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Darío Jaramillo Agudelo es poeta, ensayista y novelista colombiano.


AVANCE

Pasa revista el autor a los narradores, ensayistas, poetas y editores que han escrito, vivido o sido premiados en España, a lo largo del siglo XX y comienzos del actual, con el premio Nobel Gabriel García Márquez, como eje y referencia ineludible. Un recorrido que comienza y concluye con la Feria del Libro de Madrid.


ARTÍCULO

Hace poco menos de treinta años comencé a recorrer las más notorias ferias del libro en lengua castellana por razón de mi trabajo vinculado a redes de bibliotecas. Durante una época, cada año vine a Madrid a fines de mayo y, desde entonces, estoy convencido de que, entre todas las ferias del libro, la de Madrid es mi absoluta preferida. Repaso los motivos y comienzo por los cuantitativos: estamos ante la vitrina con más títulos en el idioma, la mayor exhibición anual de libros en castellano. Alguna vez la Biblioteca Luis Ángel Arango hizo un muestreo de la cantidad de libros españoles que llegaban a Colombia por los canales comerciales: representaba el 15% del total de los títulos impresos en España. De modo que esta Feria, la que más diversidad reúne, es el medio ideal para la búsqueda de materiales editoriales.

Hace un cuarto de siglo, cuando la Editorial Pre-Textos comenzó a publicar mis libros, además de mi tarea como comprador, comencé a vivir la Feria como autor. Y desde hace varias ferias es un ritual para mí estar un rato en la caseta de la editorial en compañía del poeta Mariano Peyrou, ambos en plan de firmar nuestros libros a quien quisiera. Para un poeta, este rito anual es una ceremonia de humildad, recomendable para no olvidar nunca el lugar que ocupa la poesía en el escenario de la mercadotecnia literaria.

Más allá y más acá de mis visitas de trabajo al Madrid de Feria y de mis siempre divertidas e ineludiblemente realistas sesiones de firmas en la caseta de Pre-Textos, buena parte de la euforia que este evento me provocó desde siempre la debo a mi pasión por la lectura, a mi amor por los libros. Y es este afecto, que me roba más de la mitad de mis horas, el que convierte en una aventura cada recorrido de exploración que hago y que repito en mis varias visitas a cada feria. La Feria del libro de Madrid, pues, me ha regalado a mí, su devoto de años, mucha alegría, mucha euforia, mucho placer.

Por todo esto, se darán cuenta ustedes del gusto que me da estar en la apertura de esta feria en la que Colombia es país invitado, y la emoción que me da el hacer público mi largo afecto por esta Feria y repetir sin redundar, porque sea un tan bien ajustado territorio de encuentro entre los libreros de la ciudad, los editores, las instituciones, las regiones y los gremios que editan.

La edad dorada de la que hablaba Don Quijote

Desde 1967 la feria se hace en el Parque de El Retiro, uno de los lugares más gratos de la muy grata ciudad de Madrid. Imposible un lugar más hermoso que este parque. Dice Andrés Trapiello en su imprescindible libro titulado Madrid que El Retiro, el lugar favorito de Juan Ramón Jiménez y de Pío Baroja, es “único lugar de Madrid en el que todos se ponen de acuerdo. Si como la música pacifica a las fieras, el parque del Retiro mejora a los madrileños que van a él buscando, a menudo sin saberlo, lo mejor de sí mismos, la edad dorada de la que hablaba don Quijote.”

La Feria del libro de Madrid me ha regalado a mí, su devoto de años, mucha alegría, mucha euforia, mucho placer

Y por todas esas cosas, por las utilitarias y por las más sensuales, la Feria del libro de Madrid es mi favorita entre todas. Por las horas que me ha dado, entonces, agradezco a quienes me invitan a hablar en la apertura de la Feria de 2021 la posibilidad que me dan de manifestar mi viejo amor a este evento. Gracias a la Asociación de Librerías de Madrid, gracias a los distribuidores y editores de Madrid. Gracias por darme la oportunidad de agradecer. Y gracias por la invitación especial a mi país para esta Feria. Y es a la presencia de Colombia en el mundo de libro español a lo que me referiré en los siguientes minutos.

