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Antonio Monegal es catedrático de Teoría de la Literatura en la Universidad Pompeu Fabra. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona, doctorado por Harvard, ha impartido la docencia en Cornell, Harvard y Princeton. Es autor, entre otros libros, de Luis Buñuel de la literatura al cine: Una poética del objeto (1993); y editor de las obras de García Lorca El público y El sueño de la vida (2000) y Viaje a la luna (1994).

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AVANCE

Se subraya en este ensayo el carácter esencial que la cultura tiene en nuestra existencia. El autor la califica de «recurso vital, tanto como la educación, un bien de primera necesidad en el que se tiene que invertir porque no nos podemos permitir vivir sin ella». 

Monegal entiende por «cultura» facetas tan variadas como la literatura y la perspectiva de género, el arte y el nacionalismo, el cine y la memoria de los pueblos, en las que se detiene. Deja sin resolver cómo se conjuga esa visión omnicomprensiva de la cultura con la pretensión de financiación pública de la misma.

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El autor -que aúna la condición de catedrático de teoría de la  literatura con la experiencia de cuatro años como máximo ejecutivo del Consejo cultural del Ayuntamiento de Barcelona- se plantea en este libro la cuestión de por qué interesa la cultura y debe ser financiada desde la política, más allá de argumentos utilitaristas o economicistas a corto plazo (rendimientos económicos, creación de empleo, etc). 

«Como el aire que respiramos (El sentido de la cultura)» Acantilado. Barcelona, 2022.
174 págs. 15,20 € (papel) / 7,59 € (digital)

Para responder, parte Monegal de las críticas a la cultura formuladas en la segunda mitad del siglo XX por quienes la impugnaron por incapaz de detener la barbarie de la primera mitad de aquel siglo y por quienes ponían de manifiesto su carácter elitista y de constructo elaborado sobre el dolor y la explotación de los más débiles (págs. 21 a 28); y de su experiencia administrativa en medio de una crisis económica que le permitió comprobar cómo los políticos empiezan los recortes de gasto en épocas de penuria por las políticas culturales.

La cultura -resalta Monegal- tiene una doble vertiente: es siempre tanto tradicional como creativa, repite esquemas familiares y experimenta cambios y novedades”

Para afrontar estas cuestiones Monegal define un concepto muy amplio y polifacético de cultura: las artes y el pensamiento (concepto restringido), pero también su comprensión como civilización o modelo de vida propia de los hombres de una época y lugar y como gama de opciones disponibles para un colectivo concreto (cfr. pág. 34); y resalta que “tiene una doble vertiente: es siempre tanto tradicional como creativa, repite esquemas familiares y experimenta cambios y novedades” (pág. 36).

Quizá este concepto tan amplio de “cultura” sea una de los aciertos del libro, pues permite extender el análisis, a la vez, a facetas tan variadas como la literatura y la perspectiva de género, el arte y el nacionalismo, el cine y la memoria de los pueblos, etc. Pero también este amplio concepto de “cultura” diluye el objeto del libro hasta hacer que la respuesta a la pregunta sobre el interés de la cultura se convierta, en ocasiones, en una valoración general y muy personal y discutible del autor sobre algunas de las cuestiones políticas e ideológicas de actualidad; y dificulta comprender la propuesta final del autor de financiación pública de la cultura, pues todo no se puede financiar. 

Como escribe Monegal (cfr. pág. 48), no se trata tanto de justificar la cultura por la bondad de sus fines, sino de reconocer su importancia “por su operatividad, porque cumple una función central en todo lo que somos y hacemos”. De ahí  que el propio autor califique a su libro como “un ensayo militante” (pág. 156) y la conclusión a la que llega en el capítulo final del libro: “La cultura no es un lujo que no nos podamos permitir subvencionar, sino un recurso vital, como la educación, un bien de primera necesidad en el que se tiene que invertir porque no nos podemos permitir vivir sin ella” (pág. 160).

Características de la cultura

En los capítulos 5 y siguientes, Monegal desgrana algunas de las características de la cultura tal y como él la entiende: sería una caja de herramientas que regula y facilita la relación de la persona con su entorno social y material permitiendo la interpretación del entorno y desarrollar estrategias de actuación (cap. 5); tiene una lógica antieconómica, pues el éxito se mide en círculos restringidos aunque luego pueda redundar en más público y más dinero con criterios de mercado (cap. 6); es un recurso como los recursos naturales y su valor no depende de su rentabilidad como si de una mercancía se tratase (cap. 7); la cultura de masas, el mercado e internet determinan el poder del ciudadano que no se subordina a criterios de prestigio y canonicidad (cap. 8); las culturas deben entenderse como sistemas de relación, hibridación y confluencia de repertorios y relatos (cap. 9); la memoria y el olvido selectivos determinan la cultura identitaria del grupo de pertenencia (cap. 10). 

Como se puede deducir de la breve síntesis hecha en el párrafo anterior de los capítulos centrales del libro, el concepto amplio de cultura que maneja el autor está presente en la mayor parte del libro, aunque Monegal se cuida de precisar varias veces que no debe contraponerse esa acepción amplia de cultura con la restringida que alude sólo a la producción artística e intelectual.

El terreno en el que nos lo jugamos todo

Los capítulos 11 y 12 ( págs. 111 y ss.) analizan la ideología de género y los nacionalismos actuales como parte de la cultura actual en el marco de ese concepto amplio de “cultura” que el autor hace suyo. El capítulo 11, dedicado al género, acerca el análisis  a algo más parecido a un posicionamiento político acrítico que a una reflexión de amplia panorámica, que parecería ser lo más ajustado al tipo de obra que estamos reseñando. En los capítulos 13 y 14, acercándose ya a la conclusión, Monegal eleva el vuelo y amplia aún más el foco, presentando la cultura como la clave para acercarse a una ética cosmopolita que pueda promover unos valores compartidos sin renuncia a las diferencias en un mundo globalizado; y extiende el ámbito de la cultura hasta identificarlo con el de la política, llegando a afirmar (pág. 148) que “el mundo de la cultura es el mundo, porque la cultura es de todos” y que política y cultura “comparten el espacio de lo común en cuanto formas de interacción social, de organizar la relación con el entorno y con los demás y de darle sentido”. Y concluye: “la cultura es el terreno en el que nos lo jugamos todo” (pág. 154).

El problema de la financiación

Sorprende que en un concepto tan omnicomprensivo de cultura no tengan cabida la religión y sus manifestaciones, realidades humanas a las que no se alude para nada en el libro. Y queda sin resolver la cuestión de cómo se conjuga esa visión tan amplia de la cultura con la pretensión de financiación pública de la misma, pues parecería que al final lo que se financia como política cultural son solo las producciones artísticas e intelectuales, es decir, el concepto restringido de cultura. Hay que añadir, finalmente, que el libro está muy bien escrito, -se nota el catedrático de literatura-.

Jurista. Exsecretario de Estado y expresidente del Foro de la Familia.