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Cuando se habla de América, es fácil caer en la tentación de asignarle una fecha: 1492, como si en aquellas tierras, ignotas para los europeos, no hubiera nada, o como si los primeros descubridores no hubieran llevado nada. El Nuevo Mundo pasó a formar parte de la corona de Castilla. Eran y se consideraban unidos a la metrópoli aunque vivieran a miles de kilómetros de distancia, con un océano por medio.

Precisamente, los conquistadores llevaron un bagaje de fe y cultura que fecundaron las relaciones con los aborígenes en un mestizaje real que construyó un nuevo reino de Castilla con sus peculiaridades, como los tenían, y tienen, los pueblos que actualmente forman España o América.

El siglo XVI español y, en concreto, la Escuela teológica de Salamanca, han pasado a la historia como una de las épocas más fecundas del saber teológico. En el seno del convento de San Esteban de Salamanca y a través de la docencia de Francisco de Vitoria y Domingo de Soto, se fue fraguando una nueva síntesis del pensamiento católico. Con el sentido humanista, el estudio directo de Santo Tomás y el resurgir de la teología positiva, bien anclada en las fuentes y atenta a los problemas de la época, surgió un nuevo modo de hacer teología. Volver a recordar aquella época, sirve para tomar aliento en el quehacer teológico de nuestro tiempo. Es indudable que profundizar en la teología española del siglo XVI y de cómo se aplicó al Nuevo Mundo, será fuente de inspiración para nuestro tiempo. No se trata de copiar, sino de releer una teología que contiene una sopesada relación entre fe y razón, como está impulsando Benedicto XVI.

El profesor Josep-Ignasi Saranyana es una de las figuras más importantes del panorama historiográfico actual. Sus investigaciones en el ámbito de la historia de la teología y de la Iglesia son bien conocidas y gozan de reconocido prestigio. A lo largo de su dilatada carrera docente ha sido director del Anuario de Historia de la Iglesia y del Instituto de Historia de la Iglesia de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. Entre los reconocimientos, destacan su pertenencia al Pontificio Comité de Ciencias Históricas y su nombramiento como académico correspondiente de la Real Academia de la Historia. También lo es de las Academias de México, Colombia, Perú y Puerto Rico, ubtdf1.jpgSaranyana es actualmente uno de los mejores medievalistas y profundo conocedor de Santo Tomás y de la teología escolástica. Desde esa sólida base y desde hace treinta años, ha dirigido un equipo investigador acerca de la teología latinoamericana. En estos últimos años ha publicado, en cuatro gruesos volúmenes toda la información relativa a la teología en América. Ahora, en este nuevo trabajo, presenta al alcance del gran público el resumen de sus investigaciones, cubriendo de este modo una laguna historiográfica.

Como se puede observar en la primera parte de su trabajo, la teología en la América de los primeros años está llena del frescor y de la profundidad teológica de los misioneros, pero también de la vida cristiana de los laicos cristianos que conquistaron aquellas tierras. Unos y otros llevaron su cultura, la organización, el derecho, pero sobre todo llevaron la fe.

Primero fue la vida cristiana y luego la explanación de la fe. Los datos recogidos por el profesor Saranyana son impresionantes: miles de catecismos, sermonarios, tratados teológicos, devocionarios, pequeños autos sacramentales, y a la vez diccionarios y gramáticas de todas las lenguas indígenas. Es claro que desde el principio se realizó un gran esfuerzo por entender la lengua y las culturas indígenas de modo que pudiera presentarse la fe católica mediante ejemplos y expresiones inteligibles, como muestran esas joyas catequéticas.

Una de las manifestaciones de la fe de aquellos gobernantes y de la claridad de ideas que tuvieron fue el nacimiento de las primeras universidades. Es impresionante que en medio del gran esfuerzo evangelizador, fueran segregados de la tarea los más capaces y los mejor conocedores de las lenguas para comenzar, en 1550 y 1551, las Universidades de México y Lima, con sus cátedras de Teología y de Lenguas. Como subraya Saranyana: «En ellas se produjo un fecundo maridaje de las corrientes teológicas: aquella que había nacido en Salamanca, de la mano de Francisco de Vitoria, basada en una lectura inteligente y situada de la segunda parte de la Summa Theologiae de Santo Tomás, con especial acento a las cuestiones relativas al tratado de iure et iustitia (legitimidad de la conquista, origen de la soberanía, adecuada distinción entre el orden sobrenatural y el natural, primacía de los derechos fundamentales del ser humano, etc.) y las innovaciones introducidas por el Concilio de Trento, tanto en la reforma de la vida eclesiástica, como en un mayor acento en una pastoral basada en la primacía de los sacramentos».

Las aportaciones fundamentales de la Universidad de Salamanca en América fueron las Constituciones, privilegios y planes de estudio de esa universidad; pero fue en el campo de la ética de la conquista donde se realizó la principal contribución. Los presupuestos de Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Diego de Covarrubias, etc., quedaron fijados a través del trabajo directo de sus discípulos. Por tanto influyeron en los legisladores, gobernantes, misioneros, universidades y escuelas; el 70% de los consejeros del Real y Supremo Consejo de Indias son juristas formados en la Universidad de Salamanca, y ellos elaboraron las leyes de gobierno del Nuevo Mundo en el XVI.

Muchos antiguos alumnos de Salamanca acabaron en América: de los profesores, misioneros y altos funcionarios con formación universitaria que pasaron a las Indias en el periodo de 1535-1580, 180 han sido identificados como discípulos directos de los grandes maestros de Salamanca: 113 son personalidades de la vida civil o eclesiástica, 33 son obispos o arzobispos, y 35 son profesores universitarios.

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Se conservan muchas obras escritas por profesores universitarios de aquella primera época, lo que indica que junto a las tareas docentes se realizaba una labor investigadora. Como demuestra este libro, se puede hablar de una auténtica producción teológica americana, pues la necesidad de establecer la fe en pueblos de cultura tan diversa produjo un esfuerzo no sólo catequético sino también de una profundización teológica. En las páginas de este manual, el profesor Saranyana desglosa detenidamente las figuras y el pensamiento teológico de los más importantes: Fray Bartolomé de Ledesma O.P. Fray Pedro de Pravia O.P. Fray Alonso de Veracruz O.S.A. El padre Esteban de Ávila S.J. Juan Zapata Sandoval. Después vendrá la decadencia de la teología, tanto en España como en América.

Como ya hemos dicho aquellas tierras eran parte de la corona de Castilla y la corona se siente obligada a legislar y a solucionar sus problemas. Respecto a la expansión misionera en América, los siglos XVIIIy XIX corresponden con un gran aumento de corrientes migratorias. Son muchos miles de hombres y mujeres los que se trasladaron al Nuevo Mundo. Unos católicos, otros protestantes y judíos, y, juntos, construyeron una sociedad de nueva planta. América del Norte fue una nueva Europa donde se ensayaron la tolerancia y la democracia de corte liberal.

Una faceta fundamental de la acción de la teología católica en las misiones de este periodo fue su contribución decisiva a la abolición de la esclavitud. Como es sabido, desde los siglos XVI y XVII fueron cada más las voces que clamaban por ello. Autores como Alonso de Sandoval, Tomás de Mercado, Bartolomé Frías de Albornoz, etc., plantearon la necesidad de que el Estado dejara de sostener la esclavitud. Un problema acuciante en América, especialmente en la zona del Caribe, donde los grandes ingenios de azúcar se hallaban explotados por un gran número de esclavos.

La abundante presencia de diputados americanos en las Cortes de Cádiz de 1812 demuestra el grado de identidad de las tierras españolas y de la América española. En sus intervenciones mostraban afanes y preocupaciones similares a los de la metrópoli. Saranyana estudia los teólogos, las intervenciones magisteriales y las corrientes de pensamiento de las facultades de Teología americana que existieron y que se fueron creando en América. Las páginas dedicadas a esta época ocupan más de la mitad del libro. La emancipación de las tierras americanas de la corona española produjo problemas importantes. La influencia de países como Francia e Italia modificó notablemente la situación intelectual de esas universidades y del mundo cultural en general.

Los últimos capítulos muestran cómo desde los años sesenta del siglo XX la renovación de la teología y del neotomismo propiciado por el magisterio pontificio dio paso a la recepción del Concilio Vaticano II, pero también a corrientes de pensamiento que se separaron de la letra y del espíritu conciliar. Como se ha dicho muchas veces, América fue como un laboratorio de ensayo de ideas que nacían en Europa.

La aparición y desarrollo de las llamadas «teologías de la liberación»; un modelo europeo que terminó por no cuajar en América. Como resume Saranyana: «La Teología de la Liberación dio pie a importantes pronunciamientos de la Sede Apostólica, principalmente de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Tales documentos no deben tomarse sólo como meras advertencias o correcciones, según los casos, sino también como verdaderas aportaciones de carácter teológico, que extrajeron el núcleo de verdad de las diversas propuestas de la Teología de la Liberación y, separándolo de la ganga, lo ofrecieron a la reflexión posterior, para la utilidad de la Iglesia. Tal es el caso, en especial, de la exhortación postsinodal Evangelii nuntiandi, de 1975; de la instrucción Libertatis conscientia, de 1986, un estupendo documento que constituye, en algún sentido, un autentico manual de teología liberacionista; y de la encíclica Redemptoris missio, de 1990».

En las conclusiones, el profesor Saranyana se muestra optimista. Su propuesta de futuro no puede ser más positiva y alentadora: «No cabe duda de que la teología latinoamericana, muy sensible a las intrínsecas relaciones entre Cristo, la Iglesia y el reino; tan interesada por averiguar en qué medida y cómo la edificación de la ciudad terrestre contribuye al advenimiento del reino, se halla en una excelente posición para recibir con especial fecundidad la renovación teológica propuesta por el último concilio ecuménico».

Teólogo e historiador