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«Freund quiere decir amigo en alemán» (Freund, ça veut dire ami en allemand). Con esta presentación a principios de curso, toda una declaración de intenciones en boca de un teórico del enemigo, comenzaba sus clases de sociología en la Universidad de Estrasburgo el polemólogo y filósofo político francés Julien Freund. «Teórico del enemigo, soy consciente», escribe en su breve autobiografía, «de que he suscitado la enemistad de los profesionales de la fraternidad solo por haber elaborado esta teoría».

UN PENSADOR INCÓMODO

La obra freundeana aparece dispersa en una gavilla de libros mayores, en cientos de artículos, notas y entrevistas publicados en todo tipo de revistas, en obras colectivas o actas de congresos, tanto en Europa como en las dos Américas. Ello corrobora su afición por el sano contraste de ideas y, seguramente también, su absoluta despreocupación por el radio académico de sus escritos, que lo mismo elogian el chucrut que se ocupan de la epistemología de las ciencias sociales.

Freund es un autor relativamente conocido en Italia y España, países en los que su obra ha sido objeto de numerosos trabajos desde los años noventa del siglo pasado. En España, de hecho, su gran obra sobre La esencia de lo político —un vasto tratado de casi mil páginas— fue traducida y publicada íntegramente por la Editora Nacional en 1969. En Francia, sin embargo, operan obstáculos ideológicos, tal vez más poderosos que en sus vecinos del sur, retardadores de su recepción académica. Como Alessandro Campi en Italia o Juan Carlos Valderrama en España, Pierre-André Taguieff ha intentado hacer de Freund un escritor político frecuentable en su país, atrayendo sobre él la atención de los politólogos, cuyos prejuicios desactiva. En el contexto de la recepción de las ideas freundeanas, Alemania es caso aparte, pues sus ensayos, durante algún tiempo, aparecen incluso en lengua alemana por primera vez. Defensor del bilingüismo de su región natal, habla y escribe alemán. Consciente de su «esencia alemánica», tratado incluso condescendientemente de alemanisco (alamand) por compatriotas suyos, conoce, divulga y traduce en Francia a Max Weber, Georg Simmel y, sobre todo, a Carl Schmitt, uno de sus grandes maestros —el otro es Raymond Aron—.

¿Por qué desde su muerte, acaecida en 1993, un escritor político como Julien Freund ha caído en el olvido? Freund, sin duda, es un escritor político a contracorriente. Sus ideas molestan. No se gobierna inocentemente, es sabido, pero tampoco se escribe impunemente, como él hace, que no hay política sin enemigo (pas de politique sans ennemi). «Quien escribe se proscribe» no es un epigrama afortunado, sino la condensación de una amarga experiencia milenaria jalonada por las biografías de Han Fei, Abenjaldún, Maquiavelo, Saavedra Fajardo y tantos otros miembros de la que Pitirim A. Sorokin llamaba «comunidad de subversivos» de los maquiavelianos o realistas políticos.

UNA DECEPCIÓN POLÍTICA SUPERADA

Nacido en un pueblo de la Lorena (Henridorff) en 1921, hijo de un peón ferroviario, joven socialista y résistant durante la Segunda Guerra Mundial, participa en atentados contra Pierre Laval y el ministro de salud pública Raymond Grasset. Después de un cautiverio de dos años (1942-1944), se evade del campo de prisioneros y se encuadra en una partida de la organización terrorista —son sus propias palabras— de los Franc Tireurs et Partisans Français (ftpf) de observancia comunista, operativa en la región fronteriza con Italia. Acabada la guerra, ocupa puestos intermedios en distintos departamentos dentro los cuadros de los Mouvements Unis de la Résistance (mur) o la Union Socialiste et Démocratique de la Résistance (usdr). No olvida su atroz experiencia de guerrillero, salpicada de episodios terribles. Pero pasa página. Adquiere entonces la experiencia de la baja política, «el drama de la confección de las listas electorales», que exaspera su sensibilidad y su entendimiento, proclives a la utopía y a los proyectos fuera del tiempo concebidos en los campos de internamiento. Las decepciones se acumulan, pero no hace de ellas responsable a nadie más que a sí mismo y a su «concepción ingenua» de la actividad política.

Hastiado, corta por lo sano, abandona todos sus cargos políticos y comienza una carrera docente que le conduce a una cátedra de sociología. Freund «desdeña el vano consuelo del error», cualidad que según Giuseppe Ferrari adorna al verdadero realista político, y no se refugia en lamentaciones estériles, mucho menos en lo que años después llamará Raymond Aron la contestation, el refugio pseudorreligioso de los rebeldes aquellos de la revolución inencontrable (révolution introuvable). Antes al contrario, escoge el camino difícil: pensar por propia cuenta, sin concesiones al idealismo ni a la política del deber ser. Medita sobre la esencia (essence) y la significación (signification) de lo político, lenitivo para la tremenda decepción que ha trastornado su imaginario político juvenil.

