La República de Weimar —el periodo que siguió a la abdicación del káiser Guillermo II y a la derrota en la I Guerra Mundial— fue una época de esplendor cultural en Alemania. Su capital, Berlín, se convirtió en el centro de la cultura europea; basta recordar las grandes figuras que entonces trabajaban en el cine y el teatro, en la música, la pintura y en la literatura. Alemania era un país abierto a todos los estímulos, a todas las tendencias. Especial relevancia tuvo, en este contexto cultural, la aportación de los judíos alemanes.
CAMBIO DE ÉPOCA
El panorama cambió radicalmente con la llegada de Hitler al poder el treinta de enero de 1933. La situación se volvió difícil para los escritores alemanes, si se exceptúa a los pocos —casi siempre autores de segunda línea—que saludaron el cambio. Los escritores judíos o los que tenían vínculos familiares con judíos, como Thomas Mann (su mujer era judía), comprendieron con relativa rapidez que tenían que marcharse, porque estaban en peligro, Otros, como Bertolt Brecht, emigraron por motivos políticos. Al primer grupo pertenecen, entre otros, Stefan Zweig, Alfred Döblin, Heinrich, Klaus y Erika Mann, Lion Feuchtwanger y Kurt Tucholsky.
Los que se quedaron tuvieron que aceptar el hecho de que en Alemania imperaba un sistema totalitario con una censura dura y vigilante que no permitía que se publicasen libros de tendencia hostil al régimen. Ante tal situación, el escritor tenía tres opciones: amoldarse a las circunstancias y escribir libros adaptados a ía ideología fascista; dejar de escribir y buscar otra manera de ganarse la vida; por último —ésta era la opción más peligrosa, que comportaba el riesgo de acabar en un campo de concentración— también era posible escribir libros que de manera camuflada y encubierta criticaran el nacionalsocialismo.
Obviamente, los que optaron por escribir este tipo de libros tenían que actuar con mucho cuidado para conseguir que se publicasen a pesar de la censura y además necesitaban lectores capaces de descifrar el mensaje del libro. Casi todos los autores de estos «libros de resistencia», que pertenecían a lo que se llamó en Alemania innere Emigration (emigración interior), optaron por escribir alegorías, novelas utópicas, novelas en clave y sobre todo novelas históricas, ya que el hecho de presentar acontecimientos de una historia remota era a primera vista inofensivo para el Estado nacionalsocialista. Pero el lector perspicaz podía sacar sus conclusiones del análisis de los acontecimientos pasados y, sobre todo, ver las analogías existentes entre la situación histórica y la actual. Del reducido grupo de autores que cultivaron este género de libros, los más conocidos hasta hoy son Ernst Jünger, Ricarda Huch y Reinhold Schneider.
EL AUTOR
Schneider nació en 1903 en Baden-Baden, en el sur de Alemania. Su padre era propietario de un gran hotel y la familia vivía con desahogo; pero durante la inflación que siguió a la I Guerra Mundial quedó en la ruina, y el padre se suicidó. El joven Schneider tuvo que empezar a trabajar, primero en una granja, después como aprendiz de comercio en una empresa de Dresde. Durante los seis años que trabajó en Dresde, se dedicó a estudiar idiomas, de modo más o menos autodidacto, en sus horas libres: español, portugués, francés, italiano e inglés, y además devoró con avidez obras literarias y sobre todo filosóficas, como las de Schopenhauer, Nietzsche, Kant, Kierkegaard y Platón. Tras esos pocos años de estudio autodidacta y de lecturas, Reinhold Schneider disponía de un amplio bagaje de conocimientos sobre la literatura y la filosofía europeas.
UN HISPANÓFILO
Un autor que dejó gran huella en él fue Miguel de Unamuno, sobre todo su obra Del sentimiento trágico de la vida, y bajo el impacto de este libro decidió dejar el empleo de Dresde y, entre 1928 y 1930, emprendió varios largos viajes por la península Ibérica. Fue entonces cuando también empezó a escribir libros sobre temas históricos y literarios relacionados con España y Portugal. De vuelta a Alemania, subsistió económicamente gracias sobre todo a sus numerosas colaboraciones en diarios y revistas.
