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El madrileño Agustín de Foxá, conde de Foxá, nació en 1903 y murió, tempranamente, en 1959, por lo que pertenece a la misma generación que los célebres Lorca, Alberti y compañía. Tocó todos los géneros literarios, y en todos ellos dejó impresa la huella de su ingenio y, en ocasiones, de su talento. Debió de ser un tipo muy simpático y ocurrente, a juzgar por lo que cuentan quienes lo conocieron, entre ellos mi tío, Alberto Prado, que lo trató en sus últimos años y que se tomó muchas copas con él en "Balmoral", que acababa de inaugurarse. Desempeñó varias misiones diplomáticas en el extranjero, donde cultivó por igual sus dos grandes pasiones: la poesía y las mujeres. No es un poeta constantemente grande, pero tiene momentos excepcionales, como los que alumbraron la génesis de "Lo inútil" y "Melancolía de desaparecer", dos poemas que Alicia se sabe de memoria y que no deberían faltar en ninguna antología.

LO INÚTIL

Esos gestos inútiles,
esas voces inútiles;
la del que vende juguetes que nadie compra,
la del que exhibe corbatas que producen risa.
Esa mano abierta en la lluvia;
la gorra en los dedos del campesino, en el salón;
esos gestos de nada;
esa voz de "doctor, sálvela";
las palabras humildes,
la mirada de súplica ante lo inevitable;
esas botas de niño que no abrigan contra la nieve.
El tísico, en el banco, que se tapa el pecho
con un periódico, como esa lluvia sobre el río,
como la manta sobre el muerto
aquel orillar del ahogado.
Todo lo sin motivo,
lo triste, lo pueril, lo ineficaz,
como este verso mío que no leerá nadie,
como el golpe de sol en los ojos del ciego.

MELANCOLÍA DE DESAPARECER

Y pensar que después que yo me muera
aún surgirán mañanas luminosas,
que bajo un cielo azul la primavera,
indiferente a mi mansión postrera,
encarnará en la senda de las rosas.
Y pensar que, desnuda, azul, lasciva,
sobre mis huesos danzará la vida,
y que habrá nuevos cielos de escarlata,
bañados por la luz del sol poniente,
y noches, llenas de esa luz de plata,
que inundaban mi vieja serenata
cuando aún cantaba Dios bajo mi frente.
Y pensar que no puedo, en mi egoísmo,
llevarme al sol, ni al cielo, en mi mortaja;
que he de marchar, yo solo, hacia el abismo,
y que la luna brillará lo mismo
y ya no la veré desde mi caja…

Filólogo. Profesor de investigación del ILC/CCHS/CSIC. Poeta. De la Real Academia de la Historia.