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Es una lástima que contemos con tan pocas obras de Eric Voegelin (1901-1985) traducidas al castellano; sus escritos combinan la erudición histórica y filosófica con el certero análisis de los acontecimientos políticos actuales. Voegelin, como pensadores de su misma talla, supo descubrir el trasfondo ideológico y las ambivalencias filosóficas de la Modernidad y, si bien es cierto que su diagnóstico era pesimista, al menos reivindicó una manera de entender la política más allá de su reduccionismo positivista. En la Nueva ciencia de la política criticó las devastadores consecuencias de una mentalidad que orillaba los valores al campo de lo extracientífico y propuso la recuperación de un marco metafísico y ético para evitar las incoherencias y los desvaríos a los que conducen los diversos proyectos de redención que obvian la trascendencia.

La misma línea se sigue en El asesinato de Dios y otros escritos políticos, que recoge su famosa tesis sobre el gnosticismo. En efecto, Voegelin concebía la filosofía contemporánea en continuidad con la secta gnóstica y su oposición al cristianismo. Éste se basa, según el pensador alemán, en la distinción entre el más allá y el reino secular, pero sobre todo percibe la realidad bajo la perspectiva del orden creado. El gnosticismo, para el cual el mundo visible comporta desorden, especula sobre la posibilidad de redención cerrándose por completo a la trascendencia y convirtiendo al hombre en medida de lo real. El gnosticismo fue una respuesta a la desintegración de los imperios antiguos, pero también los nuevos movimientos gnósticos surgen frente al mundo secularizado que ha perdido su quicio. El asesinato de Dios no es, nada más, que la consecuencia de un proceso de secularización y descristianización que sucede, en primer término, en el ámbito de las ideas. Voegelin señala que cuando se decide cortar la comunicación con la esperanza escatológica, el hombre no tiene más remedio que componer una serie de sucedáneos. Es paradójico buscar una salvación en el mundo, pero en definitiva, es lo que sucede cuando el sujeto pierde su fe en Dios y aumenta la fe en sí mismos. Sucedáneos son la ciencia y la política. En el primer caso, la Modernidad supo hermanar saber y poder, de forma que abrió horizontes al dominio del hombre sobre la naturaleza, hasta el punto de que se pensó que este dominio era ilimitado. En el segundo, la política y las ideologías prometen salvaciones mundanas.

El neognosticismo o los movimientos de masas gnósticos están fundados sobre las pretensiones del individuo, cuya voluntad ha sido sacralizada en la dialéctica paradójica de la secularización. Pero esta tesis se mantiene sólo si al mismo tiempo se considera al universo como materia a disposición del hombre. El sujeto deificado de la Modernidad irrumpe contra lo que Voegelin denomina el orden del ser; prescinde de los límites impuestos y comienza su desvarío. No es de extrañar que enferme de hybris ante la magnificencia de su poder. Tal vez la cuestión de fondo sea precisamente esa, la sencilla propensión del ser humano a caer siempre en la tentación del «eritis Sicut deus», sin saber que ya para los antiguos la desmesura y el orgullo acarreaban el castigo de las divinidades.

Voegelin realiza una diagnóstico claro sobre la decantación de la filosofía moderna y sus análisis podrían aplicarse, de una forma también ajustada, a las reflexiones sobre la posmodernidad. Frente a esa visión utópica del saber y la política, se propone una vuelta a la modestia y el sentido común, sabiendo que la filosofía siempre ha sido «amor a la sabiduría» y de que el conocimiento absoluto es sólo atributo de los dioses. En este sentido, afirma Voegelin en estas páginas que «el salto desde las barreras de la finitud hacia la perfección del verdadero saber es imposible. Cuando un pensador intenta dar este salto, no auspicia la filosofía, sino que la abandona y se torna un gnóstico».

Es verdad que, como afirma Peter J. Opitz en el magnífico prólogo al texto, Voegelin abandonó su trabajo sobre las relaciones entre gnosticismo y modernidad, aunque sus razones sólo pueden ser aventuradas, y pasó a investigar temas propios de la conciencia, pero de lo que no hay duda es que sopesó adecuadamente sus palabras cuando se atrevió a hablar de la enfermiza constitución anímica de los gnósticos, entre ellos de Marx, Hegel y Nietzsche.

En cualquier caso, supo ver como muy pocos la coherencia de la historia del pensamiento y en su descubrimiento de ciertos tópicos recurrentes evidencia su peculiar y profundo conocimiento de la filosofía y la historia de la humanidad.

Un texto sugerente, lleno de reflexiones interesantes, de símiles y de propuestas que darán que pensar al lector, pero sobre todo le harán comprender por qué ha sido tan importante la filosofía moderna y cómo gran parte de nuestra cosmovisión actual procede, directa o indirectamente, de ella. Con independencia de la valoración que merezcan las tesis de Voegelin, no podrá negarse su contribución a la reflexión contemporánea.

El asesinato de Dios y otros escritos políticos. Eric Voegelin. Hydra. Buenos Aires. 2009. 195 págs.
Profesor de Filosofía del Derecho. (Universidad Complutense de Madrid).