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«No puede ser floreciente y feliz una sociedad si la mayor parte de sus miembros son pobres y vulnerables» (Adam Smith)

Hasta hace pocos años, la desigualdad era considerada uno de los graves problemas a los que se enfrentaban los países en vías de desarrollo, en común con las agudas situaciones de pobreza que generalmente sufrían. Pero la crisis financiera de 2008, la pandemia del COVID y la mayor sensibilización por el cambio climático han hecho que instituciones multinacionales, foros económicos y políticos y pensadores significados proclamen repetida­mente que la desigualdad es uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo. Hoy creemos que la desigualdad es un reto global, que debilita la cohesión social, hace más vulnerables a las economías y es síntoma y preludio de otros males.

Precisar bien a qué tipo de desigualdad nos referimos es clave, no solo para evaluar la situación de un determina­do país o área geográfica, sino también porque diferentes tipos e indicadores de desigualdad preocupan por distintos motivos y requieren actuaciones diferentes para su reducción.

TIPOS DE DESIGUALDAD E INDICADORES 

La desigualdad interna a un país es la que existe entre sus ciudadanos. La desigualdad entre países es la desigualdad que existe entre sus niveles de renta per cápita, bajo el supuesto de que todos los ciudadanos de un mismo país reciben la misma renta, despreocupándonos de la desi­gualdad interna a los países. La desigualdad global es la que existe entre todos los habitantes del mundo.

En el capitalismo mo­derno, el grupo de renta al que pertenece una persona (si es el 50% de abajo o el 1% de arri­ba) importa más que su nacionalidad para de­terminar los niveles de desigualdad global

Un enfoque para la medida de esta última consiste en utilizar la renta per cápita de cada país, ponderando esta por su población; de este modo, simulamos una población mundial, aunque suponiendo que todos los ciudadanos de un país reciben la misma renta per cápita. Recientemente han ido apareciendo encuestas de hogares en muchos paí­ses, con criterios relativamente homogéneos, que contie­nen información sobre la renta, riqueza o nivel de consumo (del cual, bajo determinados supuestos, se puede inferir la renta). Utilizando las encuestas de todos los países, se puede estimar una distribución de renta global y calcular su nivel de desigualdad; en este caso tendríamos en cuenta tanto la heterogeneidad de renta media entre los distintos países, como la desigualdad entre los ciudadanos de cada país. Una desigualdad global elevada tiene consecuencias económicas, sociales y éticas, que analizaremos, pero con­vendrá saber si tiene su raíz en la desigualdad existente entre países, en la desigualdad inter­na a los países, o en ambas.

Cuando tratamos la desi­gualdad de la renta distingui­mos dos fuentes de ingresos: los derivados del trabajo (suel­dos y salarios) y los derivados de la riqueza de las personas (por ejemplo, intereses y dividendos). Habitualmente se utiliza en estudios de desigualdad la renta después de transferen­cias de los sistemas de pensiones y jubilación; por tanto, incorpora los sistemas de redistribución que se producen a través dichos sistemas. Pero puede considerarse esta renta antes de contabilizar los impuestos sobre la renta y el patri­monio, o después de deducir todos los impuestos, sobre la renta, la riqueza, el consumo, etc., y de agregar las transfe­rencias que no son de reemplazo (por ejemplo, beneficios de salud, discapacidad y vivienda).

