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Jena, 1800. Un grupo de jóvenes escritores y filósofos – Friedrich y Wilhelm Schlegel, con sus mujeres, Dorothea y Caroline, Friedrich Schelling, Novalis y Ludwig Tieck– conviven con la idea de fundar una comuna del pensamiento, una república de espíritus libres.

"La república de los espíritus libres. Jena, 1800". Tusquets, Barcelona, 2019. 212 págs.
«La república de los espíritus libres». Jena, 1800″. Tusquets, Barcelona, 2021. 212 págs. 19 € (papel) / 9,99 € (digital).

Son los modernos del momento, un grupo que puede anticipar al que unos años más tarde, ya en pleno Romanticismo, constituirán brevemente Lord Byron, Percy B. Shelley y su compañera Mary, John W. Polidori y Claire Clairmont. Los primeros, los que nos ocupan, están en los inicios del Romanticismo y viven todavía el influjo de las Luces, cuyo último y máximo exponente es Kant que en 1781 ha publicado la muy influyente Crítica de la razón pura. De hecho, son Kant y la Revolución Francesa las grandes influencias de esos años.

Para Hegel el triunfante Napoleón es el genio de Estado, el creador del Código Napoleónico, probablemente la obra jurídica más importante en la historia reciente

Con un plausible tono narrativo, este libro recoge el espíritu de ese momento, como una instantánea o una serie de estampas. Los protagonistas son los citados, pero también un Goethe, especie de sombra tutelar, en la cumbre de su poder, o el también joven Hegel. De hecho, el libro recoge el momento en que el trono de la filosofía va a pasar de Kant a Hegel. El epílogo coincide con la batalla de Jena en 1806, cuando Kant ya ha muerto y Hegel acaba de terminar y enviar el manuscrito de una obra cuyo título ya ha decidido: Fenomenología del espíritu.

Un Hegel para el que el triunfante Napoleón es, antes que otra cosa, el genio de Estado, el creador del Código Napoleónico, probablemente la obra jurídica más importante en la historia reciente. Le parece imposible no admirarlo por eso. Kant y Hegel son, pues, como los polos que enmarcan a los protagonistas, y a los que también se añaden, más o menos fugazmente, Fichte, Schiller o Hölderlin.

Pero son las preocupaciones teóricas y vitales de los siete citados al principio las que constituyen la columna vertebral de este libro de menos de 200 páginas de texto.

Son, queda dicho, inconformistas, rebeldes. “Schelling no quiere encajar por entero ni en la cátedra ni en el mundo”. Novalis y Friedrich Schlegel “no tienen ninguna intención de entregarse al destino que sus padres han planeado para ellos. Lo que les fascina es el arte, la filosofía y la religión”. Y todos quieren empujar al mundo y a la filosofía en la dirección señalada por Kant y la Revolución Francesa. Con una diferencia con respecto a esta última. Si bien se extiende el jacobinismo, se oye La Marsellesa por doquier y entre los monarcas y nobles del país cunde la desconfianza, ellos se plantean una revolución basada en la filosofía y la literatura, la reflexión filosófica y la imaginación poética, no en el activismo político ni el tumulto revolucionario.

“Quieren ir con Kant más allá de Kant” y, como todas las generaciones, se apoyan en los abuelos saltándose a los padres; el abuelo en su caso es un Spinoza, cuyo pensamiento les parece útil aplicado al sujeto, no a la sustancia divina. Ya unos años antes, alrededor de 1790, en el seminario de Tubinga, donde han coincidido compartiendo habitación Hegel, Schelling y Hölderlin, en el ambiente se palpa la voluntad de desobediencia. Y los tres amigos han concebido un programa radical para llevar al mundo y a la vida la revolución del pensamiento de Kant.

Friedrich Schlegel, por su parte, hace estallar desde dentro los géneros literarios con Lucinde, una novela que se contiene a sí misma y que a Schiller le parece una “cumbre de la deformidad y de la desnaturalización modernas”. Pero Schlegel quiere empujar la literatura alemana a un estado revolucionario, y piensa que deben hacerlo todos juntos en Jena, la pequeña ciudad que es algo así como el centro de la cultura y de la vida intelectual de Alemania, “un territorio provinciano con una enmarañada red de estudiantes, profesores y filisteos” que atrae a todo el que es alguien o espera serlo alguna vez. Como Schelling, que, apenas llega, lo pone todo patas arriba.

Wilhelm Schlegel defiende en sus clases (a las que asiste Hegel) que la filosofía debe ser dialéctica, no puramente lógica

“Todos están ávidos de conocer al joven prodigioso” del que se esperan grandes cosas. Incluido Goethe, que quiere saber qué se puede esperar todavía de la filosofía, a través de un Schelling al que considera su complementario: si él, Goethe, es el pensador de los poetas, en Schelling ha encontrado al poeta de los pensadores. Schelling no defraudará, llevará adelante el pensamiento crítico de manera más radical que sus predecesores, aboliendo las oposiciones dentro/fuera, sujeto/objeto y abogando por “un único absoluto que se da a conocer en todas las formas de la realidad”.

IMAGINACIÓN, PRINCIPIO FILOSÓFICO

Para Friedrich Schlegel la conciencia poética y la filosófica de ningún modo se excluyen entre sí, mientras su hermano Wilhelm defiende en sus clases (a las que asiste Hegel) que la filosofía debe ser dialéctica, no puramente lógica. Y todos coinciden, siguiendo a Fichte, que fue el primero en decirlo, en elevar la imaginación al rango de principio filosófico. En ese ambiente, un Novalis para el que sólo la religión puede despertar a Europa les parece a sus amigos que está huyendo al pasado.

Y, en fin, como en Casablanca, el mundo se vuelve loco y ellos se enamoran. Los enredos sentimentales tienen también su parte en este libro breve e intenso sobre un atractivo momento de cambio histórico.

Periodista cultural.