Hay ocasiones en que la prominencia de un personaje se destaca de manera tan evidente que, en lugar de seguir un orden cronológico, es preferible iniciar el cuento destacándolo. Gabriel García Márquez es, quién lo duda, el protagonista principalísimo de la literatura colombiana. Él es el único planeta y todos los demás meros satélites, si acaso, cuando no asteroides que, a lo mejor, poseen su propia órbita distante del sol macondiano que todo lo ilumina y engendra sus propias sombras pero que, con todo y eso, con lo insignificantes que se ven al lado del monstruo, tienen la modestia y la grandeza particulares de todo lo parroquial.

Primera edición de «Crónica de una muerte anunciada»

Retrocedo al 28 de abril de 1981. Ese día se lanzó en Madrid (y en simultánea con Bogotá, Buenos Aires y Ciudad de México) la primera edición de Crónica de una muerte anunciada, compuesta por un millón ciento cincuenta mil copias. Ese día se vendieron en España treinta y cinco mil ejemplares. Todavía faltaban tres años para que recibiera el Nobel pero ya don Gabriel era un fenómeno de súperventas.

García Márquez se vino a vivir a España cuando acababa de publicar Cien años de soledad, en 1967, y aquí duró hasta 1975. Como quien dice, fue en Barcelona en donde se convirtió en celebridad mundial. Pero, yéndose, era tal su importancia como escritor que, aunque ahora viviera en México, podía estar presente para siempre en este país. Y aún ya desaparecido, su omnipresencia lo convierte en el más aparecido de los desaparecidos: este año, en esta Feria, es novedad Gabo y Mercedes: una despedida, que publicó su hijo Rodrigo García. A esta novedad se refirió Patricia Lara: “está lleno de ternura, de distancia, de cercanía, de sinceridad y de amor, y se atreve a revelar los detalles más humanos del impacto de la enfermedad en Gabo, y se aproxima a su final con tal maestría que, con seguridad, él, quien siempre lamentó que su muerte fuera la única faceta de su vida sobre la cual no podría escribir, estaría orgulloso de la perfección con que la había narrado su hijo”. Y añade Patricia Lara: “Rodrigo no se detiene sólo en la enfermedad y en la muerte de sus padres sino que, a través de esas pocas páginas, los retrata, a Gabo con su disciplina de hierro, su capacidad de concentración, su sentido del humor, su interés por la música y por la gente (por toda la gente, desde los reyes y los presidentes hasta las cocineras y los choferes), y a Mercedes, con su complejidad y su dureza, acompañada de ternura a la vez”.

Siguiendo con mi tema, escritores colombianos en España, vale la pena contar en este punto que el ejemplo de García Márquez provocó la llegada de otros escritores colombianos, entre los que cuento a Albalucía Ángel, Óscar Collazos y R.H. Moreno-Durán quienes vivieron durante varios años en Barcelona. Y como Ricardo Cano Gaviria que desde 1970 continúa en estas tierras, adonde también llegó para quedarse Dasso Saldívar, el autor de Viaje a la semilla, la biografía de García Márquez que el mismo Gabo pudo leer y admirar.

García Márquez, pues, es la principal y cada vez más vigente presencia de los colombianos en el mundo del libro en España. Pero no fue la primera. Hay un caso al que se refirió el mismo Gabo, según lo cuenta su amigo Guillermo Angulo en una entrevista sobre su reciente libro acerca del dueño de Macondo. Dice que García Márquez “tenía una gran admiración por el éxito de Vargas Vila porque era el único colombiano que podía vivir de la venta de sus libros. Me dijo: ‘Yo creo que, como él, cuando yo me muera, se van a olvidar de mí. Y cómo él, yo voy a morir en Barcelona’. Se equivocó.”

