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El marxismo, el comunitarismo y el feminismo son los grandes desafíos que la filosofía política liberal se ha encontrado desde su primera formulación utilitarista. Según Ramsay, un examen detallado de los fundamentos del liberalismo puede mostramos en los papeles la imposibilidad de seguir defendiendo la autonomía del individuo abstracto y la autorregulación del mercado en beneficio de todos. En su monografía, demasiado ligera para sus pretensiones, se intenta dar cuenta de la bancarrota del liberalismo, tanto por sus incongruencias teóricas como en sus resultados prácticos y políticos.

Los derechos civiles universalizados como derechos humanos son un logro del liberalismo al que no podemos renunciar. Sin embargo, su fundamentación inicial en una naturaleza humana anterior al contrato social los hace tan formales, que resultan irónicamente compatibles con la desigualdad de facto y con un concepto de Estado reducido a la consecución de la seguridad de los individuos. Los derechos humanos no pueden mover a la acción por su carácter abstracto. No es extraño que la única alternativa para la acción particular sólo pueda concretarse en el interés individual o en la defensa irracional del grupo.

Según Ramsay, esta contradicción se sigue deductivamente del intento de fundamentar la organización social en una ficción: la soberanía del individuo frente a lo social. La libertad que se desprende de la invención liberal del individuo como átomo aislado es la libertad negativa, tal como la definió Berlín: tanto más libertad cuanta menos coerción. Entonces se dan paradojas que justifican la desigualdad como un estado de hechos irrevocable: el vagabundo, el marginado, el pobre, son libres en la medida que nadie les impide realizar sus planes. Según el autor, esta incoherencia se explica por la distinción tajante, también de Berlín, entre libertad negativa y autodeterminación (sentido positivo de la libertad). Tal distinción da por sentado que el individuo puede llegar a ser principio absoluto de sus acciones, desconociendo el carácter social y condicionador de los deseos y tendencias. Si se defiende la libertad negativa en contra de cualquier intervención redistributiva, se está favoreciendo el sistema de mercado que crea las necesidades en los individuos haciéndoles creer, bajo el postulado de la autonomía, que están dirigiendo sus vidas. Ramsay entiende que, para que existiera verdadera libertad de elección, se necesitaría una igualdad inicial en un perfecto equilibrio de poderes y de acceso a los bienes. Y si es necesario crear esas condiciones mediante la redistribución, el ámbito público recibe el derecho a hacerlo en aras de la libertad. La libertad de la que habla Ramsay no posee ya las dos caras, ausencia de coerción e igualdad. La libertad negativa está fundida con la libertad positiva: la ausencia de obstáculos se entiende como ausencia de poderes y núcleos de riqueza que iguale las oportunidades de los individuos en un espacio homogéneo.

Ramsay no advierte que libertad e igualdad (eleutéria y reconocimiento) son dos conceptos incompatibles, tal como describe Berlín en su famoso ensayo de 1959. El equilibrio entre ambos es el cometido de la labor política. Pero entender que su frontera es borrosa es la primera tentación del totalitarismo: si se quiere ser abogado de la igualdad, hay que respetar las diferentes maneras que existen de buscar la autodeterminación y el reconocimiento entre iguales que probablemente sacrificarán parte de la libertad negativa en su consecución.

