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Vieja y nueva política de José Ortega y Gasset, de la que vengo a hablarles hoy, constituye un buen ejemplo de la actividad del hombre público en un régimen democrático. Como Italia y Francia, la modernización cultural en España ha pasado por la actividad de los llamados intelectuales y es probable que Ortega haya sido uno de los mejores exponentes en un país que tradicionalmente se ha apoyado en ellos. Con respecto a sus antecesores inmediatos, la generación del 98, Ortega se presenta como una instancia renovadora. Su figura se encuentra en el cruce del intelectual decimonono que desde la tertulia, el estrado o el periódico se produce con vistas a la opinión pública y al tiempo, el hombre de una universidad moderna que perteneció a la primera generación de españoles apoyados por la Junta de Ampliación de Estudios, que salieron a estudiar y doctorarse fuera del país. Como consecuencia, también contribuyó al desarrollo de una cultura académica en lo filosófico. Hoy es difícil para un español interesado en determinadas cuestiones no pasar por sus trabajos. Pero sobre todo, destaca por ofrecer una entrada en la discusión política, en el ámbito del espacio público a quienes estén dispuestos a seguirle, de forma que se pueden leer sus páginas como dirigidas a un lector de hoy, pues entonces como ahora, la política necesitaba el refrendo de la opinión de la mayoría y este era y es el resultado del debate social.

Así, esta Vieja y nueva política está recorrida por la creencia en la capacidad de la razón de proponer a la opinión pública, un camino que regenere nuestro país. Es un texto clásico en nuestra literatura política porque esa confianza, a pesar de que acababa de triunfar el partido conservador de Dato con doscientos escaños frente a los veinte de los reformistas que apoyaba Ortega, resulta palmaria y, por supuesto, había conducido a la formación de la Liga de Educación Política que se veía a sí misma como capaz de orientar al país a medio y largo plazo. Como intelectual, lo que contaba era la intuición de lo que tenía que imponerse a largo plazo y la Liga, como veremos, era una propuesta en este sentido: «Nos proponemos, pues, en la medida de nuestras fuerzas, hacer patria, según la expresión tan usada, trabajar en la formación del espíritu nacional, contribuir a despertar en el individuo la conciencia del mundo social, convertir a los hombres en ciudadanos» (VII-329).

Nos encontramos en el año 1914, un año decisivo en la trayectoria de Ortega. La conferencia la dio en el mes de marzo. Cumplió en el de mayo su 31 cumpleaños y en agosto aparece su primera obra, las Meditaciones del Quijote. En el momento de dar la conferencia, en el Teatro de la Comedia, para nada anticipaba una posible llegada al poder político. Pero se dieron dos factores que impulsaron decisivamente la carrera de Ortega. Por un lado, la llegada a la madurez intelectual que le permite perfilar su propia posición. Al tiempo, la conferencia representó un éxito entre su propia gente, los firmantes de la Liga y los asistentes al acto. Vieja y nueva política representa, pues, la llegada de Ortega a una mayoría de edad como intelectual público.

No era importante en esta acción el llegar a administrar el poder. Lo importante era la creación de un grupo de personas que supieran asumir la situación real de la sociedad española y empezaran trabajando para que se pudiera dar una política eficaz. Recorre todo el texto la conciencia de que el mal no estaba solo en las limitaciones del sistema político sino sobre todo en la ausencia de una administración y de un conocimiento de la realidad de la sociedad española que son condiciones imprescindibles para una política eficaz. «No es posible una política seria sin… [el] conocimiento profundo» de los problemas nacionales (7-329). La retórica de los discursos era una cuestión casi secundaria en un contexto donde no parecía factible una política eficaz.

Esta exposición va a seguir tres momentos distintos. Hablaré del contenido de la conferencia de Ortega en primer lugar.

Después expondré algunos puntos que nos separan del texto orteguiano, para finalizar con aquello que me parece que sigue siendo válido en nuestro contexto de hoy.

