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Diego Trelles Paz (1977). Escritor peruano. Es licenciado en Cine y Periodismo por la Universidad de Lima y doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Texas. Ha sido profesor de literatura, cine, comunicaciones y estética en la Binghamton University (Nueva York), la Pontificia Universidad Católica del Perú y la Universidad de Lima. Además de la Lealtad de los caníbales, ha publicado las novelas El círculo de los escritores asesinos (Candaya, 2005), Bioy (Destino, 2012) y La procesión infinita (Anagrama, 2017).


Avance

Diego Trelles Paz: «La lealtad de los caníbales». Anagrama, 2024

La última novela de Diego Trelles Paz, La lealtad de los caníbales, tiene pretensiones grandes: registrar a un Perú que sufre aún los estragos que dejó la década de los noventa. Durante ese periodo, proliferaron grupos terroristas como Sendero Luminoso y, por otro lado, se implantó una dictadura a cargo de Alberto Fujimori. Desapareció toda noción de orden y justicia, y se instauró la miseria y la violencia como la nueva normalidad. Trelles Paz no da demasiadas explicaciones sobre este contexto histórico, sin embargo, queda claro desde un inicio que este es el telón de fondo para todas las historias que se desarrollarán.

El relato toma la forma de una novela coral, en la que distintas voces se unen para dar testimonio de la forma de vida en Lima. Las historias nacen y se entrecruzan en el bar del chino Tito, una vieja cantina en el centro de la ciudad. Ahí conocemos a Rosalba, una joven rebelde que trabaja como cocinera en el bar; a Ishiguro, camarero del mismo, que sueña con vengar la muerte de su padre, quien fue asesinado a manos del Grupo Colina durante los noventa; a Arroyo, un terna, es decir, un policía que trabaja encubierto como civil y, junto a sus compañeros, utiliza su posición de poder para transgredir la ley y buscar su propio beneficio; a Carmen, una mujer solitaria y misteriosa atormentada por su pasado, a quien le cuesta enfrentarse al mundo y dejar las drogas y el alcohol; y otros más.

Los personajes tienen distintas situaciones de vida, orígenes, problemas y deseos. Sin embargo, comparten la condición de ser caníbales, descritos como «…todos aquellos que traicionan sus principios de vida y están dispuestos a llevar a cabo el horror antropófago de “comerse” unos a otros para obtener un poder sobre el resto». Son las historias de personas especialmente vulnerables a la crisis que ha atravesado (y atraviesa) el país; que buscan liberarse del pasado, al mismo tiempo que intentan sobrevivir en un país indiferente a ellos y a su dolor.


Artículo

Quién narra? Eso no tiene importancia», afirma, paradójicamente, el narrador de La lealtad de los caníbales en la novela más reciente del escritor peruano Diego Trelles Paz, publicada por Anagrama. «O de repente sí». Y continúa: «Nadie narra. Vamos a contar que es otra manera de decir que vamos a registrar. Ese es el sustantivo correcto: registro ¿Nadie narra? Eso no importa. O de repente sí. Depende de qué entiendas ahora por narrar. El registro es la herramienta más poderosa para poder creer. Y eso es lo que necesitamos ahora para contar el relato…». Así, el narrador de la novela renuncia a su rol de artífice del relato y se propone expresar de la manera más imparcial y objetiva lo que observa a su alrededor.

Y lo que pretende registrar el narrador es a un Perú que sufre aún los estragos que dejó la década de los noventa. Durante ella, la proliferación de grupos terroristas como Sendero Luminoso y el MRTA hizo que en el país reinaran la violencia y el miedo. A ello se le sumó la violencia impuesta desde el gobierno. El entonces presidente, Alberto Fujimori, aprovechó el terror para imponer una dictadura que se guiaba por el lema de «mano dura». Creó un grupo paramilitar —el Grupo Colina— con el objetivo de derrotar al terrorismo. Sin embargo, ellos también incurrieron en la violación de derechos humanos y, en muchos casos, en el asesinato indiscriminado de ciudadanos inocentes.

