Desde la llegada de la primavera se han producido varias elecciones en el corazón de la Comunidad: cantonales y regionales en Francia (22 y 29 de mano), regionales en dos Importantes estados alemanes (Badén-Würtemberg y Schlesswig-Holstein, 5 de abril) y generales en Italia (5 y 6 de abril) e Inglaterra (9 de abril).
En conjunto, han supuesto un importante sondeo de opinión tras el proceso de Maastrich y plantean algunos interrogantes respecto a ta estabilidad política de ios países comunitarios.
Dada la heterogénea naturaleza de las consultas y las distintas tradiciones, situaciones y sistemas de los países afectados, es aventurado extraer conclusiones, aunque resulta inevitable -porque la percepción tiende a ser anticipativa y bolista, también en política-, preguntarse por una serie de rasgos comunes que se han dibujado con cierta nitidez.
- Inglaterra ha evitado que los apuntes «anti-sistema» mostrados en otros lugares se subrayen indebidamente. El excelente sentido práctico de los ingleses, reflejado en un procedimiento electoral modélico por su eficacia, ha impedido la indebida generalización de dos lecturas muy a mano; «castigo a los gobernantes»’ y «crisis de) modelo político». Ambas posibilidades se formularon en Inglaterra y fueron ampliamente rechazadas por los electores.
- Cabría decir que la excepción inglesa en nada invalida la regla general («castigo» y «crisis» del modelo), que se ha seguido con particular nitidez no sólo en el país trasalpino sino en Francia y Alemania. Sin embargo, tal vez sean más interesantes las semejanzas que las diferencias: los electores parecen alejarse de las pautas meramente ideológicas, de las antítesis políticas, y orientarse hacia posiciones pragmáticas que se ocupen de problemas a veces olvidados en los mensajes de los grandes partidos.
- Hay una aceptación genérica de Europa, pero el electorado no quiere que ese mensaje sirva para ocultar pudorosamente los problemas nacionales. De hecho una cierta inestabilidad, reflejada en estos comicios, puede retrasar la andadura europea.
- Los cambios en el continente están teniendo unas consecuencias relativamente suaves; los ajustes son. al menos de momento, pequeños; sería probablemente un error, sin embargo desestimar el potencial político de unas mutaciones que todavía no han desplegado sus últimas consecuencias; una ola de contestación y de localismo parece barrer el panorama. El nacionalismo, «estupendo sembrador de estragos» como decía Pedro Salinas, que derrumbó el Imperio del Este asoma su nariz por el Oeste.
Es frecuente escuchar advertencias de alarma frente a la emergencia de extremismos de derecha y de indicios de xenofobia que se han consagrado con fuerza en Francia y Alemania. Nunca sobran las advertencias de buen corazón, pero no estaría de mas examinar con detalle las carencias que procuran aquellos excesos porque, con frecuencia, los síntomas pueden desorientar respecto a la etiología. Instalados en el «fin de la historia», podemos olvidar que tal cosa es poco más que un «slogan», y olvidarnos de las peculiaridades locales que en política lo son casi todo: en Italia, por ejemplo, los resultados no se pueden valorar bien sin olvidar la peculiar cruzada contra el sistema llevada a cabo desde la presidencia de Cossiga.
Los políticos harían bien en lomar nota de lo que tal vez sea la lección mis general: los electores no van a seguir endosando las descalificaciones del contrario como méritos propios, entre otras cosas porque «el Otro» ha dejado de existir. Hay muchos problemas en nuestras prósperas democracias y tos ciudadanos parecen confiar más, pese a todo, en quienes se fajan con ellos y procuran formular respuestas creíbles y adecuadas, que en quienes parecen estar dispuestos a cambiarlo todo con tal de llegar. o de seguir, arriba.