En verdad, tal vez en lo único en que se parecen Gabo y Vargas Vila es que vendían mucho sus libros. Pero la prosa del modernismo, y muy particularmente la de José María Vargas Vila, suena hoy pomposa, demasiado oratoria, y por eso mismo hueca. A pesar de que se propone la música, si la tiene, es estridente. Para el gusto de hoy, la prosa de Vargas Vila confunde la ostentación con el lujo y el patetismo con la profundidad. Sin embargo, como el reconocimiento depende de la moda y la moda cambia, sostenido por su capacidad para denostar, a lo mejor le lleguen mejores tiempos a su prestigio de gran escritor. Lo que interesa aquí es que, así como García Márquez llegó a vivir a Barcelona en 1967 siendo ya un superventas, en 1918 José María Vargas Vila se instaló en Barcelona en la misma calidad de gran vendedor de sus libros, y viviendo de un contrato jugoso con la Editorial Sopena para publicar sus obras completas. Y allí vivió como una celebridad hasta su muerte, ocurrida en 1933.

El novelista Eduardo Caballero Calderón fue agregado en la embajada colombiana en Madrid entre 1946 y 1948. En 1950 publicó un libro de tema español Ancha es Castilla. En 1953 estuvo involucrado en un proyecto editorial en Madrid, la fundación de Ediciones Guadarrama. Y no fue el único emprendedor de aquel tiempo en el que interviniera un colombiano. El siguiente año, 1954, el filósofo Rafael Gutiérrez Girardot figura entre los cuatro cofundadores de Editorial Taurus.

El gran momento de Caballero Calderón en el mundo del libro español ocurrió en 1965 cuando su novela El buen salvaje obtuvo el Premio Nadal. A propósito, sin vivir nunca en España, dos años antes, en 1963, este prestigioso premio fue ganado por El día señalado de Manuel Mejía Vallejo.

En 1950 llegó a Salamanca un joven estudiante de filología que, al año siguiente, obtuvo un premio de poesía organizado por la Editorial José Janés (en el jurado estaban Dámaso Alonso y Eugenio D’Ors). El poeta era Eduardo Cote Lamus y el libro ganador se titula Salvación del recuerdo y fue publicado en 1953 por el editor barcelonés.

En 1951 llegó el poeta Eduardo Carranza como agregado cultural de la embajada. Estuvo hasta 1958, publicó Alhambra, un libro de poemas con prólogo de Dámaso Alonso, hizo amistad cercana con poetas españoles como Vicente Aleixandre, como Leopoldo Panero. Por la misma vía, nombramientos en la diplomacia, llegarían años después el poeta Juan Gustavo Cobo Borda y el crítico Conrado Zuluaga, otro biógrafo de García Márquez.

Premio Planeta póstumo

La lista de diplomáticos colombianos en España relacionados con el mundo del libro no se agota con estos nombres. Está también Jesús Zárate Moreno, fallecido en 1967, quien ganó con La cárcel nada menos que el premio Planeta en 1973, seis años después de muerto. Sus hijos habían mandado la novela al concurso y, a raíz de tan inesperado resultado, Planeta “decidió modificar las bases del certamen y así impedir que en el futuro ganara el premio la obra póstuma de algún escritor español o hispanoamericano”, según cuenta la Wikipedia.

El libro como objeto, todos ustedes lo conocen mejor que yo, comienza por el escritor de un texto, pero los que siguen son otros varios pasos hasta llegar al lector. Ya continuaré más adelante con los escritores colombianos presentes en el mundo bibliográfico español, pero creo que es el momento de recordar colombianos que han participado en forma destacada en diferentes fases de la producción bibliográfica.

En 1989 se inició la edición de poesía de Galaxia Gutenberg y en 1997 se formalizó una colección de poesía. Desde el inicio, esta colección fue dirigida por el poeta antioqueño Nicanor Vélez. Su trabajo allí incluye las obras desde Rubén Darío a poetas clásicos de nuestra lengua, como Borges, Neruda, Paz, Parra, Valente y Gil de Biedma; y poetas principales de la modernidad y, en Galaxia Gutenberg, Vélez incluyó la poesía reunida de Giovanni Quessep. La mano derecha de Nicanor Vélez, hasta su muerte en 2011, fue el poeta bogotano Juan Pablo Roa, residente en España desde los noventa, ganador del premio Vila de Martorell con su libro Existe algún lugar en donde nadie (2011). Posteriormente, Roa inició en Barcelona la librería y editorial Animal sospechoso.

