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Título y subtítulo definen perfectamente el punto de vista y el contenido del trabajo de José María Marco. Cuidadosamente escrito, éste llama la atención, ante todo, por su lucidez. El autor, al contrario de lo que suele ocurrir, no se ha contagiado de las contradicciones, paradojas y la pura y simple confusión que muchas veces caracteriza la obra de los más destacados intelectuales regeneracionistas del primer tercio de nuestro siglo, sino que, sin perjuicio de sus diferencias, consigue analizarlos dentro de una pauta común de racionalidad. Ésta, fruto de una adecuada mezcla de sensatez y espíritu crítico, no excluye la ternura hacia sus personajes (con la posible excepción de Unamuno). Tampoco se trata de un libro que pretenda ser polémico, pues su bibliografía se limita a la obra de los autores analizados, sin incluir ninguna referencia a los múltiples trabajos existentes sobre ellos. No obstante, al convertir el liberalismo de todos ellos no en una premisa indiscutible, sino en un problema especialmente confuso y ambiguo, sería lógico que suscitara discusión.

Las razones para considerar críticamente esa condición liberal de los intelectuales del 98 y del 14 se encuentran en la mencionada pauta de racionalidad con la que es analizado este grupo de intelectuales. Ésta se apoya en dos componentes. En primer lugar, el examen de su diagnóstico sobre los problemas españoles, el cual, pese a las variantes de cada autor, muestra las notas comunes de radicalidad y abstracción que desembocan, irremediablemente, en lo contradictorio. Porque ¿podía regenerarse un país por definición tan catastrófico? Nada más lejos del cuidadoso y prudente amor a lo empírico de los ilustrados, en primer término, de un Jovellanos. En líneas generales: a una España medieval idealizada, que culmina en los Reyes Católicos, le sigue el desastre de la España imperial, mientras que las transformaciones que tienen lugar a lo largo de los siglos XVIII y XIX sencillamente no existen o son desdeñadas. Tal ignorancia o menosprecio por la obra de la Ilustración, del liberalismo y del capitalismo en nuestro país suscita, a su vez, el problema de la ambigua relación con la modernidad de todos estos intelectuales regeneracionistas. Un problema que Marco analiza brillantemente, sobre todo en el caso de los ensayos dedicados a Azaña y Ortega y Gasset, que son quienes conservan hoy un mayor interés, junto al caso aparte de Prat de la Riba.

La conclusión de esa mezcla de brillantez literaria, apasionamiento, pesimismo metafísico, radicalismo, demagogia, sentido del espectáculo e irresponsabilidad política que, en proporciones diferentes, caracterizó a todos estos maestros del ensayo político-metafísico fue que había que refundar España y, con ella, a los españoles. Esto podía lograrse arrancando el catolicismo de la cultura, la Monarquía del Estado o el caciquismo de la sociedad española; enterrando al Cid y a don Quijote; o reorganizando España como un Estado compuesto de diferentes naciones. Pero, en ningún caso se trataba de un proyecto reformista. Ni por el tipo de análisis, ni de objetivos ni, sobre todo, de método, puesto que éste se basaba en la convulsión, la polarización y la confrontación políticas. Por tanto, anda más opuesto al régimen de compromisos entre partidos y equilibrios constitucionales que representaba la Restauración. Vocación pacífica mediante la cual se había consolidado y continuado la doble construcción jurídico- administrativa y económica del Estado liberal y de la economía de mercado, emprendidas en la primera mitad el XIX, a las que no era ajena la obra del reformismo borbónico del siglo anterior. La enemiga de estos intelectuales regeneracionistas hacia ese liberalismo «realmente existente», fruto de un largo y difícil proceso histórico, no es ningún secreto. Pero, en lugar de darlo por sabido, el otro elemento fundamental del análisis llevado a cabo por Marco consiste, precisamente, en señalar su inconsistencia y el aventurerismo político al que conducía, aspecto en el que destacan de nuevo los casos de Azaña y Ortega. La libertad traicionada se localiza así en la confluencia de análisis desaforados con inconsistencias políticas que se convirtieron en una especie de pantalla deformante justo cuando en España, como en otros países europeos, pero con el agravante de nuestro atraso relativo, se planteaba el paso de un régimen constitucional de élites a otro democrático, basado en los valores y las reglas del liberalismo. Aquéllos que vivieron lo suficiente pudieron comprobar que sus sueños regeneracionistas -en contacto con una realidad y unas fuerzas sociales que no supieron comprender, sino solo denunciar— habían quedado demolidos. El libro, por todo eso y bastante más, no es únicamente valioso en sí mismo. Constituye también un hito interesante en el estudio crítico del papel de la tradición revolucionaria española en la construcción del liberalismo y la democracia en nuestro país.