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Serguéi Dovlátov. Nacido durante la evacuación de Leningrado en 1941, fue escritor y periodista habitual de la samizdat, la copia y distribución clandestina de literatura prohibida por la censura soviética. Expulsado de la Unión de Periodistas de su país, en 1978 emigró a Nueva York, donde fue redactor jefe del periódico ruso The New American, y alcanzó el éxito con su literatura. Sus obras aparecieron en The New Yorker. Murió de insuficiencia cardiaca en 1990.


Avance

Serguéi Dovlátov: La filial. Fulgencio Pimentel, 2023. Traducción de Tania Mikhelson y Alfonso Martínez Galilea

Dos tramas se entrecruzan en esta novela de Dovlátov: la asistencia de un periodista a un simposio en Los Ángeles de agentes culturales de la emigración rusa y la aparición en ese escenario del gran amor de su vida. El torrente de recuerdos, sensaciones, preguntas y examen vital que provoca en el protagonista la desestabilizadora presencia de Tasia —así se llama ella— se mezcla con la observación casi entomológica, y muy divertida, de tipos humanos y del medio; uno de esos foros donde se reúnen personas que comparten un mismo y ambicioso fin para saludarse, exponer puntos de vista intercambiables y repetir, hasta la siguiente edición, las mismas cosas que en las anteriores. La caricatura de estos y del entorno solo la supera una: la del propio autor. Es este un proceder habitual de Dovlátov, quien, como se lee en los textos que arropan la novela en la edición de Fulgencio Pimentel, «dibujó también muy a menudo a aquellos que le servían de inspiración —en algunos casos como auténticos prototipos— para los personajes de sus relatos». Algo que le hizo perder no pocas amistades.

Dovlátov solo se pone serio, muy serio, cuando recuerda su historia de amor, cuando echa la vista atrás y es capaz de recuperar con palabras la savia de lo vivido. Entonces el pasado se hace presente enfurruñado por lo que pudo haber sido y no fue y sin perder de vista por qué no fue hasta comprender «horrorizado, que siempre sería así. Una vez ha sucedido, no deja nunca de pasar. Jamás llega a su fin».


Artículo

«Después de los comunistas, no hay nada más asqueroso que los anticomunistas», le susurra Litvinski, uno de los asistentes a la reunión de agentes culturales rusos en el exilio celebrada en Los Ángeles en 1981, a Shaguin, otro compañero y compatriota. Esto pasa en La filial, la novela de Dovlátov, que acaba de publicar la editorial Fulgencio Pimentel como colofón de la labor recuperación del autor ruso que está llevando a cabo.

Pero pasan muchas cosas más. Porque Litvinski existió como Pável Mijáilovich Litvínov, físico, escritor, activista de derechos humanos y disidente de la era soviética, fue uno de los que en 1968 se manifestó en la Plaza Roja contra el ataque soviético a Checoslovaquia. Existió también Shaguin. Lo hizo como Boris Iósifovich Shraguin, filósofo disidente que, al igual que el anterior, tuvo que emigrar de su país en 1974. Ambos era amigos del autor, el escritor y periodista Serguéi Dovlátov, que, en uno de sus rasgos más definitorios de su escritura, convertía en ficción personas, situaciones, conversaciones y todo aquello que se iba encontrando en su agitada vida.

El simposio, por ejemplo, alrededor del cual gira la novela, sucedió también en la realidad y Dovlátov, en aquel entonces uno de los autores emergentes de la América rusófona y redactor jefe de una publicación importante en ese ámbito, tuvo que cubrirlo. El evento —como se lee en los textos explicativos que incorpora la edición— «producirá en Dovlátov un incómodo sentimiento de déja vu: los autores antisoviéticos reproducen las pautas bolcheviques de las que habían salido huyendo. En sus cartas al editor Ígor Yefímov, Dovlátov resume: “Todos mostraron cierta preocupación; en parte por el destino de Rusia, en parte por si se les pagarían sus dietas”». Ese es Dovlátov y su visión de 360° es también 360° crítica, lúcida y divertida en la misma medida e incluye, además, la pizca de absurdo que no se cansa de recomendar en su novela: «No importa la situación, una pizca de absurdo nunca está de más».