La misma actitud le permite superar otras decepciones. La sindical, aneja al desengaño político. La de la vida universitaria, con todo tipo de trapacerías que colman su paciencia. Cansado de los ataques de algunos colegas, Freund se jubila anticipadamente a los 58 años y se retira a las soledades de Villé, en el corazón de los Vosgos, su San Casciano: «No podía perder más el tiempo con las chifladuras de los autodenominados progresistas y demócratas de mi universidad». Y la decepción religiosa, determinada por una Iglesia ecumenista, la del Vaticano II, preocupada por «unirse al marxismo» (rattraper le marxisme) y predicar la paz mundial y hasta los derechos humanos, cuya raíz revolucionaria ha parasitado el derecho natural cristiano hasta dejarlo exangüe.

HAY UNA ESENCIA DE LO POLÍTICO

La obra de Julien Freund, al igual que su pensamiento, está cosida a la realidad: a la experiencia general de la humanidad —expresión de cuño weberiano que le gustaba citar—, pero también a las vivencias sencillas, incluso banales, de una existencia ordinaria. En todas las ocasiones, recuerda Freund, «la experiencia es el terreno en el que el juicio encuentra su materia y se educa». Magnífica credencial de un pensador antiintelectualista y avizor (a guardia dei fatti), para quien el pensamiento político es, en realidad, algo simple y llano. Tan elemental, en el fondo, como gobernar. En el fragmento lx del libro del Tao de Lao Tse reza que «gobernar un gran país es como asar un pececillo». Decía Gaston Bouthoul que la simplicidad caracteriza al verdadero pensamiento político, pues las ideas políticas y sus combinaciones son necesariamente limitadas.

De humor jovial, extrovertido e incluso vehemente, no pierde ocasión de exponer sus ideas en todos los foros donde le convidan, sean afines o adversos. Proclive a la controversia intelectual, Freund es el intelectual en la plazuela. Pero es también un meditador profundo. El resultado de más de quince años de intimidad y diálogo con el linaje de los grandes escritores políticos realistas, desde Aristóteles a Guglielmo Ferrero, Roberto Michels o Vilfredo Pareto, se encuentra en L’essence du politique, su obra más importante. Siendo el primero de sus libros, marca profundamente toda su trayectoria intelectual, pues se trata de una obra densa y compleja. No en vano, el sociólogo romano Carlo Gambescia la compara con la grandiosa arquitectura de la gran pirámide de Guiza, con sus pasadizos, recodos y cámaras secretas. Ópera prima y obra de madurez a un tiempo. En esas páginas se encuentran ya plenamente desarrolladas las categorías centrales de su pensamiento, particularmente su ontología de lo político y su teoría de las esencias. Mientras lo escribe, en relativo aislamiento, se pregunta si su meditación es oportuna o más bien intempestiva. Como L’essence du politique no respondía a las condiciones de una época que cree próximo el reinado de la felicidad sobre la tierra, a veces piensa, hostigado por su tiempo, que es «un libro anacrónico que se hubiera debido escribir hace dos mil años». La imagen es perfecta. Como esta otra del fingidor Fernando Pessoa que parece escrita para ser divisa del pensamiento político realista: Si miro el presente con atención, me parece que ya ha pasado.

LO POLÍTICO Y LA POLÍTICA

Lo político no es algo adventicio o sobrevenido ni una actividad corruptora de la que haya que redimir al hombre. Antes al contrario, lo político es una esencia configuradora de la naturaleza humana, con el mismo rango ontológico que lo económico, lo estético, lo ético, lo científico y lo religioso. La teoría de las esencias es un proyecto intelectual que trasciende los límites de una vida humana. Ars longa vita brevis. Lo político como tal, pertenece al ser y su fundamento o donnée es la sociabilidad humana (sociabilité naturelle). La política en cambio, pertenece al hacer, pues es una actividad histórica y cambiante. Mientras que lo político permanece, la política pasa. Lo político es lo inmutable, una regularidad metapolítica (regolarità) en el sentido de Gianfranco Miglio, pero la política es lo mudable y cambiante. Lo decisivo no es entonces que el hombre sea por naturaleza un animal sociable o político, sino que tiene que serlo, pues no hay alternativa a la política. La política no pasa pues de balde: hay mucho en juego y mucho que hacer. Lo urgente en términos históricos será siempre ese pasar. ¿De qué modo? ¿Bajo qué tipo de régimen? Un gobierno podrá resignar sus funciones, pero no por ello dejará de ser acuciante la necesidad que una sociedad tiene de ser gobernada.