Parece que el propio Ramsay cae en su propia acusación, al defender la absoluta ausencia de obstáculos para la realización de la libertad. Sus críticas al sistema meritocrático que fundamenta la desigualdad económica le hacen ver la libertad como la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos. Si las estructuras actuales canalizan el acceso a los mejores puestos y a los bienes a través de la acumulación de poder y capital en manos de una élite, la redistribución que se propone parece ser incompatible con un espacio mínimo para la iniciativa privada y con la forma esencialmente plural de la libertad positiva. Por eso se critican todas las teorías de la justicia liberales (utilitarismo, Rawls, Nozick, Dworkin) como modos aparentes de igualdad: si los derechos civiles y legales no se traducen en derechos económicos y sociales, no poseen ninguna efectividad. El peligro de dirigir la acción política a través de un programa de igualación de oportunidades no reside en su carácter irrealizable, sino en la posibilidad de utilizar medios injustos, discriminaciones positivas, para paliar una situación injusta. El desprecio de la utopía hacia el estado de los hechos la hace ciega respecto de sí misma: le impide reconocer el talante abstracto de un tipo de igualdad sin diferencias, un espacio homogéneo en el que los individuos se encontrarán a igual distancia unos de otros y respecto de los centros de poder y riqueza. Defender ese estado ideal como inicio de una sociedad verdaderamente justa es una forma sospechosa de totalitarismo. Después de criticar el postulado liberal del individuo aislado y autosuficiente, se nos quiere hacer creer que tal estado de cosas realizaría la verdadera autonomía del ciudadano: un entorno social garante de oportunidades sin diferenciación se toma como el requisito necesario para el desarrollo de una libertad real. En el fondo, Ramsay es solidario con el individualismo. No basta con subrayar el condicionamiento social de los intereses privados ni con sugerir que los sistemas de cooperación son más justos que los sistemas basados en la maximalización del beneficio. Sin solucionar el problema de la participación política en un bien sustantivo o procedimental, atacar el sistema meritocrático de acumulación de bienes recuerda demasiado a la bancarrota política y económica de los países comunistas.

Ramsay recoge todas las críticas a la sociedad liberal que se han hecho desde el feminismo y desde los derechos de los niños. Las diferentes versiones de división de lo público y lo privado (lo doméstico y lo público, la sociedad civil y el Estado, lo personal y lo social) no dejan de ser divisiones patriarcales en las cuales las mujeres y los niños viven de hecho en desventaja. Pensar que lo público es el espacio de lucha por los propios intereses, y lo privado el espacio de descanso y realización íntima del individuo, obliga a mujeres y niños a actuar conforme a parámetros de varones adultos. Sin embargo, la ética de la particularidad y del cuidado que se ha enfrentado desde algunos feminismos contra la ética de la justicia no le parece a Ramsay acertada, en tanto que sigue dejando intactas las constantes individualistas que fundamentan el pensamiento liberal. La neutralidad del Estado tiene sentido en la medida en que el pluralismo y la autonomía de los modos de organizar la vida individual se consideran elementos sagrados del sistema liberal. Por ello, Ramsay propone distinguir entre deseos y necesidades. Es verdad que no podemos juzgar y determinar desde el ámbito público los deseos de los individuos, pero sí es posible determinar objetivamente cuáles son las necesidades fundamentales que el individuo necesita para desarrollar su carácter de agente autónomo. Puesto que el individuo no es libre en lo que desea, porque el sistema de consumo crea las necesidades de consumo según las leyes de producción y la concentración de poder, es necesario distinguir entre lo que el individuo quiere y lo que requiere. Entonces podría desarrollarse una teoría de los derechos universales y de las obligaciones derivadas de una definición transcultural de las necesidades y objetivos fundamentales, como la salud, la riqueza mínima, la formación cultural. La neutralidad del Estado dejaría de tener sentido y, con ella, obtendría el derecho a intervenir positivamente para reorganizar los núcleos de la riqueza y el poder.

La teoría de las necesidades objetivas puede no parecer extraña a la cultura política europea, pero sí al liberalismo americano en sus formas republicanas. Sin embargo, los intentos de hacer ambiguas las fronteras entre lo público y lo privado, entre la libertad positiva y negativa, otorgan una legitimidad a los intentos de garantizar la igualdad social y económica más que dudosa, en la medida en que no respeta la heterogeneidad de finalidades de la sociedad civil.

Aunque Ramsay se presenta en todos los vericuetos de las argumentaciones liberales (lo cual exige un conocimiento amplísimo de la teoría política liberal), lo hace siempre con el convencimiento de que va a ganar con dos simples estocadas. La sensación que produce es que el verdadero rival no puede ser el que nos presenta hundido y derrotado. Una lectura más detallada de Berlín, por ejemplo, podría sugerirle a Ramsay que el liberalismo, después de dos siglos de existencia, no tiene que fundamentarse de juris en el atomismo individualista y en el utilitarismo.

Doctor en Filosofía, profesor de Enseñanza Secundaria