Diego Valverde Villena

3 Publicaciones 0 COMENTARIOS

Anotaciones al pliego de historia de Maqroll el Gaviero

El autor hace referencia a la vida y carácter de Maqroll, un nómada irredento con una inagotable ansiedad deambulatoria.

Kafka, el proceso que no cesa

Reseña de la literatura de Frank Kafka, sus cuentos completos y sus diarios. Lo caracterizan su prosa limpia y desprovista de adornos.

La transmigración de las batallas

Lo intuyó un George C. Scott reencarnado en Patton para la película del mismo nombre: luchamos siempre la misma batalla, y siempre acabamos luchando en los mismos sitios.No me refiero a los lugares estratégicos donde, por lógica, dada su ubicación, siempre se va a llevar a cabo una batalla decisiva. Ese sería el caso de las Termopilas, por ej emplo, donde los espartanos de Leónidas, en exigua y bien formada falange, se enfrentaron con la numerosa tropa de Jerjes, que cegaba al sol con sus flechas. El lugar es un paso ineludible entre montañas, que más tarde defenderían griegos e ingleses para taponar el avance de los blindados alemanes en 1941, durante la Segunda Guerra Mundial. Tampoco me refiero a las ciudades importantes, ni a los puntos clave —o que se hacen clave con el desarrollo de las campañas—, que también, necesariamente, han de ser escenario de repetidos combates: así el sector de Ypres-Passchendaele en la I Guerra Mundial, o el frente de Teruel en nuestra guerra civil.Cuando hablo de la transmigración de las batallas me refiero a esos lugares propicios para el enfrentamiento, predestinados desde antiguo a la lucha, y que llaman al choque de los ejércitos tal como los puñales de algún cuento de Borges demandaban muertes, sea cual fuere la mano que los empuñara.Uno de esos puntos está en Túnez, y como tal lo reconocía Patton en la película homónima. El general de caballería pasaba revista a los restos de la columna norteamericana destruida en Kasserine a manos del Afrika Korps, y ahuyentaba a los expoliadores de cadáveres, rememorando el mismo expolio de los lugareños en Zama, al final de la II Guerra Púnica, muchos siglos atrás. Una vez los protagonistas habían sido Aníbal y Escipión; ahora, Rommel y las inexpertas tropas estadounidenses que aún no dirigía Patton. El terreno, los contraluces del desierto, los buitres y la rapiña eran los mismos.Otro paraje de batalla es Poitiers. Allí, en 732, resistió Carlos Martel el avance de las razzias musulmanas, a golpe de hacha y de escudos compactos. Mucho tiempo después, en 1356, en el mismo terreno, Juan el Bueno, rey de Francia, fue derrotado por el Príncipe Negro en una de las batallas más famosas de la Guerra de los Cien Años. Por cierto, aquí se da un doble cruce. No sólo se repite un lugar sino, además, un mismo esquema de batalla. Tanto en Poitiers en 1356, como antes en Crécy en 1346 y luego en Agincourt en 1415, se dio la misma escena: una pequeña hueste inglesa aniquilaba a un poderoso ejército francés, que ostentaba la flor de su caballería. Lo hicieron aprovechando terrenos estrechos en los que la caballería no era capaz de maniobrar, y sobre todo sacando el máximo partido de un arma plebeya, barata y revolucionaria: el arco largo galés, que derramaba muerte desde el cielo (los buenos arqueros podían disparar hasta seis saetas por minuto) y atravesaba desde la distancia cualquier coraza.El río Boyne, en Irlanda, también se ve investido...