La benemérita editorial Valdemar continúa con su labor de poner a nuestro alcance los clásicos de la literatura universal en ediciones cuidadas, elegantes y de agradable lectura. Aparte de traer por primera vez al español algunos inéditos de grandes literatos extranjeros (como el reciente volumen de cuentos inéditos de A. Conan Doyle, Nuestro visitante de media noche y atrás historias), ha abierto una colección de clásicos revisados. Esa serie comenzó con una nueva versión de Proust, la primera de En busca del tiempo perdido realizada íntegramente por un solo traductor, y continúa ahora con este volumen en el que se recoge en su totalidad la narrativa breve kafkiana.
El lector asiduo estará familiarizado con Kafka a través de las varias traducciones que existen en español; de todos modos, las ventajas de esta nueva edición animan a tomarla como una obra novedosa y de referencia. Un acierto fundamental de esta versión radica en que se ha realizado a partir de los textos originales, según un reciente cotejo que incluye textos manuscritos del autor y Contempla diferentes versiones. Eso hace que, entre otras cosas, se tomen en cuenta las disposiciones de Max Brod, y sin embargo se acude a la idea original del autor en los casos (variados) en los que la Opinión de Brod puede haber alterado la intención primigenia del texto.
Los relatos se presentan de forma cronológica. Así se puede trazar el devenir del pensamiento kafkiano y las variaciones de sus temas recurrentes, y confrontarlo con los acontecimientos de la vida de Kafka y de la agitada Mitteleuropa de su época. Cualquier otro orden (por temas o de otro tipo) hubiera supuesto entrar en una interpretación sesgada de la obra kafkiana.
Para el lector sutil y riguroso es un delicia contar con este volumen, en el que uno puede aventurarse por toda la panoplia de la narrativa breve kafkiana. Aquí se reencontrará con textos tan conocidos como La metamorfosis, La construcción de la muralla china, Un artista del hambre, En la colonia penitenciaria o Ante la Ley; pero también descubrirá varias narraciones breves, de sólo uno o dos párrafos, que nos muestran un Kafka distinto del habitual. Un Kafka de relatos concentrados, muy contundentes, en los que se parte de una observación, de una situación dada, de un mero apunte, y desde ahí surge una argumentación que nos clava sus aguijones de pensamiento. Y a través del dolor que nos causa ese pinchazo descubrimos partes de nuestra fisonomía interior cuya existencia desconocíamos.
En esos relatos, casi unos bosquejos, se revela un Kafka con la lucidez extrema de la soledad. De ese profundo pozo emana una gran capacidad de observación, de percepción y de análisis de la realidad. Su alejamiento de lo cotidiano le permite acercarse a la realidad de una manera más directa y profunda: más real. Por eso, al llevar hechos e ideas cotidianos hasta sus últimas consecuencias, consigue llegar hasta el absurdo. Un absurdo que no es una huida de la realidad, sino su reflejo.
Un examen atento de la obra de Kafka desde este punto de vista nos conduce a su parentesco con las aporías eleáticas. Como en los trampantojos de Zenón de Elea, hay un hecho aparentemente nimio que se convierte en eje —en cierre, obstáculo, raíz de un imposible fracaso— de la vida entera. Ésa es una de las percepciones que nos regala Kafka: la vida es una paradoja constante, una sucesión de paradojas, una creciente y multiforme paradoja.
Esa razón que se muerde la cola para encerrar al hombre en su círculo vicioso ha sido una pauta de pensamiento en el siglo XX. Uno de los que mejor han asimilado la influencia de Kafka, adaptándola a su propio estilo, ha sido el mejicano Juan José Arreóla. Recomiendo al insaciable lector que, una vez leídos estos Cuentos completos se pase por los arreolianos De balística o El guardagujas. O por las poderosas calas en la realidad de Variaciones sintácticas o los Cantos de mal dolor, que nacen de esos pequeños e intensos bosquejos kafkianos que ya hemos comentado.
En los Cuentos completos aparecen, con la mayor rotundidad y fuerza contenida de las formas breves, los rasgos que surcan y vetean la novelística kafkiana: la tendencia a la fábula; la predilección por lo onírico, con ese continuum entre sueño y vigilia que son dos caras de la misma moneda; el extrañamiento del individuo frente a una sociedad dirigida unas leyes inasibles y todopoderosas…
Pero aparte de todo eso, hay dos puntos que me han sorprendido especialmente en esta lectura. Uno es la presencia (cercana siempre y siempre distante) de la mujer. Algunos de los cuentos cortos presentan rasgos muy líricos en la percepción de la mujer como un ser asombroso; una percepción que se clava en lo más profundo de la soledad del autor. Es un sentir intenso, que implica una dedicación y una percepción educada en un sentido concreto, como un perro de caza de la belleza. (Curiosamente, encuentro algunos puntos de parentesco en una obrita de James Joyce que no se llegó a publicar en vida, el Giacomo Joyce, en el que se describe la pasión de un profesor particular por su alumna, en el Trieste de entreguerras).
Otro aspecto es el enfoque jurídico de la obra kafkiana —y aquí afloran las muy pertinentes observaciones de Hernández Arias, jurista de formación como Kafka—. No deberíamos olvidar que Kafka era abogado de profesión, y muy bueno. La ley es uno de los temas clave en Kafka, raíz y espejo de muchas paradojas vitales. Y aquí confluyen dos leyes: la lejana del último Imperio Austrohúngaro, con sus vastas extensiones, su intrincada burocracia y sus formalismos atávicos y obsoletos, en la que todo dependía de una corte vienesa que, para muchos ciudadanos, debía ser poco más que un ente de ficción; y la ley judía de la Tora, dictada por Yahvé, en la que todo acto vital era minuciosamente pesado y juzgado en un proceso constante que no conocía descanso. Esas dos concepciones de la ley se aúnan para formar el sustrato de la Weltanschauung kafkiana.
Y no sólo es fundamental la ley para su concepción del mundo. También lo es para apreciar la prosa neutra, formalista, típicamente judicial de Kafka. Esa prosa limpia y desprovista de adornos, que nos marca un extrañamiento cercano, y que a la vez se mueve en una tierra de nadie que permite una gran variedad de acercamientos y contribuye a que la obra de Kafka sea tan abierta.
Hernández Arias nos ofrece una traducción muy atinada, con una prosa limpia, ligera y bien labrada, que cuadra con la neutralidad sugerente del estilo kaflkiano. Completa su edición con un bien documentado prólogo y un apéndice de observaciones y referencias sobre los textos, además de un breve pero significativo álbum de ilustraciones.
Borges, otro de los admiradores J e Kafka, comentaba: «El destino de Kafka fue transmutar las circunstancias y las agonías en fábulas». Otro de sus destinos, como bien sabrá el lector que disfrute de estas páginas, es el de hacernos más viva y más profunda nuestra vida.
A la edición conjunta de las novelas de Kafka, con que Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores comenzó la publicación en cuatro volúmenes de las obras completas del escritor checo, sigue ahora una edición de los doce cuadernos correspondientes a los Diarios (1910-1922), base fundamental para conocer el sustrato biográfico de sus más importantes novelas. A ellos se suman los Diarios de viaje, que corresponden a los dos efectuados en 1911 y en 1913, así como la justamente famosa, por severa, Carta al padre escrita en 1919 por el desesperado autor de la Metamorfosis. El texto original procede de la Kritische Ausgabe iniciada en |