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Hoy es posible decir que la economía mundial es más interdependiente y más próspera de lo que lo ha sido desde el principio de la revolución industrial. Esta interdependencia incluye un fuerte crecimiento del comercio (más del 5 % anual en los últimos años ochenta), niveles históricos de inversiones directas (dos veces el porcentaje del crecimiento del comercio), una transferencia de tecnología por encima de fronteras nacionales y una movilidad de la mano de obra (por ejemplo, la inmigración) y de los recursos de capital mayor de lo que nunca había experimentado la economía mundial en el pasado. Pero la interdependencia va más allá de los intercambios físicos y materiales. En nuestros días, comprende también la difusión de tas ideas económicas comunes sobre la importancia de los mercados, la competencia, la empresa y la propiedad privada -en pocas palabras, los valores de una mayor libertad económica-. Y esto abarca una notable convergencia entre las naciones en el período de la posguerra hacia unas prácticas políticas nacionales comunes de pluralismo y democracia.

Esta interdependencia no va a estar limitada por más tiempo al mundo occidental e industrializado principalmente, como lo estaba hace veinte años. Ahora incluye un número cada vez mayor de países en vías de industrialización -Corea, Taiwan, Hong Kong, Singapur, Brasil, México, Malasia, Tailandia, Colombi a y otros y naciones productoras de petróleo que, a pesar de sus dificultades en las dos últimas décadas, han dado pasos de gigante hacia la industrialización y la integración en la economía mundial. La reciente guerra en el Golfo Pérsico nos ofrece un ejemplo concreto -que podría llegar a ser más significativo- de una nueva solidaridad entre los países árabes industrializados y moderados de esta región, una solidaridad que contrasta fuertemente con los conflictos Norte-Sur y entre los países productores de petróleo y los países industrializados, que caracterizaron a los primeros años de la década de los 70.

Ahora la perspectiva de interdependencia y de solidaridad se ha ampliado para incluir a los antiguos países comunistas de Europa del Este, así como también. potencialmente, a los países miembros de la extinta Unión Soviética. Resumiendo, la interdependencia, cada vez más evidente entre las naciones industrializadas de Occidente, ha reemplazado ahora a las divisiones Norte-Sur y Este-Oeste, que escindieron el mundo desde 1950 hasta 1985.

Democracia

¿Cómo se ha llegado a esta interdependencia? Paul Kennedy, en su famoso y muy vendido libro The Rise and Fall of the Great Powers, predijo justo lo contrario. Afirmaba que, cuando declinara el poder de Estados Unidos, la interdependencia se debilitaría y los países se verían envueltos en nuevos conflictos. Se habían producido conflictos de este tipo hacia el final de la dominación de las grandes potencias anteriores -Holanda, en la segunda mitad del siglo XVII, y Gran Bretaña, al final de! siglo pasado-. No había razones, argüía Kennedy, para esperar que no volviera a ocurrir lo mismo cuando el poder norteamericano declinara a fines del siglo XX.

Pero el mundo está más unido a medida que nos adentramos en la última década del siglo XX. Todas las naciones industrializadas son democracias, los antiguos países comunistas están intentando democratizarse y muchos de los países en vías de desarrollo están también moviéndose en esta dirección. Esta convergencia se hizo evidente en la crisis del Golfo Pérsico, ocasión en que la mayoría de las naciones de la ONU se unieron para resistir la agresión y la opresión de Sadam Husein e Irak.