Lo político tiene tres presupuestos, que Freund cree susceptibles de una articulación muy distinta según las circunstancias históricas, la fortuna, la virtù del político o el genio de un pueblo: la dialéctica mando-obediencia (commandement-obéissance), la dialéctica público-privado (privé-public) y la dialéctica amigo-enemigo (ami-ennemi). También tiene lo político un medio propio, que no es el derecho, sino la fuerza (force), y una finalidad específica, el bien común (bien commun), determinado por la seguridad exterior y la concordia interior.

CARL SCHMITT, LE COUP DE TONNERRE

En la filosofía política de Freund desempeña un papel esencial la noción del enemigo, aprendida de Carl Schmitt, escritor fundamental en su formación. Después de leer El concepto de lo político con treinta años, dice en alguna ocasión, entiende al fin. El impacto de ese libro sobre él es enorme, hasta el punto de considerar que es su lectura lo que le hace inteligente. La concepción de lo político como una distinción entre amigos y enemigos, una «banalidad superior», es tan importante para Freund que merece la pena recordar su encuentro, deslumbrante, con el solitario del San Casciano renano.

Los días posteriores a la liberación de Estrasburgo, Freund encuentra un ejemplar de Der Begriff des Politischen tirado en la calle. Lo recoge pero no le presta atención hasta 1952. Su lectura supone para él una revelación, un trueno que restalla en el cielo: «Descubría la noción de enemigo con su extraordinario influjo sobre la política». Comunica su hallazgo a su amigo el filósofo Paul Ricoeur, pero este le advierte que el autor de ese libro fantástico no es un viejo, mucho menos un escritor muerto hace años: «Carl Schmitt es un autor vivo: el Kronjurist del nazismo», le dice. Freund rumia su consternación, pero al mismo tiempo le admira que un hombre de poco más de cuarenta años haya podido escribir un libro como ese. Con poco más de treinta años escribe Charles de Gaulle La discordia en la morada del enemigo (La discorde chez l’ennemi), libro que Freund consideraba también dotado de una extraordinaria presciencia. El encuentro personal entre el resistente y Schmitt no parecía posible. Unos años después, en abril de 1959, se decide a escribirle una carta, pues a fin de cuentas, «si Maquiavelo viviera hoy, yo querría visitarle». Freund le declara su admiración, pero subraya que se encuentran en campos separados. Respuesta de Schmitt: «Su información sobre mi persona, simplemente, no es buena». En mayo se cita con él en Colmar y quedan amistados para toda la vida. Desde entonces, Freund es su gran mentor y correspondiente en Francia.

UNA POLÉMICA CON JEAN HYPPOLITE

Una significación parecida al encuentro con Carl Schmitt tiene para Freund el desencuentro con el historiador de la filosofía Jean Hyppolite, pues también en el centro de su desavenencia está la cuestión del enemigo. Hyppolite, profesor en la Sorbona, había aceptado patrocinar la tesis doctoral de Julien Freund. Transcurrido cierto tiempo, Freund le envía las primeras páginas. El desacuerdo de Hyppolite es total y su reacción fulminante. No acepta una concepción polémica de la política y muchos menos la preponderancia que en ella se le atribuye al enemigo. Hyppolite, estudioso de Hegel, socialista y pacifista, le recomienda buscar un nuevo director. Será Aron quien se haga cargo de ella, gratamente sorprendido de que un antiguo resistente pueda transitar esos caminos. La defensa de la tesis (26 de junio de 1965) estuvo rodeada de gran expectación, particularmente cuando interviene Hyppolite, miembro del jurado. La conversación entre este y el doctorando les retrata perfectamente a ambos:

—Si usted tiene razón, señor Freund, y la categoría amigo-enemigo determina la política, solo me queda ya cultivar mi jardín.

—Señor Hyppolite, como todos los pacifistas, cree usted que puede designar al enemigo, pero está equivocado. Cree que si no deseamos tener enemigos no los tendremos. Pero es el enemigo quien le designa a usted. Si él quiere que usted sea su enemigo, lo será. De nada servirán sus bellas protestas de amistad. Ni siquiera le permitirá cultivar su jardín.

—En consecuencia tan solo me quedaría el suicidio.