La novela de Trelles Paz no da demasiadas explicaciones sobre este contexto histórico. En realidad, no da casi ninguna. Se trata de pinceladas que aparecen de pasada en las conversaciones entre los personajes y nos ubican en el tiempo. Pero queda claro desde un inicio que este es el telón de fondo para todas las historias que se desarrollarán. Se sitúan en un país en el cual la violencia se ha instaurado como norma; donde ha desaparecido el orden y toda noción de justicia, no solo para los ciudadanos, sino también, y especialmente, para los policías. La miseria y la locura se han arraigado como la nueva normalidad.

La ley de todos contra todos

«Desde muy temprano, desde que tuvo plena conciencia de que había nacido pobre en el Perú y supo lo dura y sacrificada que podía ser la vida para los que, como ellos, solo tenían un carrito rodante con hornillas, toldo y balón de gas para subsistir, entendió que su destino anticipado sería vivir peleando». En este pasaje, el narrador se refiere a Rosalba, una joven rebelde que trabaja como cocinera en el bar del chino Tito. Sin embargo, la descripción habría sido igual de precisa para Ishiguro, el camarero del mismo bar, que sueña con vengar la muerte de su padre, quien fue asesinado a manos del Grupo Colina durante los noventa; para Arroyo, un terna, es decir, un policía que trabaja encubierto como civil y, junto a sus compañeros, utiliza su posición de poder para transgredir la ley y buscar su propio beneficio; para Carmen, una mujer solitaria y misteriosa atormentada por su pasado, a quien le cuesta enfrentarse al mundo y dejar las drogas y el alcohol; o para Alipio, un chofer dispuesto a hacer lo que sea para obtener el dinero suficiente para tratar a su mujer enferma.

Todos estos personajes son «caníbales», como advierte el título. Pero, ¿quiénes son los caníbales? Fernando, uno de los personajes del relato, que sueña con escribir una novela capaz de captar la realidad peruana y lleve como título La lealtad de los caníbales, da respuesta a ello: «…todos aquellos que traicionan sus principios de vida y están dispuestos a llevar a cabo el horror antropófago de “comerse” unos a otros para obtener un poder sobre el resto. El acto no tiene que ver con la supervivencia. El hambre que palpita en sus cuerpos no es física. Hay un enaltecimiento secreto de la deshumanización. Comerse es imponerse a los demás. El ideal humanista de la solidaridad comunitaria se pone bajo sospecha hasta suprimirse. De la metáfora a la realidad de la novela: los personajes intentarán devorarse si aquello es posible en una ficción protagonizada por monstruos». Hablar de la lealtad de los caníbales es, en realidad, una contradicción. Cada uno vela por su propio bien y está dispuesto a aniquilar al otro antes de ser aniquilado. Es la ley de todos contra todos.

Registrar en vez de narrar

Aquello que pretende registrar la novela queda, de este modo, delimitado: las historias de personas golpeadas por la crisis que ha atravesado (y atraviesa) el país. Los caníbales. Y así, el narrador se abre paso por el bar del chino Tito, una vieja cantina en el centro de Lima, donde nacen y se entrecruzan las historias que abarca la novela de Trelles Paz. Ingresa como si tuviera una cámara en mano y fuera capaz de captar de una forma transparente y objetiva todo lo que ocurre a su alrededor: no narra; registra. Sin embargo, el narrador (o registrador) nos da una clave sobre lo que significa realmente registrar: «Regla de oro: lo que está dentro del encuadre es tan importante como lo que está fuera». Todo registro presupone enfocarse en ciertas cosas y dejar otras fuera, lo cual nos conduce a una forma específica de entender la historia. Así, parece inevitable que el intento por registrar, por captar la realidad de una forma completa y objetiva, se vea frustrado.

