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Robert D. Kaplan

Nacido en Nueva York en 1952, es periodista y analista político. Fue corresponsal de The Atlantic. Colaborador de The Washington Post y The New York Times. Ocupa la cátedra Robert Strauss-Hupé  de Geopolítica en el Foreign Publicy Research Institute (Philadelphia, EE.UU.).


Avance

En el Adriático, crisol de Oriente y Occidente, se encuentra «toda Europa destilada […]. Es el planeta en miniatura», sostiene Kaplan en este libro, mezcla de reportaje de viajes y de ensayo geopolítico. El autor recorre la costa adriática, desde Italia hasta Grecia: Rímini, Rávena, Venecia, Trieste, Ljubliana, Zagreb, Kotor y Corfú. Se detiene en los hitos de cada estación, desde la Antigüedad hasta el presente; e indica que el Mediterráneo está a punto de convertirse en «un mar planetario» porque va a «unirse con el mar de la China Meridional y el Índico, elementos de un floreciente comercio mundial que va desde Hong Kong a Trieste».

Europa —nos dirá Kaplan en Corfú— «es un misterio de creación nacido a partir de innumerables y complejas interacciones políticas, culturales y económicas entre cristianos, judíos y musulmanes», que se enfrenta en el siglo XXI a desafíos como los populismos, las batallas energéticas, las crisis de los refugiados y el repunte de Rusia y China. «El presente considerado junto con el pasado» puede «abrirnos una ventana hacia el futuro», destaca Kaplan. Porque para que un imperio tenga éxito, «requiere una legitimidad moral que no esté cuestionada por nadie». Los Estados Unidos han fracasado en ese sentido. «La influencia rusa en los Balcanes es el cuchillo en el estómago de Occidente». Habrá que combatir también los populismos, «un canto del cisne de la era de los nacionalismos».

Kaplan recoge testimonios de políticos actuales y experiencias personales vividas en esos enclaves; se remite a autores como Dante, Maquiavelo, Pound, Magris, Joyce o Kundera y apoya sus reflexiones sobre historiadores como Anthony Judt, John Julius Norwich o Edward Gibbon.

«Europa está en los comienzos de un cambio vertiginoso», concluye Kaplan. Dos oleadas van a reconfigurarla: la demográfica, con un movimiento de población del sur, pues en 2050 la población africana se habrá duplicado mientras que la europea se estanca; y la comercial, cuando el puerto griego del Pireo se convierta en un enclave de la emergente Ruta de la Seda china. Durante siglos, la cristiandad (el antiguo nombre de Europa) se mantuvo cohesionada para forjar a Occidente, pero esto ha cambiado con el «laicismo y el universalismo» ¿Solución? En el futuro «podría beneficiarse de construcciones imperiales benignas como la Unión Europea», pero si esta no se revitaliza sostiene que quedará reducida al débil Sacro Imperio Romano Germánico de sus últimos tiempos.


En el mar Adriático, crisol de Oriente y Occidente y cruce de las culturas cristiana, ortodoxa y musulmana, se encuentra «toda Europa destilada […] Es el planeta en miniatura» sostiene Robert D. Kaplan en este libro, mezcla de reportaje de viajes, análisis histórico y ensayo geopolítico.

Experto conocedor de la Europa del Sur, como atestiguan sus ensayos Fantasmas balcánicos, y A la sombra de Europa, Rumanía y el futuro del continente, el autor recorre la costa adriática desde Italia hasta Grecia: Rímini, Rávena, Venecia, Trieste, Ljubliana, Zagreb, Kotor y Corfú. Se detiene en los hitos culturales de cada estación, desde la Antigüedad hasta el presente; subraya que la confluencia de la herencia latina y católica junto con la bizantina, ortodoxa y eslava otorgan una rica complejidad a esa Europa del Sur, que define al Continente «tanto como lo hacen el Báltico y el Mar Negro»; recuerda que el Adriático ha sido eje de civilizaciones, como «puerta de los imperios Otomano y de Austria-Hungría»; e indica que todo el Mediterráneo,  está a punto de convertirse en «un mar planetario» porque va «unirse con el mar de la China Meridional y el Índico, elementos de un floreciente comercio mundial que va desde Hong Kong a Trieste», a través de la Ruta de la Seda que está impulsando Xi Jinping.

Kaplan hace un doble itinerario, periodístico y cultural. El primero, como testigo de excepción, recogiendo in situ testimonios de políticos, diplomáticos, empresarios, periodistas, estudiantes de los lugares visitados, y recurriendo a experiencias personales vividas en esos enclaves en anteriores viajes. Para el recorrido cultural se pertrecha de bagaje bibliográfico, porque «viajar —afirma— al contrario que hacer turismo, solo es posible gracias a la literatura». E hilvana cada una de las ciudades que visita con referencias a grandes obras y autores.

Robert D. Kaplan. «Adriático. Claves geopolíticas del pasado y el futuro de Europa». RBA. 2022.

Por poner algunos ejemplos, Rímini, con los Cantos Pisanos de Ezra Pound dedicados al condottiero Malatesta; Rávena, con la Comedia de Dante; Venecia como fuente de inspiración de Henry James, Goethe, Petrarca, Dickens; Trieste con Rilke, James Joyce, que allí «se ganó la vida como profesor de inglés entre 1905 y 1915», y con Claudio Magris y su Danubio «el libro de viajes más erudito que conozco»); Korcula, (Croacia) con los Viajes de Marco Polo; Rijeka (Croacia), con el escritor y político Gabrielle D’Annunzio «que abrió estilísticamente el camino a Mussolini»; Schkodër (Albania) con el historiador Edward Gibbon, autor de Historia de la decadencia y caída del Imperio romano.

Adriático es, además, un diálogo con la arquitectura, la pintura, la música, con las costumbres locales de las distintas regiones, el folclore, la gastronomía, la religión… y con el pasado. Kaplan analiza la Europa del siglo XXI con la vista vuelta al Imperio Romano, Bizancio, la presión del poder otomano, la Gran Guerra… y lo justifica: «el presente considerado junto con el pasado es lo que puede abrirnos una ventana hacia el futuro». Por eso apoya muchas de sus reflexiones en historiadores como Anthony Judt, John Julius Norwich, Henri Pirenne o Edward Gibbon.

El peligro de la inercia

El Tempio de la familia Malatesta en Rímini le hace reflexionar sobre el devenir de Europa. Cita al historiador Denys Hay: «La cristiandad se extendería por todo el mundo, mientras que Europa, geográficamente circunscrita, acabaría significando una región más que un programa». Tras las dos guerras mundiales, Europa ha emergido en el siglo XXI como ejemplo de los derechos humanos y «la buena vida», logrando una deferencia universal que la cristiandad nunca tuvo. Pero, apostilla Hay, con la intensificación de la actual crisis —deuda, migrantes, pandemia— y con la consiguiente amenaza a la autoestima del Viejo Continente es posible que «los europeos tengan que enfrentarse a la inercia e incluso al declive en relación con otros continentes».

Rávena le sirve para admirarse de la vasta extensión geográfica del Imperio Romano «un dominio imperial imposible de imaginar reunificado de cualquier forma. Solo la gobernanza del mundo entero podría igualarlo o sobrepasarlo». Toma pie de los avatares de la ciudad, que sucede a Milán en el siglo V como centro de la administración civil romana, y parafrasea al historiador Fernand Braudel cuando decía que «el Mediterráneo fue un conector más que un divisor, con el desierto del Sahara actuando como la verdadera frontera sur de Europa»  

Los dos caminos que Europa debe trazar

Alaba Kaplan el modelo de administración eficiente de la Venecia de los dux, la potencia marítima y comercial de la Baja Edad Media y el Renacimiento que tuvo en Marco Polo su figura emblemática, como enlace entre Europa y Asia, adelantándose siete siglos al recorrido inverso de China hacia el Mediterráneo. Era «un cruce entre una democracia teórica en la que el dux era un cargo electo y una oligarquía en la que el poder residía en una constelación de familias adineradas». Visita allí las tumbas del Nobel de Literatura ruso Joseph Brodsky y de Ezra Pound y sentencia: «en este cementerio están los dos caminos que Europa puede trazar. Ojalá elija el correcto». El de Brodsky representa «una Europa de los estados legales por encima de las naciones étnicas y el estado de derecho por encima del decreto arbitrario; el de Pound, las oscuras fuerzas populistas que llevan años congregándose en Europa».

Claudio Magris le dice a Kaplan en Trieste que se alegra de poder cruzar ahora la vieja Centroeuropa sin fronteras a diferencia de la era del Telón de Acero, pero añade que aquella perdió su esencia con «la destrucción de los judíos por parte de Hitler», ya que Mitteleuropa era «una fusión de la cultura germánica y judía». El autor de Danubio sostiene que, aunque la Europa central, como concepto, «ha retornado brevemente tras el colapso del comunismo», la globalización actual «está destruyendo lo que quedó de él […] Independientemente de que estés en Praga o en Varsovia, lo que es importante es Wall Street».

Las ciudades eslovenas de Piran, Koper, Ljubliana le hacen evocar el esplendor del Imperio Habsburgo que representó «estabilidad, cultura, tolerancia y protección de las minorías», pero cuya «incapacidad para adaptarse al cambio en la segunda mitad del siglo XIX tuvo resultados trágicos», con el estallido de «la Primera Guerra Mundial de la que, solo por poner un ejemplo, surgió Hitler».

En Zagreb analiza la ambivalencia de Croacia, con el doble pasado del fascismo de la Ustacha y el comunismo de Tito; y su papel en la guerra de los Balcanes de los años 90. La figura de Tito aparece revestida de ambigüedad, según los interlocutores con los que se entrevista. Para unos, el dictador fue incapaz de desarrollar un demos, «un sentido válido de ciudadanía», y Yugoslavia «como la Unión Europea significó poco más que burocracia impersonal durante décadas». Pero como cuenta una joven estudiante de Filosofía: «en mi Universidad se ha puesto de moda ser pro-Tito, puesto que la palabra yugoslavo, después de tanta guerra y tanta limpieza étnica, significa simplemente ser un cosmopolita global».

Kaplan alude, al llegar a Podgorica, capital de Montenegro, a la historia, larga, legendaria y ambigua que comparte con Serbia; y sostiene que, tras su separación, en el referéndum de 2006, el pequeño enclave balcánico podría aspirar «con mayor credibilidad a ingresar en la OTAN y en la Unión Europea, con su estratégico emplazamiento adriático».

En Corfú, evoca viejas guerras, como la del Peloponeso, la cruzada de Juan de Austria y Venecia en la batalla de Lepanto, o la contienda greco-turca de 1922, y analiza el futuro de una Grecia donde se dan la mano la corrupción, la inestabilidad política y, a la vez, el valor cohesionador de la familia. Al ver las cafeterías abarrotadas de abuelos, padres y niños correteando, afirma: «Esta es la indestructibilidad de Grecia, a pesar de la depresión económica y el populismo, y se aplica al Mediterráneo en general, donde las generaciones no están aisladas las unas de las otras por la tecnología y la soledad en la medida en que lo están en otras partes.  […] En la estabilidad consolidada de toda esta gente reunida al caer la tarde percibo algo eterno».

Los nuevos desafíos

Europa —nos dirá en Corfú como colofón del periplo por el Adriático— «es un misterio de creación nacido a partir de innumerables y complejas interacciones políticas, culturales y económicas entre cristianos, judíos y musulmanes», que se enfrenta en el siglo XXI a desafíos como «los populismos, las batallas energéticas, las crisis de los refugiados y el repunte de Rusia y China».

Del recorrido extrae Kaplan diversas reflexiones: «Solo las ruinas pueden poner en perspectiva lo que está a la vista»; los refugiados procedentes del mundo musulmán y el África subsahariana son «los mensajeros que nos cuentan que los problemas llegan de nuevo a casa de una u otra forma. Porque las naciones con base étnica —digan lo que digan los populistas de extrema derecha— no seguirán con esa composición en un futuro próximo»; «la influencia rusa en los Balcanes es el cuchillo en el estómago de Occidente»; para tener éxito un imperio «requiere una legitimidad moral que no esté cuestionada por nadie» y América ha fracasado en ese sentido; los populismos son «un canto del cisne de la era de los nacionalismos».

La oleada africana y la oleada de China

«Europa está en los comienzos de un cambio vertiginoso» señala a modo de conclusión. Sostiene que dos oleadas van a reconfigurarla: la demográfica, con un movimiento de población del sur, pues en 2050 la población africana se habrá duplicado mientras que la europea se estanca; y la comercial, cuando el puerto griego del Pireo se convierta en un enclave de la emergente Ruta de la Seda china. Durante siglos, la cristiandad (el antiguo nombre de Europa) se mantuvo cohesionada para forjar a Occidente, pero ya no es igual, todo esto ha cambiado con el «laicismo y el universalismo».

¿Solución? La salvación, considera Kaplan, solo puede entenderse como «un avance hacia un cosmopolitismo robusto, capaz de aceptar y absorber migrantes, y no como un retroceso a un nacionalismo burdo y reaccionario: porque Occidente ha crecido siempre de forma gradual e inexorable, cuando no directa, hacia el liberalismo».

La Europa del siglo XXI debe convertirse en «un sistema de estados cuyas sociedades sean internamente internacionales tanto en alcance como en tradición». En el futuro—afirma— «podría beneficiarse de construcciones imperiales benignas como la Unión Europea», pero si esta no se revitaliza sostiene que quedará reducida a una entidad débil, «como le sucedió al Sacro Imperio Romano Germánico de sus últimos tiempos».


Imagen: Caravana de Marco Polo viajando hacia la India. Grabado de Abraham Cresques del Atlas Catalán. Biblioteca Nacional de Francia. Foto: Wikimedia Commons

Doctor en Comunicación, periodista y escritor.