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Voy siempre por la misma, la larga carretera

que me lleva en los viajes de ida o de regreso
rumbo siempre a las mismas, por ella separadas
o juntas pero siempre las mismas dos ciudades.

Voy y vengo por esta carretera de siempre
que atraviesa los páramos cruzando las anchuras
con el sol y el silencio de los llanos apenas
como solos testigos que acompañan la ruta.

(Solos… hoy: ya hace mucho —la carretera traía
los rumbos del espacio pero también del tiempo—
que sobre esta calzada se cerraban los oímos
y el rumor circulaba por un claustro de sombras).

Ahora nada se oculta porque en la luz no hay nada,
ni en el aire que mide lo profundo del cielo,
que detenga a los ojos cuando a lo lejos vuelan
por campos de matices de cambios infinitos.

Tanto es así que puedo, cuando los días crecen
y verdean los cerros con facetas moradas,
recontar, en las copas de los chopos, los nidos
que, puntuales, cada año, regresan la vida.

Y allí, junto a uno de esos escasos accidentes
—en invierno, una pértiga congelada y desnuda—
hay una casa en ruinas que busca mi costumbre
como si allí encontrara refugio mi mirada.

Como si…: Cuántas veces he pasado por ella;
cuántos días delgados, del otoño, cobrizos,
o de la primavera, restallantes y malvas;
cuántas tardes cualquiera me he fijado en su rostro

y enseguida he soñado con tejer una historia
hilvanada en las leyes del ayer y el mañana:
En un día primero —como siempre pensamos—
los muros con firmeza derrotaban al viento…

Después, la lluvia, el peso de la nieve en las cámaras
filtrada por rendijas cada noche más hondas
las rendijas abiertas por el polvo de agosto…
Y luego
—en ese sueño todo va hacia otra nada—

la llave que se oxida sobre el brocal del pozo,
la boca de la puerta, sin labios, las ventanas
como cuencas vacías que miran con fijeza
desde una calavera clavada sobre el páramo…

Como si…: Cuánta imagen ordenada en secuencias
prisioneras de un sueño, tan humano, y del hábito
del relato del tiempo con su efecto y sus causas.
Cuánta gris carretera para no darme cuenta

de que allí, en el recodo, sobre la áspera loma,
por entre los oteros que arrugan la meseta
y donde al fin espero ver hundida la casa,
todo allí, sin que nadie lo haya visto, regresa.

Todo ha estado volviendo, pero ahora sin tiempo:
los cimientos han ido fraguando en la argamasa
y el mortero ha trazado las paredes de nuevo
con el pobre aparejo de las piedras y el barro;

en el techo, los nudos de las vigas, dorados,
ya sin tiempo rezuman otra vez la resina,
y las tejas han dado trabazón a su urdimbre,
y de nuevo ha encajado, sobre el quicio, la puerta.

Cuánto viaje por esta carretera de siempre
sin pensar que aquí mismo, en el campo, a mi paso,
todo lo liso y llano, lo sucesivo acaba,
lo que tienen de tiempo mis palabras se acaba

pero entonces, vacías, en silencio, obedientes,
despertarán si escuchan decir a otra palabra
que la muerte se cierra como zarza entre ruinas
y una vida entreabre su camino al que espera.

(1998-2005)

Escritor, poeta y crítico de arte español