¿Es realmente posible registrar? ¿El relato es una ilustración veraz de lo que vivieron (y viven) los peruanos? El narrador se hace esta misma pregunta: «¿Cómo se cuenta aquello que aparece y desaparece? No depende de ti. No depende de los hechos ni de su verdad. Depende de quien narra. La base del poder es la palabra. No solo es el quién, también es el cómo y el por qué». Creemos aquello que el narrador nos cuenta, lo creemos como si fuera un registro objetivo y claro sobre lo que sucedió, pero en el fondo no es más que una ficción. El narrador nos toma de la mano y nos guía por ciertos caminos: nos cuenta un lado de la historia e, inevitablemente, deja otros fuera. Al menos, este narrador es transparente respecto a sus artimañas. Sabemos que la visión que nos ofrece del Perú no es más que un encuadre, que deja intencionalmente muchos otros fuera.

La verdad de la ficción

¿La literatura es solo eso? ¿Un montón de mentiras en las que, por alguna razón, aceptamos creer? En el ensayo La verdad de las mentiras, Mario Vargas Llosa se hace esta misma pregunta: «Desde que escribí mi primer cuento me han preguntado si lo que escribía “era verdad”». El primer impulso es responder que no. La literatura, al traducir los hechos en palabras, la modifica inevitablemente, propone Vargas Llosa. La ficción tiene una forma artificial de ordenar el mundo. La vida, que resulta tan misteriosa, incomprensible y caótica, se presenta de una forma ordenada y articulada en la ficción; ella nos ofrece la posibilidad de rastrear las raíces de las situaciones en las que se encuentran los personajes. Ello no es tan simple en la vida real.

Entonces, ¿por qué creemos en la ficción? ¿Por qué, a pesar de que el narrador de La lealtad de los caníbales nos diga abiertamente que nos está mostrando una realidad manipulada, parcial, le creemos e, incluso, logra conmovernos e indignarnos?

Como lo anuncia el título del ensayo de Vargas Llosa, las mentiras albergan una verdad; la ficción en la literatura nunca es gratuita. Ellas ponen al descubierto deseos, preocupaciones, inquietudes y ansiedades reales. De pronto, la ficción ya no nos parece una simple mentira, sino una necesidad: necesitamos de estos mundos alternos que nos permiten vivir vidas paralelas y darle un sentido a la realidad; nos permiten expresar aquello que muchas veces oculta la vida cotidiana y se mantiene en silencio. La posibilidad de creer en la ficción no es producto de un esfuerzo voluntario, sino que se produce —con toda buena novela— de una forma casi natural: creemos en ellas porque tienen sentido para nosotros. La ficción se esconde de tal manera que se nos olvida que existe un escritor detrás de las páginas que ha ideado este mundo. La ficción expresa una verdad.

El pasado siempre es presente

La lealtad de los caníbales es un testimonio de esta capacidad de la literatura. Es una novela coral; no se enfoca en un protagonista, ni en una sola perspectiva, sino en varias voces, encarnadas en personajes con distintas situaciones de vida, orígenes, problemas y deseos. Sin embargo, todos ellos comparten la condición de tener que luchar para sobrevivir en un país indiferente a ellos y su dolor. Están estancados en un presente caótico que arrastra el pasado. El futuro aún parece inasequible. Al centrarse en ciertos encuadres, quizás, los personajes firman su propia sentencia de repetirse a sí mismos.

La novela nos enfrenta a historias, quizás exageradas en la brutalidad (o quizás no), que, aunque sean un encuadre limitado, nos abren una ventana para conocer la vida de una ciudad. Ellas expresan una verdad que no se puede obtener de la revisión de eventos históricos, ni de la constatación de cifras. Conocemos los miedos, deseos, esperanzas y sufrimientos que dejó un pasado que, aunque haya dejado de existir de una forma tangible, sigue atormentando a los individuos.


Foto de cabecera: Motivo de la portada de La lealtad de los caníbales, editada en Canva.com.

Licenciada en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú.