José Luis Gonzáles Quirós

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Filósofo. Profesor de la Universidad Rey Juan Carlos

El futuro del libro. ¿Esto matará a eso?

Reseña del libro “El futuro del libro. ¿Esto matará a eso?” de Geoffrey Nunberg. Gedisa, Barcelona, 1998, 320 págs
Nueva Revista

Gonçal Mayos y Antoni Brey (eds.) Joan Campas, Daniel Innerarity, Ferrán Ruiz, Marina Subirats: La sociedad de la ignorancia

El libro que han editado Gonçal Mayos y Antoni Brey, cuyo título trata de poner en solfa la supuesta ilustración de la llamada sociedad de la información, está compuesto por análisis plurales y cuidadosos, pero se inscribe en la tendencia a poner críticamente en evidencia aquellos aspectos negativos del desarrollo tecnológico.

Cuatro lecciones europeas

Desde la llegada de la primavera se han producido varias elecciones en el corazón de la Comunidad: cantonales y regionales en Francia (22 y 29 de mano), regionales en dos Importantes estados alemanes (Badén-Würtemberg y Schlesswig-Holstein, 5 de abril) y generales en Italia (5 y 6 de abril) e Inglaterra (9 de abril). En conjunto, han supuesto un importante sondeo de opinión tras el proceso de Maastrich y plantean algunos interrogantes respecto a ta estabilidad política de ios países comunitarios. Dada la heterogénea naturaleza de las consultas y las distintas tradiciones, situaciones y sistemas de los países afectados, es aventurado extraer conclusiones, aunque resulta inevitable -porque la percepción tiende a ser anticipativa y bolista, también en política-, preguntarse por una serie de rasgos comunes que se han dibujado con cierta nitidez. Inglaterra ha evitado que los apuntes «anti-sistema» mostrados en otros lugares se subrayen indebidamente. El excelente sentido práctico de los ingleses, reflejado en un procedimiento electoral modélico por su eficacia, ha impedido la indebida generalización de dos lecturas muy a mano; «castigo a los gobernantes»' y «crisis de) modelo político». Ambas posibilidades se formularon en Inglaterra y fueron ampliamente rechazadas por los electores. Cabría decir que la excepción inglesa en nada invalida la regla general («castigo» y «crisis» del modelo), que se ha seguido con particular nitidez no sólo en el país trasalpino sino en Francia y Alemania. Sin embargo, tal vez sean más interesantes las semejanzas que las diferencias: los electores parecen alejarse de las pautas meramente ideológicas, de las antítesis políticas, y orientarse hacia posiciones pragmáticas que se ocupen de problemas a veces olvidados en los mensajes de los grandes partidos. Hay una aceptación genérica de Europa, pero el electorado no quiere que ese mensaje sirva para ocultar pudorosamente los problemas nacionales. De hecho una cierta inestabilidad, reflejada en estos comicios, puede retrasar la andadura europea. Los cambios en el continente están teniendo unas consecuencias relativamente suaves; los ajustes son. al menos de momento, pequeños; sería probablemente un error, sin embargo desestimar el potencial político de unas mutaciones que todavía no han desplegado sus últimas consecuencias; una ola de contestación y de localismo parece barrer el panorama. El nacionalismo, «estupendo sembrador de estragos» como decía Pedro Salinas, que derrumbó el Imperio del Este asoma su nariz por el Oeste. Es frecuente escuchar advertencias de alarma frente a la emergencia de extremismos de derecha y de indicios de xenofobia que se han consagrado con fuerza en Francia y Alemania. Nunca sobran las advertencias de buen corazón, pero no estaría de mas examinar con detalle las carencias que procuran aquellos excesos porque, con frecuencia, los síntomas pueden desorientar respecto a la etiología. Instalados en el «fin de la historia», podemos olvidar que tal cosa es poco más que un «slogan», y olvidarnos de las peculiaridades locales que en política lo son casi todo: en Italia, por ejemplo, los resultados no se pueden valorar bien sin olvidar la peculiar cruzada contra el sistema llevada a cabo desde la presidencia de Cossiga. Los políticos...

