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Jon Fosse. Narrador, poeta y dramaturgo noruego. Con una extensa producción, traducida a más de cuarenta idiomas, es uno de los autores vivos más reconocidos e influyentes. Se le concedió el Premio Nobel de Literatura en 2023.


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«Pausa breve. Pausa bastante breve». Es posible que la palabra «pausa» sea la más repetida en la obra teatral del último Premio Nobel de Literatura, Jon Fosse, titulada Yo soy el viento. Se encuentra entre las indicaciones y conviene prestarle atención, pues, sin pertenecer expresamente al texto, ella misma, la pausa, pertenece radicalmente a la literatura de Jon Fosse y a su manera de entenderla. De hecho, la pausa, el ritmo de los silencios, es posiblemente lo más importante de su escritura: lo no dicho es superior a lo dicho, que siempre es escaso, esquivo, un tanto desconcertante. Lo que amarra la literatura de Fosse a la gran literatura es haber dado con una fórmula para expresar el balbuceo, el tiento, la indecisión. La literatura teatral que escribe Jon Fosse es trepadora, se abre camino a través de tanta pausa: es literatura que va por dentro. 

Una conversación entrecortada

El argumento es mínimo. Más bien una estampa, una excusa, una ocasión donde pueda tener una conversación, aunque sea entrecortada. Y lo mismo les pasa a los personajes, que pueden ser intercambiable. Tú, yo, cualquiera… Literalmente, en esta obra son El Uno y El Otro. Van en una barca y algo importante ha sucedido o va a suceder. Conversan, quieren entenderlo, pero no es una conversación entre iguales: uno es el actor, es el que ha hecho «algo», mientras que el otro, a base de preguntas, quiere entender y que el otro pueda entenderlo y entenderse a la vez. Se sabe que son dos personas en una barca porque esas son las mínimas directrices, pero el curso de la obra puede dar lugar a otras interpretaciones: también puede ser una conversación introspectiva con uno mismo o un diálogo que se desarrolla en la consulta de un terapeuta.

Jon Fosse: Yo soy el viento
y Marit Tusvik: La casa de hielo.
Teatro del astillero, 2008

El Otro:
No te gustan los demás
y no te gustas a ti mismo

El Uno:

Eso es
Pausa

El Otro:
¿Qué es lo que no te gusta
de ti mismo?

El Uno:
No me gusta que no soy nada.

Cada palabra es, pues, una lucha. Nada brota. Todo ha de ser extraído. E incluso con lo que ya ha sido extraído o ganado o dicho hay peligro de recular y volverlo a perder. En la obra, por ejemplo, cuando El Uno se lanza a compararse con un muro que se rompe en pedazos comienzan los matices: más que el muro o los añicos, él es el propio resquebrajarse. El Otro requiere confirmación, pero cuando repregunta la respuesta de El Utro es que «esto no son más que palabras, cosas que se dicen».

Cambio de papeles

De los titubeos de las palabras a los hechos, la obra avanza y se produce una especie de cambio de roles. La barca se aproxima a una cala y hay que amarrarla. Entonces El Uno se convierte en instructor, sabe cómo hacerlo y se dirige a El otro, que empieza a dar cuenta de sus inseguridades y dudas hasta el punto de que cae, se golpea… Al final consigue amarrar la barca y subir de nuevo.

El Uno:
No ha sido fácil

El Otro:
No
Pausa bastante breve
no
pero ha salido bien

Hay un momento de tregua, de comunión entre los personajes, que se sirven algo de beber y brindan… Se sienten ligeros, se balancean: «[…] parece que tuviéramos viento dentro» afirma El Uno. Es casi una premonición que lleva al desenlace de la última frase, pero de momento los dos amigos o personas que la vida he reunido en esa situación conversan… Es el momento de las confidencias y entre estas, las palabras de El Uno recuerdan vivamente a la manera en que Jon Fosse entiende su relación con la escritura tal y como él mismo expresó en su discurso de aceptación del premio Nobel de Literatura:

pero la esencia de algo
lo que realmente es
al final no se puede decir
porque
bueno porque no hay palabras para hacerlo


La confraternización de los personajes es, en fragmentos como este, la del autor con su público. Pero enseguida se retoman las palabras que atraviesan y dan continuidad a la obra: el mar, la roca, el silencio, el miedo… Se añade una que va a decantar la parte final: salto, que, en ese contexto, es decir suicidio, despedida, desaparición… El Uno confiesa pensar «todo el rato» en ello. A partir de ahí se recupera la forma de conversación inicial en la que uno de los personajes interroga y quiere saber más sobre el otro y también se vuelve literalmente, es decir, la barca, con sus dos extraños tripulantes, emprende el regreso, pero antes «tenemos que adentrarnos otro poco», afirma El Uno.

Ser viento

En medio de la niebla y de un mar cada vez más picado, esos dos hombres tienen miedo. Las razones de uno de ellos son comprensibles, pero las del otro son difusas, no expresadas todavía.

Siempre tuve miedo de que sucediera
pensaba que iba a suceder
me lo temía

¿Es algo que ha sucedido ya o que va a suceder? ¿A qué se refiere?  ¿Por qué no da la vuelta? ¿Por qué suelta el timón? ¿Por qué se pone de pie? Todo esto es lo que sucede y también sucede lo que parece que tenía que suceder de forma casi inexorable y anunciada desde las anteriores líneas premonitorias: un traspiés, se dice ahora en la obra, un salto se dijo antes. El Uno cae por la borda y rechaza los intentos de socorro de El Otro. Este se muestra cada vez más agitado, junto con la naturaleza que se revuelve también y se trasforma en un entorno hostil. En contraste, la paz o el destino o el final que simplemente ha ido a buscar su compañero. Desde un no-sé-dónde abismal sus palabras resuenan tranquilas:

Ya no tengo miedo
Ya no peso
Soy el peso
y no soy peso
Soy movimiento
Me he ido con el viento
Yo soy el viento


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Periodista cultural