El jurado del premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales ha descrito los logros de Michael J. Sandel aludiendo a que ha realizado una «obra ejemplar sobre los fundamentos normativos de la democracia liberal». Sandel defiende tanto «las virtudes públicas» como «el pluralismo de concepciones del bien en nuestras sociedades». Además de su visión pública de la justicia, Sandel «destaca por la crítica de los excesos de la lógica del mercado y por promover el debate para la solución de los principales dilemas morales».
Michael J. Sandel nació el 5 de marzo de 1953 en Minneapolis, en el seno de una familia judía. Se trasladó a Los Ángeles a los trece años y desde entonces ha destacado como alumno aventajado. Fue elegido representante estudiantil en Palisades High School en 1971 y se graduó en la Universidad de Brandeis en 1975, ya como miembro de la prestigiosa asociación humanística Phi Beta Kappa, que solo acoge a números uno. De Phi Beta Kappa han sido miembros diecisiete presidentes de Estados Unidos, treinta y nueve jueces del Tribunal Supremo de EEUU y más de ciento treinta premios Nobel. Sandel fue becario en el Houston Chronicle de Washington DC. Debido a la escasez de personal, pudo cubrir las audiencias del Watergate. A los 21 años pensó que el periodismo político nunca volvería a ser tan emocionante y cambió de rumbo.
Consiguió la prestigiosa beca Rhodes y se instaló en el Balliol College de Oxford, donde se doctoró. Al principio su intención era trabajar en el campo de la economía del bienestar, pero el filósofo Alan Montefiore le indicó que le vendría bien potenciar sus conocimientos teóricos y Sandel, obediente, se fue de vacaciones con lecturas a propósito.
En Asturias, el pasado octubre, contó detalles significativos de su vida en esa época. Afirmó Sandel que en España inició su trayectoria como filósofo político. «En 1975, comencé a cursar estudios de postgrado en Oxford, en el Reino Unido. Durante el primer descanso de invierno, en diciembre, un amigo y yo viajamos al sur de España para unas vacaciones dedicadas a leer y escribir (…) Alquilamos una casa pequeña en un pueblo de la Costa del Sol». Sandel dudaba: «Había empezado un trabajo sobre la economía del bienestar, sobre si la igualdad era un ideal moral independiente que los modelos económicos no podían captar». Pero por las mañanas estudiaba filosofía política. «Durante mis semanas en la Costa del Sol, leí cuatro libros: Teoría de la justicia, de John Rawls; Anarquía, Estado y utopía, de Robert Nozick; Crítica de la razón pura, de Immanuel Kant, y La condición humana, de Hannah Arendt».
Esos libros cuestionan la filosofía utilitaria, «que otorga a la economía del bienestar su aparente claridad y rigor». Sandel descubrió que las preguntas que planteaban, sobre la justicia, la moralidad y la vida buena, «eran más profundas e invitaban aún más a la reflexión que los modelos económicos más sofisticados».
Tras cubrir las audiencias del Watergate, pensó que el periodismo político nunca volvería a ser tan emocionante y cambió de rumbo
La ciencia perdió un economista y ganó un filósofo. «Me dejé seducir por la filosofía y todavía no me he recuperado. Hoy, ese documento sobre la igualdad y la función del bienestar social está aún sin terminar, en mi desván».
Enseñando en Oxford entonces había dos representantes de los principales pensadores en el campo de la filosofía política. Eran Ronald Dworkin, que daba clases sobre filosofía del derecho, y Charles Taylor, que acababa de llegar como profesor de filosofía política. Taylor se convirtió en su amigo y mentor y lo alentó a formular una crítica a Rawls.
Rawls, el autor de Teoría de la justicia, había producido una serie de argumentos detallados contra el utilitarismo que Sandel encontraba persuasivos, pero también vio un defecto importante en su concepción de la sociedad. En 1982, en su primer libro, Liberalism and the Limits of Justice (El liberalismo y los límites de la justicia), Sandel argumentó que los seres humanos de Rawls habían sido desprovistos de esos lazos sociales y de esos contextos que dan sentido a la vida. Se les había dejado «sin profundidad moral».
Decidió su futuro en unas vacaciones en la costa del Sol. La ciencia perdió un economista y ganó un filósofo: «Me dejé seducir por la filosofía y todavía no me he recuperado»
Sandel volvió a los Estados Unidos y fue contratado por la Universidad de Harvard. Allí se hizo famoso con el celebérrimo curso sobre Justicia, del que ha sido docente durante dos décadas. Más de quince mil estudiantes se han matriculado en él, lo que lo convierte en uno de los más concurridos en la historia de Harvard. Las lecciones de otoño de 2005 se grabaron y la cinta se convirtió en una serie de televisión de doce episodios, Justice: What’s the Thing to Do? Los episodios están disponibles ahora en internet.
La popularidad del curso y del programa en parte se debe al formato. Sandel lo orienta al debate y a la argumentación (el método socrático), en lugar de a la mera recitación y memorización de hechos. La BBC transmitió ocho segmentos de 30 minutos de la serie en BBC Four a partir del 25 de enero de 2011.
Aunque el título sea Justicia, en cierto modo el tema es la ciudadanía. Sandel destaca que «el objetivo no es persuadir a los estudiantes, sino equiparlos para que se conviertan en ciudadanos con mentalidad política». Se resuelven cuestiones técnicas, pero conectándolas con lo que significa vivir una «vida moralmente buena».
Está la leyenda urbana de que Sandel inspiró el personaje de Montgomery Burns en Los Simpsons. Pero Sandel es más bien un anti-Burns: se dedica a reflexionar sobre lo correcto. En cualquier caso parece que algunos guionistas de Los Simpsons han visto las clases de Sandel y el premio Princesa de Asturias comparte calvicie y ciertos gestos con el personaje de dibujos animados de mente malvada.
Su deseo por escuchar y atender a todos los matices de opinión es lo que transforma sus clases de mero ejercicio intelectual en evento cívico
El objetivo primordial de Sandel como filósofo es devolver la moral al debate político. Sostiene que el discurso liberal clásico está encerrado en la perspectiva moralmente neutral del utilitarismo. En el siglo XIX, John Stuart Mill defendió que se debería permitir a las personas hacer lo que quisieran, siempre que no perjudicara a los demás. Desde entonces, sostiene Sandel, la filosofía política se ha concentrado en conceptos cuantificables como el beneficio y ha despreciado juicios morales como la virtud. «Mi principal disputa con el liberalismo», ha dicho Sandel, «no es que el liberalismo haga gran hincapié en los derechos individuales; creo que los derechos son muy importantes y deben ser respetados. La cuestión radica en si es posible definir y justificar nuestros derechos sin posicionarse sobre las convicciones morales e incluso a veces religiosas que los ciudadanos llevan a la vida pública».
Sandel rechaza el secularismo de línea dura y da la bienvenida a la aportación de la religión en política. Señala a Martin Luther King como un líder que usó su convicción religiosa para un propósito comunitario más amplio. Independientemente de su atractivo o autoridad sociales, Sandel valora la voz de la religión. La de la religión… y la de los ciudadanos. «Si todos sienten que son escuchados», explica, «incluso si no se salen con la suya, estarán menos resentidos que si pretendemos que vamos a decidir la política de una manera neutral».
Ese deseo por escuchar y atender a todos los matices de opinión es lo que transforma sus clases de mero ejercicio intelectual en evento cívico. Si la política a menudo nos hace sentir mal, Sandel es un filósofo político que nos hace reflexionar en lo que significa ser moralmente bueno.
En Asturias lo puso de manifiesto. Durante una conferencia de prensa con motivo de su premio, Sandel subrayó que «no podemos tener una democracia sin debate y no podemos tener debate sobre justicia si solo hay una respuesta que se imponga a todos». De justicia se ha elucubrado desde Sócrates. «Mis alumnos me preguntan: si los grandes filosos no llegaron a un acuerdo, ¿cómo vamos a llegar a un acuerdo en un aula?». Quizá sea una misión imposible, «pero es inevitable enfrentarse a las grandes preguntas, no las podemos dejar de lado tanto si somos filósofos como si no lo somos. Necesitamos respuestas a estas preguntas». Hay que buscar las mejores soluciones e intentar convencer con argumentos si uno cree que las tiene: «Uno de mis hijos es vegano y procura ganarme para que me haga vegano».
En Oviedo se le preguntó también por los vientres de alquiler y entabló un diálogo con el periodista y el público donde mostró su temple. Al final no eludió su punto de vista: «Cuidado, se puede llegar a ver a la mujer como a una fábrica». Recordó un caso de los años ochenta en los EEUU: un vientre de alquiler que luego rechazó entregar el bebé a quienes se lo habían encargado. «Son contratos económicos y surgen cuestiones morales graves, entre ellas la actitud hacia los hijos».
Sandel está muy relacionado con España por vínculos familiares que se remontan a 1492, cuando los judíos fueron expulsados de la Península Ibérica. «Mi esposa, Kiku Adatto, es una judía sefardí cuya familia tiene sus orígenes en Sevilla. Después de la expulsión, emprendieron camino a Estambul, donde vivieron durante generaciones bajo el Imperio otomano». A principios del siglo XX, Alberto Adatto, padre de Kiku, emigró a los Estados Unidos. Su lengua materna era el ladino, el idioma judeoespañol escrito con caracteres hebreos. La herencia sefardí de la familia es tan fuerte que en 1992 Alberto los llevó a todos, incluidos hijos y nietos, a Sevilla, para renovar lazos con España. «Mi esposa, Kiku, y nuestros dos hijos, Adam y Aaron, han solicitado la ciudadanía española», contó Sandel en Oviedo.