Estamos en un periodo en el que toda revisión histórica parece que tiene que servir para pedir perdón. Tiene razón Peter Bruckner cuando afirma que esto supone una carga en ocasiones insoportable y una responsabilidad asumida por generaciones que no protagonizaron hechos históricos. Se lee la historia para lamentarse, en definitiva.
Por ello mismo, el libro de Julio Crespo MacLennan no es solo un acontecimiento —en la medida en que se propone hacer una historia de los imperios europeos— sino que, sin ocultar lo que debe avergonzarnos en el pasado colonial, también es consciente de que Europa ha hecho grandes contribuciones al mundo moderno —podríamos incluso decir que ha configurado la modernidad— gracias, sobre todo, a su expansión imperialista. Entre otras aportaciones, MacLennan señala la democracia —junto con la cultura política que conlleva— o la economía de mercado, por ejemplo.
Por otro lado, en referencia a nuestro futuro común, también Imperios puede ser el primero de una serie de libros que profundizan en la historia común de Europa. En este sentido, su ensayo se abre con las siguientes afirmaciones: «No solo se necesita una narrativa que explique a los europeos su historia y la cultura que comparten, como ya se ha hecho en las últimas décadas, sino también una que aporte una explicación sobre el papel que han desempeñado en el mundo y cuál es su legado». Es este, a nuestro juicio, un pilar fundamental para la UE y solo reflexionando sobre lo que indica el autor de este libro se puede empezar a confeccionar una cultura común, tanto política como histórica. De esa forma, el trabajo del historiador tendrá mayores frutos que los intentos institucionalizados y artificiales.
En la obra se combina el orden temporal con el temático. MacLennan pasa revista a la conformación de las primeras tentativas marítimas de Portugal y a la consolidación del imperio español. Tras ellos, se explica cómo Holanda logró situarse como potencia económica y cómo hizo posible su diseño colonial en el siglo XVII. Al mismo tiempo, también Inglaterra comenzó a lanzarse a la búsqueda de nuevas tierras en América del Norte, junto con Francia, que desembarca en el África inexplorada. Es acertado, teniendo en cuenta la perspectiva global de la obra, incluir referencias a las expansiones escandinavas y el examen que se realiza de Rusia, aunque se trata de una potencia euroasiática, como detalla el propio autor.
A partir del XIX el imperialismo se impone y constituye un hecho político gratificante para la población. Es su edad dorada, por emplear sus términos. Es sintomático de la importancia de la expansión colonial que tanto para Alemania como para Italia su configuración nacional corriera pareja con su expansión. MacLennan, como indicábamos, no obvia las cuestiones polémicas del expansionismo —la trata de esclavos, la aculturación europea y la pérdida de relevancia de las culturas autóctonas—, pero estos hechos no pueden o no deben oscurecer las brillantes aportaciones del mundo europeo que posibilitaron la entrada de muchas de sus colonias en el escenario de la historia. El lector del siglo XXI no debe volver al pasado con sus moldes cognoscitivos únicamente. Tampoco nosotros, como lectores, debemos olvidar que la potencia hegemónica de hoy, EEUU, fue una colonia.
Además hay que notar que junto con los desvíos políticos del imperialismo, las colonias produjeron una figura importante: el emigrante. La colonización no es solo el resultado de un proyecto monárquico, sino fruto también de la mezcolanza demográfica. También Europa debe recuperar, como un hecho importante de su pasado, esta vocación migratoria, como un fenómeno que exterioriza, entre otras cosas, su apertura al mundo. Así lo explica el propio autor: «Las grandes olas de emigración europea que comenzaron en el siglo XIX y continuaron hasta bien avanzado el siglo XX dieron a la expansión imperial y llevaron la influencia de Europa más allá del mundo colonial». De hecho, no sería exagerado afirmar que fueron los emigrantes una de los factores que determinaron también el surgimiento de la identidad nacional en el mundo de las colonias.
Para MacLennan, el declive del imperialismo europeo comienza con la primera de las guerras mundiales y está marcado, precisamente, por las tensiones entre las potencias europeas, aunque también tuvo una influencia importante la tensión interna en el seno de las colonias. La rivalidad se expresó en forma de conflagración. Sin embargo, el fin de la Primera Guerra Mundial sumió a Europa en una crisis política, social y económica, que aprovecharon las ideologías totalitarias. Estas añadieron más tensión en Europa, debido sobre todo a sus ambiciones expansionistas. Por ello, tras la Segunda Guerra Mundial, el expansionismo europeo era ya una vía muerta. «El fin de la Segunda Guerra Mundial, la destrucción física, el Holocausto, la ruina económica y la pérdida de poder mundial, todo ello tuvo un impacto demoledor sobre la conciencia colectiva europea, tanto para los ganadores como para los perdedores», explica el autor.
Ahora bien, el fin del imperialismo y el desmantelamiento de las colonias, ya en pleno siglo XX, han sido positivos para Europa. En efecto, es como si los europeos, tras los fracasos políticos, hubieran tomado conciencia de que necesitaban una forma de vivir conjunta. A mi juicio, es interesante reflexionar sobre la conclusión de MacLennan, ya que termina su repaso por los imperios europeos haciendo referencia, precisamente, al proceso de constitución de la UE. En cualquier caso, Imperios es un libro imprescindible para meditar sobre lo que es Europa a partir de lo que ha sido y para comprender por qué, querásmolo o no, Europa sigue siendo un referente en el que otras naciones se miran.