Como dije, Ricardo Cano Gaviria llegó a España en los años setenta, y aquí sigue su trabajo de narrador y ensayista , dirigiendo junto con su mujer la editorial Igitur. En 1988 fue ganador del premio de novela Navarra. Allí, en esa editorial Igitur, el editor, corrector, maquetista ha sido durante años el también colombiano Juan José de Narváez.

No era propiamente una editora, pero la narradora bumanguesa Elisa Mújica dedicó buena parte del tiempo que vivió en Madrid entre 1952 y 1959 a preparar la edición completa, con sus notas y su prólogo, de las Reminiscencias de Santa Fé y Bogotá de José María Cordovez Moure, cuyas mil seiscientas páginas editó Aguilar en sus colecciones encuadernadas en piel, un hito en la bibliografía colombiana.

La tradición de editores notables continúa, hasta hoy, con nombres tan destacados como Santiago Tobón, fundador -y director actual- de la Editorial Sexto Piso en España. Y con el notable papel de Pilar Reyes, desde 2014 directora editorial de Alfaguara y Taurus en el grupo Penguin.

No se agota con estos personajes el elenco de colombianos que participan en la cadena del libro. Y la lista no estaría completa sin el nombre de un librero ya legendario, cofundador de la librería Central hace un cuarto de siglo, director de la misma desde entonces, don Antonio Ramírez.

A medida que avanzo cronológicamente, también crece la cantidad de colombianos vinculados al mundo del libro en España, hasta el punto de que mi problema ahora es evitar que este texto se convierta en una lista monótona y, de todos modos, incompleta. Así que, sin la intención de ser exhaustivo, adopto dos lazarillos que me permitan continuar mi recorrido con alguna coherencia y algo de novedad; ellos son los premios y distinciones obtenidos por colombianos y mi pasión por la poesía.

Hace exactamente cincuenta años, en septiembre de 1971, un jurado presidido por el premio Nobel Miguel Ángel Asturias le concedió el premio Manacor de novela a Cóndores no entierran todos los días de Gustavo Álvarez Gardeazábal.

Ya desde 1970 Barral Editores, como quien dice el mismísimo Carlos Barral en persona, fue el primero en imprimir un volumen con la poesía reunida de Álvaro Mutis. Y, sin vivir nunca en España, fue en este país en donde se publicaron sus novelas, una por una primero y reunidas después, en dos ocasiones, primero la Editorial Siruela en 1993 y luego Alfaguara en 1996. Pero sus reconocimientos más notables vinieron después: en 1997 el Premio Reina Sofía y el premio Príncipe de Asturias y, en 2001, el Premio Cervantes. Así, Álvaro Mutis viene a ser el escritor colombiano más premiado en España. Y su seguidilla de distinciones fue el desencadenante de la racha de premios a colombianos que vendría con el nuevo siglo.

Durante la primera época del Premio Biblioteca Breve, en los sesenta y setenta del siglo pasado, ningún colombiano lo ganó; quien llegó más lejos fue Manuel Zapata Olivella, finalista en 1962, año en que ganó La ciudad y los perros de Vargas Llosa. Fue tan solo en su segunda época, ya en este siglo, cuando, por fin, un colombiano, Mario Mendoza, obtuvo el premio Biblioteca Breve en 2002. Ángela Becerra ganó en 2005 el Premio Azorín, en 2009 el premio Planeta-Casa de América y en 2019 el premio Fernando Lara. También ha ganado varios premios la poeta Piedad Bonnet: en 2016 el premio de Generación del 27 y, antes, en el 2011 el Premio Casa de América de poesía americana. Este mismo premio le fue otorgado en 2009 a Juan Manuel Roca y en 2003 a Ramón Cote Baráibar. Cote Baráibar también se ganó el premio Unicaja en 2009. Sin contar el día de hoy, cuando ha ganado varios premios la versión cinematográfica de El olvido que seremos, la crónica superventas de Héctor Abad. Hablando de crónicas, vale la pena mencionar la aceptación que han tenido en España los libros de Germán Castro Caicedo y, más recientemente, del muy singular Alberto Salcedo Ramos.