Los indicadores de desigualdad son muy variados; el índice de Gini compara la renta de todos los ciudadanos, pero son muy utilizadas las ratios que comparan la renta (o la riqueza) recibida por un grupo pequeño de las perso­nas más favorecidas (el 10%, 1%, el 0,1% de mayores in­gresos), con la recibida por un amplio grupo de personas menos favorecidas, como puede ser el 50% de las personas de menor renta. Las evaluaciones numéricas que se ha­cen acerca del nivel de desigualdad utilizando distintos indicadores pueden diferir notablemente. En particular, la desigualdad en términos de riqueza con cualquier in­dicador es significativamente mayor que en términos de renta. Tampoco será lo mismo cuantificar el nivel de desi­gualdad mediante un indicador que utiliza partes de una distribución (por ejemplo, si comparamos los porcentajes de renta nacional recibidos por el 10% de mayor renta y el 50% de menor renta) o un indicador que utiliza toda la distribución, como el índice de Gini. Aunque es muy ha­bitual en medios de comunicación y conferencias públicas proporcionar valores numéricos para representar la situa­ción de desigualdad, es crucial entender bien la naturale­za del indicador utilizado. En general, conviene examinar distintos indicadores, pues proporcionan información complementaria, siempre teniendo en mente cuál es la razón específica por la que nos preocupamos de la desigualdad.

DESIGUALDAD DE GÉNERO

La brecha salarial de género es la diferencia entre el ingreso salarial anual medio de hombres y mujeres. Una de sus principales causas es que, en todo el mundo, las mujeres están infrarrepresentadas en los puestos de responsabilidad de las empresas y sobrerrepresentadas en trabajos mal pagados. Que las mujeres trabajen en mayor medida a tiempo parcial y, sobre todo, en sectores econó­micos de salarios más bajos explica la mitad de la brecha de género (una parte bastante menor en los países europeos); pero una parte importante no queda explicada por factores observables, lo que puede reflejar discriminación (salario más bajo por el mismo trabajo) y quizá mayores dificultades relativas de la mujer en la negociación salarial.

El salario medio de los hombres es todavía un 14% superior al de las mujeres en el conjunto de la Unión Europea

En el lado positivo, distintos indicadores muestran que tanto la dis­criminación como la brecha de género han disminuido en las últimas dos décadas en muchos países: las normas que regulan las transmisiones por herencia van incorporando la igualdad de género, y Eurofound (2021) (1) indica que dos de cada tres de los puestos de trabajo generados en términos netos desde el año 1998 en la UE han sido ocupados por mujeres, generalmente en algunas de las actividades cuyo empleo más se está expandiendo en las últimas décadas. Sin embargo, el salario medio de los hombres es todavía un 14% superior al de las mujeres en el conjunto de la UE. En España la brecha salarial de género es del 12%, estando en una posición intermedia entre los países europeos, la mayo­ría de los cuales tienen brechas significativas.

ESTADO ACTUAL DE LA DESIGUALDAD

La desigualdad global ha sido siempre elevada, con el 10% de mayor renta recibiendo un 50-60% de la renta total, mientras el 50% inferior recibía un 5-15% de la misma. Esta ratio, denominada T10/B50, se duplicó entre 1820 y 1910; permaneció estable entre 1910 y 1960; aumentó hasta 1980; y fue descendiendo hasta 2020, sin mostrar actualmente una tendencia clara. El índice de Gini global ha seguido una evolución similar. La ratio T10/B50 inter­na (within) aumentó ligeramente entre 1820 y 1910, se redujo entre 1910 y 1980, y ha aumentado entre 1980 y 2020. La ratio entre países (between) aumentó mucho en­tre 1820 y 1950, y algo menos hasta 1980, disminuyendo después hasta 2020; actualmente está al nivel de 1900. La desigualdad interna a los países es mayor que la que se observa entre países. La importancia de esta última como componente de la desigualdad global, medida por el índi­ce de Theil, aumentó entre 1820 y 1980 hasta un 57%, y disminuyó fuertemente desde entonces. Actualmente, representa aproximadamente un tercio de la desigualdad global entre individuos; el resto se debe a la desigualdad dentro de los países. En el capitalismo moderno, el grupo de renta al que pertenece una persona (si es el 50% de abajo o el 1% de arriba) importa más que su nacionalidad para determinar los niveles de desigualdad global.

