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La lengua es la primera ciencia social que posee el hombre. La lengua es una primera clasificación del mundo y ella nos muestra una organización de la realidad. Pero esta inicial descripción por el lenguaje natural sirve demasiado trabajosamente a ciertos tipos de realidades científicas. El desarrollo de la sociedad y de la ciencia, y la aparición simultánea de nuevos campos de conocimiento, van acompañados de una necesidad de superación del lenguaje natural. Y un ejemplo de ello sucedió al otro lado del espejo, «cuando Alicia caminaba por el bosque de las cosas sin nombre, abrazada al suave cuello del Cervatillo, el animalito miró a la niña con sus ojos grandes y dulces. ¿Cómo te llamas?, ¡recuérdalo!, ¡piensa! La pobre Alicia respondía ¡ojalá lo supiera! mientras acariciaba al Cervatillo que logró desasirse de ella[…], a la vez que se alejaba gritando: ¡soy un Cervatillo y tu eres una niñita! Alicia conoció así su nombre». También, la creación que supone el dar nombre preocupó a los insectos «cuando una vocecilla amiga haciendo cosquillas en el oído de Alicia susurraba: sé que no me harías daño aunque soy un insecto; y, luego, preguntaba a la niña ¿así, pues, no te gustan los insectos?; tras lo que Alicia comenzó una conversación con el Mosquito, que así resultó ser el insecto con el que hablaba: me gustan cuando hablan y no me divierto con ninguno, más bien los tengo miedo, a lo menos a los más grandes». Alicia y el Mosquito platicaron sobre los nombres de los insectos -el Tábano, la Libélula, el Dragón, la Mariposa…-; «pero, ¿de qué sirve que tengan nombres si no responden cuando se les habla por su nombre?», argüyó el Mosquito. «A ellos no les sirve de nada -respondió Alicia- pero es útil para las personas cuando los nombran. Y si no, ¿para qué tienen nombre las cosas?».

Relato de cómo el lenguaje natural sirve a modo de cañamazo sobre el que se incrusta la lengua modificada, una terminología especial con pretensiones más o menos universalistas y, en muchos casos, dotada de sistemas simbólicos, carentes de ambigüedad. Todos los dominios de la ciencia estuvieron siempre empeñados en crear un lenguaje simbólico apropiado a su objeto, tendente a la abstracción y a un mejor ajuste a la estructura de la realidad. Mientras que la lengua natural se ha ido ampliando con un cierto grado de cientificismo, y refinando en su intento de lograr una mayor amplitud de sus objetivos. Y este grado de cientificismo, de todas las clases de ciencias, se ha ido entremezclando con la lengua natural a lo largo de todos los tiempos; de forma que entre el lenguaje natural y el lenguaje lógico-matemático, con mayor grado de simbolismo, se ha ido elaborando un gradiente de cientificismo, merced al empeño, y a la necesidad, de todos los campos de la ciencia de crear un lenguaje simbólico apropiado a su objeto.

Y ha sido así, a lo largo de todos los tiempos, como las lenguas se han ido invadiendo por vocablos de nuevo cuño, fruto de la evolución de las sociedades y su cultura. No cuesta trabajo, por tanto, hacerse cargo de que los cambios culturales del Neolítico incidieron tanto sobre los instrumentos y las prácticas de conservación de los alimentos como sobre los nuevos nombres de los colorantes animales utilizados en la tinción de las lanas. Al lado de la expansión de los ejércitos romanos, la Materia médica de Dioscórides sistematizó los conocimientos de setecientas plantas y describió un millar de nuevas sustancias, al lado de la sinonimia de cada especie, sus usos y falsificaciones. Y, andando los siglos, la literatura de los descubrimientos americanos y los de la ciencia ilustrada nombra numerosos compuestos y se asiste a la legislación de la química. Ejemplos que sirven al estilo analítico histórico de la ciencia y su designio tecnológico, que se ven reflejados en el Elogio de la técnica de García Bacca: «el olfato de los historiadores y filólogos crece ahora retrospectivamente con los años, de romo que fue por casi cuatro mil, casi hasta mitades del siglo diecinueve […]. Cuando por siglos y siglos, se cree que bastan al mundo unos seis u ocho mil años para llegar a su estado actual, desde la creación, y que con pocas potencias de tatarabuelo empalma uno de nosotros con el hombre primero…».

Si las sociedades comparten con las concepciones mismas de la ciencia y la técnica la raíz de sus problemas, lo hacen también con la comunicación multilingüe que acompaña en la actualidad a la naturaleza compleja y extensa de los hechos de la ciencia. Comunicación multilingüe que demanda el lenguaje oral y escrito entre los científicos, y entre éstos y la sociedad, porque en las mismas palabras de Lapesa, hace más de un cuarto de siglo, «no podemos desatender el momento histórico en que vivimos. La sociedad se transforma; la ciencia y la técnica llenan de realidades nuevas el mundo; las formas del vivir cambian a ritmo acelerado. La sacudida alcanza, con intensidad sin precedentes, al lenguaje. De una parte, por la invasión de palabras nuevas, resultado unas veces de la mayor comunicación entre los distintos países y de la uniformación internacional de las formas de vida. Otras veces, como consecuencia de la ampliación del campo de intereses del hombre medio, a quien afecta rápidamente los progresos científicos y técnicos que antes eran sólo materia de especialistas…».

Resulta hoy casi una trivialidad a este propósito insistir en que ningún otro periodo de la Historia puede mostrar un paralelismo con el presente crecimiento exponencial de los efectos del adelanto científico-tecnológico. Nuestro actual sistema del mundo está dirigido dominantemente por la tecnología. Las consecuencias de la revolución industrial, a finales del siglo XVIII, cambiaron de modo fundamental la vida y la sociedad de los países industrializados y, de manera gradual, se asimilan por las partes menos desarrolladas del mundo. Además, la llamada Sociedad de la Información en la que estamos sumergidos está produciendo una transformación aún más profunda. Y, a buen seguro, no habrá que esforzarse demasiado para palpar la influencia de las ciencias y de la tecnología sobre el clima material e intelectual de nuestra época, incluidas las manifestaciones lingüísticas y de la comunicación. Relevancia que puede condensarse en la expresión de la ciencia como estilo de vida. Así, el hombre adulto de hoy conoce que cuando nació acababa de comenzar la aplicación de la penicilina, no se había inventado el transistor, y nadie había oído hablar de los pulsares y los quásares. No existía ninguna de las técnicas hoy tan populares de la imagen médica, al estilo de la ecografía, la resonancia magnética y la angiografía. En poco más de una década, los métodos de la biotecnología han originado los anticuerpos monoclonales, los animales y vegetales transgénicos, la fecundación in vitro, la terapia génica y la clonación. Los descubrimientos en el campo de los nuevos materiales han dado origen a los nanotúbulos, los fulerenos y los semiconductores. Y en nuestros mismos días nacen nuevos campos de la ciencia a los que hay que nombrar, al estilo de la genómica y la proteómica, como estudio respectivo de los genes y las proteínas, y sus respectivas modificaciones estructurales y funcionales.

Y si todo ello afecta al extenso campo semántico de la ciencia, no se podrá poner en duda su amplísima repercusión social.

Académico de Número de la Real Academia de la Lengua Española