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[Texto procedente del número impreso de Nueva Revista 181; al final del artículo lo ofrecemos en PDF].


SI LA DE POLEMISTA  fuera una profesión remunerada, el ensayista Alain Finkielkraut podría vivir de ella holgadamente porque en los últimos años, décadas, no ha dejado escapar ninguna polémica y algunas hasta las ha originado. Su actitud recuerda a aquello que escribió en una carta Miguel de Unamuno a Camille Pitollet: «Yo juego a la pelota con las ideas, por las que no siento respeto alguno. Cuando a fuerza de pelotazos reviento una, cojo otra».

Porque con las ideas, Finkielkraut forcejea, vira, se exalta, objeta, se desata, recula. Nunca las deja en paz y tampoco se calla. Para todo tiene opiniones contundentes Alain Finkielkraut, lo que le ha hecho objetivo preferente de la cultura de la cancelación. Delante de esas opiniones, curiosamente, suele tener también un micrófono propio–lleva más de treinta años al frente del programa Repliques (France Culture)– o ajeno que las amplifican. Detrás queda el compendio de sus ideas, que ha ido plasmando en sus numerosos libros.

Sus pasos políticos lo llevaron a las manifestaciones y espíritu de mayo del 68, pero tras su militancia «a la izquierda del izquierdismo» ingresó en la nómina de lo que luego se etiquetó como la corriente de los nuevos filósofos

Pero, antes de entrar en ellas, se hace indispensable una mínima nota biográfica para saber, por ejemplo, que Alain Finkielkraut desciende de una familia judía de origen polaco. Su madre nació en la actual ciudad ucraniana de Lviv, que anteriormente perteneció a Polonia, y su padre abandonó el país en la década de los 30 y sobrevivió a la deportación al campo de concentración de Auschwitz. Nacido en París en 1949, Finkielkraut encaminó pronto sus pasos laborales hacia la docencia. Con formación en literatura y filosofía, quizá la faceta profesional que mejor le define es su época de profesor de Historia de las Ideas en el Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales de la École Polytechnique, entre 1989 y 2014, año en el que fue elegido miembro de la Academia Francesa, causando también un gran revuelo. Como compañeros de viaje por este mundo de las ideas, Finkielkraut escogió a Levinas, Hannah Arendt y Charles Péguy, entre otros.

La derrota del pensamiento (Anagrama, 1988) una de sus obras más representativas.

Sus pasos políticos lo llevaron a las manifestaciones y espíritu de mayo del 68, pero tras su militancia «a la izquierda del izquierdismo» ingresó en la nómina de lo que luego se etiquetó como la corriente de los nuevos filósofos y cuyo denominador común fue la ruptura con el marxismo en la década de los 70. Y no fue la única; como respuesta a la liberación sexual de la época, publicó Nuevo desorden amoroso, con Pascal Bruckner, una «crítica de Eros en nombre de Eros», como la califica en la revisión autobiográfica que traza En primera persona (Encuentro ediciones), su último libro traducido al español. En el prólogo Finkielkraut habla de palabras, «epítetos inamistosos adosados mil veces a mi apellido». Racista y reaccionario son dos de ellos y Finkielkraut… reacciona, se defiende y arremete: «Pongo las cartas sobre la mesa, digo desde dónde hablo, pero no digo sin embargo “Cada uno tiene su propia visión de las cosas”». Por la lucha contra el relativismo que ya anuncia empieza esta revisión de sus ideas.

Relativismo. A finales de los 80 La derrota del pensamiento se convirtió en un superventas, una sacudida que denunciaba una sociedad donde si todo es cultura, nada es cultura. «Todas las culturas son igualmente legítimas y todo es cultural, afirman al unísono los niños mimados de la sociedad de la abundancia y los detractores de Occidente (…). Lo que leen las lolitas equivale a Lolita; una frase publicitaria eficaz equivale a un poema de Apollinaire o de Francis Ponge; un ritmo de rock equivale a una melodía de Duke Ellington; un bonito partido de fútbol equivale a un ballet de Pina Bausch». Finkielkraut jerarquiza sin rubor: la vida guiada por el pensamiento es superior, la alta cultura es la cultura. «No hay duda de que el no-pensamiento siempre ha coexistido con la vida del espíritu, pero es la primera vez en la historia europea que se aloja el mismo vocablo y que disfruta del mismo estatuto; la primera vez que a quienes, en nombre de la «alta» cultura, se atreven todavía a llamarlo por su nombre se les tacha de racistas y reaccionarios».

