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Durante la guerra fría los pueblos de Europa occidental y los del continente norteamericano se mantuvieron unidos. Ello fue posible porque les embargaba una convicción que a sus ojos tenía fuerza de axioma: la fuente de su voluntad de unión se hallaba en la identidad de valores, ideales y principios que inspiraban sus instituciones. El preámbulo al tratado de la Alianza Atlántica lo expresaba en tres líneas: sus pueblos se unen para mantener su libertad, su herencia común y su civilización, basándose «en los principios de la democracia, las libertades individuales y el imperio de la ley». Las teorías de seguridad derivadas del axioma funcionaron, y garantizaron la vida libre de cada uno. Es decir, las teorías estaban bien construidas y el axioma era válido.

Pero ya es sabido lo que les ha pasado a los axiomas en la milenaria historia de la filosofía. Más de dos mil años después de Aristóteles, en nuestra posmodernidad, un axioma no es más que «un enunciado hipotético» (Escuela de Zúrich). Así que, puestos al día, podemos preguntarnos: la unidad del mundo noratlántico y aquellas ideas axiomáticas que garantizaron (o eso creíamos) más de cincuenta años de paz, ¿se mantendrán en el futuro?, ¿se debilitarán?, ¿se disolverán?

El enunciado hipotético que se va a defender en este artículo es que la unidad de Europa y los Estados Unidos puede y debe seguir siendo algo que fue en la segunda mitad del siglo XX: un factor clave de la paz mundial. Pero a diferencia de aquel periodo, lo que entonces era evidente y no necesitaba demostración, sino a lo sumo «mostración», hoy está turbio y debe ser demostrable.

Ataquemos primero, pues, la cuestión de la turbiedad describiéndola. Para desarrollar el grueso de esta parte del trabajo me apoyaré en algunas hipótesis intermedias puestas a mi disposición por el proyectado «Programa para establecer un Centro de Estudios Europeos», del Hudson Institute de Washington. ¿Y por qué exactamente ese programa y ese centro? Porque es admirable que en medio de la que está cayendo entre Europa y los Estados Unidos, y el escepticismo y frustración con que en este último país se ven las cosas europeas (la reversa es aún más cierta), haya un centro norteamericano de prestigio que ponga su fe y su esperanza en los valores que inspiraron en su día a lo que se dio en llamar Occidente. En cuanto a lo de este centro, porque el Hudson está estrictamente orientado a los estudios sobre el futuro a partir de los datos del presente, impronta que le dejó su fundador, Herman Kahn, uno de los padres de la teoría de «destrucción mutua asegurada» (y de otros estudios políticos y sociales), que en su momento representó un alivio en comparación con la aún más ominosa teoría de la guerra nuclear, la «represalia masiva». No es el momento de explicar las sutilezas estratégicas que dominaron el pensamiento militar y político de Occidente en aquellos años, sino sólo mencionar que Kahn dejó in situ técnicas analíticas que contribuyeron al prestigio y a la durabilidad de la Rand Corporation y del Hudson Institute, y a las conocidas facultades de estos centros para ver lo que se avecina

El programa parte de algunas premisas: los EE.UU. y la UE son dos turbinas económicas iguales, y aportan el 50% del producto mundial. Los intercambios culturales y científicos entre los dos polos son los más intensos del mundo. Existe un espacio económico euro-atlántico. Washington y Bruselas se consultan diariamente…

Pero también parte de estas otras premisas: los pensamientos de Europa y los Estados Unidos se están moviendo en direcciones opuestas. Ello impide o dificulta la colaboración en un cierto número de cuestiones: la lucha contra el terrorismo, la legislación comercial y económica, el papel de las organizaciones internacionales, la política para Oriente Medio, la promoción de la democracia y muchas otras. La opinión pública europea manifiesta un antiamericanismo destemplado y es reticente sobre casi todo lo que hace el socio transatlántico, mientras que la norteamericana no se recata de expresar desdén, si no menosprecio, hacia las tendencias ideológicas y éticas de Europa y sus formulaciones políticas.

Si esas divisiones siguen creciendo, ni Europa ni los Estados Unidos estarán en condiciones de gestionar de modo pacífico el tránsito hacia un mundo postoccidentalizado, en que veremos la emergencia de China como superpotencia; tampoco lograrán la victoria sobre el islamismo sectario y sus métodos terroristas, ni mantendrán su centralidad en las decisiones sobre los flujos energéticos, ni impedirán un mayor deterioro del régimen de no proliferación nuclear.

En resumen, Europa y Norteamérica pueden dividirse en dos civilizaciones separadas. Las explicaciones de este riesgo se encuentran en cuatro áreas.

RELIGIÓN, CULTURA Y SOCIEDAD

Se está produciendo entre los EE.UU. y la UE una deriva no sólo en política exterior, sino en sus visiones de una sociedad democrática y la relación necesaria entre política y ética.

Unas clases dirigentes de la política y la cultura europeas totalmente secularizadas ponen toda la distancia posible entre la religión y lo público, al tiempo que aquí se ha establecido con fuerza una nueva «iglesia», el islam, que reclama sus derechos. La práctica religiosa cristiana decae en este lado del Atlántico, mientras sigue fuerte en los EE.UU.; para Europa esto es una prueba de que la sociedad norteamericana «está atrasa- da y llena de atavismos». En Europa se levantan muchas restricciones morales antaño impuestas por la sociedad o la religión, pretendiendo garantizar mayor autonomía al individuo, sobre todo en cuestiones de familia, derecho y política de bienestar. Su vida de familia se erosiona más rápidamente que en los EE.UU., y los niños son considerados como algo de costo prohibitivo y que resta independencia. El individuo blinda sus expectativas de futuro con los sistemas de bienestar social, lo que tiene el consiguiente impacto fiscal: en Europa el déficit de lo social crece, en Estados Unidos lo que no crece es el Estado de bienestar.

Todo esto se acompaña con un celo «misionero» de los europeos por exportar sus valores: gestionan sus intereses económicos internacionales como instrumento para prolongar el estado de bienestar, y hacen de la defensa de su modalidad de derechos humanos una norma exigible de la política internacional. El derecho internacional es correa de transmisión de sus valores seculares. Los europeos imputan a los Estados Unidos la falta de consenso en asuntos como la pena de muerte, la detención y castigo de los acusados de terrorismo, el aborto, etc.

Es necesario, pues, explorar una serie de cuestiones. ¿Respalda la mayor parte de la opinión pública europea el programa secularista de sus elites? ¿Cuál es la posición real de la religión en la conciencia de los pueblos europeos? ¿Qué futuro tendrá la religión musulmana en Europa? ¿Cómo ven los judíos su futuro en Europa? ¿Cuán cristiana es la pos-cristiandad vigente? ¿Qué proyección tienen estas cuestiones sobre las políticas europeas hacia el exterior? ¿Y hacía las políticas de familia, bienestar y educación? ¿Cómo afecta la lucha contra el terrorismo al sistema de garantías jurídicas?

POLÍTICA ECONÓMICA, COMERCIO Y SUS REGLAS

Aunque el poder económico y comercial de Europa se deja sentir en todo el orbe, la Unión carece de una proyección geopolítica de alcance mundial (Robert Kagan). Esta opinión, sin embargo, minusvalora la influencia diplomática y política inherente a las capacidades económicas y pasa por alto la importancia del comercio como herramienta de la política exterior. Se puede hacer un uso estratégico del poder económico. Europa y los Estados Unidos lo utilizan continuamente, la una contra los otros y viceversa: Europa impone reglas de producción más estrictas y logra establecer sus exigencias como estándar del comercio mundial; practica la «excepción cultural» como norma restrictiva del comercio; obstaculiza el comercio de alimentos genéticamente tratados, etc. Todo ello encarece los costes del comercio mundial y actúa en perjuicio de los países en vías de desarrollo. Los «verdes» y muchas ONG operan en paralelo con los gobiernos europeos, para trabar comercialmente a los Estados Unidos y proyectar su influencia en la Organización Mundial del Comercio. Éstos toman represalias con medidas arancelarias de oportunidad, seriamente disruptivas de ciertos procesos industriales europeos. La financiación pública, por las dos partes, de las tecnologías civiles y militares de punta, da lugar a continuas querellas. Todo ello suscita cuestiones:

¿Pueden coexistir por mucho tiempo, en un entorno euro-atlántico unido, los modelos de capitalismo «del Rin» y el «anglosajón»? El debate en torno a la fiscalidad competitiva versus armonía fiscal de los socios de la UE, ¿dará a los EE.UU. una oportunidad de meterse en los Nasuntos internos de la Unión? ¿Distorsionan las diferencias en los sistemas de bienestar social de un lado y de otro del océano la competitividad global de las economías? ¿Qué método es más eficiente para estimular el crecimiento en los países en desarrollo, la ayuda pública  (Europa) o los estímulos privados al desarrollo de los mercados (EE.UU.)? En fin, ¿es pensable hoy día un Área Transatlántica de Libre Comercio, como la que Francia torpedeó hace diez años?

ESTRATEGIA, POLÍTICA EXTERIOR Y DEFENSA

La parálisis del proceso político que el tratado constitucional de la UE iba a desencadenar ha dado un severo golpe a las expectativas creadas para una política exterior y de seguridad común, con su dimensión defensiva. Los instrumentos previstos se hallan en estado embrionario: un Mr. Pesc, un estado mayor, un Eurocuerpo en el papel, etc. En realidad, los europeos están divididos sobre cuál debe ser la columna de su defensa; Francia y España, y desde hace poco Italia, favorecen la UE; Gran Bretaña, Dinamarca, Polonia y otros son fieramente atlantistas. La Alemania de Merkel trata de equilibrar la balanza.

Los EE.UU. declaran el apoyo a la defensa europea pero no la facilitan; han conseguido llevar la OTAN a Afganistán, y se han opuesto a una planificación estratégica independiente de la Unión. Demandan además la interoperabilidad de los sistemas de armas, lo que es visto en Europa como un intento de frustrar el progreso de su industria militar. Queda por hacer un trabajo considerable para la conciliación de la autonomía defensiva europea con el principio de solidaridad aliada. Y ello vigilando que no surja otra división como la que partió a Europa por la guerra de Irak.

Las cuestiones que necesitan clarificación en este orden son numerosas: ¿llegará Europa a constituir una unidad geopolítica separada de, y en competición con, los EE.UU.? Entonces, ¿estaría justificada la OTAN? ¿Comparten los europeos el punto de vista norteamericano de que la extensión de la democracia por el mundo tiene una proyección geopolítica deseable? ¿Puede Europa llegar a compartir la doctrina de acción preventiva en la guerra contra el terror? ¿Pueden trabajar juntos el pensamiento estratégico europeo y el norteamericano ante el cambio de las condiciones geopolíticas en el mundo: en Oriente Medio, en Asia Central, en África? ¿Hasta qué punto puede el poder militar servir de instrumento para la obtención de la seguridad energética?

GOBERNACIÓN MUNDIAL, SOBERANÍA NACIONAL, DEMOCRACIA

Europa se ve a sí misma en un mundo poswestfaliano, en el que el paradigma del sistema internacional de Estados ha sido superado. Pero los EE.UU. se autocomprenden como el primero y más poderoso Estado-nación del mundo. Estas nociones opuestas de la dinámica histórico-política de Occidente se enfrentan en una sorda competición ideológica. Europa se halla dispuesta a ceder espacio de soberanía a instituciones de nuevo cuño con pretensiones jurisdiccionales universales, en primer lugar las Naciones Unidas, mientras que los EE.UU. ven esos intentos como una restricción de su soberanía. En realidad les separan dos concepciones diferentes del mundo. Y ello trasciende a una serie de disputas políticas: Kioto, el Tribunal Penal Internacional, los subsidios agrícolas, principio de estabilidad frente a revolución democrática, instrumentación jurídica de la lucha contra el terrorismo, la cuestión Israel-Palestina, etc. Hay también dos culturas políticas diferentes: Europa opera políticamente de arriba abajo, y los EE.UU. bottom up. La comisión europea gobierna, pero en Washington también el congreso es gobierno; en las superestructuras de la Unión Europea hay un déficit democrático perfectamente identificable, pero a los europeos les resulta incomprensible la necesidad de tener que negociar con el gobierno norteamericano y… con el congreso.

