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Como suele ser habitual, todo empezó en la Grecia clásica. Allí comenzó a elaborarse ese concepto de educación que no es solo un chorro de conocimientos vertidos sobre el vacío de un recipiente, no. La educación es algo activo, en lo que decisivamente interviene el que se educa. Así lo subraya Emilio Lledó: «El concepto de educación platónico comprende dos elementos fundamentales: los contenidos de aquello que estructura la persona del educando y, sobre todo, el interés, el amor, la pasión por aquello que se hace. Los contenidos vinieron, en principio, por aquella reflexión sobre el lenguaje y por el análisis y crítica de sus significados. Esta original perspectiva de los griegos ante el lenguaje, como lo más característico de los seres humanos, hizo posible que las palabras que lo constituyen no fueran solo cristales a través de los cuales se veía el mundo, sino que esa estructura lingüística que nos constituía era, más bien, un espejo en el que vernos, descubrirnos, interpretarnos a nosotros mismos».

Más adelante, Lledó vuelve a hacer hincapié en los dos elementos fundamentales de la educación platónica: «los contenidos (trophé [τροφή]) de aquello que estructura la persona del educando y, sobre todo, el interés, el amor (érôs [ἔρος]), la pasión por aquello que se hace».

Identidad y amistad. Taurus,. 2022.

POSIBILITAR LA LIBERTAD 

Con esos mimbres ya se puede ir levantando el edificio interior, algo que «había sido ya entrevisto en la República platónica, como una forma de refugio ideal, hacia el que mirar, hacia el que pensar. La construcción de esa ciudad interior tenía que encontrar sus verdaderos fundamentos en la educación (paideía [παιδεία]). Era, realmente, un refugio, pero tenía que irse construyendo con ese instrumento de la educación, el gran invento sin el que la ética griega no podía levantarse». La obra debía comenzar pronto, en la infancia porque es en esta época «donde nuestras neuronas son capaces de adquirir la suficiente fluidez para pensar, para entender lo pensado, para crear». Y además porque la empresa es enorme y ambiciosa: se trata de la búsqueda de esa libertad interior. No está exenta de riesgos y Lledó resume y recuerda: «La educación es, pues, la invención y el cultivo de la libertad. Por eso, los que han pretendido dominar la mente de los ciudadanos y convertirlos en súbitos entontecidos, han intentado, con éxito a veces, controlar y manipular la educación».

La educación es, pues, la invención y el cultivo de la libertad. Por eso, los que han pretendido dominar la mente de los ciudadanos y convertirlos en súbitos entontecidos, han intentado, con éxito a veces, controlar y manipular la educación

Lledó advierte contra una «escuela que, en los casos de educación sectaria, destroza la posibilidad de libertad, de sentido crítico, de inteligencia que pretende deshacerse del impacto asfixiante de las frases irracionales, de los estereotipos mentales con que esos enseñantes se apoderan de la mente y de la vida de los individuos desde la infancia. Pero en este caso ya no se trata de un saber que buscamos». Junto a esta escuela que no enseña —y más bien lo contrario—, Lledó concibe otro gran riesgo para el pensamiento «el bombardeo educativo de los medios de comunicación».

EL ENDURECIMIENTO DE LAS PALABRAS 

«Tal vez el concepto más problemático de nuestro tiempo», para Lledó, «tan lleno de palabras problemáticas, sea el de ‘ética’, que, junto con ‘democracia’, ‘libertad’, ‘derechos humanos’, ‘verdad’, ‘educación’ y algunos otros no menos importantes, forma un espacio ideal por el que, muchas veces a ciegas, va caminando la sociedad. La repetición usual de estos términos, que configuran buena parte de los discursos políticos y de los comentarios, análisis, interpretaciones de los desbordantes medios de comunicación, los ha convertido, por el roce continuo con los intereses más o menos conscientes de quienes los emplean, en conceptos petrificados, inmóviles, incapaces de unir un supuesto, verdadero, significado ideal con la praxis correspondiente».

En este endurecimiento de las palabras, Lledó ve un obstáculo para el progreso de la inteligencia individual, en primer término, pero también de la sociedad, como se verá después: «Por una serie de fenómenos que tienen que ver con la educación, o sea, con el proceso mental que determina la manera de ser de cada individuo, el lenguaje, que vive de la libertad y de la posibilidad, se puede convertir en un muro que comprime y cerca el cerebro humano impidiéndole pensar. Nada más opuesto, pues, a la esencial constitución de ese ser que se hace humano por las palabras que es capaz de entender, de sentir y de comunicar».