Finkielkraut está temeroso ante el fin de Europa y de unos valores que ve amenazados por el multiculturalismo

La identidad europea. En 1986 Alain Finkielkraut funda la revista Le Messager européen «para hacer oír la voz de quienes, viviendo bajo el yugo ruso, defendían la identidad europea». Gracias sobre todo a su amigo Milan Kundera y a otros «escritores checos, húngaros y polacos, descubrí que la cultura, desde los albores de los tiempos modernos, ha sido la base de la civilización europea a la que tengo la suerte de pertenecer». Finkielkraut está orgulloso de esa pertenencia y temeroso ante el fin de Europa y de unos valores que ve amenazados por el multiculturalismo.

Laicismo radical. Todo empieza en 1989 con la expulsión del colegio de tres alumnas en un centro de la periferia de París, por negarse a quitarse el velo islámico en clase, pero el conflicto vuelve y vuelve cada cierto tiempo a Francia y al resto de países europeos. Lo que pasó después lo recuerda Finkielkraut al comienzo de La identidad desdichada. Se suceden los posicionamientos. Los movimientos contra el racismo ven racismo en la decisión. El primer ministro de la República, Lionel Jospin en ese momento, habla de integración. Finkielkraut firma un manifiesto junto con otros intelectuales y su respuesta es contundente. Agradecen su amabilidad, pero hablan de mansedumbre, capitulación y le recuerdan que está permitido prohibir «para que los alumnos puedan olvidar con tranquilidad su comunidad de origen y pensar en otra cosa que lo que son para poder pensar por sí mismos».

Romantizar al Otro. Frente a la identidad europea y francesa, Finkielkraut ha acuñado la expresión «romantizar al Otro». Lo explica en una entrevista en la revista Philosophie magazine: «Las únicas identidades que tienen derecho de ciudadanía son las extranjeras, minoritarias, heterogéneas. La figura cimera de esta visión es Gianni Vattimo, según el cual debemos pasar del universalismo a la hospitalidad, escuchar a nuestros huéspedes y darles la palabra».

Islamismo, antisemitismo. En 2005, Finkielkraut vio en los disturbios de la periferia parisina «una revuelta de carácter étnico-religioso», más que una protesta económica y social. Y la calificó de progromo antirrepublicano en el diario israelí Haaretz. Su teoría es que el islam radical en Europa encabeza la cruzada del nuevo antisemitismo. Un antisemitismo cuyo mayor peligro es adoptar «un lenguaje antirracista», con el beneplácito de la izquierda. En las más recientes manifestaciones de chalecos amarillos en París, al salir de su casa, Finkielkraut sufrió amenazas e insultos antisemitas. Cuando se conoció que el hombre que resultó condenado por amenazarle era un musulmán converso, explicó a The Guardian su posición: «Este no es el antisemitismo clásico que vimos con Hitler, es otro antisemitismo. No viene de Francia; es traído a Francia por una nueva población de países árabe-musulmanes y del África negra y luego es retransmitido por la extrema izquierda ( …). Me llaman racista porque critico a los jóvenes musulmanes que han sido radicalizados por el islamismo, pero al criticar a los extremistas islámicos no estoy criticando al islam en general. La idea de que el antisemitismo no puede venir de las personas que sufren ellas mismas racismo es una especie de chantaje y negación de la situación».

Neofeminismo, cultura de la violación. Finkielkraut niega el patriarcado y no cree «que en las democracias occidentales las mujeres estén viviendo hoy bajo el yugo de los varones. Esta imagen de una dominación masculina aplastante me parece mentirosa», explica en entrevista con Claudia Peiró (Infobae). Pone bajo sospecha el movimiento MeToo, porque le parece una barbaridad que la acusación sea suficiente prueba como para condenar, y no le perdona al lenguaje inclusivo su daño irreparable a la lengua y a la literatura francesa que ama. A finales de 2019 sus declaraciones en un programa sobre libertad de expresión bajo el lema ¿Se pueden expresar todas las opiniones? causaron consternación. La feminista Caroline de Haas le recordaba la gravedad del mensaje que lanzaba al cuestionar que la relación del director Roman Polanski con una menor fuera «exactamente una violación» y Finkielkraut respondió: «Violad, violad… A los hombres les digo: violen a las mujeres. De hecho yo violo a la mía todas las noches». Posteriormente declaró que «hoy no se entiende la ironía y que hay que ser literal porque de lo contrario la gente no entiende nada». La cadena le despidió dos años después por otras declaraciones sobre el consentimiento en el caso de las violaciones incestuosas del politólogo Olivier Duhamel, acusado de violar a su hijastro, que tenía entonces 14 años.

«En un momento en el que se lucha contra la discriminación, prevalece una concepción completamente diferente de la apertura, la del bachillerato para todos y el presentismo triunfante»

Progresismo, conservadurismo. En entrevista con Le Point, Finkielkraut afirma estar en desacuerdo con el orden establecido, entendiendo este como el hecho de que el destino de cada uno está determinado por su nacimiento, y se define como progresista. De la izquierda dice que ha traicionado la promesa republicana y ve en ellos una falla insalvable: «En mi opinión, su mayor defecto es su política educativa. El antielitismo en la educación causa un daño irreparable», afirma siguiendo al historiador Marc Bloch. Y lo explica así: «Este lenguaje republicano ofende ahora al sentimiento democrático. En un momento en el que se lucha contra la discriminación, prevalece una concepción completamente diferente de la apertura, la del bachillerato para todos y el presentismo triunfante. Pero el patrimonio que la izquierda abandona en nombre de la igualdad, la derecha se lo quita en nombre de la utilidad. Hace tiempo que dejé de temer la ira de la izquierda divina. Si estuviera en la derecha, lo diría sin dudarlo. Pero aquí está la cosa: mi partido no existe».


Se puede descargar aquí en pdf el artículo de Pilar Gómez Finkielkraut, ideas y  polémicas.


El nuevo orden moral

Alain Finkielkraut

(Miembro de la Academia francesa desde 2014, Alain Finkielkraut pronunció allí a finales de 2019 el tradicional discurso de ingreso. Lo tituló El nuevo orden moral o el triunfo de la tía Céline. Es en este personaje de En busca del tiempo perdido, donde Finkielkraut ve encarnadas las claves del «nuevo orden moral» contra el que se bate en las últimas décadas y que desgrana en este texto).

«Si alguien alguna vez hubiera predicho que llegaría el día en que yo pronunciaría el discurso anual sobre la virtud en la Coupole, con toda la parafernalia de los ropajes, habría encontrado la idea incongruente, incluso ofensiva, y habría respondido, encogiéndome de hombros, que, ni siquiera con toques de ironía o malicia, la edificación era mi fuerte (…). Estaba decidido, después de mi elección, a escabullirme año tras año y evitar esta pieza de elocuencia artificial, convencional y me atrevo a decir, ya que aparece en el diccionario de la Academia, cursi. Como se ve, he cambiado. En lugar de demorar el plazo, me he anticipado. Siguiendo los pasos de mis brillantes predecesores, me ofrecí como voluntario, y fue el propio Proust quien dictó esta elección (…).

«No hay que dejarse llevar a engaño: debajo de su exterior espectacularmente anacrónico, la tía Céline es eminentemente contemporánea. Nada es más contemporáneo que su inoportuno discurso»

No hay que dejarse llevar a engaño: debajo de su exterior espectacularmente anacrónico, la tía Céline es eminentemente contemporánea. Nada es más contemporáneo que su inoportuno discurso. En el relato de Proust aparece ridícula, pero, por desgracia, el que ríe último, ríe mejor. La posteridad, liderada por los humoristas, ha elegido su sensibilidad por encima de la sutileza de Swann. Nuestro tiempo, despojado de la sabiduría de los antiguos, no reconoce otra ley que su impulso compasivo. Salida del cristianismo, la religión de la humanidad ocupa ahora sola el espacio que antes compartían las virtudes cardinales y teologales.

De izquierda a derecha, portada de los libros Un corazón inteligente (Alianza Editorial, 2010), En primera persona (Encuentro, 2019) y La identidad desdichada (Alianza Editorial, 2014).

El valor, la justicia, la prudencia, la templanza, la fe, la esperanza y la caridad encuentran su  realización en la emoción de la tía Céline. Esta joven descolorida, cuya sordera podría hacerla parecer senil, encarna la modernidad con un corazón que late. Vivimos, para bien o para mal, bajo el reinado de la tía Céline. Solo hay que mirar alrededor. Los festivales culturales que consiguen que los veranos europeos tengan un encanto único están hechos a su imagen y semejanza. El espíritu de la tía Céline sobrevuela la mayoría de las producciones de teatro y ópera. Ya sea Dido y Eneas de Purcell o la Odisea de Homero, el objetivo es siempre el mismo: superar la exclusión, celebrar la hospitalidad, borrar las fronteras, derribar los muros de la fortaleza. No hay fábula que no tenga una lección, ni creador que no se transforme en predicador (…).

Prescrito por la vigilancia y no por el decoro, propagado por los artistas y no por los filisteos, un nuevo orden moral ha caído sobre la vida del espíritu. Su bandera es la humanidad. Su enemigo es la jerarquía. Arruina la autoridad del profesor en la escuela (la propia palabra «profesor» ha desaparecido). Para dejar de favorecer a los aventajados y luchar eficazmente contra el orden establecido, suprime la distinción entre cultura e incultura proclamando, a fe de los sociólogos, sus expertos designados, que todo es cultural.

Según él, el uso correcto del lenguaje es una cuestión de glotofobia (es decir, de odio al lenguaje de los barrios obreros). Practica asiduamente la escritura inclusiva para dar a las mujeres el lugar que les corresponde en las palabras y en la vida. Si copiara en la pantalla de su ordenador la frase de Salman Rushdie: «Algo nuevo estaba ocurriendo, el surgimiento de una nueva intolerancia. Se extendía por toda la faz de la tierra, pero nadie quería ponerse de acuerdo. Se ha inventado una nueva palabra para que los ciegos sigan siendo ciegos: islamofobia», la leería, instando a sustituir la palabra estigmatizante «ciego» por la más benévola «discapacitado visual»: «Se ha inventado una nueva palabra para que los discapacitados visuales sigan siendo discapacitados visuales. Si en un artículo se aventura a escribir: «¡Buen provecho, señores!», encomienda a un corrector bien entrenado la misión de sustituir este apóstrofe machista por una expresión más adecuada, es decir, más igualitaria: «¡Buen provecho, señores y damas!» o, mejor aún, porque también estarían los que ni una cosa ni la otra, y el principio de inclusión nos obliga a tenerlos en cuenta: «¡Buen provecho a todo el mundo, a todes!» (…).

Las artes plásticas, la literatura, el teatro, el cine, la filosofía, la religión: todo es ahora una defensa de la buena causa. Las obras humanas se valoran únicamente sobre la base de la humanidad, es decir, la igualdad de dignidad de las personas. No hay que pasar por alto ninguna vía, no hay que escatimar en dolor, cuando se trata de abrir las mentes y los corazones. Al considerar que Philip Roth y Milan Kundera son demasiado sexistas para merecer el Premio Nobel y al eliminar Lolita de Nabokov de todos los programas universitarios, este nuevo orden moral se enorgullece de dejar de conceder vía libre y sancionar las fechorías y fantasías de los últimos representantes del sistema patriarcal. No es el ideal ascético el que inspira sus anatemas y su empresa de reeducación, sino, según el modelo de la tía Céline, el ideal igualitario. Se resiste a utilizar la palabra virtud porque está decidido a distanciarse de la guerra contra la libido librada bajo esta bandera desde los Padres de la Iglesia hasta la burguesía victoriana. Nada le es más ajeno que el dualismo metafísico del alma y el cuerpo. No quiere liberar a los seres humanos de la agonía del deseo, sino al propio deseo de la voluntad de poder. Tiene otras cosas de las que preocuparse además de la lujuria. Su objetivo es el dominante, no el libertino. No condena el pecado de la carne, saca la desigualdad incluso en el secreto de las alcobas.

Este orden moral, en otras palabras, no es reaccionario, ni siquiera conservador. Lejos de temblar por lo que existe, no deja de hacer que las cosas sucedan. Desprovisto de la más mínima nostalgia por los viejos tiempos, liquida alegremente los arcaísmos y descarta con rabia los obstáculos a la marcha de la historia, es decir, como demostró Tocqueville, a la progresiva igualación de las condiciones.

«No se trata de un código de conducta grabado en piedra, sino de una revolución permanente en la sociabilidad»

No se trata de un código de conducta grabado en piedra, sino de una revolución permanente en la sociabilidad. No es la fijación en unas pocas reglas intangibles, es la propia dinámica de la democracia.

No es una forma que encierra, es una fuerza que sigue, que no deja nada en pie, que solo admira su propio movimiento, que se anexiona el pasado con el pretexto de «desempolvar», que engulle el arte en el no-arte, que nivela el lenguaje y que arrasa con las relaciones interpersonales para purificarlas mejor de cualquier tipo de alienación. Sin escatimar ningún ámbito de la existencia, su devoradora pasión democrática limpia nuestra civilización de todo lo que la hizo valer; y cuando esta civilización es cuestionada por la intolerancia de la que habla Rushdie, la acusa de haber profundizado las desigualdades. Es responsable, por sus prácticas discriminatorias, del odio que despierta y de los ataques que sufre. No puede culpar a nadie más que a sí misma cuando tanta gente dentro de sus propias fronteras le guarda un rencor mortal. La violencia a la que está sometida proviene de su esencia criminal. Por lo tanto, el nuevo orden moral no consiste en defenderlo, sino en deshacerlo.

Una vez que se haya convertido en nada, ya no podrá estigmatizar a nadie. «Ninguna civilización cede a la agresión externa si antes no ha desarrollado un mal que la roe por dentro», escribió Polibio.

Hoy, este mal es tanto más formidable cuanto que se presenta como la realización del Bien (…)».

Traducción © Pilar Gómez.

Periodista cultural y escritora