De ahí una serie de interrogantes: ¿dan las instituciones nacionales de los países europeos cuenta suficiente de la calidad democrática de la Unión? ¿Llegará a ser la UE un nuevo tipo de polis, desconocido hasta ahora? ¿Un estado federal? ¿O seguirá siendo un ente interestatal? ¿Cuál de esas configuraciones será más favorable a la vida democrática? ¿Cómo afectará su naturaleza a las relaciones con los EE.UU.? ¿Llegaría un Estado federal europeo a ser una superpotencia como los EE.UU.? ¿Cómo se comportaría en relación con las otras grandes potencias emergentes, o en el mercado de la energía? ¿Cómo afectarán las diversas estructuras institucionales posibles a la economía, al comercio, a las finanzas internacionales?

FUERZAS QUE TRANFORMAN NUESTRO MUNDO

Cada una de las cuatro áreas aquí demarcadas afecta a las otras. Todas están traspasadas de intensos debates y querellas entre Europa y los EE.UU. Para impedir el alejamiento y evitar la hoy impensable ruptura es preciso poner a prueba la validez de las hipótesis que afirman la posibilidad y la sostenibilidad de una reforzada y permanente unión entre los EE.UU. y Europa.

Pero la hipótesis debe ser construida con elementos cognitivos recogidos dentro del campo material en que puede probarse su validez o invalidez. El resto de este artículo estará dedicado a una primera y somera aprehensión de ese campo material; un campo sobre el que fluyen poderosas y a veces violentas fuerzas de tipo político, estratégico, económico e ideológico, que unas veces se funden y otras veces se acercan a una colisión. Se trata de un mundo inestable e inseguro, diferente por tanto del periodo de la guerra fría (estable) y del «nuevo orden mundial» postsoviético (seguro).

Es inestable porque está en marcha una drástica redistribución y reapropiación de los recursos materiales (energéticos, financieros, tecnológicos, hasta humanos) puestos a disposición de sociedades y naciones, y se hallan en curso diversos intentos de configurar nuevas áreas de poder geopolíticamente creíbles, lo que da motivo para el lanzamiento de propuestas de asociación estratégica todavía no firmes, que compiten precisamente con el mundo occidental, y con sus pilares en la Alianza Atlántica y la serie de tratados de seguridad y cooperación de los Estados Unidos en la cuenca del Pacífico. Occidente, después de la caída del bloque soviético, constituía el único ejemplar de asociación estratégica existente en el mundo, pero ahora, la hegemonía occidental sobre el mundo puede estar llegando a su fin.

Ese nuestro mundo es inseguro porque muchas sociedades sufren de graves deficiencias institucionales de sus Estados respectivos, lo que las inhabilita o capitidisminuye para actuar de modo efectivo en un sistema internacional institucionalizado, precisamente, en torno a la soberanía de los estados. Es el caso de la mayor parte de los países de África. La inseguridad se agrava en el caso de comunidades o civilizaciones cuyos valores culturales se oponen a una noción de la sociedad humana basada en el pluralismo, sea éste estatal, nacional o personal. Es el caso de gran parte del mundo musulmán y, prácticamente, de todo el mundo árabe, sumido este último en el desconcierto y el atraso por la oposición que sus masas y gran parte de sus elites hacen a la modernidad. El inmenso despliegue geográfico del mundo árabe-musulmán sobre el atlas, atravesando regiones de importancia crítica para Occidente y Asia, hace que ese atraso y resistencia a la modernidad constituyan un lastre del desarrollo y de la seguridad internacional. El trasunto violento de esta oposición es el terrorismo internacional de signo sectario islámico, forjado, promovido y liderado principalmente por elites y poblaciones árabes.

Ante estas fuerzas y tensiones, las respuestas de Europa y de los Estados Unidos no pueden ser más diferentes en estilo y contenido. Europa se precia de emplear el soft power en sus tratos con el resto del mundo y los Estados Unidos creen necesario ejercitar su hard power. Europa no quiere confrontaciones, y Estados Unidos no parece tener más opción que encararlas. La hostilidad creciente en Europa hacia Estados Unidos deriva de esta diferencia radical del curso de los dos conjuntos.

Europa se puede permitir ofrecer buenos oficios, financiación, asesoramiento y apoyo a las partes del mundo que los necesitan. Los Estados Unidos deben estar alertas ante los coletazos del mundo que se va y las sacudidas del que viene. Su tarea es inmensa. Respecto del pasado, hay que cuidarse de la eliminación de los stocks de armas de destrucción masiva, tanto occidentales como los de la propia Rusia., y hay que frenar a Corea del Norte para que no gane la superioridad militar en el Pacífico mediante el arma nuclear y sus misiles intercontinentales. También del pasado más arcaico y ominoso viene la necesidad de luchar contra las bases geopolíticas del terror islámico, en Somalia, Afganistán y, ahora, en Irak, siempre por medio de la guerra. En estas últimas tareas Europa es a lo sumo auxiliar, y sus métodos policiales y legales internos contra el terror no requieren gran alteración de sus prácticas políticas y sociales, mientras que las alteraciones introducidas por los EE.UU. para esa misma lucha son motivo de escándalo en Europa.

Y están los desafíos que vienen. El impulso hacia la globalización de la economía y de las técnicas tuvo su origen en la voluntad occidental de abrir los mercados, pero el futuro de esa globalización vendrá determinado por grandes potencias no occidentales. La democrática India ensancha un mercado mundial del que se pueden beneficiar Europa y los EE.UU., pero la emergencia de una superpotencia antiliberal como China, aparte de una oportunidad comercial para todos, constituye un dolor de cabeza estratégico para el que sólo los EE.UU. tienen el analgésico de su poder militar.

Hay otras áreas del mundo, aparte de las sociedades árabes y la República Popular China, que también requieren de Occidente cuidados para que su incorporación a la modernidad y el desarrollo y, a ser posible, también a la democracia, se haga de modo seguro y por procesos estables. El más candente y urgente es el caso de Irán y su programa nuclear.

A la altura de los días en que fueron escritas estas líneas se había impuesto una diplomacia conjunta euronorteamericana enfilada hacia la presentación a Teherán de alternativas cortantes: o control internacional de sus procesos nucleares o pesadas sanciones. Sucedía esta diplomacia a otra puramente europea, de palabras conciliadoras y prometedoras ofertas, contemplada por Washington con reticencia. Los europeos han adquirido con el fracaso de sus intentos una amarga experiencia. Una potencia media-baja como Irán les ha toreado durante más de tres años. ¿Mantendrán su unidad de acción diplomática con Washington en las arduas negociaciones que les esperan? No es sólo que el trato con Irán ha resultado hueso duro de roer para Europa, es que también lo es para el dúo euronorteamericano. Irán es hoy la novia más codiciada para China y Rusia, y a Occidente le gustaría pedir su mano con tal de que fuera más dócil. Nadie quiere perder su petróleo ni los negocios con ese populoso y amenazante país. Esto pondrá a prueba la solidez del intento político-diplomático occidental, ya que puede romperse por las tensiones entre los intereses cruzados de varios países europeos y sus relaciones con Rusia, y las expectativas de negocios con China. No hay país en el mundo con mejores bazas diplomáticas que el Irán de hoy día. Puede que las malbarate si sigue la vía nuclear; entonces esa decisión pondría a prueba la unidad occidental. Bajo la presidencia de Bush, no hay duda de que los Estados Unidos actualizarían su estrategia militar para frustrar el progreso nuclear iraní. ¿Les seguiría Europa?

ENCRUCIJADAS DE LA ALIANZA

Nada menos seguro. Prácticamente todas las definiciones de estrategia militar de seguridad formulados en los años recientes por los Estados Unidos han sido firmemente rechazadas por la opinión pública europea y por gran número de gobiernos de la Unión. La preparación para «la guerra larga» contra el terrorismo enunciada repetidamente por Washington es abominada en Europa. Todo el mundo se acuerda del escándalo producido en las elites pensantes y políticas de Europa por la doctrina de la «acción anticipatoria» (preemptive war) del año 2002. Qué decir ahora de la novísima doctrina del uno por ciento, propuesta por el vicepresidente Cheney (si existe tan sólo un uno por ciento de probabilidades de que alguien lance contra los Estados Unidos un ataque con armas de destrucción masiva, Washington las empleará contra el sospechoso).

Es evidente que las doctrinas estratégicas que pueden mantener a Europa y los Estados Unidos asentados sobre los mismos principios e instituciones de seguridad no dan más que para mantenerlos unidos en el ámbito circunscrito por sus intereses y sus capacidades. Son las capacidades las que demarcan el radio del círculo, y las europeas tienen alcance necesariamente limitado. El círculo así circunscrito es el de la OTAN, una alianza para el espacio atlántico y para unas pocas tareas extraoccidentales no demasiado exigentes: Afganistán, algunos países africanos, el marco árabe-mediterráneo, etc. Pero no para el gran juego mundial.

Hay en curso un debate de los medios especializados proponiendo una OTAN mundial, con Japón, Australia, Nueva Zelanda e Israel dentro. Su portavoz en España y fuera es el anterior jefe del gobierno, José María Aznar. Este ambicioso designio trata de ponerse a la altura de la magnitud de la tarea y responde a un saludable instinto atlantista, pero los fundamentos de su racionalidad no son indiscutibles. A él se oponen factores pertenecientes a la naturaleza de la alianza misma y a la estructura del sistema internacional. La Alianza Occidental posee rigidez institucional: obliga a todos respecto de todos. Su doctrina estratégica no está definida con exactitud, y la que mantuvo durante la guerra fría (su razón de ser), desde luego, ya no cuenta. La OTAN, de hecho, se está reinventando todos los días en el ámbito atlántico y continental que le es propio, a costa de la precisión de su foco.

La transformación estable del sistema internacional exige estructuras coherentes; la coherencia no sólo debe basarse en las afinidades ideológicas y sociales, sino también dar cuenta del espacio en que las cosas deben mantenerse cohesionadas. Mantener a la Alianza unida dentro de su espacio histórico ya es tarea difícil, como se demuestra por las tensiones creadas en su seno debido a la disparidad de intereses y métodos político-diplomáticos de sus miembros más poderosos. Hay un flujo y reflujo de tipo estratégico, constante. Hace cinco años Asia Central y el Cáucaso parecían haber entrado en la órbita de la Alianza Atlántica. Hoy día, Asia Central, debido a la acción ruso-china en el Grupo de Shanghai, trata de consagrar el principio de «terceros excluidos». Este es un principio honorable de la geopolítica, que no hay por qué desafiar de entrada. Una OTAN «mundial» podría volverse la pesadilla de las cancillerías y el rompecabezas de los estados mayores. En la idea de una OTAN mundial todo es recomendable si se estimula la colaboración y la aproximación de los «occidentales» de Oriente y Occidente en materias de seguridad. Pero ya no lo es tanto poner en riesgo, por un lado, la rigidez institucional de la Alianza (que es su garantía colectiva), y, por otro, el sentido de dirección estratégica en el espacio (es decir, su realismo).

UNA PROPUESTA HIPOTÉTICA

Después de haber examinado someramente las condiciones globales en que Europa y los Estados Unidos deben dar contenido a cualquier enunciado de su hipotética unidad, vamos a formular una hipótesis del modo más propositivo posible. Lo haremos tratando de integrar dentro de ella la consideración de los factores de unidad y disentimiento que hemos hallado en las cuatro áreas de problemas arriba mencionados.

Analista de Relaciones Internacionales