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Ignacio Gómez de Liaño (Madrid, 1946) es uno de los filósofos españoles con una trayectoria intelectual más sólida y variada. Desde la publicación de su primer libro, Los juegos del Sacromonte (1975), donde analizaba la interacción entre mitos, imágenes y realidad histórica en la época de Felipe II, ha ido construyendo una obra muy personal que toca multitud de géneros y temas: la reflexión histórica y social basada en el análisis de conceptos filosóficos como la memoria, la imaginación o el tiempo (El idioma de la imaginación, 1983, La mentira social, 1989), el estudio de las relaciones entre Oriente y Occidente a través de los diagramas gnósticos y los mandalas budistas (El círculo de la sabiduría, 1998, Filósofos griegos, videntes judíos, 2000), el diario personal (El camino de Dalí, 2004, En la red del tiempo, 2013), el estudio histórico (El Reino de las Luces. Carlos III entre el Viejo y el Nuevo Mundo, 2015), la poesía (Carro de noche, 2017), el ensayo político (Recuperar la democracia, 2008, Democracia, islam, nacionalismo, 2018), la monografía sobre ciertos autores considerados heterodoxos (Hipatia, Bruno, Villamediana, 2008) o el ensayo más estrictamente filosófico (Iluminaciones filosóficas, 2001, Sobre el fundamento, 2002, Breviario de filosofía práctica, 2005), sin olvidar sus sucesivas incursiones en la narrativa de ficción (Musapol, 1999, Contra el fin de siglo, 1999, Extravíos, 2007, El Juego de las Salas de Salas, 2018).


Ignacio Gómez de Liaño: Filosofía y ficción. EDA Libros, 2020


En Filosofía y ficción Gómez de Liaño se ha centrado en uno de sus temas más queridos y frecuentados, que de alguna manera recorre toda su obra: la relación entre filosofía y literatura, cuyos límites son más imprecisos y borrosos de lo que se suele pensar. Un dato relevante es que en estas páginas no sólo encontramos un conjunto de interesantes reflexiones sobre los vínculos entre narrativa y pensamiento, sino que también podemos hallar en ellas su aplicación práctica, pues se van alternando textos filosóficos, entre el aforismo y el ensayo, con relatos de ficción.

Comienza planteándose el autor, desde la primera frase del libro, una cuestión de fondo que, tomando como referencia un ejemplo clásico, puede resultar paradigmática: “¿Es la República de Platón una obra de ficción o de filosofía?” Aunque parece indudable que se trata de una obra filosófica, y así ha sido considerada desde siempre, también la ficción narrativa se filtra en el discurso platónico en forma de diversos mitos, como las historias de las razas metálicas, las visiones post mortem de Er de Panfilia o el celebérrimo ‘mito de la caverna’. Lo que trataba de hacer Platón al relatar esas historias era exponer problemas filosóficos de gran calado, como la verdad, el bien, la educación o el destino humano, en forma de cuentos o narraciones. De esta manera conseguía dotar a sus reflexiones de mayor potencia y vivacidad, así como de cierta sacralidad enigmática, similar a la de los mitos antiguos.

Comienza planteándose el autor una cuestión de fondo que, tomando como referencia un ejemplo clásico, puede resultar paradigmática: “¿Es la República de Platón una obra de ficción o de filosofía?”.

Por supuesto, no sólo la filosofía puede contener en sí misma elementos de ficción, sino que también se produce la relación en dirección contraria: las obras narrativas pueden plantear en su seno cuestiones o debates de cariz netamente filosófico. Es lo que ocurre, por ejemplo, con los Sueños y discursos de Quevedo, El Criticón de Gracián, Los demonios de Dostoyevski, En busca del tiempo perdido de Proust, La montaña mágica de Thomas Mann, El hombre sin atributos de Musil o El último puritano de Santayana, por citar algunos de los casos mencionados en el libro.

Las fronteras entre filosofía y literatura, por tanto, son difusas y permeables. En cualquier caso, resulta interesante buscar elementos distintivos y tratar de esclarecer sus rasgos característicos. Lo esencial de la ficción narrativa reside, según Gómez de Liaño, en “la representación verbal de una acción en la que está comprometida la vida de un personaje”, con la cual se identifica el lector. Lo importante en ese ámbito es que se produzcan situaciones dramáticas y se destaquen caracteres llamativos que transmitan cierta emoción o sentimiento vital. El tipo de verdad que se persigue es diferente en ambos casos: el texto filosófico pretende descubrir la verdad objetiva, orientando su atención hacia la realidad o los objetos del mundo, mientras que la novela se conforma con lograr la verosimilitud y se centra en “los estados del alma” y “los estremecimientos de la carne”.

Lo que trataba de hacer Platón al relatar esas historias, según Gómez de Liaño,  era exponer problemas filosóficos de gran calado, como la verdad, el bien, la educación o el destino humano, en forma de cuentos o narraciones

Desde el punto de vista del escritor, es decir, atendiendo a su experiencia creativa y a su forma de afrontar el hecho de la escritura, también hay diferencias significativas entre los dos géneros. Como es natural, al escribir una novela el autor siente que su imaginación se puede mover con mayor libertad y capacidad expansiva que cuando está redactando un ensayo filosófico, que está supeditado al conocimiento y debe atenerse a unos objetivos previamente establecidos. La relación con el tiempo también es distinta: la filosofía se sitúa más allá de lo temporal, busca descubrir la esencia intemporal de las cosas, la realidad verdadera, mientras que la novela hunde sus raíces en la corriente irreversible del tiempo, y su “verdad” está hecha de tiempo.

Al analizar los vínculos entre esas dos dimensiones en su propia obra, la filosófica y la novelística, Gómez de Liaño destaca tres elementos comunes a ambas: el tema del viaje, los personajes y el argumento. En cuanto a lo primero, en sus ensayos el viaje lo protagonizan las ideas y diagramas, que se mueven por el tiempo y el espacio, mientras que en las novelas lo que interesa son las peripecias viajeras de los protagonistas de carne y hueso. En cuanto a los personajes, desempeñan una función diferente: en los ensayos los protagonistas son las ideas (y las referencias a la vida de los filósofos son útiles solo en la medida en que nos puedan servir para entender mejor sus ideas), mientras que en las novelas “los personajes –sus peripecias y avatares– siempre ocupan el primer plano, y las ideas que discurren por sus mentes solo interesan en la medida en que afectan a sus vidas”. Finalmente, el argumento en las novelas sirve para articular la vida de los personajes, mientras que en los ensayos ayuda a organizar la marcha de las ideas.

No sólo la filosofía puede contener elementos de ficción, sino que también se produce la relación en dirección contraria: las obras narrativas pueden plantear en su seno cuestiones o debates de cariz netamente filosófico

En definitiva, quien se embarque en la lectura de Filosofía y ficción hallará estas y otras muchas reflexiones sobre las relaciones entre filosofía y literatura, así como distintos relatos de ficción y variados aforismos (“Cuando se menosprecia la excelencia, la barbarie llama a la puerta”, “La peor censura es el silenciamiento”, etc.) Después de todo, como se afirma hacia el final del libro: “Querer llevar la vida sin hacer concesiones a la ficción y el cuento es, a decir verdad, una estupenda ficción y un estupendo cuento”.

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y profesor en la Universidad Rey Juan Carlos.