Tal endurecimiento es casi un estado natural en las personas, algo que sobreviene casi como el deterioro físico y para cuyo combate hay que estar preparado. Y ¿cómo se lucha? Con palabras. El lenguaje es la respuesta porque al endurecimiento sobrevenido, a la «incapacidad para desarrollar el pensamiento en posibilidad y libertad, contribuye, como decía, la forma en la que hayan aprendido a manejar las palabras y a hacer algo con ellas». Y prosigue el pensador: «La forma necesaria del aprendizaje de la libertad mental es un proceso de educación que ha de comenzar, como nos enseñó la democracia griega, en el aire limpio y creativo que tiene que ventilar la escuela en los primeros años del proceso pedagógico y, posteriormente, en todo el proceso de formación del individuo (…). El lenguaje que somos fluye y se desplaza hacia nuestros semejantes. Este proceso de reflexión, de reconocimiento, es una forma de unirnos a los otros. Pero las posibilidades de encuentros con los otros se reducen a los espacios en que tales encuentros se realizan. Tal vez un lugar de encuentro privilegiado, junto con el familiar, es el de la escuela, el del magisterio. Fuera de la casa, donde predominan, en principio, las relaciones afectivas, las palabras adquieren una nueva resonancia en el ámbito de la educación, en la enseñanza de determinadas materias, en la búsqueda de interpretaciones, de realidades, de comportamientos (…). El aprendizaje de la racionalidad se tiene que dar juntamente con el de la sensibilidad, con todo ese inabarcable mundo de la amistad. Una racionalidad que nada tiene que ver con el simple adiestramiento mecánico, alienante e improductivo de los múltiples utensilios que el manejo de la seudorracionalidad moderna requiere. Ese manejo, con todas las imprescindibles excepciones, es un camino de irracionalidad y de esterilidad».

LA ELABORACIÓN DEL INDIVIDUO

Lledó examina en profundidad el caso de una de esas palabras importantes (de dos, como enseguida se verá) y, por ello, manoseadas: «‘Democracia’ quiere decir libertad, y ejercicio de la libertad solo es posible tras la liberación. Esta entraña un proceso que implica conducción, guía, salida, escape, fluencia, continuidad, y en eso se basa la educación: en la elaboración del individuo, frente a la paralización y deformación que sufre desde el momento en que se lo somete a la repetición de frases irracionales, de manipulaciones sistemáticas, de engaño». Es un proceso largo, necesita práctica, entrenamiento: «Es la consciencia, la posibilidad de ver y entender, de percibir e interpretar, lo que caracteriza el principio de humanización del ‘animal que tiene lógos’, del ‘animal que habla’. Y eso se logra en el largo proceso en el que la humanización se realiza y que tiene lugar en la educación. Tal vez este proceso pedagógico que los griegos descubrieron como compañía imprescindible para que fuera posible la democracia sea el fundamento que la sustenta».

El proceso educativo es el más importante frente a la pura animalización a que los instintos, manipulados por la falsificación de la racionalidad, pueden llevarnos

La otra palabra sobre la que Lledó pone el acento es, obviamente, educación: «se ha convertido en una especie de eslogan repetido hasta la saciedad, en una palabra hecha, tal vez deshecha. Y, sin embargo, el proceso educativo es el más importante frente a la pura animalización a que los instintos, manipulados por la falsificación de la racionalidad, pueden llevarnos. La ‘humanización’ no quiere decir otra cosa que el cultivo de la racionalidad en un territorio abonado por los ideales, aparentemente utópicos, que los seres humanos, en sus mejores sueños, establecieron y propusieron ante nuestros ojos (…). Es cierto que esos ideales tienen que desarrollarse en un mundo en el que los seres humanos viven enajenaciones, alteraciones, enemistades: la pobreza crónica, la ignorancia, la bestialidad, el fanatismo, la degeneración mental, la agresividad fomentada por la injusticia, por la aterrorizada lucha por la vida, provocan un estado de sumisión ante estas formas patológicas del realismo, en el que hablar de ideales democráticos parece casi una ofensa. Pero vivir es, a pesar de todo, no renunciar a ellos y no aceptar tampoco su falsificación».

Texto elaborado a partir de extractos de la voz «educación» en Emilio Lledó: Identidad y amistad. Palabras para un mundo posible. Madrid, Taurus, 2022.