Durante los primeros años de la década de los treinta, Schneider es políticamente conservador, de tendencia nacional y monárquica, y en sus trabajos literarios sobre los grandes emperadores europeos estudia de manera contemplativa y esteticista las diferentes formas del poder en el pasado, sin interesarse demasiado por las víctimas —por los perdedores de la historia—. Tampoco se interesa gran cosa por la religión. Se le podría calificar, durante este periodo de su vida, de metafísico agnóstico.
EL COMPROMISO PERSONAL
Pero cuando los nazis llegaron al poder, Schneider cambió de actitud. Las masas plebeyas hitlerianas y, en especial, la infame propaganda nacionalsocialista contra las diversas minorías, sobre todo contra los judíos, le produjeron un rechazo instintivo y radical. 1937 fue crucial en su vida: aquel año, leyendo los evangelios, redescubrió el mensaje de Jesucristo y determinó reconvertirse al catolicismo. Y también, después de muchos años de estar vagando por diferentes ciudades alemanas, decidió establecerse en Friburgo, al pie de la Selva Negra, en el suroeste de Alemania.
EL LIBRO
Un año más tarde, en 1938, publicó su libro Bartolomé de las Casas ante Carlos V1, testimonio de resistencia contra el nacionalsocialismo desde una perspectiva decididamente cristiana. Durante los años siguientes, Reinhold Schneider será el centro espiritual de un grupo de resistencia constituido en Friburgo y también mantendrá contactos con el grupo conspirativo de militares que llevaron a cabo el atentado contra Hitler del veinte de julio de 1944- Durante la guerra siguió escribiendo prosa y poesía, sobre todo muchos sonetos de tendencia claramente antinacionalsocialista, y en 1941 el Gobierno le prohibió que llevara sus obras a la imprenta. Desde entonces, éstas fueron editadas en el extranjero, mientras en Alemania circulaban en copias clandestinas.
Después de la II Guerra Mundial, Reinhold Schneider recibió homenajes, ganó premios literarios y fue reconocido plenamente como un escritor de primera línea. No perdió, sin embargo, su combatividad en aquellos años de posguerra. Así por ejemplo, protestó enérgicamente contra el rearme de la joven República Federal Alemana, lo que le acarreó numerosos problemas con los círculos conservadores de los años cincuenta. En aquel ambiente restaurativo y satisfecho de sí mismo de la época del «milagro económico alemán», trató asimismo de recordar a los alemanes su gran responsabilidad por las atrocidades y los crímenes cometidos en el período nacionalsocialista, en especial durante la II Guerra Mundial. Reinhold Schneider, que tenía una enfermedad intestinal desde los años treinta, murió en Friburgo en 1958.
UNA NOVELA HISTÓRICA CANÓNICA
Bartolomé de las Casas ante Carlos V es una novela breve, estructurada en cuatro capítulos. En el primero de ellos, Las Casas viaja de Veracruz a Sevilla. Durante la travesía se hace amigo del hidalgo Bernardino de Lares, que después de muchos años en las Indias vuelve a Valladolid, su ciudad natal. Bernardino de Lares, que está enfermo, envenenado por la flecha de un indígena, le cuenta a fray Bartolomé gran parte de su vida en las Indias y le habla también de los muchos crímenes que cometió, al participar como aventurero en incursiones contra poblados indios, y en calidad de encomendero explotando y maltratando a los indígenas, a los que hizo trabajar para él hasta la extenuación.
El segundo capítulo aborda los preparativos de Bartolomé de Las Casas para la disputa que sostendrá con Ginés de Sepúlveda, en presencia de teólogos y juristas, en Valladolid, donde también se encuentra Carlos V, que ha ordenado que se celebre esa disputa y quiere ser informado de su resultado. Sepúlveda defiende la tesis de que las guerras de los españoles contra los indios son justas, y la evangelización a espada y sangre, legítima; Las Casas, por su parte, afirma que la guerra contra los indios es injusta y que la evangelización de las Indias sólo se puede llevar a cabo con métodos pacíficos. Al mismo tiempo se hace más estrecha la amistad entre Bartolomé de Las Casas y Bernardino de Lares, que está arrepentido de sus crímenes y se ofrece como testigo contra las teorías de Ginés de Sepúlveda.
