Enrique Andrés Ruiz

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Escritor, poeta y crítico de arte español
Juan Manuel Bonet

Juan Manuel Bonet, Vía Labirinto

Reseña del libro de Juan Manuel Bonet, "Via Labirinto", publicado por la Editorial Comares (Colección La Veleta), Granada, 2016, 368 págs.

El jardín de las rosas: Eliot y el significado religioso

Ni la poesía ni los ensayos de Eliot son fáciles de comprender. En sus escritos laten muchos motivos y muchas temáticas, especialmente complejas. Enrique Andrés Ruiz explora cómo entender el significado religioso en la obra del autor de La tierra baldía, del que se celebra este año el 50 aniversario de su muerte.

Navidad en Westminster bajo el rincón de los poetas

«¡Oh, mira...!»¿Es que aquí no ha llegado milord, el Petirrojo? ¿Es que no ha visto nadie todavía su anuncio de gloria derramada que enrojece la nieve, el farol que deshace la niebla cuando salta?¿Es que aquí nadie sabe de ninguna noticia?

Para leer a Julio Martínez Mesanza

El alma antigua es obediente. Lo sería, incluso, si no hubiera orden al que obedecer. Si fuera así, como seguro que hoy nos lo parece, si ya no reconociéramos el qué o quién de esa obediencia, esa misma alma, errante, vagaría en busca de su dueño.

Poema de ida y vuelta

El autor le dedica un poema a las carreteras por las que siempre viaja.

Sobre plaza del árbol

Analisis de la poesía de Bonet "Plaza del árbol".

Para una historia de la intensidad

La pintura española contemporánea. La distinción de Juan Ramón Jiménez entre lo universal y lo internacional.

Gaya Nuño, el numantino

Reseña de la vida y obra de Gaya Nuño.

Un cirlot, dentro y fuera

Reseña del libro "Bronwyn" de Juan Eduardo Cirlot.

Hondo y digno, Alfonso Albalá

Enrique Andrés Ruiz comenta la reciente edición de Poesía Completa, de Alfonso Albalá (Ayuntamiento de Coria, Colección Temas Caurienses, 1998).

Lasso de la Vega, la novela de la poesia

Reseña de la vida y obra de Lasso de la Vega, poesía.

Eugenio Montejo, palabras que salvan la vida

No podemos descubrir a Montejo. Es tarde. Es, además, y lo digo por si alguien hubiera que a la aparición de Partitura de la cigarra se siente mordido por esa tentación, una manera, esta de comenzar en su caso dando campanadas por un hallazgo, de confesar la inocencia y la pobretería propias, a más de las que son patrimonio del reseñismo literario de un País entero.Eugenio Montejo, una de las voces mayores de la poesía en lengua española de nuestros tiempos, publicó antes en España, en 1987 y en la editorial Laia de Barcelona, una antología titulada Alfabeto del mundo, igual, por tanto, que la que un año después publicaría el Fondo de Cultura Económica en México, con el poemario ya completo de aquel su último libro hasta entonces. Renacimiento nos dio luego, en 1997, Adiós al siglo XX, y Pre-Textos culmina el itinerario montejiano de aquí con esta Partitura de la cigarra. O sea, que para descubrirlo es tarde, y eso si hubiera eximente por la probable dificultad —algo que no debe considerarse mucho en un lector de poesía— de haberse hecho antes con los libros americanos que Montejo lleva publicando desde los años sesenta. Es tarde aunque la docena y media de fieles que componen la cofradía española que siente devoción por su poesía no entienda la razón; es tarde aunque los cofrades quisiéramos que el descubrimiento de los primeros poemas que llegaron a nuestras manos no hubiera sucedido nunca todavía, aplazando así un poco más la dicha que aguardaba.«Tarde, muy tarde han llegado a mis manos los restos del Cuaderno de Blas Coll, cuyos fragmentos más legibles trato de recomponer en las anotaciones que transcribo». Así comenzaba por decir nuestro poeta venezolano en aquella repesca de los apuntes de un misterioso impresor de Puerto Malo que, trufada de sus propias glosas a las más o menos visionarias pero tan lúcidas consideraciones lingüísticas de aquel personaje, él mismo quiso editar como «la ilusoria tentativa de un arte poética». Y toda la escritura de Montejo parece estar condenada, abocada a esta suerte de tardanza; no ya la que afecta a la imperdonable renuncia española a su nombre y a su obra (mientras la publicidad hace al tiempo prontos «autores imprescindibles» entre tantos otros), sino la que anida en la médula de su propia poesía, una poesía de la tardanza y del casi desvalimiento con los que las palabras de nuestro lenguaje llegan a la cita a la que les convocan la realidad, las realidades del mundo. Por eso el poeta trata de recomponer los fragmentos más legibles. Por eso hemos creído que su tarea se va a convertir en la de una especie de traductor, el traductor de unas voces, de unos sonidos, de unos paisajes que desde luego le hablan, le llaman, le están llamando, pero él no sabe lo que dicen, lo que le dicen, porque ellos no están en realidad diciendo nada, y porque muy probablemente ellos no estén ya allí, él haya llegado con...

Las cosas del campo

Se trata de una crítica al libro de José Antonio Muñoz Rojas "Las cosas del campo" y a su propia persona.

Malinconia

Cuando se acercaba, en su edición de 1999, la fecha de inauguración de ARCO, la polémica ya estaba servida. Francia iba a ser el país invitado, y el comisario encargado de la selección, el joven crítico Nicolás Bourriaud, en declaraciones previas al desembarco, había manifestado que la pujanza del panorama artístico francés se debía, acaso por primera vez, a una actividad artística volcada sobre la internacionalidad de sus propuestas. Bourriaud, cuando se vio obligado a justificar la selección de las galerías participantes, no tuvo otro remedio que apelar a la defensa, que esas salas habían llevado a cabo, del reciente arte francés en la escena internacional. Con todo, los suplementos de los diarios que gustan periódicamente de suscitar entre nosotros espejismos de enfrentamientos, tan espurios como desinformados, no vieron motivo de debate en esos aspectos de la identidad artística, del internacionalismo del arte contemporáneo, de la vitalidad vanguardista o cualquier otro de los abordados por arguments de le petit Nicolás. Prefirierion, como siempre, fijarse en algo de más gordura, de más madera, y se agarraron a la supuesta provocación con que el comisario había herido el orgullo español cuando declaró que de Pirineos abajo el artes actual era un lánguido, trasnochado e incomunicado reflejo de la actividad creadora que tiene lugar en los focos verdaderamente relevantes para el arte de hoy. Lo malo es que a nadie se le oculta que, tras la Segunda Guerra Mundial, Francia no detenta ninguna mayoría ni minoría de acciones en esa empresa, Vanguardia S.A., y que el aburrimiento que ahora nos puedan producir Daniel Buren o el recuerdo de la influencia psicoanalítica y marxista del discurso pictórico de Louis Cane o del Viallat de los años setenta todavía es menor que el producido por el marchito continuismo vanguardista de la escena artística dibujada por Bourriaud.La lástima es que la voluntarista visión de Bourriaud escamoteara, como no pudiera ser de otra manera, lo que de vivo y crucial tiene hoy, si no la práctica artística, sí el debate crítico sobre el arte contemporáneo que se refleja en los ensayistas franceses, pero de esto tampoco parecían saber nada nuestros diarios más proclives a las despistadas polémicas culturales.Pues bien, si hay una obra y una personalidad de verdadero interés en la reflexión europea sobre el arte actual, en su caso hecha a partir de una implacable revisión de la historia más legalizada del arte del siglo XX y de su manual de tópicos, son las de Jean Clair. Nada más pronunciar su nombre, y más si se hace elogiosamente, el comentarista será muy probablemente tachado de conservador, incluso de reaccionario, y se deducirá que es algún defensor de la tradición figurativa, del oficio de pintar y de la innegociable y permanente actualidad de la pintura. Se dirá eso como si ambas cosas resultaran inseparables y, en cierto modo, es en la existencia o no de esa juntura donde se asienta el meollo de la discusión suscitada por el director del Museo Picasso de París. Así ha...

Los mundos y los dias

Crítica literaria sobre "Los mundos y los días" de Luis Alberto Cuenca.

Errata, el examen de una vida

Intentaré explicar por qué, según creo, George Steiner no es un huma­ nista. También creo que en el tal intento estriba la posibilidad de com­ prensión de uno de los pensamientos más vigorosos, hondos y verdaderos del siglo que acaba . De no ser así, no estaríamos sino ante una boutade , y no es el caso. Apelar a la verdad en su elogio no es cosa, además, que pueda hacerse sin reparar antes en que nos disponemos a abordar uno de esos tipos de pensamiento orgánico cuyos objetos han sido ubicados más allá de la verdad y la falsedad mismas (éste es su único, creo, punto tangencial con el pensamiento trágico de estirpe nietzscheana) y de cuyo autor puede decirse que, independientemente de la validación lógica de la verdad o fal­ sedad de sus rotundas afirmaciones y negaciones, él sí es verdadero.Cuando con demasiada rapidez se dice del autor de Lenguaje y silencio (1967), En el castillo de Barba Azul (1971) o Después de Babel (1975) que es un humanista, y sobre todo cuando se quiere sacar un partido urgente y mediático de la personalidad incómoda, antigregaria, radical del escritor de ese libro, Presencias reales (ed. española de 1991), que significó el aldabo­ nazo tardío para su lectura no exclusi­ vamente especia lizada en España, diciendo que es un humanista (o, lo que es lo mismo hoy, un raro, un per­ sonaje de documental histórico) o el último humanista, como se dice para más literatura, tengo para mí que se está escamoteando la particularidad, la singularidad de un perfil intelectual que a la lectura de su reciente auto­ biografía todavía se aparece con ras­ gos más distintivos. Y no es que el libro que quiere ser de sus memorias venga a añadir apenas nada sobre el corpus de ideas y pasiones que hasta ahora sus otros libros han ido constru­ yendo, sino que la coincidencia de sus reiteraciones obsesivas, de las visitas a un puñado de loci intelectuales en sus ensayos filosóficos o filológicos, con las que aparecen en el libro de su vida resulta tan apabullante como para sugerirnos la fundamental idea de encontrarnos ante alguien cuya vida de lector y de pensador constituye la médula auténtica de su intimidad. De ahí que la organicidad de su pensa­ miento se enfrente una y otra vez con­ tra toda mecánica especulativa y racional; de ahí su oposición a que las tareas críticas y hermenéuticas estén dispuestas a ganar dignidad en el mundo humanístico a costa de impor­ tar los métodos lógicos del armazón convencional de la ciencia. Su inti­ midad más profunda es, pues, la del lector que presta confianza a lo que puede desde el libro llegar de muy lejos, venir hasta nosotros desde el misterio supremo de lo que es otro inaccesiblemente, hacerse presencia desafiando toda lógica y toda miseria del análisis y de la prueba empírica. Ese lector es el que restablece el con­ trato roto por la modernidad (ayer la de Hofmannsthal, la de...

Entrevista a Ramón Gaya: «Es en pintura donde mas catastrofes se han dado».

El día que fui a ver a Ramón Gaya, Premio Nacional de Artes Plásticas 1997, hacía poco más de un mes que había cumplido ochenta y siete años. Todos esos años son, y esto muy pocas veces se puede decir de otros creadores, los transcurridos en el tiempo de una vida que ha sido, que es hoy mismo todavía, el testimonio de la fidelidad, como dice el título de uno de sus espléndidos sonetos dedicado a Luis Cernuda, a una verdad.

El alma en armas

Del libro "Las trincheras" escrito por Julio Martínez Mesanza.

El año Cirlot

Cuando hablamos de Juan Eduardo Cirlot no debemos engañarnos. En cualquier conversación en la que se mencione su nombre o se cite su obra, lo más frecuente es escuchar una especie de lamento por alguien injustamente olvidado, ignorado, maldito, cuando no intencionadamente relegado a la devoción de unos cuantos enfermizos aficionados a las heterodoxias espirituales y demás magias alternativas.

Una leccion de Ramón Gaya

Ramón Gaya
Naturalidad del arte
(y artiflcialidad de la crítica)

Pre-Textos
Valencia, 1996, 58 págs.