LA DESIGUALDAD TRAS LA PANDEMIA 

En países ricos, las políticas de mantenimiento de rentas han aliviado los daños de la pandemia, evitando un incre­mento extraordinario en desigualdad y en pobreza, aunque a costa de incrementar la deuda pública. En ellos, las familias de mayor renta incrementaron sus ahorros, mientras las fa­milias de menor renta aumentaron su endeudamiento. En economías emergentes, con sistemas de asistencia social menos desarrollados, el efecto del COVID sobre familias de renta baja ha sido más severo, y 100 millones de personas por encima de lo esperado se mantienen en situación de extrema pobreza, la mayoría en África y Asia. A pesar de ello, las economías emergentes y de renta baja no han sido excepción a la concentración de riqueza en manos del gru­po superior, mientras la renta del grupo inferior disminuía.

En los meses más duros de la pandemia, las prestaciones de paro y, sobre todo, las transferencias realizadas a trabajadores que estaban en ERTE amortigua­ron el 80% del incremento de la desigualdad salarial en España

La pandemia detuvo la recuperación de la economía es­pañola tras la gran recesión. Se produjo un fuerte y rápido aumento inicial en el número de hogares sin ingresos del tra­bajo ni prestaciones de la Seguridad Social o de desempleo; se redujo al recuperarse la acti­vidad durante el verano, y vol­vió a crecer con las siguientes olas de la pandemia. Se estima que, en los meses más duros de la pandemia, abril y mayo de 2020, las prestaciones de paro y, sobre todo, las transferencias realizadas a trabajadores que estaban en ERTE amortigua­ron el 80% del incremento de la desigualdad salarial.

¿POR QUÉ DEBE PREOCUPARNOS?

Existe actualmente una alta sensibilidad acerca de que la desigualdad está generalmente asociada a problemas y conflictos sociales y económicos de muy diverso ca­riz, tanto sanitarios como educativos y de seguridad. En sociedades más desiguales suele observarse mayor ines­tabilidad política, y mayor actividad criminal e ilegal. Los costes de la seguridad en la actividad empresarial, el cumplimiento de los contratos y el menor respeto a los derechos de propiedad frenan el crecimiento. Es delica­do establecer relaciones de causalidad, pero es natural creer que una reducción de la desigualdad podría venir acompañada de un descenso en la incidencia de los pro­blemas mencionados.

La desigualdad reduce el crecimiento a través de va­rios canales, lo que puede obstaculizar la lucha contra la pobreza:

a) Dificulta la acumulación de capital humano a los hogares de menores ingresos, tanto por un posible déficit de asistencia sanitaria y calidad alimenticia, como por una menor inversión en educación.

b) Las imperfecciones en los mercados de capitales provocan que los individuos pobres tengan dificul­tades en acceder a los créditos que precisan para permitirse determinados niveles de educación, o co­menzar sus negocios.

c) Una elevada desigualdad puede hacer que los ciu­dadanos pierdan la confianza en las instituciones, erosionando la cohesión social y la confianza en el futuro.

d) La desigualdad puede generar malas decisiones en materia de políticas públicas.

La desigualdad nos preocupa también porque los países de menor renta sufren especialmente las conse­cuencias de catástrofes naturales, que cabe temer que sean cada vez más frecuentes por el cambio climáti­co. Dentro de cada país, los más pobres y vulnerables también tienden a estar más expuestos, asumen mayor riesgo de perder ingresos y pertenencias y tienen menos recursos para hacer frente a las consecuencias de cual­quier evento.

En consecuencia, la desigualdad se ve actualmente como un desafío a la justicia social y un freno al progreso económico y social. En todo caso, la desigualdad es un problema con connotaciones e implicaciones muy diferen­tes en economías avanzadas o en países en desarrollo.

