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Anne Applebaum. Periodista y ensayista estadounidense-polaca, Applebaum ganó el premio Pulitzer por la obra Gulag. Ha colaborador con prestigiosos medios y trabaja en The Atlantic. Autora de libros como El telón de acero o El ocaso de la democracia, todos en Debate.


Avance

Entre Este y Oeste. Un viaje por las fronteras de Europa es una crónica de viaje por el espacio, pero también por el tiempo. En 1991, cuando la autora, Anne Applebaum, recorrió las tierras fronterizas de Europa, desde el Báltico hasta el mar Negro, descubrió un extraño ánimo de suspensión sobre el que, más de tres décadas después, en la introducción a la edición del libro publicada en este 2023, escribía: «La sensación de que el imperio soviético había desaparecido, pero nada había llegado todavía a reemplazarlo, se vio bruscamente revertida por la llegada de la cultura global, la encarnizada lucha política y la revolucionaria agitación económica».

Anne Applebaum: Entre Este y Oeste. Un viaje por las fronteras de Europa. Debate, 2023

Lo que narra en sus páginas es la historia de una superficie extensísima ‒y planísima, como si la geografía invitase a la conquista‒ que sucesivas tribus, imperios, naciones fueron delimitando con fronteras mil veces trazadas, borradas y vueltas a definir de nuevo en virtud de alianzas, estrategias e incluso argucias. Un proceso tortuoso e inacabado que presenta como única constante la sangre con la que hoy día se siguen dibujando y desdibujando las líneas de frontera. La guerra en Ucrania, tras la invasión rusa, ha devuelto la actualidad a una zona y a un texto que supo encarnar la historia en las vidas de aquellos con los que la autora se cruzó, habló y preguntó. Puede que, como se lee en la contraportada del libro, las vidas narradas aparezcan como un registro documental de un mundo que ya no existe, pero saber de ellas es una obligación si se quieren conocer las claves y los porqués de lo que ahora existe.


Artículo

Leópolis/Lviv/Lvov/Lwów… En su versión adaptada al español o en ucraniano, en ruso o en polaco, la mera enumeración de nombres de la ciudad ucraniana permiten intuir un pasado en disputa, lleno de contiendas simbólicas, como la de los nombres, y reales: combates sangrientos por la definición de un territorio tembloroso. «El uso de una grafía concreta siempre complacerá a un grupo a expensas de otro» señala la periodista y escritora Anne Applebaum en una de las notas finales de su libro Entre Este y oeste. Un viaje por las fronteras de Europa. Ella las usa todas y cuando escoge una en vez de otra explica sus razones.

Este año Debate ha publicado una nueva edición de esta obra aparecida en 1994 y que narra el viaje que la autora llevó a cabo en el otoño de 1991 «desde Kaliningrado hasta Odesa, del Báltico al mar Negro a través de las tierras fronterizas de Europa […]. Muy poco tiempo después, los lugares que había visitado se sumieron en una época de cambios convulsos […]. Las repúblicas de Lituania, Bielorrusia, Ucrania y Moldavia, que durante mi viaje todavía formaban parte de la Unión Soviética, se convirtieron en estados independientes». Una vez más el mapa de Europa había cambiado. ¿Europa? En la introducción, se lee: «no teníamos la sensación de estar cerca de “Europa” ni de que “Occidente” fuera algo más que un constructo mitológico. Aquel aislamiento, y la consiguiente desolación, eran el resultado de décadas de guerra, limpieza étnica y gobierno totalitario».

La narración de Applebaum rastreaba el fantasma de Europa en aquellas latitudes y se convertía en un termómetro para los cambios que habrían de venir. Desactualizado de forma prematura para el periodismo, el libro revivió décadas después como documento histórico y memoria «de un mundo que ya no existe». Curiosamente, la última invasión de Ucrania por parte de Rusia y la guerra, ha devuelto el interés periodístico al capítulo que Applebaum dedica a Rusos, bielorrusos y ucranianos y a sus ciudades: Minsk, Brest, Kobrin o la mencionada Leópolis/Lviv/Lvov/Lwów…

De Köningsberg a Kaliningrado

El viaje comienza en Kaliningrado. La autora introduce cada capítulo con una aproximación histórica para acabar con su visita, las conversaciones con los habitantes y sus impresiones. Antes de llegar a Kalinigrado, es preciso haber viajado al pasado de Köninsgberg, «cuna de la Ilustración alemana, Kant, Herder y Hamann enseñaron en su universidad y Federico el Grande fue el mecenas de la ciudad. En el siglo XIX, Prusia se alzó de la mano de Köningsberg, anexionándose parte de Polonia y Lituania y dominando la Alemania unificada que surgió más tarde». En abril de 1945 las tropas soviéticas entraron en la ciudad. La destrucción fue «sistemática, tomándose su tiempo». El objetivo, como escribe Applebaum no era someter una ciudad sino destruir su historia. Con bastante éxito. La tumba llena de grafitis de Kant puede representarlo en una sola imagen. Si hay tiempo para las descripciones, esta, donde la autora describe el centro de Kaliningrado: «era como si alguien hubiera dejado caer por accidente sobre los monumentos más antiguos nuevos bulevares e insulsos edificios que no pegaban ni con cola, y luego, al contemplar el espantoso resultado, hubiera dado todo el proyecto por perdido». A la hora de las conclusiones, escribe Applebaum: «Kaliningrado es uno de los pocos lugares donde Stalin logró totalmente lo que se proponía. Exterminó a los prusianos orientales de forma tan radical como antaño los Caballeros Teutónicos habían exterminado a los prusios, aunque tardando unos pocos años en lugar de un siglo. Llenó de forasteros la ciudad. Destruyó las iglesias, las casas y los árboles y los sustituyó por bloques de hormigón. Borró el pasado».

Codazos y empujones

La segunda parte se titula Polacos y lituanos. Applebaum viaja por diversas ciudades (Perloja, Radun, Hermaniszki…), pero la visita a Vilna/Vilnius/Wilno y lo que vive allí es un buen ejemplo de lo que vienen de explicar las páginas destinadas a resumir su historia. Y decir historia es decir contiendas a todos los niveles, desde la lucha por la tierra hasta el empujón por abrirse paso. Literalmente. «En la iglesia de Santa Ana, un cartel en la puerta indicaba que cada semana se decía misa tanto en polaco como el lituano.  Pero un sacerdote bilingüe vestido con una sotana marrón me dijo que, durante la pausa entre los dos servicios, los polacos y los lituanos se daban codazos y empujones. “Ocurre todos los domingos ‒me explicó, meneando la cabeza‒. Cuando los polacos se quedan rezando demasiado tiempo, los lituanos creen que lo hacen para alardear».

Herederos de la Rus de Kiev

La tercera parte, ya mencionada, es la dedicada a Rusos, bielorrusos y ucranianos. Un vistazo a la historia es particularmente interesante en este punto ya que puede dar algunas claves para entender el presente. Todo parte de la Rus de Kiev, un imperio ‒muy poco imperio‒  más parecido, en terminología del historiador Richard Pipes a una de, «las grandes compañías mercantiles británicas de los siglos XVII y XVIII» que administró en el siglo IX los terrenos que regaba el Dniéper. Conoció su apogeo a finales del siglo X y principios del XI, pero no duró mucho, apenas cuatrocientos años hasta que los mongoles acabaron ella. «Las tres naciones que evolucionaron a partir de esta federación política ‒Rusia, Ucrania y Bielorrusia‒ pueden proclamar legítimamente que son sus herederas espirituales, geográficas o culturales. Sin embargo, ¡es tan poco lo que se sabe de la Rus de Kiev y tanto lo que se ha perdido!». Pues justo por ello, tras siglos de expansión rusa territorial indiscriminada en la que llegaban insertos valores y saberes que cuestionaban sus ideas y su estatus, los rusos comenzaron a preguntarse por su identidad: «”¿Quiénes somos?; “¿qué tipo de nación formamos?”: “¿qué derecho tenemos a compararnos con las naciones occidentales?”. Y llegaron a una respuesta histórica: somos los herederos de la Rus de Kiev; nuestros padres son los descendientes de los príncipes de la Rus de Kiev; tenemos el derecho histórico a conquistar los pueblos del sur y el oeste de Moscovia, porque su tierra es el antiguo patrimonio de la Rus de Kiev». La respuesta tiene una doble cara porque, si los rusos eran verdaderamente los descendientes de aquellos moradores, ¿quiénes eran los ucranianos entonces?, ¿cuáles sus demandas? La reacción llegó en el XIX cuando «una nueva generación de historiadores y poetas nacionalistas ucranianos propugnaron una teoría que respondía a todas estas cuestiones: los rusos
‒afirmaron‒ habían robado la historia de Ucrania […]. Rusia había mentido, había intentado privar a Ucrania del legado de la Rus,
le había rebautizado como “la pequeña Rusia” y se había apropiado de la gloria de Kiev, la belleza de Santa Sofía, los mosaicos y los iconos. Pero ese robo aún podía revertirse».

Inventada o no, Rusia había llegado primero a una respuesta, mientras Ucrania se enredaba en cuestiones existenciales. ¿Y Bielorrusia? «Siempre era fácil decir lo que los bielorrusos no eran: no eran polacos, ni rusos, ni ucranianos. Pero resultaba mucho más difícil definir lo que eran […]. Nunca habían sido independientes; pero, lo que era aún peor, hasta el siglo XX nunca habían intentado serlo, como sí habían hecho los ucranianos».

El itinerario de la autora por estos territorios incluye parada en Minsk, Brest, Kobrin ‒donde nació el bisabuelo paterno de la autora‒ o la mencionada Leópolis, entre otras ciudades. Al hilo de sus pasos, resultan siempre reveladores sus diálogos, descripciones y reflexiones. Inusual es, en este capítulo la inclusión de un epígrafe titulado Un recuerdo en el que Applebaum conversa con un entusiasta lingüista ucraniano casado con una lituana y hablante de ruso, bieorruso, polaco, lituano, los dialectos de la Bucovina y Rutenia, rumano, alemán, un poquito de turco y otro de inglés además de ucraniano. Estaba entusiasmado al poder conversar por primera vez en inglés con una persona real. Solo decayó su entusiasmo al ser preguntado por su país, por su pasado y su destino: «[…] nos aglomeraron a todos y nos dijeron que habláramos ruso […]. Ahora tenemos la democratización, y la democratización va acompañada de nuevo nacionalismo, es inevitable. Me temo que este nacionalismo será unificador en el mal sentido. Nuestro pueblo no reconocerá el valor de sus diferencias […]. Los ucranianos solo conocen un modelo, el modelo soviético, y ese modelo decía que la Unión hace la fuerza. Pero lo que hace la fuerza son las diferencias. La variedad, esa es la belleza de Ucrania. La variedad es su tesoro». El entusiasmo se había trasmutado en melancolía y frustración: «Somos una nación muy antigua, pero nunca en nuestra historia hemos tenido un Estado propio. Nuestro destino ha sido siempre existir bajo el dominio de otros. Y también ha sido nuestro destino ser definido por otros». La autora retoma la declaración: eso mismo «era lo más ucraniano de todo: leer la historia de tu país como si lo hicieras a través de los ojos de un extraño. El destino de las naciones fronterizas era siempre conocerte a través de las historias de otras».

Últimas paradas

La última parte del libro la dedica a las ciudades isla entre las que incluye Chernivtsí/ Czernowitz/ Cernăuți, capital ‒al menos capital cultural‒ de la Bucovina que también fue llamada apodada «pequeña Viena por su poderío cultural y Odesa, la «primera ciudad rusa hermosa que había visto nunca», escribe Anne Applebaum muy de acuerdo con Mark Twain que en el siglo XIX viajó hasta la ciudad y afirmó sentirse allí como en casa. «Twain tenía razón: no había nada que fuera demasiado ruso en Odesa».

El viaje de la autora se cierra con un trayecto en barco cruzando el Bósforo hacia Estambul. Junto a ella viajan ciudadanos de las diversas nacionalidades que dejaba atrás dispuestos a hacer negocios cada uno a su manera, con sus peculiaridades. Más de tres décadas después, en el prólogo a la edición de este 2023, escribe la autora, más bien describe, su intención de hacer correcciones, la necesidad de comprobar datos, verificar… Sabe que es imposible… «y quizá sea mejor así. Porque, si aún cabe atribuir un valor a este libro, es como registro documental de una experiencia que no puede repetirse».


Imagen: Oleg ante los restos de su caballo. Ilustración de Viktor Vasnetsov de La balada del sabio Oleg, de A. Pushkin, Museo Estatal de Literatura, Moscú. Foto: Wikimedia Commons

Periodista cultural