…? ¿Sigue siendo Barcelona la capital de la edición en  español?

– En términos estrictamente literarios, probablemente sí. La Seix & Barral de la época de Juan Petit o Gabriel Ferrater fue una editorial modélica en muchos aspectos, y su «Biblioteca Breve» una colección extraordinaria. La Destino de Vergés y Teixidor o el trabajo hecho por José Janés, tanto antes como después de la Guerra Civil, dos ejemplos. Y el papel jugado en épocas más recientes por editoriales como Anagrama o Tusquets fundamental. Nuestro presente sería muy distinto sin ellas.

– En un reciente discurso, tras ser premiado en la FIL de Guadalajara, aludía usted a los nuevos formatos de distribución y  al fenómeno de la piratería. En estas coordenadas, ¿ha de variar el papel del editor?

– A mí me gustaría pensar que el papel del editor como vehiculador de la palabra no debería cambiar, aunque es probable que lo que llaman el «modelo de negocio» cambie. En cualquier caso, dependerá de la consideración que merezca el derecho de autor. Piense que, sin los derechos de autor, nuestro negocio se haría prácticamente imposible.

-Desde el principio, ustedes apostaron por recuperar autores clásicos -pero ya poco editados- de la literatura centroeuropea. Al tiempo, han ofrecido al público español escritores que han sido una sorpresa para muchos: Zagajewski, Herbert…

– Creo que se trataba de mostrar al letor contemporáneo que autores como Joseph Roth, Arthur Schnitzler o Stefan Zweig eran autores patrimoniales importantes, como Chateaubriand o Montaigne, con un interés, una actualidad y una vigencia fuera de toda duda. Que decían algo importante a los lectores de hoy. En buena medida, marcan una línea para Acantilado, la de incardinarse en la tradición cultural de Europa. Pero no se trató solamente de pensar en Centroeuropa. Ahí está Pessoa, por ejemplo. Insisto: la idea es Europa, aunque quizás por razones históricas la literatura centroeuropea había estado más desatendida. Con autores, además, extraordinariamente interesantes. Piense también en Stasiuk, Andrujovich, Bodor, Bartis o Chwin. Son autores de una potencia literaria enorme.

-También desde muy pronto confiaron ustedes en una línea de ensayo tan solvente como, por así decir, poco universitario: Marc Fumaroli, Guido Ceronetti…

– Bueno. Piense que Fumaroli es miembro del Collège de France y de la Academia, y que ha sido catedrático universitario de literatura hasta su jubilación. Ceronetti es más «excéntrico». En cualquier caso, lo que los une es que los dos son escritores de mérito, como Martín de Riquer. Todos ellos son universitarios, aunque no plúmbeamente «académicos». Pienso que los libros de ensayo tienen que ir dirigidos también a los no especialistas, a la «buena gente», por decirlo rápido, y ofrecerse con transparencia al lector. Creo firmamente que si un ensayo es opaco lo es también el pensamiento que intenta transmitir, y que la claridad es traducción de la riqueza de las ideas que transmite.

– Boswell, Chateaubriand, Montaigne… De entre las muchas obras magnas que ha publicado Acantilado, ¿con cuál se quedaría usted, o cuál le sorprendió más gratamente por su llegada a los lectores?

– La que me sorprendió más fue el éxito de la edición de las Memorias de Ultratumba de Chateaubriand. Aunque estaba seguro de su interés y de que trataba cuestiones muy candentes, como la del debate entre igualdad e igualitarismo, se me hacía difícil poder preveer un éxito tan inmediato y notable como el que tuvo y sigue teniendo. Estamos en la sexta edición ¡y sigue vendiéndose!

Un libro debe ser como una pantalla de cine: no debe ser visto, para poder transmitir sin estorbos el texto que contiene. Y la calidad de una traducción es básica para conseguir este objetivo

– Acantilado ha logrado mantener una gran coherencia en su catálogo. Al mismo tiempo, acumulan ustedes premios por sus traducciones. ¿No considera ud. que ese énfasis en la calidad de las traducciones -que implica, por supuesto, pagarlas- es algo que parece ir a menos en el panorama editorial actual?

– Como ya he dicho en alguna otra ocasión, creo que un libro debe ser como una pantalla de cine: no debe ser visto, para poder transmitir sin estorbos el texto que contiene. Y la calidad de una traducción es básica para conseguir este objetivo. Ha sido siempre un objetivo prioritario conseguir buenas traducciones de la lengua original, es decir, no a través de una lengua interpuesta, aunque la lengua original sea minoritaria, y hacer también después un buen trabajo de edición en la editorial.

– Por último, leyendo su último discurso en la FIL, entre líneas podía colegirse un cierto propósito de regeneración intelectual tras su labor editorial, ¿es esto cierto?

– Creo firmemente que los editores hemos tenido históricamente un papel importante en la configuración intelectual de Occidente y, como le decía antes, concibo la edición como una empresa que debe moverse en equilibrio entre lo económico y lo intelectual. Ni que decir tiene que un buen editor contribuye positivamente a la construcción del patrimonio colectivo.

Habitual como firma de periodismo literario, opinión política y dos áreas de su especial interés, la literatura y la cocina, ha publicado sus trabajos en los grandes medios españoles. Ha sido director de la edición digital de Nueva Revista, jefe del proyecto de opinión online de The Objective y articulista en diversos medios. En julio de 2017 fue nombrado director del Instituto Cervantes de Londres. Ha publicado "Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa" (2014) y "La vista desde aquí. Una conversación con Valentí Puig" (2017). Traductor y prologuista de obras de Evelyn Waugh, Louis Auchincloss, J. K. Huysmans, Rudyard Kipling, Valle-Inclán o Augusto Assía, entre otros. Su último libro es "Ya sentarás cabeza".