Hyppolite representa en grado sumo el desistimiento político, la dejación de responsabilidades, la paralización de la voluntad y, finalmente, la huida de los intelectuales ante una realidad cuya irracionalidad ética desborda absolutamente su entendimiento. Frente a este arquetipo de la irresponsabilidad política, hasta podríamos tomarnos medio en serio a Jacques Maritain, absolutamente convencido de que a largo plazo nuestro enemigo será debelado poniendo la otra mejilla, sin necesidad de recurrir a la violencia. Al menos el campesino del Garona hace intervenir a la Providencia.

SIN ENEMIGO NO HAY POLÍTICA

«Imaginar un mundo político sin enemigo y sin guerra, es lo mismo que representarse una moral sin la presencia del mal, una estética desprovista de todo concepto de fealdad o, incluso, rechazar el valor epistemológico del error». En La esencia de lo político menudean este tipo de afirmaciones, para muchos escandalosas. La enemistad es entonces un riesgo existencial permanente. ¡Ay de ti si no sabes quién es tu enemigo! Sería preferible la derrota, pues el error mata y la debellatio no. Sin embargo, el humanitarismo pacifista y el maquiavelismo despolitizador proclaman la conveniencia de abolir la hostilidad en todas sus formas y dar la bienvenida al enemigo, transformado en amigo por un don divino. No solo se proscribe al enemigo, sino que se rechaza admitir siquiera la posibilidad de que exista. Así, hoy se proclama como un triunfo la ausencia de enemigos. Es la tragedia de Europa, sumida en una profunda crisis de identidad. La destrucción de la idea misma de patria, decía Freund, es la consecuencia del olvido del enemigo.

LA IMAGINACIÓN DEL DESASTRE

Julien Freund, para muchos imagen del enemigo, tiene la imaginación del desastre, don misterioso del realista político. Freund expresa a su modo esta rara condición mental: en política es necesario siempre ponerse en lo peor, actitud que nos permite precisamente impedir que eso se produzca. No se me ocurre otra forma más contundente de ofender la política buenista y angélica, subproducto de la ideología del Progreso. Del futuro solía decir Freund, carcajeándose de los espíritus timoratos, que nos tenía reservada una gran tribulación (l’avenir, c’est le massacre!). Pero afrontar las dificultades o las amenazas políticas (envisager le pire) no significa practicar una política resignada o derrotista (la politique du pire), sino sosegar la inteligencia para mejor dominar el acontecer. Hondamente preocupado por la decadencia, particularmente por la de Europa, el trance de la declinación histórica de un imperio, de una cultura o de una civilización le parece algo natural, pero no necesariamente irreversible. Freund, sin embargo, «un ser feliz por temperamento», no se hace demasiadas ilusiones sobre las posibilidades de contener la caída de Europa, pues ya no hay políticos clarividentes como De Gaulle, con cuyo realismo Freund sintoniza absolutamente. El repliegue territorial, acelerado por la descolonización, el pavoroso desplome de la natalidad europea, pródromo de un gran reemplazo de pueblos como el denunciado por Renaud Camus en su provocador ensayo de 2011 sobre Le Grand Remplacement, y la profunda crisis de la institución familiar le parecían signos inequívocos de la decadencia. Freund destaca tres síntomas indirectos de la decadencia desde un punto de vista demográfico: el desequilibrio en la ratio de la población autóctona y la población inmigrante; el diferencial de natalidad entre aquella y esta y entre los nacionales y los pueblos circundantes; y por último la resistencia a la integración en la cultura europea de las poblaciones alógenas.

Los rumores y las leyendas sulfurosas han acompañado su nombre, pero él los ignoró. Aportó por el grece de la Nueva Derecha francesa, por el Frente Nacional (Front National) y por el Club de l’Horloge. Pero también habría acudido a un aquelarre del Partido Comunista Francés… si le hubieran invitado. ¿Con quién vas a entablar un diálogo si no es con tu enemigo? En el extraordinario prefacio que Freund escribe para la traducción francesa de Der Begriff des Politischen de Carl Schmitt se recogen estas palabras consoladoras y al mismo tiempo orgullosas, pues en ellas está el honor del pensamiento político: «Hagámonos sospechosos. Esto es hoy el signo de un espíritu libre e independiente». •

Jerónimo Molina Cano (Murcia, 1968) es profesor de titular de la Universidad de Murcia. Donde ha a impartido las asignaturas Política social y Teoría de los Servicios Sociales. Es historiador de las ideas políticas y jurídicas, ocupaciones que compagina con la traducción. Especialista en el polemólogo francés Gaston Bouthoul, es autor de varios libros sobre Julien Freund, Raymond Aron, Carl Schmitt o Wilhelm Röpke. Desde su fundación y durante 10 años ha dirigido la revista Empresas Políticas.