I

En lo que respecta al contenido de la obra, lo más destacable serían los siguientes puntos:

1.El texto como manifiesto  generacional.

2.La distinción entre España real y España oficial.

3.¿En qué consiste la modernización de España?

1. El texto como manifiesto generacional

Una de las importantes características de la obra de Ortega es que la teoría se presenta desde la experiencia personal, y muchas veces desde la experiencia de hombre público, como ocurre en este caso. Siendo un hombre muy leído, lo que acepta es aquello que encaja con sus propias vivencias. Aquí se puede apreciar dos experiencias personales, que pasan a configurar la presentación del programa político de Ortega:

Una la de quien siente que en gran medida las personas se producen socialmente, incluso cuando hablan de lo que les interesa, de una forma inauténtica: repiten lo que han oído, sin hacer el esfuerzo de llegar a definirse ante hechos que les competen. En la conferencia, describiendo el escenario de la vida cotidiana, aclara: «No es que mintamos —cuando repetimos tópicos—… Lo único de que sinceramente nos percatamos es de que allá, [en] el fondo oscuro e íntimo de nuestra personalidad, [esta] no se siente ligado a esas opiniones que dicen nuestros labios; no son opiniones sentidas, no son, por tanto, nuestras opiniones» (I-711). Por el contrario, la tarea que el conferenciante se impone a sí mismo es «desprenderse de los tópicos ambientes… y, penetrando en el fondo del alma colectiva, tratar de sacar a la luz en fórmulas claras, evidentes, esas opiniones inexpresas, íntimas de un grupo social, de una generación» (I-711). Pues «Solo entonces será fecunda la labor de esta generación: cuando vea claramente lo que quiere» (I-711).

De ahí la tesis fundamental para Ortega que el individuo no es productivo socialmente como tal individuo, sino solo dentro su generación y en la medida en que refuerza la posición propia de la misma. «Por mucho que quiera significar el individuo no es más que una modulación fugitiva sobre el enérgico fondo de determinismos en que lo envuelve su generación» (VII-335). Por ello, «es preciso que sin debilidad y sin jactancia tengamos la voluntad de nuestra generación, la voluntad de nosotros mismos» (VII-335).

Esta voluntad de atención al propio sentir, le permite a Ortega expresar un punto de coincidencia de su generación: la experiencia de la sociedad y de la política españolas como insuficientes. Para Ortega, este es un lugar común para él como para los demás miembros de su generación. Por ello, la segunda experiencia, la experiencia de la propia generación, determina que Vieja y nueva política sea, por encima de todo, un manifiesto generacional, es decir, un texto que Ortega redacta como miembro de una generación, y en representación explícita de ella. Posteriormente, él y sus discípulos, además, desarrollarán una teoría de las generaciones. De esta forma, Ortega continúa su discurso diciendo que no va presentar ideas originales sino de «ideas de sentimientos, de energías, de resoluciones, comunes, por fuerza, a todos los que hemos vivido sometidos a un mismo régimen de amarguras históricas, de toda una ideología y toda una sensibilidad yacente, de seguro, en el alma colectiva de una generación que se caracteriza por no haber manifestado apresuramientos personales; que, falta tal vez de brillantez, ha sabido vivir con severidad y tristeza; que no habiendo tenido maestros, por culpa ajena, ha tenido que rehacerse las bases mismas de su espíritu» (I-710), pues todo ello pertenece al acervo común de una generación, la suya, frente a las anteriores.

Lo que estaría en juego es si la misma generación será capaz de tomar conciencia de su situación y de asumir una tarea histórica. Aquí pasa Ortega de la experiencia de la cotidianeidad a invocar una tarea propia de una generación, pues solo se puede hacer una contribución apreciable a la sociedad… «En épocas críticas puede una generación condenarse a histórica esterilidad por no haber tenido el valor de licenciar las palabras recibidas, los credos agónicos, y hacer en su lugar la enérgica afirmación de sus propios, nuevos sentimientos. Como cada individuo, cada generación, si quiere ser útil a la humanidad, ha de comenzar por ser fiel a sí misma. […] En historia, vivir no es dejarse vivir; en historia, vivir es ocuparse muy seriamente, muy conscientemente, del vivir como si fuera un oficio» (1-711/2).