Los argumentos sobre el declive hacen una interpretación completamente errónea de las relaciones entre la interdependencia mundial y la independencia nacional. En ellos se da por hecho que estas dos fuerzas son necesariamente opuestas entre ellas. Pero estas fuerzas no necesitan entrar en conflicto; no más que la independencia individual y la interdependencia nacional son opuestas entre ellas a escala de sociedad nacional. El factor clave es si las naciones (individuos) tendrán o no un sentido de comunidad con las otras cuando crezca 1a interdependencia física y material. Si desarrollan una concepción más amplia de identidad y propósitos comunes, no se sentirán amenazadas por los cambios de poder y de riqueza. La creciente igualdad de poder entre Estados no conduce a una renovación de los conflictos, sino que, de hecho, lleva a una comunidad internacional mejor. Esto es, después de todo, lo que observamos en el ámbito nacional donde aceptamos la existencia de propósitos comunes, y vemos que un reparto más equitativo de la riqueza contribuye a una mayor armonía, no a un mayor conflicto. Lo mismo puede valer internacionalmente.

Después de la II Guerra Mundial, Estados Unidos deliberadamente siguió una política que hacía compartir su riqueza y poder para crear una comunidad de objetivos políticos más próximos. Estaban destinadas a crear un mundo de interdependencia, cuya unidad sobreviviría la preponderancia norteamericana en términos de riqueza y poder. Mediante el Plan Marshall y las instituciones económicas mundiales -el Fondo Monetario Internacional y el Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio-, Estados Unidos abrió mercados y sociedades para permitir a los países atrasados alcanzar el nivel de vida norteamericano. Entre 1950 y 1970, Estados Unidos fue perdiendo regularmente poder res-‘ pecto a los países industrializados de Europa y Asia, a medida que los aliados iban recuperándose de la guerra y se acercaban rápidamente al nivel de productividad estadounidense. Esta convergencia no amenazaba a Estados Unidos, porque, al mismo tiempo, los países industrializados avanzaban paulatinamente en dirección a una comunidad política más estrecha con Estados Unidos, Alemania y Japón, que tenían poca o ninguna experiencia democrática anterior, implantaron sólidas instituciones democráticas en sus sociedades; otros países industrializados, como España y Portugal, abandonaron por fin los gobiernos autoritarios y pasaron a engrosar las filas de las sociedades libres y pluralistas.

Comercio libre

Es instructivo identificar las políticas económicas que facilitaron esta convergencia de modelos políticos y económicos durante los años cincuenta y sesenta. En el centro de estas políticas se hallaba un comercio más libre, los países industrializados emprendieron un proceso sin precedentes de liberalización comercial multilateral. (La liberalización británica del siglo XIX fue unilateral.) Pero un comercio más libre, por sí solo, no habría podido tener éxito. Las empresas tenían que ser capaces de hacer frente a la mayor competencia derivada de un mercado más libre. Para lograrlo, necesitaban un entorno económico de estabilidad de precios. de modo que pudieran calcular la recuperación de sus inversiones a largo plazo en producción y comercio. Necesitaban también mercados de factores de producción (mano de obra y capital) flexibles para poder transferir recursos de los sectores en declive a aquellos donde podían igualar o superar a la competencia extranjera. Hay que notar que, en este período, los países industrializados aplicaron políticas nacionales, tanto macroeconómicas como microeconómicas, que proporcionaban este entorno. En genera!, los países industrializados, con Estados Unidos a la cabeza, equilibraron los presupuestos y moderaron el crecimiento monetario para mantener la estabilidad de precios. Y se resistieron a la intervención excesiva de los gobiernos para preservar el movimiento relativamente libre de los recursos de mano de obra y capitales dentro de los sectores en avance de sus economías.

Por distintas razones en cada caso, la mayoría de los países en vías de desarrollo se negó a unirse al sistema de la posguerra en los años cincuenta. Adoptaron una política de sustitución de las importaciones para proteger sus economías del comercio y las inversiones extranjeras, y establecieron sistemas políticos centralizados y autocríticos para crear un nuevo sentido de nacionalidad en el plano interno, en países donde las fronteras nacionales, en algunos casos, eran muy débiles.

A finales de la década de los sesenta, algunos países en vías de desarrollo, como Corea. Taiwan, Hong Kong, Singapur y Brasil, empezaron a aplicar estrategias de desarrollo más orientadas hacia la exportación. Aunque estos países siguieron protegiendo las importaciones, ellos y los países productores de petróleo aumentaron sus exportaciones y crecieron rápidamente en las décadas de los setenta y ochenta, a la vez que Estados Unidos, por lo general, mantuvo abierto su amplio mercado nacional a las exportaciones procedentes de economías de reciente industrialización. A causa del crecimiento de estas economías, Estados Unidos siguió perdiendo poder relativo en estas décadas. La proporción de su Producto Nacional Bruto (PNB) respecto a la de los países industrializados siguió siendo la misma, pero disminuyó respecto a la del producto mundial. No obstante, la esperanza era que esta política de mercado abierto hacia los países en vías de desarrollo produciría los mismos resultados en términos de una mayor identidad política que habían obtenido políticas similares en los países industrializados.

Proteccionismo

Sin embargo, en la década de los setenta y principios de la de los ochenta, estas esperanzas se vieron frustradas por la inestabilidad generalizada en el comercio mundial y en los mercados financieros. Precisamente a medida que algunos países en vías de desarrollo empezaban a participar en el sistema comercial, las naciones industrializadas abandonaron las cautelosas políticas nacionales que habían hecho que el libre comercio funcionara. Las políticas nacionales expansionistas e intervencionistas de los países industrializados originaron inflación y rigidez que ralentizaron el crecimiento. Los tipos de cambio fluctuaron, y el proteccionismo empezó a emerger de nuevo, en perjuicio de los mismos productos que los países en desarrollo podían exportar en condiciones más competitivas -como los textiles, el acero y la electrónica de consumo-. El precio del petróleo subió y las ineficaces políticas nacionales de los países en desarrollo agravaron estas dificultades y condujeron a una peligrosa acumulación de la deuda.

Algunos de estos problemas nacionales pudieron resolverse en los años ochenta, y la coyuntura económica mundial es mucho mejor en 1991, Estados Unidos y otros países industrializados reimplantaron políticas monetarias firmes y emprendieron un necesario proceso de liberalización y privatización de la industria y el comercio, reduciendo el enorme crecimiento del sector público que había tenido lugar en los países industrializados en los años setenta y que se había ido acumulando durante décadas en los países en vías de desarrollo bajo anteriores políticas estatales. Pero otras políticas empeoraron. El déficit fiscal de Estados Unidos se multiplicó por cuatro a lo largo de la década de los ochenta (de 60.000 millones de dólares en 1980 a 250.0000 millones en 1990), y la Comunidad Europea aumentó enormemente la protección y las subvenciones con su Programa Agrícola Común. Japón siguió aplicando medidas nacionales que mantenían las importaciones y las inversiones extranjeras en su mercado muy por debajo de los niveles que alcanzaban en cualquier otro país industrial respecto a sus ventas y activos. Como resultado de la persistencia de estas políticas nacionales inadecuadas, el comercio internacional y los sistemas financieros siguieron siendo vulnerables, a pesar de la significativa recuperación del comercio y de las inversiones que se produjo en los últimos años ochenta.

La interdependencia del período de la posguerra ha llevado a una comunidad política más estrecha entre los países industrializados y, ahora, también con los de Europa del Este y muchos de los países en vías de desarrollo. Pero sólo porque las políticas nacionales han apoyado los mercados abiertos, y los mercados abiertos han contribuido a desarrollar una mayor identidad y confianza políticas entre las diferentes naciones.

El conflicto entre los mercados mundiales y los intereses nacionales no es inevitable. Puede eludirse con políticas que difundan la interdependencia económica y fomenten lazos políticos más estrechos. Estas políticas son más urgentes que nunca en el mundo industrial, sobre todo a medida que los antiguos países comunistas y los países en vías de desarrollo intentan unirse al mercado mundial, altamente interdependiente y políticamente unificado.