El tercer capítulo presenta la disputa, con los argumentos que se entrechocan con toda dureza en presencia de Carlos V. En el cuarto capítulo el emperador entrega a Las Casas, en una audiencia nocturna, las Leyes Nuevas cuyo objetivo es liberar a los indios de la esclavitud.
En esta novela, Las Casas triunfa sobre sus adversarios con la ayuda del emperador, aunque éste deja claro que no va a ser fácil imponer las Leyes Nuevas en las colonias, unos territorios donde los indios están a merced de conquistadores y encomenderos, que consideran a los indios seres inferiores. En esa audiencia nocturna, Carlos V nombra también a Las Casas obispo de la provincia de Chiapas, en el actual México.
Es evidente que Reinhold Schneider ofrece una versión literaria, libre, de unos hechos reales que tuvieron lugar en 1550. Las Leyes Nuevas fueron decretadas por Carlos V en 1542 y abolidas tres años después, en 1545, a causa de la protesta masiva de los colonos españoles. Bartolomé de Las Casas, el padre de los indios, fue nombrado obispo de Chiapas en 1544. En 1550 ya había renunciado a su diócesis. La disputa entre Las Casas y Sepúlveda tuvo lugar en Valladolid, en este punto el libro es exacto, pero no en 1544 sino en 1550. La conversación nocturna entre fray Bartolomé y Carlos V es pura ficción y también es invención del autor la figura de Bernardino de Lares.
La finalidad que persigue Schneider, al situar los sucesos de los años 1542 y 1544 en el año 1550 y al añadir otros elementos de ficción, es aportar una mayor densidad narrativa y una estructura dramática. La tensión de la lectura va en aumento desde el primer capítulo hasta el tercero —la disputa es el punto culminante de la novela— para descender después en el anticlímax del desenlace del cuarto capítulo.
El tema central de la novela es la capacidad que tiene el individuo de salvar su alma siempre que esté dipuesto a hacer riguroso examen de conciencia. Bartolomé de las Casas nació en 1484 en Sevilla. En 1502 hizo su primer viaje a Cuba. Allí fue encomendero, como la mayoría de los colonos. De 1505 a 1508 estuvo otra vez en Europa, y en Roma se ordenó sacerdote. Volvió a Cuba, reanudando su existencia como encomendero. En 1514, leyendo los evangelios y haciendo examen de conciencia, llegó a la conclusión de que el trato que los colonos españoles estaban dando a los indígenas era injusto. Se deshizo de su encomienda, liberó a sus esclavos y desde entonces luchó por los derechos de los indios, como sacerdote en las colonias, como consejero en la corte y como escritor denunciando los malos tratos de que hacían objeto a los indios los españoles. En 1522 ingresó en la orden de los dominicos. El padre de los indios murió en España en 1566.
Bartolomé de las Casas nos es presentado en la novela de Schneider como un hombre que ha reconocido la injusticia que impera en las colonias, que dio un viraje total a su vida después de hacer examen de conciencia y que obra en consonancia con el mensaje evangélico. Como persona convertida a unas creencias cristianas y humanitarias, tiene la función de ser la conciencia de los españoles del siglo XVI, y también posee la energía necesaria para ello.
Por eso las conversaciones entre Las Casas y Lares tienen especial importancia. Bernardino de Lares es un hombre que ha cometido un sinfín de crímenes en las Nuevas Indias y que tiene remordimientos de conciencia. Pero todavía no ha aceptado del todo su culpabilidad y sigue ligado a las riquezas que ha traído de las Indias. Fray Bartolomé quiere que haga una confesión total de sus errores, que se adhiera al mensaje evangélico de justicia, de paz universal y de igualdad entre los hombres y que renuncie finalmente al oro que obtiene extorsionado a los indígenas. En los primeros dos capítulos de la novela, Lares confiesa a Las Casas que al principio, cuando participaba en incursiones contra los indígenas, se avergonzaba del trato que los españoles daban a los indios, pero que el temor a ser castigado por sus jefes y a quedar en ridículo ante sus compañeros le indujeron a cometer también actos inhumanos. Le habla asimismo de la fascinación que le producían personajes diabólicos, como el carismático adelantado Ojeda, bajo cuyo mando cometió los crímenes más abominables.
