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¿Qué dijo Aristóteles sobre la convivencia? En su Ética nicomáquea y en su Ética eudemia encontramos algunas respuestas en una serie de párrafos escogidos que reunimos en el siguiente texto. Usamos la edición de Gredos, con introducción de Emilio Lledó, cuyas palabras sobre la convivencia también merece la pena recuperar.


Aristóteles: Ética nicomáquea. Ética eudemia. Gredos, 1985. Introducción de Emilio Lledó Íñigo. Traducción y notas: Julio Pallí Bonet. (Las negritas son nuestras).

Emilio Lledó, en la «Introducción»

«Lugar de encuentro para el individuo, retícula ideal que tensa los distintos egoísmos en busca de la armonía y de un proyecto de organización colectiva, la Polis representa el espacio en el que volver a plantearse una nueva forma de hazaña individual, muy lejos ya del espejo homérico. Como resultado de la convivencia real en la Polis, surgirá la convivencia ideal en la Política, en el arte de organizar esa convivencia y de engarzarla en las ideas que, verdaderamente, la hacen posible» (p. 40).

«Este “vivir bien” significa ya el salto cualitativo que diferencia al hombre del animal. […]. [Aristóteles] define al hombre: “animal que habla”, “animal que tiene lógos”. El nivel de la “animalidad” (zôon) se corresponde con el “vivir” (zên). Pero el lógos tiene que ver con el Bien, con todos aquellos niveles que, en el entramado social, van creando la cultura, o sea, la vida específicamente humana. En el sutil aire de la phōnē sēmantikē, de un sonido que tiene significación y que articula, intersubjetivamente, las distintas individualidades, se construye, pues, la ciudad, la convivencia y la justicia» (p. 50).

Aristóteles: Ética a Nicómaco. Ética a Eudemo
Las «Éticas» de Aristóteles. La portada es de la nueva edición de Gredos, de 2019

 

Aristóteles:

«Los intransigentes son peores para la convivencia. […]. No es fácil, en efecto, especificar cómo, con quiénes, por qué motivos y por cuánto tiempo debemos irritarnos, ni tampoco los límites dentro de los cuales actuamos rectamente o pecamos. El que se desvía poco, ya sea hacia el exceso o hacia el defecto, no es censurado, y a veces alabamos a los que se quedan cortos y los llamamos sosegados, y a los que se irritan, viriles, considerándolos capaces de mandar a otros. No es fácil establecer con palabras cuánto y cómo un hombre debe desviarse para ser censurable, pues el criterio en estas materias depende de cada caso particular y de la sensibilidad. Pero, al menos, una cosa es clara, que la disposición intermedia, de acuerdo con la cual nos irritamos con quienes debemos, por los motivos debidos, como debemos y, así, con las otras calificaciones, es laudable, y que los excesos y defectos son reprensibles: […]. Es evidente, pues, que debemos mantenernos en el término medio» (p. 227).

«No es fácil especificar cómo, con quiénes, por qué motivos y por cuánto tiempo debemos irritarnos, ni tampoco los límites dentro de los cuales actuamos rectamente o pecamos»

«En las relaciones sociales, es decir, en la convivencia y en el intercambio de palabras y de acciones, unos hombres son complacientes: son los que todo lo alaban para agradar, y no se oponen a nada, creyéndose en la obligación de no causar molestias a aquellos con quienes se encuentran; otros, por el contrario, a todo se oponen, y no se preocupan lo más mínimo de no molestar; son los llamados descontentadizos y pendencieros. Es claro que estos modos de ser son censurables y que el modo de ser intermedio es laudable, y, de acuerdo con él, aceptaremos lo debido y como es debido, y rechazaremos, análogamente lo contrario» (p. 228).

«Cuando la causa de la amistad se rompe, se disuelve también la amistad, ya que esta existe en relación con la causa. Esta clase de amistad parece darse, sobre todo, en los viejos (pues los hombres a esta edad tienden a perseguir no lo agradable, sino lo beneficioso), y en los que están en el vigor de la edad, y en los jóvenes que buscan su conveniencia. Tales amigos no suelen convivir mucho tiempo, pues a veces ni siquiera son agradables los unos con los otros; tampoco tienen necesidad de tales relaciones si no obtienen un beneficio recíproco; pues solo son agradables en tanto en cuanto tienen esperanzas de algún bien» (p. 327).

Ni complacientes ni pendencieros, para Aristóteles «es claro que estos modos de ser son censurables y que el modo de ser intermedio es laudable»

«Los jóvenes son, asimismo, amorosos, pues la mayor parte del amor tiene lugar por pasión y por causa de placer; por eso, tan pronto se hacen amigos como dejan de serlo, cambiando muchas veces en un mismo día. Pero estos desean pasar los días juntos y convivir, porque la amistad significa esto para ellos» (p. 327).

«Los que conviven se complacen recíprocamente y se procuran beneficios» (p. 330).

«Ni los viejos ni las personas de carácter agrio parecen dispuestas a ser amigos, porque poco placer puede encontrarse en ellos, y nadie puede pasar mucho tiempo con una persona molesta o no agradable, pues es evidente que la naturaleza evita, sobre todo, lo molesto y aspira a lo agradable. Los que se aceptan entre sí como amigos, pero no conviven, parecen más benévolos que amigos, ya que nada hay tan propio de los amigos como la convivencia (pues, mientras los necesitados desean ayuda, los dichosos desean pasar el tiempo juntos, al no convenirles la soledad en modo alguno). Pero es imposible estar unos con otros, si no son agradables entre sí, ni se complacen en las mismas cosas, como parece ocurrir en la camaradería» (p. 331).

«Son (convivencia y disfrute) principalmente, las notas de la amistad» (p. 332).

«La convivencia con los hombres buenos puede producir una especie de práctica en la virtud» (p. 371).

«Los que se aceptan entre sí como amigos, pero no conviven, parecen más benévolos que amigos, ya que nada hay tan propio de los amigos como la convivencia»

«Así como la propia existencia es apetecible para cada uno, así será también la existencia del amigo, o poco más o menos. Pero el ser es deseable, porque uno es consciente de su propio bien, y tal conciencia es agradable por sí misma; luego debe también tener conciencia de que su amigo existe, y esto puede producirse en la convivencia y en la comunicación de palabras y de pensamientos, porque así podría definirse la convivencia humana, y no, como en el caso del ganado, por pacer en el mismo lugar» (p. 372-3)

«Es evidente que uno no puede convivir con muchos y repartirse entre muchos» (p. 374).

«¿Es en la prosperidad o en la desdicha cuando los amigos son más necesarios? En ambas situaciones son buscados, pues los desgraciados necesitan asistencia, y los afortunados, amigos con quienes convivir y a los cuales puedan favorecer, porque quieren hacer el bien» (p. 375).

«Los hombres no creen que son amados, a no ser que se desee, para unos, bienes, para otros, la existencia, para otros, la convivencia con ellos» (p. 511).

«Si alguien te da comida y lo necesario, no estás obligado a convivir con él; tampoco el convivir con alguien te obliga a darle las cosas que has recibido, no de él, sino del amigo útil» (p. 525).

«El buscar para nosotros y pedir muchos amigos, pero decir, al mismo tiempo, que el que tiene muchos amigos no tiene ninguno, son dos afirmaciones correctas. En efecto, si es posible convivir con muchos y compartir las percepciones de muchos a la vez, es lo más deseable que ellos sean el mayor número posible; pero puesto que esto es muy difícil, la comunidad activa de percepción debe necesariamente reducirse a un número muy pequeño de personas, de manera que no solo es difícil conseguir muchos amigos (pues es preciso someterlos a prueba), sino también servirse de ellos cuando se los posee» (p. 531).

«Y puesto que es deseable vivir bien y en compañía, es evidente que la convivencia, unida incluso a un bien más pequeño, es, de algún modo, más deseable que disfrutar separadamente de un bien mayor. Pero, dado que no resulta claro cuánto vale la convivencia, los hombres difieren en este punto» (p. 532).