La Liga ha de hacer frente a la verdadera situación del país. Habría una inercia que sería importante vencer a nivel individual para que se diera este esfuerzo colectivo. Se trata, pues, de la toma de conciencia imprescindible para que determinadas ideas lleguen a tener vigencia y posteriormente consecuencias políticas.

2. La distinción entre España real y España oficial

El análisis de la sociedad española debe hacerse en clave generacional, buscando el relevo normal de generaciones. Sin embargo, junto a esa observación, hay una visión muy crítica de la España de la Restauración, sobre todo en la medida en que se ha convertido en la España Oficial frente a la España Real: «una España oficial que se obstina en prolongar los gestos de una edad fenecida y otra España aspirante, germinal, una España vital, tal vez no muy fuerte, pero vital, sincera, honrada, la cual estorbada por la otra, no acierta a entrar de lleno en la historia» (I-714). La España oficial es comprendida como heredera de las Cortes de 1875, «consiste, pues, en una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos Ministerios de alucinación» (I-715).

A ello se añade el análisis que se repite en Meditaciones del Quijote: «Vida española, digámoslo lealmente, señores, vida española, hasta ahora, ha sido posible solo como dinamismo. Cuando nuestra nación deja de ser dinámica, cae de golpe en un hondísimo letargo y no ejerce más función vital que la de soñar que vive» (I-720). Por el contrario, la tarea de la política en Vieja y nueva política, y en general de la posición que expone en Meditaciones del Quijote, es unir ese dinamismo a un proyecto fundado.

¿Qué quiere decir Ortega con este vocabulario? Hay una doble respuesta. Por un lado, la falta de comprensión entre generaciones determina que la cesura absoluta entre los que están en el poder y los que no lo están, sea definitiva. Hay una aguda conciencia de diferencia generacional.

Pero además se juzga severamente la llamada España oficial surgida de la Restauración y que se mantendría por el peso de la inercia del sistema. Así, la restauración se caracteriza por «el amor a la ficción jurídica… a la pomposidad, a la exterioridad, a contentarse con la apariencia».

Ello da pie a una conciencia aguda del anacronismo que pesa sobre el funcionamiento de la España oficial. En realidad es una reacción de desafecto que debe dar paso a soluciones concretas. Pero para ello tiene que abrirse la conciencia de la nueva generación a la posibilidad, e incluso la necesidad, de hacer otra cosa. En la propuesta de Ortega se puede apreciar la voluntad de retomar el tema político no siguiendo un ritual ya establecido sino reajustando las relaciones entre gobierno y sociedad.

«La nueva política es menester que comience a diferenciarse de la vieja política en no ser para ella lo más importante, en ser para ella casi lo menos importante, la captación del gobierno de España, y ser, en cambio, lo único importante el aumento y fomento de la vitalidad de España» (I-716).

3. ¿En qué consiste la modernización de España?

Si bien Ortega mantiene que la política no es más que un reflejo de la falta de vitalidad de la sociedad española, también entiende que la esperanza de su generación se centra en la política y ello significa no solo otra política sino más política, es decir, que los españoles tomen en sus manos en mayor grado su propio destino. Difícilmente se puede entender Vieja y nueva política sin tener en cuenta este carácter matizado de la valoración de la política. La de su momento es un síntoma de una carencia generalizada; en cambio, la que ha de venir, debe responder a las aspiraciones de la nueva generación, que son mucho más amplias que las de la generación anterior. «La nueva política, todo eso que en forma de proyecto y de aspiración late vagamente en nosotros, tiene que comenzar por ampliar sumamente los contornos del concepto político» (1-716). Pero además, «hay motivos para que sea de especial urgencia, entender por política el conjunto de labores cuyo fin sea el aumento del pulso vital de España» (1-718).

Por ello, mantiene, «nuestra actuación política ha de tener constantemente dos dimensiones: la de hacer eficaz la máquina del Estado, y la de suscitar, estructurar, y aumentar la vida nacional en lo que es independiente del Estado» (I-718). En el momento en que Ortega escribió esta conferencia, no se podía prever el auge de los totalitarismos que iba a tener lugar a partir del final de la primera guerra mundial. Sus recomendaciones son a la vez la apelación a más Estado, pero también a más sociedad civil, e incluso a más colaboración del Estado con la sociedad civil. La razón de este desfase entre lo ideal y lo real es clara. En la sociedad de la Restauración, a ojos de Ortega, había muy poco de los dos elementos principales y tenía sentido abogar por el desarrollo de los dos, como si pudieran ser, y en algunos casos son, colaboradores en beneficio del bien común más que principios antagónicos.

La apelación más clara de la sociedad civil se encuentra en este texto, que anuncia una movilización patriótica a favor de una España mejor: «Vamos a inundar con nuestra curiosidad y nuestro entusiasmo, los últimos rincones de España; vamos a ver España y a sembrarla de amor y de indignación. Vamos a recorrer los campos en apostólica algarada, a vivir en las aldeas, a escuchar las quejas desesperadas allí donde manan; vamos a ser primero amigos de quien luego vamos a ser conductores. Vamos a crear entre ellos fuertes lazos de socialidad —cooperativas, círculos de mutua educación, centros de observación y de protesta—. Vamos a impulsar hacia un imperioso levantamiento espiritual, los hombres mejores de cada capital, que hoy están prisioneros del gravamen terrible de la España oficial, más pesado en provincias que en Madrid. Vamos a hacerles saber a esos espíritus fraternos, perdidos en la inercia provincial, que tienen en nosotros auxiliares y defensores. Vamos a tender una red de nudos de esfuerzo por todos los ámbitos españoles, red que a la vez será órgano de propaganda y órgano de estudio del hecho nacional; red, en fin, que forme un sistema nervioso, por el que corran vitales oleadas de sensibilidad y automáticas, poderosas corrientes de protesta» (I-725).

En definitiva, teniendo en cuenta no solo el discurso Vieja y nueva política sino también otros trabajos preparativos, la Liga aparece como un cruce entre un think tank que acumule información y puede generar propuestas, un lobby desinteresado que se propone patrocinar una política que incorpore la sociedad civil, y un espacio para la formación de posiciones progresistas.

II

Cuando confrontamos el mundo en el que se gestó Vieja y nueva política con el nuestro actual, nos encontramos con un contexto muy distinto. España se ha convertido en un país mucho más rico, un país de clase media sobre todo con enseñanza universal. En muchos casos es plenamente homologable con otros países de su entorno europeo.

Pero la política sigue siendo un problema. Se dirá: lo es siempre, en la medida en que se trata de una actividad práctica que pretende solucionar necesidades, y necesariamente estas necesidades solo se pueden resolver parcialmente. Pero lo es en el comienzo de este siglo de una forma distinta, a como lo fue en tiempos de Ortega. Los cambios que han tenido lugar, sobre todo desde 1989, han alterado el contexto nacional e internacional en el que nos encontramos. Y el hecho de que las elecciones decisivas siguen siendo las nacionales, no evita que de alguna forma, la problemática política haya adquirido un cariz que no tenía en tiempos de Ortega.

Voy a comentar tres aspectos importantes en los que la posición de Ortega es claramente ya la nuestra. Los cambios sociales sobrevenidos, sobre todo en los últimos 35 años, en una medida importante, han desplazado el ámbito de los problemas. Es cierto que el país se ha modernizado. Pero una cuestión es que la modernización se puede y debe apurar, y otra cosa es que las dimensiones del mundo por la globalización y por el desarrollo sobre todo del Sudeste asiático ha implicado un nuevo orden internacional con todas las posibles secuelas que de este hecho se pueden derivar. La reconciliación interna que ha producido el Estado de bienestar en España ni es segura en estas condiciones ni evita que la política ha adquirido ahora dimensiones que no tenía en tiempos de Ortega.

1. El ideal de transparencia que la democracia implica es cada vez más difícil de realizar. Por transparencia entiendo no lo específico a llevar la contabilidad fehaciente de la gestión, sino la capacidad que tiene el ciudadano de seguir y juzgar las operaciones que el Estado hace en su nombre. Desde luego, la voluntad de Ortega de mayor información en gran parte se ha cumplido. En realidad Ortega se sitúa en el momento anterior al despliegue de la planificación que gobiernos de izquierda y de derecha practicaron, en muchas ocasiones con éxito, a partir del «New Deal», la revolución rusa, y el final de la segunda guerra mundial.

Y al tiempo hay que añadir que la ciudadanía en Occidente está mejor preparada para valorar las gestiones políticas de sus representantes. Sin embargo, esto no es suficiente. Socialmente se tiene esa información pero al tiempo, en la medida en que la acción política ha aumentado su radio, se requiere aún más por parte del Estado. Pero además, hay una inflexión importante que señala la obra de Ulrich Beck y la creación de situaciones de riesgo por la aplicación de políticas desarrollistas.

Por otro lado, aunque el nivel de vida y de formación del ciudadano medio ha mejorado en España, y con ello su capacidad de seguir la política y comprender las opciones electorales que se le presenten, hay que lamentar que tenga tanto peso la técnica mediática de presentación de los programas y de los candidatos. Además, en gran medida, la complejidad de las decisiones políticas y administrativas se les escapa a los ciudadanos. ¿Quién sería capaz de comprender y evaluar el Plan Hidrológico Nacional de tiempos de Aznar y, sin embargo, giró en torno al mismo una enorme discusión política? La respuesta es: solo contadísimos técnicos que a su vez, muchas veces, tienen tomadas sus posiciones. Aunque haya mucha más información que en tiempos de Ortega, la capacidad de juzgar en gran medida está muy mediatizada por los mismos medios de comunicación.

Al final, el voto depende de actitudes que se adoptan, sin que los ciudadanos hayan sido capaces de desentrañar todas las implicaciones de las opciones presentadas. El ciudadano, más que lograr una visión completa de su sociedad, al final se limita a reaccionar ante los mensajes que se le proponen.

2. El hecho es que la política y la administración han pasado a mediatizar mucho más nuestras vidas. En ese sentido, el programa orteguiano de nacionalizar la sociedad española se ha cumplido con creces. De acuerdo con las estadísticas que he consultado, en un siglo el gasto público ha pasado de aproximadamente el 7% al 45% del producto nacional bruto español. De todas formas, la magnitud de la intervención del Estado se aprecia en la regulación de la vida cotidiana de forma que, aun habiendo una economía de mercado, esta se encuentra con unos condicionamientos legales cada vez más precisos. En los años sesenta en la época de confrontación de los bloques comunista y occidental, se pensaba en la posibilidad de una economía dirigida con la desaparición del capital privado. Hoy no se contempla tal posibilidad pero la reglamentación, que de suyo es imprescindible, puede llegar a alterar de manera decisiva el funcionamiento del mercado. Y detrás de esos condicionamientos se encuentran prioridades muchas veces de orden político.

La posición de Ortega de nacionalizar la vida política se ha conseguido, de hecho, de manera muy eficaz. Pero, ¿sigue siendo un problema mejorar la calidad de la interacción entre Estado y sociedad? La respuesta es afirmativa, pero ya no se trata solo de justicia social, sino de integración de colectivos que de alguna forma se encuentran marginados. Se ha pasado de defender y aplicar una justicia genérica, a buscar el reconocimiento de lo particular. Ello ha dado un giro completamente distinto, al tener medios para intervenir en el detalle de la vida social que eran impensables en tiempos de Ortega.

Por otra parte, la gran cuestión es lograr financiar esta situación. De la misma manera que hay una teoría defendida por Paul Kennedy que mantiene que los grandes imperios a la larga no han sido sostenibles económicamente, uno puede vislumbrar un sistema de seguridad social que rebase la capacidad de los Estados. De hecho, nuestro sistema de pensiones va a exigir atención en los próximos años. El juego electoral está concebido de tal forma que los Estados se endeudan para mantener entre otras, las prestaciones sociales. Desde luego, la supervivencia de las economías de mercado en parte también responde a la conveniencia de lograr el sistema más eficaz de financiación.

3. Vieja y nueva política está escrita desde un punto de vista de un patriota liberal. Se cuenta con que España es una unidad social e histórica, con su propia historia y con un grado de desarrollo social, cultural y económico que fundamentalmente a ella sola le compete. La globalización, como fenómeno cultural, ha puesto en entredicho esta creencia en toda Europa. Mientras que en el contexto del debate de comienzos del siglo xx la expresión «nacionalizar» que Ortega utiliza, apuntaba a la afirmación de un contexto que en gran medida cerraba los horizontes de la acción política e incluso de los mismos ciudadanos, hoy no se puede contar con esta definición, sobre todo los países europeos inmersos en un proceso de integración en la Comunidad Europea.

El hecho importante es que el ciudadano se encuentra sujeto a varias ámbitos políticos simultáneamente: el municipal, regional, nacional y europeo, teniendo que encontrar para cada uno un lugar, pues la aplicación del principio de subsidiariedad resulta siempre polémica. ¿Cuál es nuestro horizonte? ¿Tiene sentido dirigirse a un lector, como hace Ortega, como quien se encuentra entre los altos del Guadarrama y el campo de Ontígola? En este sentido, las facilidades de comunicación han erosionado la experiencia de la intransferible pertenencia a un lugar.

Es clara la limitación del nacionalismo, pero hay que tener en cuenta que su implantación se debe a sus enormes ventajas a la hora de gestionar políticamente la revolución industrial. La nación, para la que millones de personas han dado su vida, a partir de la Revolución francesa, tenía y tiene la ventaja cultural que permitía la definición relativamente completa del individuo por un principio político: La soberanía nacional implicaba, entre otras cosas, el deber de servir militarmente a la patria y dar la vida por ella. Era uno de la nación en la que había nacido. Pero esto ya no es posible en la medida en que la soberanía pasa a ser compartida.

En realidad, uno de los grandes temas para los políticos de nuestro tiempo va a ser el reforzamiento de estos nuevos lazos institucionales, y por tanto la superación de la antigua referencia a la soberanía de la propia nación. Entre nosotros, los problemas clásicos de la deuda pública, inmigración o paro pueden pasar a ser cuestiones europeas antes que nacionales. Para ello tiene que hacerse vigente nuevas culturas de colaboración. Pero al tiempo surgirán también nuevas tensiones, por ejemplo, entre la posibilidad de resolver los problemas acudiendo a foros supranacionales, o la eventualidad de formas más o menos cruentas de enfrentamientos entre grandes bloques de países.

III

Pero a pesar de estos cambios tan importantes que se han operado en los últimos treinta años, Vieja y nueva política se mantiene como un clásico de nuestra literatura política. Resulta viva en la medida en que se pueden sacar de ella lecciones no tanto en lo que respecta a la configuración de la política pero sí en lo que respecta a lo que es la relación entre el intelectual y la política. ¿Cuáles serían estas lecciones?

1. La Liga de la Educación Política murió pero la iniciativa y la personalidad que estaba detrás de la Liga se mantuvo hasta el año 1932. Pronto fue sustituida, por Ortega, por otros proyectos: El Espectador en 1916, la involucración personal de Ortega en El Sol de Urgoiti (1917) tras su retirada de El Imparcial, la Revista de Occidente en 1923, finalizando con la Agrupación al Servicio de la República de 1931, e incluso el Instituto de Humanidades de 1948. En lo que respecta al contenido de Vieja y nueva política, se nota la continuidad: España invertebrada y El tema de nuestro tiempo además de muchos de los artículos incluidos en El Espectador, mantienen el esfuerzo de situar al español en su tiempo y ante los problemas políticos españoles. En realidad, Meditaciones del Quijote pesa más en la articulación de su obra posterior, pero hay una continuidad directa de Vieja y nueva política con El tema de nuestro tiempo.