EL PARALELISMO HISTÓRICO
Es evidente que bajo ese camuflaje histórico Reinhold Schneider quiere presentar las estructuras del nacionalsocialismo. A su amparo, muchos alemanes colaboraron o, por lo menos, toleraron las atrocidades cometidas contra los judíos, llevados de su cobardía, del miedo al ridículo o al castigo, y fascinados además por el carisma que indudablemente poseían —Hitler es el mejor ejemplo de ello— muchos de los líderes nacionalsocialistas.
Leyendo la confesión de Bernardino de Lares, en la que el hidalgo cuenta detalladamente las brutalidades que cometió, cualquier lector del año 1938 tenía que pensar necesariamente en el destino de los judíos, que a causa de las leyes nacionalsocialistas vivían en un estado de discriminación racial, que habían visto cómo sus sinagogas y sus tiendas eran quemadas y destruidas por bandas nacionalsocialistas en la «noche de los cristales rotos», la del 9 al 10 de noviembre de 1938, y que unos años más tarde morirían en las cámaras de gas de los campos de concentración, si no habían tenido la suerte de poder huir de Alemania antes de que Hitler ordenase su exterminio. El propio Reinhold Schneider dijo después de la guerra que, en 1938, había visto una posibilidad de criticar públicamente la persecución de los judíos valiéndose de la lucha de Bartolomé de las Casas en defensa de los indios.
Al final de las largas conversaciones con Las Casas, Bernardino de Lares reconoce su culpa y está dispuesto a dar un giro total a su vida. En la disputa de Valladolid, hace una confesión pública de errores ante la comisión de juristas y teólogos, se acusa a sí mismo y a los otros colonos de vivir en pecado y entrega sus bienes a la orden de los dominicos, con la esperanza de que sus tesoros sirvan para hacer el bien en las Indias. Después de un largo proceso, la conversión de Bernardino de Lares al mensaje evangélico es completa.
Bartolomé de las Casas también influye en la conciencia del emperador que, dada la difícil situación, querría mediar entre colonos e indígenas, pero poniendo fin a la injusticia que reina en las nuevas colonias. Carlos V está presente en una sesión decisiva de la disputa y, ante el impacto de las palabras de fray Bartolomé, decide promulgar las Leyes Nuevas.
Otro tema central de la novela es la lucha entre el principio del derecho eterno y el de la razón de Estado. Pues la disputa de Valladolid gira en torno a la cuestión de si la razón de Estado está o no por encima del derecho eterno. Las Casas explica a los hermanos de su orden la cuestión clave de la disputa que va a tener lugar entre Sepúlveda y él, reproducidas en la novela en tercera persona:
«Con la ayuda de los hermanos, y de acuerdo con sus bondadosos consejos, pensaba enfrentarse al doctor Sepúlveda, que parecía tener en más estima el Estado y el servicio a su amo terrenal que el derecho eterno y el servicio a la causa de Dios, cuando en verdad no podía, no debía existir en el mundo ningún sistema que no sirviera a que los mortales se preparasen para la eternidad, elevando su dura tarea cotidiana a la labor en los viñedos de Dios. Ésta era su creencia, que ahora debía ser defendida más que nunca, puesto que en ese mismo momento el pueblo corría el peligro de vender su alma a los poderes terrenales»2.
Para Bartolomé de Las Casas, el Estado tiene que defender el derecho eterno, y sus actividades han de estar al servicio de lá causa de Dios. Así, a través de la argumentación de fray Bartolomé, el autor critica la divinización del Estado y de Adolf Hitler bajo el nacionalsocialismo, y todo el que leyese la novela en 1938 tenía que plantearse si las actividades del Estado nacionalsocialista, con su ideología neopagana, no violaban claramente el derecho divino y si no estaban más bien al servicio de la causa de Satanás que al servicio de la causa de Dios. Y asimismo, el lector que en un primer momento había aceptado por convicción o por cobardía el régimen totalitario de Hitler, tenía que preguntarse si no estaba vendiendo su alma a poderes terrenales.