Elogio de Vargas Llosa

También el ensayo colombiano ha sido distinguido con premios. Carlos Granés obtuvo en 2011 el Premio Internacional de ensayo Isabel Polanco con El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales. El acta del jurado presidido por Fernando Savater describe este texto como “un recuento narrativo de las vanguardias occidentales del siglo XX, desde el futurismo hasta la posmodernidad con agilidad cinematográfica, profundidad y creatividad». Por añadidura, Mario Vargas Llosa le dedicó una nota muy elogiosa, merecidamente, en donde declara: “No creo que nadie haya trazado un fresco tan completo, animado y lúcido sobre todas las vanguardias artísticas del siglo XX como lo ha hecho Carlos Granés en el libro que acaba de aparecer: El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales (Taurus). Lo he leído con la felicidad y la excitación con que leo las mejores novelas”.

En 2006, Evelio José Rosero recibió el premio Tusquets de novela con Los ejércitos. Antes, en 1986, Rosero fue finalista en el Premio Herralde de novela con Juliana los mira. Y, en 2010, el mismo premio Herralde fue obtenido por Antonio Ungar con su novela Tres ataúdes blancos. En 2014 el manizalita Octavio Escobar Giraldo fue el ganador del premio de novela ciudad de Barbastro con Después y antes de Dios. Hace pocos meses, Escobar Giraldo también obtuvo el premio Internacional de Poesía Las Palmas de Gran Canaria con Manual de Hipocondría.

Actualmente, y desde hace varios años, el premio de novela más apreciado en nuestro idioma es el Alfaguara, que han obtenido cuatro colombianos: Laura Restrepo con Delirio en 2004, Juan Gabriel Vásquez con El ruido de las cosas al caer en 2011, Jorge Franco con El mundo de afuera en 2014 y Pilar Quintana este año. El efecto es que sus nombres quedaron desde entonces en el mercado librero del idioma, tanto en España como al sur del Río Grande. La ganadora de este año, Los abismos, es una excelente novela que se inscribe, con mucha originalidad, en el tema del adulterio. Pero no es una más en esa tradición donde las cumbres son Madame Bovary y Ana Karenina. En el caso de la novela de Pilar Quintana, la narradora es una niña, la hija, sin la edad suficiente para entender las pasiones de la carne, pero con la lucidez necesaria para intuir el dolor y las situaciones límite, como lo manifiesta en las relaciones con su muñeca, muñeca que, según la niña, termina quitándose la vida.

Aún sin ganar premios, en los últimos años ha circulado en España narrativa de otros autores colombianos, como Ricardo Silva, Yolanda Reyes, Juan Esteban Constaín, Juan Cárdenas, Tomás González, Luis Noriega, William Ospina, Adriana Hoyos, Santiago Gamboa, Pablo Montoya, Sergio Álvarez, Daniel Ferreira, Consuelo Triviño, Samuel Serrano, Sara Jaramillo Klinkert y Lorena Salazar.

Aparte del reconocimiento universal que obtuvo la novela María de Jorge Isaacs casi inmediatamente después de su publicación en 1867, y al que no fueron ajenos los españoles, que yo sepa, las primeras menciones a poetas colombianos en España, proceden de Marcelino Menéndez y Pelayo y de Juan Valera.

El acta del jurado presidido por Savater describe «El puño invisible» como «un recuento narrativo de las vanguardias occidentales del siglo XX, desde el futurismo hasta la posmodernidad con agilidad cinematográfica, profundidad y creatividad» 

En 1902 se publicó en Madrid por Jubera Hermanos Editores el Tesoro poético del siglo XIX del sacerdote jesuita Vicente Gómez-Bravo. Es una antología y en ella figuran tres poetas colombianos, José Eusebio Caro, Julio Arboleda y Gregorio Gutiérrez González.

Enseguida sigue recordar que doce años después de su muerte, la casa Maucci de Barcelona imprimió en 1908 el primer libro que se publicó de José Asunción Silva con un precioso prólogo de don Miguel de Unamuno.

