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En el artículo que ha iniciado el debate, Areilza y Torreblanca elaboran un diagnóstico de la política exterior del actual Ejecutivo, al tiempo que aconsejan y plantean nuevas formas e instrumentos que le ayudarían a desarrollar una política más eficaz. Según estos autores, los logros de la política exterior de los últimos cinco años son, en el mejor de los casos, difusos, y los objetivos del Ejecutivo demasiado amplios a la vista de los resultados obtenidos y de las capacidades del país. El artículo se centra en cuatro focos de la acción exterior de Zapatero -la Unión Europea, la Alianza de Civilizaciones, la lucha contra la pobreza y el multilateralismo-, con dos elementos comunes a los cuatro: la falta de estrategia y la falta de medios.

El primero de estos elementos, junto a la conocida tendencia a la improvisación del Ejecutivo, ha hecho que la política llevada a cabo combine de forma desordenada e impredecible una orientación normativa e idealista, con dosis de realismo y con tintes en ocasiones excesivamente ideológicos o partidistas. Es lógicamente necesario combinar estos elementos a la hora de definir cualquier estrategia exterior, pero si no se enmarcan bajo unas directrices generales la política pasa a ser meramente reactiva e intuitiva. A modo de ejemplo, la secretaria de estado norteamericana, Hillary Clinton, quiere hacer uso del poder inteligente («smart power») -término acuñado por Joseph Nye y que consiste en la capacidad de combinar poder duro y poder blando para desarrollar una política eficaz- haciendo uso del instrumento o la orientación ideológica correcta en cada momento, pero siempre bajo un marco definido en atención a las características del problema y a los principios que guían la política exterior americana. En definitiva, indican estos autores, hace falta «más gente pensando y planificando, y menos reaccionando y ocupándose sólo de lo que es urgente».

De la falta de medios es clara muestra la incapacidad del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación para coordinar la acción exterior de las demás carteras ministeriales (léase Ministerio de Defensa, de Justicia o el de Medio Ambiente en materia de agricultura). El mismo día que Defensa y Exteriores se contradicen en relación a Afganistán, el ejecutivo se postula a favor de la liberalidad económica en Doha al tiempo que defiende la Política Agrícola Común europea. Para mejorar la coordinación es necesario aumentar los medios del Ministerio de Asuntos Exteriores y de los diplomáticos y profesionales a cargo de la acción exterior. Los autores argumentan que el gobierno ha abandonado el proyecto de reforma del servicio exterior -que fue incluido en el programa electoral del PSOE e iniciado en la pasada legislatura-, pero que ésta resulta imprescindible pese al coste político que pueda implicar.

Según estos autores, los logros de la política exterior de los últimos cinco años son, en el mejor de los casos, difusos, y los objetivos del Ejecutivo demasiado amplios a la vista de los resultados obtenidos y de las capacidades del país.

 

Por su parte, el ministro responde a la carta abierta de Areilza y Torreblanca «desde la humildad y con satisfacción» por la política exterior española de los últimos años. Según el ministro, España es hoy más fuerte en la comunidad internacional que hace un lustro, se identifica con un mundo más equilibrado y justo, promociona la paz, respeta la legalidad internacional y contribuye al desarrollo y a la seguridad. Además, la política exterior del actual gobierno responde a un nuevo modelo en el cual las «ideas son verificadas por los hechos y, viceversa, los hechos son incorporados en ideas», un modelo multidimensional, proactivo y adaptativo, que produce una política rica en teoría e ideas, eficaz y de compromiso. Así, parece que con más satisfacción por el trabajo realizado que humildad, el ministro concluye afirmando que la política exterior española goza de una inmejorable salud y cuenta con el consenso parlamentario y el refrendo de la ciudadanía española.

El primer objetivo de nuestra política exterior, indica el ministro, era defender y promover un multilateralismo eficaz, a lo que el Ejecutivo ha contribuido con la presentación de iniciativas y propuestas en torno a la nueva estrategia global contra el terrorismo y la Alianza de Civilizaciones. Aunque el ministro conceda particular importancia a esta alianza -según argumenta, de su implantación y seguimiento depende buena parte de la convivencia intercultural y la prevalencia de los derechos humanos- para Areilza y Torreblanca la llegada de Obama a la Casa Blanca y su capacidad para hablar en directo con el mundo musulmán le resta valor y relevancia. Efectivamente, gracias a sus características personales y a sus diferencias con el anterior presidente, Obama parece haberse convertido en el interlocutor que la alianza proclamaba.

En la relación con Estados Unidos los autores difieren claramente: mientras que, según Areilza y Torreblanca, Obama no espera nada de este lado del Atlántico pero está dispuesto a ser muy amable y a hacernos sentir muy bien, para el ministro la coincidencia de intereses entre Obama y Zapatero les hará estrechar vínculos y buscar objetivos comunes. El caso de Oriente Medio es paradigmático: el ministro es un gran experto en la materia -fue enviado de la Unión Europea en Oriente Medio- pero a la hora de apoyar el proceso de paz prefiere resaltar la complicidad entre Zapatero y Obama, situando a España independiente del Cuarteto (ONU, UE, EE.UU. y Rusia), que trabajar a través de la UE y sus instituciones, como proponen Areilza y Torreblanca.

También chocan los autores en la definición de multilateralismo y la relevancia del derecho internacional. Todos buscan el equilibrio entre derecho y poder, pero mientras el ministro utiliza un lenguaje más universal y moralizante, Areilza y Torreblanca manifiestan su escepticismo hacia los mismos y en particular hacia el anquilosado sistema de Naciones Unidas. Al final se trata de la difícil cuestión de admitir la relevancia pero también los límites del derecho internacional: el déficit democrático del Consejo de Seguridad, la incapacidad de la ONU y de la UE o las lagunas del derecho internacional para poner fin a los crímenes contra la humanidad o a los conflictos internacionales (un ejemplo reciente es la piratería en la región de Somalia) que se siguen sucediendo y ante los que la comunidad internacional permanece paralizada.

En el ámbito europeo los objetivos parecen afines -fortalecer la UE y su papel como actor global, entre otros aspectos-, pero Areilza y Torreblanca reclaman mayor liderazgo al Ejecutivo español para que actúe con voz propia y con igual dosis de pragmatismo y europeísmo, siguiendo ejemplos como el de Sarkozy. La presidencia de 2010 es una excelente ocasión para equilibrar el papel de España en los Balcanes y en particular hacia Kosovo, asunto en el que, según Areilza y Torreblanca, el ejecutivo debería actuar con una orientación más realista que normativa (al no reconocer a Kosovo, el ejecutivo se encuentra alineado con Rusia, Eslovaquia, Rumanía y Grecia, en contraposición a EE.UU., Francia, Reino Unido y Alemania).

Según el ministro, España es hoy mas fuerte en la comunidad internacional que hace un lustro, se identifica con un mundo mas equilibrado y justo, promociona la paz, respeta la legalidad internacional y contribuye al desarrollo y a la seguridad.

 

Tanto hacia América Latina como hacia China, Areilza y Torreblanca solicitan mayor compromiso del Ejecutivo por la promoción democrática y la defensa de los derechos humanos. En Latinoamérica es necesario distanciarse de la retórica populista de muchos de sus líderes -tal y como ha hecho Obama- y conseguir que España se convierta en un referente de primer orden, no sólo por la cultura común o por la presencia económica, sino por los valores democráticos. El ministro advierte que no ha habido ningún otro gobierno español que haya dedicado tanto esfuerzo a dialogar y concertar con las autoridades de los estados iberoamericanos y con Cuba en particular, incluyendo la oposición de cada país, pero lo cierto es que el mensaje que España ha transmitido no ha sido siempre todo lo claro y rotundo que pudiera y debiera ser en cuanto a la promoción de valores democráticos y defensa de las libertades.

El debate sobre política exterior exige combinar multitud de elementos y alternativas, y los artículos citados promueven un diálogo rico en contrastes que permite valorar distintas visiones de las relaciones internacionales y de la posición de España en Europa y en el mundo. No obstante, está claro que España debe buscar el equilibro entre poder y derecho, entre sus intereses en Europa, Iberoamérica, EE.UU., Oriente Medio, Asia y África, teniendo en cuenta que éstos no siempre, ni necesariamente, confluyen, y que debe fortalecer su imagen como país democrático poco proclive a modificar sus compromisos internacionales en función de los vaivenes electorales internos. Al debate sobre una política exterior de Estado contribuyen los artículos del ministro de Asuntos Exteriores y de Areilza y Torreblanca reseñados en este escrito, y por ello les debemos estar agradecidos.

Analista de relaciones internacionales