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Uno se decide a abrir este hueco entre la letra impresa de una revista porque necesita respirar. Entre tanta prosa que corre a la zaga de la actualidad -otro nombre para lo efímero- de pronto se abre una ventana y vemos algo que no creíamos que estuviera ahí. O que quizá ha estado siempre, pero no habíamos caído en la cuenta, distraídos con nuestras prisas, nuestros que haceres y nuestros yas. Sí, de pronto, en un rincón inadvertido, algo empieza a suceder, y parece que somos los primeros, tal vez los únicos en contemplarlo. Parece que esa hoja que brota, ese chiquillo que juega, ese papel que el viento hace revolotear un rato, existen para que los miremos un instante, y en ese instante se crucen el tiempo y algo que parece eterno.

Uno quisiera que esta sección de Nueva Revista fuese como esa ventana y que en ella el lector pudiera asomarse al patio de unos pocos poetas como José Manuel Mora. Poetas que saben que su oficio, pese a que algunos parecen haberlo olvidado, no es hacer ruido. En todo caso, música. Sólo por eso, por esa voz discreta y paciente con la que José Manuel va escribiéndolos, vale la pena asomarse a esa ventana y descubrir ese mundo de sueños, recuerdos y promesas que se dibuja en sus versos.

 

Verano

Ha llegado el verano
y hasta mi buhardilla
asciende su promesa. Escucha: es el teatro
donde trina el vencejo
y tizna las fachadas somnolientas.

Recuerda aquel verano,
el de las bicicletas, el de dudas
y tardes insolubles, o el otro con acentos
y soles extranjeros, o aquel de la romanza
sin palabras insomne entre la yedra.

Eran,
era y soy y estoy y estaban…
Mira: tiemblan las hojas, ha llegado
el verano.

Partida

Cuenta Plutarco que Alejandro el Grande,
al dejar Macedonia y partir hacia Asia,
reunió a sus deudos y repartió sus bienes.
Lo que les dijo bien pudo haber sido:
«Quedaos con los vinos aromáticos,
los sones jonios, lidios, los augurios,
las ruinas de Tebas, todavía calientes,
la ciencia y la prudencia de Aristóteles.
Os dejo a un hombre sido, que ya fue,
os dejo en una urna de recuerdos
cenizas de Alejandros que nunca llegarán.
A esta fiebre humana, este furor divino,
le queda la esperanza».

 

 

El mal sueño
Para Juan Manuel Bonet

«Los descargadores en Arles»
V. van Gogh
Han pasado los años, hoy he vuelto a Arles.
El bullir de la tarde bajo un cielo tiznado,
el pasaje de sombras que faenan las sombras
de los estibadores, señalan sin duda
que es aquí donde estuve.

Pero yo,
que he venido a cruzar como entonces
el Ródano inmóvil, no soy ya quien miraba
crepitar la otra orilla, y vacilo ante voces
que me cierran el paso y susurran sombrías:
«Ya cruzaste una vez; ahora duerme y olvida».

Rydal Water

Hay una rinconada en el Lake district,
la llaman Rydal Water, aparece
en los poemas de Wordsworth. Recuerdo
el ascenso, la cordillera mansa,
en herradura. Arriba, ya sólo
un duro cielo, la hierba castigada
del verano, los versos de un poema.
Para ver Rydal Water recorrí
la herradura, sin fin, como el cansancio,
me asomé con los ojos del asceta:
estaba, y no estaba, la corriente,
la isla recoleta, el robledal
oscuro, los alisos con la presencia opaca
que cela allí el ser mismo de las cosas.
Estaba y no estaba. Quién.

De noche,
a salvo nuevamente entre rutinas,
supe que nunca más vería Rydal Water,
aquel reflejo ajeno en la mirada
del extraño que siempre va conmigo.

Despertar

Vultum tuum, Domine, requiram.
Ps. XXVI

Lo ves: he despertado y hace el frío
de mentiras antiguas. Es una cama ingrata
de hospital, es de noche. Sobre la silla duermen
mis ropas desgastadas,
y sobre la mesilla un vaso y dos monedas,
mi alma vieja.

Nada más:
tan sólo busco en la pared desnuda
un rostro, el tuyo, con el que cubrirme.

 

Una poética hacia el don JOSÉ MANUEL MORA

Dice el Eliot de los cuartetos que «lo nuestro es siempre intentarlo / el resto no es cosa nuestra». La poesía como intento sin desmayo me parece una poética excelente. De algún modo raya en la conciencia de la limitada condición humana: algo tan misterioso que, paradójicamente, nos da el envés ilimitado de la misma condición.

Dónde comienza, dónde termina la persona a quien amamos, se preguntaba Gabriel Marcel. Un buen poema participa en este estado: reblandece sus fronteras, se torna atmosférico, como un aroma, o una melodía; va en nosotros, y nosotros en él; transfigura las dicotomías dentro/fuera, objetivo/subjetivo, lo otro/lo mismo: instaura cordialmente nuevos planos; invita a otro modo de ser, invita al ser. Si la poesía no nos despertara con la aldaba insobornable del ser, ¿para qué entonces?

¿Pero qué ser? Qué difícil pregunta: aquí sólo podemos tantear, gustar, volver mil veces. Como el poeta, como el lector, como el viador en suma: en tránsito perpetuo hacia el misterio, apuntando a una presencia que redima nuestra soledad. Si la poesía no aspirara -aun ciegamente- a ser juntamente Beatriz y la humildad de Beatriz, si en su hacerse y leerse fuera intransitiva, se agotara en su estrecho claustro, no invocaría el don, ¿y qué es una vida sin don? De ahí que sólo nos quepa el intento, el resto no es cosa nuestra.

 

Doctor en Filología Hispánica. Doctor en Filología Inglesa. Premio Arcipreste de Hita de Poesía, 2000