Desde luego, Vieja y nueva política no es el último esfuerzo español por vertebrar la política desde el concepto de nación. Podemos pensar en los trabajos de los propios discípulos de Ortega. Hay que añadir que Ortega, en cierto sentido, previó la situación en la que nos encontramos hoy. Quince años después de Vieja y nueva política, en la segunda parte de La rebelión de las masas, Ortega introduce la idea de una comunidad europea. El Ortega de los años finales, el de la conferencia dada en 1949 en la Universidad Libre de Berlín, De Europa Meditatio Quaedam, entenderá el de comunidad europea como una segunda identidad frente a la identidad nacional. El hecho es que independiente de que no quepa acudir solo a la nación como el propio Ortega con su obra enseñó, es conveniente tener un punto de referencia, un modelo desde el que se puede comprender las relaciones políticas. Este modelo tiene que ser explicativo y en cierto sentido normativo. Será probablemente europeo, pero esto implica todavía un largo trecho en la cooperación común.

En nuestra época de globalización, es importante encontrar un marco teórico apropiado. La visión de Ortega sobre la posibilidad y oportunidad de lograr alguna forma de unidad europea ha dado paso a la relación compleja, efectiva, pero que está todavía consolidándose y queda pendiente de una caracterización conceptual. Nos quedamos en el «proyecto» europeo. Hay mucha bibliografía especializada sobre aspectos de la integración. Pero no creo que haya un teorizador actual en este ámbito de tanta importancia, salvo Habermas con sus trabajos recientes sobre la constitución europea.

2. En tercer lugar habría que ponderar en Ortega una figura que, siendo progresista, haga propuestas ajustadas a la realidad de la sociedad en la que estaba escribiendo. Tanto Kant como Nietzsche, dos de sus fuentes filosóficas principales en aquel momento, pueden interpretarse como autores que defienden bien la espontaneidad del artista romántico (Nietzsche), bien la primacía de la moral en el comportamiento práctico (Kant). Pero Ortega consigue encontrar fórmulas que tengan en cuenta la necesaria limitación de la política en la España del momento:

— salvando la independencia política de su proyecto;

— buscando trabajar con la monarquía a pesar de sus simpatías republicanas;

— entendiendo que la acción positiva que ha de buscar la Liga es a largo plazo y no debe agotarse en la coyuntura;

— y al tiempo, atendiendo a esa misma coyuntura y a sus variaciones,

— sobre todo, poniéndose en el lugar del otro, es decir el de su lector u oyente.

La idea de amor intelectual que esgrime en Meditaciones del Quijote contra Unamuno, como el verdadero legado de Spinoza, y la idea de posibilidad real, por oposición tanto al posibilismo como a actitudes utópicas, implica una reconciliación con la realidad tal y como se daba, además de la aspiración de contribuir a su perfeccionamiento.

Ortega entiende que las teorías tienen que culminar en la acción en la realidad coyuntural. En Meditaciones del Quijote mantiene que: «Todo lo general, todo lo aprendido, todo lo logrado en la cultura es solo la vuelta táctica que hemos de dar para convertirnos a lo inmediato» (I-756). En Vieja y nueva política en el mismo sentido había anticipado que: «Lo general no es más que un instrumento, un órgano para ver claramente lo concreto; en lo concreto está su fin, pero él es necesario. Mientras que sean para los españoles sinónimos la idea general y lo irreal, lo vago, todo empeño de renacer fracasará. Porque la cultura no es otra cosa sino esa premeditada, astuta vuelta que se toma el pensamiento —que es generalizador— para echar bien la cadena al cuello de lo concreto» (I-724). Por eso mismo es parco a la hora de enunciar un programa (I-724).

De lo que se trata es de una actitud de estudio y de colaboración. «¡El programa! Si se entiende por tal algo hondo y vivaz, tiene que ser creado tema a tema, en esa convivencia a que os invito» (I-725). Pues: «Si las cosas son complejas, nuestra conducta tendrá que ser compleja» (I-726), aun a costa de la nitidez de los conceptos.

En este punto, la diferencia entre progresismo y conservadurismo tiende a borrarse, en la medida en que el político siempre tiene que estar atento al momento y a la mejor forma de atender a esta, es ajustando su actividad y sus principios últimos a lo que esta exija. No cabe hoy una política que sea completamente inmovilista, o dejar la tarea de ajustar los programas a la realidad a instancias puramente administrativas.

3. Es importante subrayar que el propio Ortega entiende que la filosofía como aquel saber que le debe orientar en política. Primordialmente se da una voluntad de ver las cosas claras: «Mi vocación era el pensamiento, el afán de claridad sobre las cosas» (V-96). Ortega busca esta claridad, en primer lugar puertas adentro, desde lo que lo, más tarde, llamará ensimismamiento. Es importante tener en cuenta que se trata de un ejercicio consciente, realizado con el ánimo de llegar a un estado de convicción y conformado a su propia experiencia personal. Por supuesto, era ya entonces un hombre muy leído, pero su exigencia era aprovechar esas lecturas para el desarrollo de un proyecto intelectual propio. Me parece acertado, por ello, pensar que la fenomenología, y concretamente Ideas I de Husserl, le ayudaban a prestar a la realidad una dimensión ética que no podía entender en el caso del neokantismo orientado hacia una visión deontológica de la ética.

El problema, desde el punto de vista de la filosofía académica, es que no está pensado para resolver una discusión filosófica, sino más bien para operar en una realidad ideológica. En la medida en que pudo Ortega comunicarse sobre un fondo conceptual elaborado por sí mismo en Meditaciones del Quijote y en Vieja y nueva política, en esa medida, su filosofía es «una manera de ver las cosas» que encuentra una confirmación performativa en el logro de una acción comunicativa. «Yo solo ofrezco modi res considerandi, posibles maneras nuevas de mirar las cosas. Invito al lector que las ensaye por sí mismo; que experimente si, en efecto, proporcionan visiones fecundas; él, pues, en virtud de su íntima y leal experiencia, probará su verdad o su error» (I-752).

4. La figura de Ortega se integra dentro de lo que se entiende como la de un intelectual, por oposición a la de un científico o humanista. Dicha categoría ha sido y es fundamental en la modernización de los países católicos y mediterráneos como Francia, Italia y España. Intervienen en el debate público como defensores de los ideales de la ilustración. Sin su aportación nuestro proceso de modernización no hubiera sido el mismo.

Es cierto que hay países donde la secularización de la cultura y la modernización han tenido otra deriva distinta, donde el intelectual no ha tenido un papel tan trascendente. Es decir, hay varias vías para llegar a una sociedad moderna y democrática, pero es cierto que la que ha seguido España cuenta con la necesidad de planteamientos teóricos como los que plantea Ortega. Lo más probable es que esta necesidad se mantenga. Ciertamente una política moderna implica admitir una determinada cultura, donde determinadas cuestiones son asumidas sin más por parte de los ciudadanos. Pero es también sustancial a cualquier proceso democrático, que las cuestiones se digan y se difundan de tal manera que se pueda entender que las sociedades se determinan a sí mismas. En ese sentido, genéricamente la necesidad de una reflexión que acompañe la política sea de izquierdas o de derechas parece que va a seguir siendo una faceta de la política en el futuro. No es solo cuestión de Ortega, pero Ortega es desde luego uno de los pensadores de referencia a los que podemos acudir. ¢

Catedrático de Filosofía. Universidad Complutense de Madrid