La misma Casa Editorial Maucci publicó en 1914 un Parnaso colombiano, 67 poetas seleccionados por Francisco Caro Grau, que tuvo varias ediciones. También en 1914 Eduardo de Ory publicó en Cádiz otro Parnaso Colombiano con 87 poetas y un prólogo de Antonio Gómez Restrepo. La siguiente ocasión en que se editó en España una antología de poemas colombianos fue en 1957, cuando la Biblioteca Nueva de Madrid publicó el tomo correspondiente a Colombia de la Antología de poesía hispanoamericana.

Más poetas ganadores de premios

Volviendo a nuestro tiempo, aparte de los ya mencionados, todavía hay más poetas ganadores de premios de poesía. En 2009, John Galán Casanova ganó el premio Villa de Cox con Árbol talado. En 2014 el premio Loewe a la creación joven fue para Contratono de María Gómez Lara. La poeta antioqueña Marcela Duque fue galardonada con el premio Adonais de poesía en 2018 por Bello es el riesgo. Y el premio Arcipreste de Hita fue obtenido por el barranquillero Carlo Acevedo en 2018 conFortuna del día y por Amalia Moreno en 2020 con su libro Tal vez hoy sobre mañana. Y, como para celebrar en esta Feria, el poeta pereirano Sebastián Martínez Vanegas acaba de obtener hace diez días el premio de Poesía Joven de Radio Nacional de España.

Como ocurre con los narradores, también algunos poetas colombianos han merecido la atención de los editores y lectores españoles. La editorial riojana Fulgencio Pimentel publicó volúmenes con los poemas de Luis Carlos López y de Jaime Jaramillo Escobar. Visor, por su parte, editó volúmenes de Luis Vidales y de Aurelio Arturo. Valparaíso tiene en su catálogo libros de Juan Felipe Robledo y Federico Díaz-Granados. Y la editorial que tengo más cerca, la formidable Editorial Pre-Textos, no sólo se ha ocupado de publicar poetas tan reconocidos como León de Greiff, Raúl Gómez Jattin, Jaime Jaramillo Escobar, Juan Manuel Roca y Rómulo Bustos, sino que, además, ha publicado a algunos de los premios que he mencionado y a poetas actuales tan valiosos como Catalina González, María Gómez Lara, Wilson Pérez Uribe, Amalia Moreno y David Marín Hincapié.

Caja de sorpresas, documento, máquina del tiempo, compañero, compañía, juguete silencioso, gabinete de curiosidades, herramienta, guardador de secretos, arrullo, depósito de imágenes, fuente, contador de historias, ¿de cuántas maneras puede llamarse ese objeto – sencillo y misterioso a la vez-, fetiche que nos convoca aquí, en su feria, la Feria del Libro? En un precioso ensayo, Umberto Eco lo llamó memoria vegetal; allí dice que “ante el libro, buscamos a una persona, una manera individual de ver las cosas. No intentamos sólo descifrar, sino que intentamos interpretar también un pensamiento, una intención. Al ir a buscar una intención, se interroga un texto, del que pueden darse incluso lecturas distintas. La lectura se convierte en un diálogo, pero un dialogo -y esa es la paradoja del libro- con alguien que no está delante de nosotros”. “Naturalmente -dice más adelante Eco-, los libros pueden inducirnos a recordar también muchas mentiras, pero tienen la virtud, al menos, de contradecirse entre ellos y nos enseñan a valorar críticamente las informaciones que nos ofrecen. Leer ayuda también a no creer en los libros”.

Subraya Eco que el libro, “la memoria vegetal tiene todos los defectos de la democracia, un régimen que, para permitir que todos hablen, es necesario dejar hablar también a los insensatos, e incluso a los sinvergüenzas (…). Y sin embargo, hay que conseguir establecer relaciones de amor con los libros de nuestra vida. Si uno lo consigue, eso quiere decir que se trata de libros que se prestan a una amplia interrogación, hasta tal punto que cada relectura nos revela algo distinto. Se trata de una relación de amor porque justo en el estado de enamoramiento los enamorados descubren, con alegría, que cada vez es como si fuera la primera”.

Poeta, ensayista y novelista colombiano.