John Ford y el cine, un mismo centenario

José Luis González Quirós La invención del cinematógrafo coincidió con el nacimiento de John Ford: éste unió magistralmente el dominio técnico de los secretos del oficio a la capacidad para escenificar la vida misma en la liturgia de la sala oscura. Una especie de justicia poética nos coloca frente a la coincidencia de dos centenarios en este año de 1995, el del nacimiento del cine y el de uno de sus máximos creadores, Sean Aloysius OFearna (o OFeeney en la forma inglesa del original gaélico) cuya más conocida autodefinición ha sido: Me llamo John Ford y hago películas del Oeste. Ford murió en Septiembre de 1973 rodeado de una gloria merecida y el cine, con sus más y sus menos, le sobrevive, aunque no sé si se podría decir que aspira a superarlo. En realidad, una de las notas más sorprendentes de la historia del cine (que está por hacer, en buena medida, aún en sus perfiles más generales) es la rapidez con la que el nuevo arte alcanzó su madurez y buena parte de sus más indiscutibles cumbres. Además, rara avis, el mejor cine supo obtener el éxito del gran público, dándose la singular circunstancia de que algunas de sus mejores creaciones han sido sonoros éxitos. No todo es igualmente dichoso, sin embargo: basta con reparar en que el año de Stagecoach (La diligencia, 1939) la industria americana decidió premiarse a sí misma haciendo, innecesariamente, que Gane with the wind se convirtiese en inolvidable. Ford ha representado mejor que nadie el prototipo del director que, apoyándose siempre en historias excelentes, sin las que intentar el buen cine es una pérdida de tiempo, consigue las mejores películas peleando con las exigencias de una industria más atenta al beneficio que al arte. Pero Ford pudo triunfar porque conocía como nadie los secretos técnicos de un oficio que habían creado unos cuantos aventureros y que él, junto con otros inolvidables autores como Capra, Hawks, Hitchcock, Preminger, Lang, Lubitsch o Wilder supieron convertir en un canon de clasicismo y belleza. Con la desaparición de esos primeros maestros que, en general, abandonan la cámara al comienzo de los setenta el cine entró en una segunda navegación, más azarosa, en la que la dicotomía entre creadores y comerciantes se hizo más acuciante y en la que ya no podía darse, como de hecho ha sucedido, una proporción tan alta de obras maestras entre todo lo que se produce para la pantalla que, además, se empequeñece por mor de la electrónica de consumo y se empieza a poner al servicio de algunas pasiones más bajas y más tontas de lo conveniente. Los optimistas tienden a suponer que esa larga crisis de vulgaridad y estruendo comienza a superarse, pero no conviene olvidar lo bienpensantes que suelen ser los optimistas. De todos modos, nombres como Kubrick, Alien, el mejor Spielberg o Kieslowski (entre otros, pero no muchos otros) nos hacen suponer que el cine puede seguir existiendo con dignidad y vigor en su segunda centuria. La discusión sobre...

Una teoria de la vision

El profesor Roberto Saumells ha dado a conocer en este libro los hallazgos de una larga vida dedicada enteramente al estudio y, en particular, al análisis de esa clase tan importante de conocimiento que es la visión. El resultado es un libro intensamente hermoso y original, un libro en el que no sobra una línea y que se lee y se relee con creciente interés, pese a su dificultad. Hoy vivimos en una época en que los lectores están acostumbrados a ciertas formas de trivialidad y de pedantería, pues muy frecuentemente se escriben libros perfectamente innecesarios. No es este el caso, porque estamos ante un originalísimo y profundo estudio de la intuición visual, uno de los temas más importante s de cualquier teoría del conocimiento y, por cierto, uno de los menos estudiados. Más de uno pensará que hablar sobre la visión es hablar sobre algo obvio, entre otras cosas porque la mayoría de las metáforas con que describimos nuestro saber tienen un origen visual y ello nos lleva a dar por supuesto que está muy "claro" lo que es ver. El libro de Roberto Saumells resulta de una austeridad espartana, porque constituye un análisis minucioso y riguroso de lo que sabemos sobre la visión y de las teorías con que pretendemos explicarlo. La obra está compuesta en dos Libros, de modo que en el Libro I se examinan las cuestiones de la teoría óptica y fisiológica de la visión y en el Libro II se pasa revista a la Geometría que, en tanto teoría de las imágenes, es, en definitiva una teoría de la visión cuyo significado profundo ha sido olvidado debido a una interpretación, que es equivocada, de sus fundamentos. Saumells supone y muestra que la imagen visual es la imagen misma del acto que la aprehende, antes que una modificación subjetiva de un supuesto substrato no visible. La interpretación corriente, académica y vulgarmente, de la visión parte de dos premisas que casi nunca se discuten pese a su indudable condición paradójica: supone, en primer lugar, que la imagen vista es un "reflejo" pasivo de algo que es de suyo visible, y, en segundo lugar, concibe el espacio visual en tanto que aspecto cualitativo de un espacio táctil y absoluto -de naturaleza más básica y más amplia extensión- en el seno del cual la visión se acomoda cuando hay luz y podemos mirar con los ojos. Saumells consigue demostrar, mediante el análisis de fenómenos como la diplopia, el punto ciego, la agnosia, la naturaleza y los límites del campo visual o la visión del relieve, el carácter activo de la intuición visual y suministra interpretaciones muy precisas y exactas de los fenómenos que la teoría más extendida no consigue explicar sino a fuerza de paradojas e inconsistencias. Saumells nos dice que no sabemos ver, que hemos renunciado a enormes posibilidades de nuestro sentido más rico al subordinarlo a un uso meramente pragmático en el que la visión queda referida al tacto como sentido que ancla la intuición visual en un mundo...

Examen del siglo

Por si no estuviera claro, incluso para los más recalcitrantes progresistas, que este final de siglo está siendo bastante chapucero y que los apologetas, especie proclive a la superpoblación, están más bien atónitos, el Marqués de Tamarón ha redactado un memorándum de desdichas que pone el corazón en un puño. Su lectura es un placer, y no es masoquismo. Un buen número de autores se ven en la necesidad de justificar la publicación de libros que no son otra cosa que una gavilla de artículos inconexos para lo que recurren a señalar alguna suerte de oculta unidad bajo el disperso fruto de sus preocupaciones: no existe este problema para Tamarón quien aúna con mirada burlona y subversiva un elenco de panoramas sobre el estado del buen sentido en diversos rincones del espíritu. La política internacional, la ecología, el lenguaje, los intelectuales y la fama, por citar algunos temas, quedan un poco menos aislados con el repaso tamaroniano. Especialmente luminoso resulta su análisis de la simbiosis entre patriotismo y guerra, ahora que los patriotas se descubren y multiplican con insólita fecundidad, con variopintas clases de autoconciencia, al socaire de identidades escindidas, atormentadas y fugaces. Puestos a espigar alguna discrepancia se podría sugerir al autor que la relación entre pensamiento y lenguaje no es tan estrecha como tienden a suponer los buenos escritores, aunque tal vez no sea tan tortuosa como se temen algunos matemáticos y filósofos. Tras la lectura del libro queda un regusto paradójico, porque las "manías" que Tamarón confiesa resultan todavía un poco inconfesables y aunque ello sea un aliciente para el satírico, habrá de ser de lamentar para el común de los mortales. ¿Por qué está la tontería tan extendida en un mundo que parece tener los medios para neutralizarla?. Es un misterio, se ha de suponer con pudor, que la generalización de la instrucción elemental y los medios de comunicación masivos no hayan aumentado el nivel de buen sentido y que, como diría Tamarón, en el mejor de los casos, hayamos de soportar el parloteo de colectivos de "cursis" en lugar de disfrutar de la conversación instructiva con auténticos paletos. Sin embargo, y sin ánimo de molestar, en la lectura de páginas como estas se encuentra tónico suficiente como para seguir teniendo fe en la inteligencia humana y esperanza en algo no siempre peor. Un final como el del párrafo anterior podría amargar paladares aún menos exquisitos que el de nuestro autor y sería descortés no compensarlo mencionando el probable carácter, no ya minoritario, sino francamente clandestino de la publicación. Leer se ha convertido en un vicio extraño y lo legible ha de ser forzosamente raro. Azaña dijo alguna vez que, entre nosotros, la mejor manera de guardar un secreto era escribir un libro y no creo que haya criterios mucho mejores para distinguir los auténticos de la basura en similar formato. No se si desear éxito a una obra como esta es un caso de ingenuidad o de perversión extrema, pero en cualquier caso, parece una obligación intelectual y, aunque...
Nueva Revista

Sobre el 15-M

No se sabe hasta qué punto continuará el movimiento que, un tiempo antes de las últimas elecciones autonómicas, tomó la Puerta del Sol y otras plazas españolas. Es necesario reflexionar sobre este acontecimiento en un contexto más amplio, vislumbrar sus causas y analizar el futuro de la democracia española.

Juan Francisco Fuentes: Adolfo Suárez. La historia que no se contó

El libro que comento es la biografía de un personaje decisivo, de alguien que encarnó la transición a la democracia y la llevó a buen puerto, pero es, también, un riguroso estudio histórico de una época que resulta esencial para entender el último medio siglo de la historia de España.

Riesgos del olvido y de la reinvención

 

De cómo en 1978, tanto la izquierda como la derecha pudieron tomar la historia como un aviso, como una invitación a lograr ahora el espíritu de libertad y de prudencia que no había sabido madurar cincuenta años antes.