Reinhold Schneider estaba firmemente convencido de que la historia de la humanidad abocaría finalmente en el reino de Dios y creía que en la historia había una constante lucha entre las fuerzas del bien y del mal. En Adolf Hitler y el Estado nacionalsocialista él veía un poder demagógico, nihilista y destructor, una fuerza del mal. En la disputa de Valladolid, Las Casas incluso llega a proclamar frente a su adversario que las guerras de conquista llevadas a cabo por los españoles hasta ese momento son contrarias al derecho, tiránicas e infernales. No hay que olvidar que en 1938 Hitler había ocupado una gran parte de Checoslavaquia y que ya estaba preparando la conquista manu mílitari de toda Europa, y que la guerra, una gran guerra, era inminente. Tampoco asombra en este contexto que, en la disputa entre Las Casas y Sepúlveda, Schneider haya retratado a este último con los típicos rasgos del burócrata nacionalsocialista, incondicional servidor de su amo y del Estado. Ginés de Sepúlveda postula que cualquier medio que sirva para fortalecer el Estado es bueno. Para Sepúlveda el fin santifica los medios: «lo que contribuía al fortalecimiento del Estado era bueno y lo que le hacía daño no tenía que ser necesariamente malo, pero sí por lo menos equivocado y necio»3.
Ginés de Sepulveda, cuyo alegato en defensa de la actuación de los españoles en las Nuevas Indias está lleno de sofismas cínicos, se sirve incluso de argumentos racistas, típicos del burócrata nacionalsocialista, para justificar las guerras contra los indios y la esclavitud de los indígenas. Leyendo el texto, el lector actual se queda asombrado de que los censores de entonces no notaran que el autor de la novela estaba atacando claramente, entre otras muchas cosas, las teorías raciales. Obviamente, la novela recibió el visto bueno porque los censores pensaron ingenuamente que un libro sobre un personaje del siglo XVI, tan exótico además como el fraile dominico, no podía tener mucha significación para la actualidad. Sepúlveda ataca a Las Casas con el argumento de que el padre de los indios aún no ha podido decidirse entre el derecho natural —que concuerda en sus fundamentos con el derecho eterno y que además lo amplía— y el derecho del Estado, pues años atrás había aconsejado que se llevaran negros de África a las Indias para que trabajaran allí en las minas y en el campo. Las Casas replica que sólo aconsejó eso por la compasión que le inspiraban los indios, que estaban muriendo en masa a causa de las durísimas condiciones de trabajo, y porque había creído que los negros aguantarían mejor ese tipo de trabajos forzados. Las Casas admite que tal idea fue un gran error suyo, puesto que de ese modo había aceptado la esclavitud de seres humanos.
Pero Sepúlveda dice que Las Casas aceptó en ese caso la teoría, plenamente justificada por Aristóteles y Platón, de que son leyes distintas las que rigen en las razas superiores y en las inferiores4. Interesante es también que Ginés de Sepúlveda, que nunca estuvo en las Indias, convoque como testigo para su argumentación a un capitán que ha luchado allí contra los indígenas y que, con clara intención propagandística, confiesa ante la comisión lo siguiente: «Cuando lográbamos sorprender a los habitantes de una aldea en las incursiones que efectuábamos en la parte sur del continente, encontrábamos miembros humanos en sus ollas. Quiero evitar describir cómo los indios aliados con nosotros torturaban y exterminaban a sus enemigos. A nosotros, viejos soldados, se nos ponían los pelos de punta, y a menudo creíamos ver en plena tarea a Satanás y a sus secuaces. Los indios jamás dicen la verdad, jamás son fieles; no hay vicio imaginable que no tengan: venden a sus mujeres, abusan de sus hermanas e hijas. Cosas de las cuales un hombre no se atrevería a hablar, son entre ellos hábitos consagrados. Es mi firme convicción que Satanás los ha mantenido a todos bajo sus alas, que los crió y cuidó hasta que llegamos nosotros, los españoles. Para tal chusma, la espada es la mejor escoba, pues sin la espada el mundo no se limpia» 5.
Leyendo este pasaje, el lector de 1938 pensaba forzosamente en las publicaciones antisemitas, como el periódico Der Stürmer, que acusaba a los judíos de ser mentirosos y explotadores, de yacer a propósito con las muchachas alemanas más bellas para corromper la raza aria, de extorsionar como banqueros y negociantes al pueblo alemán, etc. Y por supuesto, los periódicos como Der Stürmer también aconsejaban solucionar el problema judío por medio de la violencia.
Bartolomé de Las Casas ante Carlos V fue en su momento, de eso no cabe duda, una novela audaz, en la que su autor hacía profesión pública de sus convicciones cristianas y humanitarias, rechazando de modo encubierto y bajo el ropaje histórico la ideología nacionalsocialista.
Hay un detalle que pone de manifiesto el carácter casi emblemático de Reinhold Schneider en la resistencia contra el nacionalsocialismo: en el frente, muchos soldados se pasaban copias manuscritas de sus poemas y los aprendían de memoria. Esto vale sobre todo para el legendario soneto que empieza con los versos: «Allein den Betem kann es noch gelingen / das Schwert ob unseren Haptem aufzuhalten…» («Sólo quienes rezan podrán conseguir aún / detener la espada que pende sobre nuestras cabezas…»).
Aunque después de 1945, en la era de Adenauer, Schneider también adoptó una posición no conformista y aunque los círculos conservadores intentaron reducirlo al silencio y tacharlo de comunista —fue uno de los pocos ejemplos alemanes de un catolicismo de izquierdas—, hasta su muerte en el año 1958 pudo sin embargo seguir viviendo de su trabajo como escritor, porque sus libros y artículos siempre encontraron un público, pequeño pero de calidad.
Su libro Bartolomé de las Casas ante Carlos V se considera hoy no sólo un documento de resistencia literaria contra el nazismo sino una novela histórica formalmente perfecta sobre las etapas decisivas de la vida de Las Casas.
En los dos últimos decenios se está abriendo camino una especie de renacimiento de la obra de Schneider, si bien hay que añadir que siempre ha seguido teniendo su público, y no sólo en ambientes católicos. En la actualidad, la obra de Reinhold Schneider se discute y se estudia, en no pocos congresos y seminarios, desde una perspectiva actual.
NOTAS
1· Titulo de la primera edición del original alemán: Las Casas vor Karl V. Szenen aus der Konquistadorenzeit, Leipzig, Insel 1938. La edición actual es de la editorial Suhrkamp. En España se publicó por primera vez en 1940, ocn el título Las Casas y Carlos V, escenas del tiempo de los conquistadores (traducción de Alberto González Fernández, ed. Herder & Cia, Friburgo de Brisgovia). La segunda traducción española es de Jorga C. Lehmann y apareción en 1979 en la editorial madrileña Encuentro. La edición española actual, con la misma traducción de Jorge C. Lehmann, se titula Bartolomé de las Casas y Carlos V (Barcelona, Edhasa 1991). Las citas están tomadas de esta última edición, pero en parte modificadas por mí.
2· Reinhold Schneider, op. Cit. 1991, p. 61.
3· Reinhold Schneider, idem, p. 107.
4· Ginés de Sepúlveda argumenta ante los juristas y teólogos presentes en la disputa: «¿Qué caracteriza mejor el estado de su espíritu que el hecho de haber estudiado él mismo la jurisprudencia y sin embargo pasarse la vida haciendo valer el derecho natural contra el derecho del Estado y aplicando dos clases de derecho diferentes? Porque esto es evidentemente lo que hizo cuando aconsejó llevar gran cantidad de negros a Indias para que trabajaran, en lugar de los indios, en las minas y en los campos. No quiero decir que Las Casas fuese el primero que tuviera tal idea, pero sí que abogó por ella c o n gran fervor, admitiendo con esta actitud ante todo el mundo que para las razas superiores vale otro derecho que para las inferiores; debe haber considerado a los indios superiores y a los negros inferiores. Y no puede haber escapado a su atención el hecho de que los negros no se embarcaban voluntariamente en las naves portuguesas, genovesas y holandesas; ni tampoco que los negros serían libres en el sentido en que, según él, deberían ser libres los indios, si un pueblo más refinado y más desarrollado (como sólo lo somos los españoles), no estuviera facultado, para bien del mundo, a ejercer con derecho el dominio sobre pueblos menos desarrollados, como ya enseñaron Aristóteles y Platón». Schneider, Reinhold, idem, p. 115.
5· Reinhold Schneider, idem, p. 131.