Amar, nacer de verdad

En la novela se juntan dos tramas: la del congreso y la del amor porque en esos días de reencuentros aparece de nuevo ella, Tasia, la de la luz, la de la guerra. «Tasia fue como si amaneciera sobre mi vida, como si hubiera inundado de luz todos sus recovecos. Y fue así como perdí mi sosiego. Me convertí en un país en guerra, sorprendido por el enemigo en un segundo frente. Hasta ese momento me había dedicado al egocentrismo. Ahora me tocaba cuidar de otro. Y, lo que es peor aún, amar a otro. Como habría dicho Leon Tolstoi, una zona de vulnerabilidad añadida había hecho aparición en mí. Lástima que no recuerde cuándo fue la primera vez que lo sentí. Porque lo cierto es que fue el día en que nací de verdad». Merece la pena reproducir la cita entera porque Dovlátov enseña los procesos de los acontecimientos interiores y exteriores, dejando al descubierto los meandros, los virajes, los forcejeos con uno mismo y con el mundo… Lo hace, además, a través de los detalles o anécdotas que, imperceptibles a menudo —casi siempre— son los más valiosos a la hora de hacerse una idea, una composición de lo que verdaderamente está pasando. No es Dovlátov escritor de la espuma de las olas; él se dedica a las grandes corrientes submarinas.

Entomología humana

Así, a través de retratos de los personajes va haciendo la radiografía de ciertos tipos humanos y las relaciones. Van algunos ejemplos. El primero, dentro de la redacción.  «Chóbur, nuestro columnista económico, se abalanza sobre mí. Desde hace más de ocho años fuma de mi tabaco. Hace más de ocho años que me saluda como a un hermano: “¡Vamos a echar un cigarrito!”». El segundo, ya en pleno simposio. Alguien se revuelve, tras el discurso un tanto aburrido de un antiguo abogado del Estado sobre la Constitución de la nueva Rusia. «¡A ese pasma le voy a hacer un traje de madera! ¡Se va a tragar sus putas botas de hule!… Era Karaváyev, acreditado defensor de los derechos humanos». Un tercer ejemplo se encuentra en uno de los apartados o corrillos en los que un desconocido se acerca al periodista para hablarle de un artículo que ha escrito, «un breve estudio, más bien. Un ensayo, si lo prefiere. Me gustaría colocarlo en algún periódico». Su título, «Miguel Ángel vive en Flushing» […] Trata de la obra de un pintor y escultor excelente». Tras algunas preguntas, el protagonista descubre que el autor, el artista de marras y el interlocutor son la misma persona. Un poco por deferencia, otro poco por quitárselo de encima le pide una copia para llevar a una redacción, pero la copia ya había ido a parar al fondo de su maletín. La filial incluye esta nota bene: «El reportaje de Turóver, titulado “Miguel Ángel vive en Flushing”, vio la luz el 14 de enero de 1986 firmado por A. Objetívov».

Memorables también sus retratos de conjunto de americanos y rusos a la hora del bufé o de nacionalistas eslavófilos frente a los liberales. Este último abarca desde lo más pequeño (el vestido, la forma de hablar o la bebida) a lo principal, sus diferencias. En estas Dovlátov —porque es Dovlátov el que habla en estos párrafos de la novela— encuentra sin embargo muchas cosas en común: «En la URSS los unos habían sido “chovinistas irrecuperables” y los otros “cosmopolitas sin raíces”. Fueron uña y carne. Compartieron felices las estrechas celdas de la prisión. Pero la libertad resultó demasiado ancha para la convivencia […]. Eslavófilos y liberales comparten un mismo dolor cuando evocan la patria. Aunque incluso en ese aspecto mantienen una discrepancia fundamental. Los patrioteros eslavófilos están convencidos de que Rusia todavía tiene que dar que hablar. Los liberales opinan que, lamentablemente, ha dado demasiado ya que hablar».

Dovlátov, el siempre inesperado

Y entre sus conclusiones, lo que narrador comenta después de una de las ponencias sirve para resumir ese y tantos otros foros: «Dijo exactamente lo mismo que suele decirse en circunstancias parecidas desde hace varias décadas». Todo lo contrario de lo que le pasa a este autor que, rechazando deliberadamente cualquier forma de acomodo intelectual, decía lo inesperado y de formas inesperadas. Por eso renovó los géneros que trató, por eso fue tan incómodo, por eso huyó tantas veces, de tantas formas al precio, seguramente, de su  estabilidad y seguridad vitales. De nuevo, una vez más, no se distingue bien al que habla y piensa del que escribe cuando recomienda, en La filial, no confiarle la vida a la literatura. De nuevo, Serguéi Dovlátov, haciendo exactamente lo contrario.


Foto en https://snl.no/Sergej_Dovlatov
Licencia: CC BY SA 4.0

Periodista cultural