Algunos autores defienden la idea de que una sociedad debe considerarse equitativa cuando las oportunidades, no los resultados, se distribuyen por igual

Algunos autores defienden la idea de que una sociedad debe considerarse equitativa cuando las oportunidades, no los resultados, se distribuyen por igual. La igualdad de opor­tunidades trata de evitar que las posibilidades de desarrollo de una persona se vean disminuidas por circunstancias que están fuera de su control, distinguiendo, por tanto, entre es­fuerzo y circunstancias. Según John Rawls, personas con el mismo talento y habilidad, y el mismo deseo de utilizarlos, deben tener las mismas probabilidades de éxito respecto de su situación inicial. Esto hace que pueda resultar aceptable la desigualdad que proviene de decisiones individuales, pero no la que surge de circunstancias ajenas a la persona, que deberían ser aminoradas mediante políticas públicas.

Pero no es sencillo separar esfuerzo de oportunidad, especialmente en términos intergeneracionales: la renta de los padres, que proviene de su esfuerzo, condiciona las posibilidades de sus hijos, a través de cuatro canales: las experiencias de los primeros años de vida en familia influyen sobre el desarrollo cognitivo y social; el nivel socioeconómico de la familia determina sus posibili­dades de invertir en sanidad, educación y capacidades extracurriculares para los hijos, así como en contactos sociales que pueden influir decisivamente sobre sus po­sibilidades laborales; finalmente, la familia moldea las preferencias y aspiraciones de sus descendientes.

En países con una elevada igualdad de oportunidades, todos los ciudadanos tendrían posibilidades de progreso social, siendo frecuente observar cambios en la situación económica entre generaciones sucesivas, lo que entende­mos por movilidad social. La movilidad social hace más to­lerable la desigualdad, aunque no es frecuente que vayan asociadas. Corak (2013) (2) analizó la relación existente entre desigualdad de resultados, medida por el índice de Gini de desigualdad de renta, y una medida de movilidad social relativa, la elasticidad intergeneracional de la renta, cuya representación gráfica se conoce como «curva del Gran Gatsby», mostrando que los países y regiones con mayor desigualdad tiene menor movilidad social, no mayor.

Los estudios de movilidad social relativa han dado al traste con el sueño americano, pues la movilidad social re­lativa no es elevada en EE.UU., siendo más alta en Euro­pa. En todo caso, estudios recientes en países de la OCDE han encontrado serias dificultades al ascenso social.

La desigualdad es un grave problema económico y social, pero hay mucho que la política económica puede hacer al respecto, lo que motiva a algunos autores a afir­mar que la desigualdad es una opción política

La desigualdad es también un problema de calidad demo­crática. En todas las sociedades, los menos favorecidos se sienten menos integrados en la sociedad y votan menos, lo que significa que tienen menos capacidad de elegir políti­cas, generándose así una persistencia que puede dificultar la reducción de la desigualdad. La desigualdad es un grave problema económico y social, con claras connotaciones éticas, pero hay mucho que la política económica puede hacer al respecto, lo que motiva a algunos autores a afir­mar que la desigualdad es una opción política.

Pero quizá lo más importante sea comenzar con un de­bate transparente sobre valores y juicios normativos, que se pregunte: ¿qué tiene de malo la desigualdad?, ¿quere­mos reducir la desigualdad porque sus consecuencias son malas o porque es mala en sí misma? Si pensamos que es mala en sí misma, ¿cómo distinguimos entre la desigual­dad admisible y la no admisible?

La desigualdad ha pasado a ser un argumento de pri­mera línea que concierne a todos los ciudadanos y contra la que es preciso disponer de una agenda de actuaciones, teniendo presente que la eficacia de dichos intentos de­penderá del modo en que interaccionen el sistema econó­mico y el ejercicio del poder político

NOTAS

(1) Eurofound, (2021): Understanding the gender pay gap: What role do sector and oc­cupation play?, European Jobs Monitor series, Publications Office of the European Union, Luxembourg.

(2) Corak, M. 2013, «Income Inequality, Equality of Opportunity, and Intergenera­tional Mobility», Journal of Economic Perspectives, vol. 27, núm. 3, págs. 79-102.

Catedrático de Economía. Académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas